El jardín del hombre ciego, (Mondadori, 2013) del anglopakistaní residente
en Londres, Nadeem Aslam (que abandonó Pakistán con 14 años cuando su padre,
comunista, hubo de huir del país), es una dura novela que narra el infierno de
los habitantes de Pakistán y Afganistán encerrados en un mundo caótico, extremista,
torturado, dolorido, lleno de violencia, tristeza y prejuicios, de barbarie, de
víctimas colaterales, de señores de la guerra indiferentes al sufrimiento, de discriminaciones
y ataques a los derechos más elementales del ser humano, un universo en el que
sólo sobrevivir y mantenerse cuerdo es ya una epopeya. Una sociedad donde la mujer
no vale nada y, no obstante, se mantienen firmes mujeres fantásticas y fuertes,
dignas y ejemplares. Un mundo lleno de corrupción e intransigencia en todos los
bandos: los afganos, los americanos, los pakistaníes, los cristianos, los
musulmanes y los señores de la guerra. Un mundo cruel.
Y, sin embargo, en medio
de ese horror, Mikal – el personaje principal- lucha por cuidar sus
sentimientos, por mantener la tranquilidad de espíritu cuando ello parece
imposible, intenta mantener su cordura, su humanidad, dar una posibilidad al
amor y a la cultura, a la compasión, renunciar a la venganza. Un personaje que
en ningún momento cae en el idealismo ni la sensiblería. Al contrario, también
se exaspera, también sucumbe a la violencia, a la ceguera, pero sabe comprender que ese no es el camino. Una
comprensión fundamentada en la lealtad a la familia y en el amor a una mujer pero
también en la cultura, en esa familia adoptiva que le ha dado una capacidad
crítica, le han inculcado el gusto por la historia y la literatura, por la
educación, y que le ha alejado de la ignorancia, en el humanismo del anciano maestro
ciego, patriarca de la familia, que da el
título a la novela. Una humanidad que se va despertando en un viaje interior
que discurre paralelo al viaje a través de la guerra. En este sentido, es una
visión inversa a, por ejemplo, En el corazón de las
tinieblas. Mientras que en la novela de Conrad, el personaje central
se va contagiando de la inhumanidad circundante, en esta obra de Aslam, Mikal
va humanizándose a medida que su entorno va colapsando.
Una novela construida con frases cortas en las que se
combinan las sentencias más dramáticas y de gran crudeza con las más líricas,
con referencias constantes a la belleza del cielo estrellado y las flores de
los jardines. La hermosura de la naturaleza en contraposición a la fealdad y la
desgracia que inunda a los humanos. Es explícito en la descripción de los
interrogatorios, desgarrador al narrar el trato a las mujeres, terrible con el
radicalismo musulmán. Un texto que, sin embargo, aflora hábilmente las pequeñas
cosas bellas de la vida en medio de la brutalidad, sin caer jamás en la
cursilería o en la moralina, aceptando que el mundo es atroz y que no está
claro quién es el enemigo porque acaso todos sean enemigos cuando la locura se
inocula en una sociedad. Una prosa emotiva, que cuesta leer porque conmociona,
porque uno necesita respirar y tomar aliento, parar, huir de ese mundo que nos
describen. Un lenguaje lleno de símbolos, de añoranza por el Islam humanista
que se ha perdido, el que cultivaba el arte y la ciencia. Una visión crítica de la intolerancia social,
del patriotismo ciego, del imperialismo, de las religiones, todas, que matan “con
Dios de su parte”. Otro factor de interés es, sin duda, que la guerra se
percibe desde el lado afgano, desde el dolor de un pueblo atrapado entre
extremismos violentos.
Nadeem Aslam nos da, en medio de tanta impotencia y de tanto
dolor, un mensaje de esperanza a largo plazo, la esperanza de que el planeta irá
evolucionando hacia un estado en donde la maldad y la sinrazón, donde la guerra
absurda y el odio inculto, sean redimidos por el amor. Mientras, mientras eso
ocurre, aunque parezca inútil, persistamos obcecadamente en intentar amar. En palabras de Aslam: El
amor no hace a los amantes invulnerables. No obstante, aunque la belleza del
mundo y el amor estuvieran al borde de la destrucción, el suyo seguiría siendo
el único bando en el que podrían estar; un amor derrotado seguiría siendo amor,
y la victoria del odio no lo haría distinto de lo que era.
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