Sí, revuelve las tripas ver la foto del pequeño y precioso
Aylan ahogado, de su cuerpito que parece dormido y está ya sin vida; como las
revuelve saber que su hermanito Galip ha muerto también; como lo hacen todas
las noticias de niños soldados, niñas violadas o chiquillos hambrientos. Es
desolador saber que no reirán más, que les hemos robado la infancia, el amor,
la ternura, la alegría, los juegos, la vida, la esperanza, el futuro. Sí, es un
sabor a hiel podrida el que te sube a la garganta cuando piensas en los políticos,
sean del partido que sean, en los votantes que los elegimos y volveremos a
elegir, en los poderes, ocultos o no, en los mercados, en esta Unión Europea de
la que se avergonzarían Kant y Erasmo, Moro y Vives, Beethoven y Leonardo. Es
difícil contener las lágrimas, la congoja, la desolación, la rabia, la indignación.
Es imposible no sentir náuseas de los que, ahora mismo, están haciendo negocio con Aylan, con su foto, con
los artículos que sobre él escriben, con las tertulias y sus horrendos
tertulianos.
Pero, lo más difícil es mirarse a uno mismo. Porque nos
adormecemos y nos engañamos con excusas vacuas. Es cosa de los gobernantes,
decimos; qué puedo hacer yo que soy tan poca cosa; hace falta dinero que yo no
tengo; si ya hay poco trabajo para nosotros, cómo puede haberlo para los que
llegan a miles; el mundo es así; la guerra es cruel; son otros los que no
hacen, los que dejan de hacer, los que hacen mal. No, no quiero adormecerme así, no quiero
engañarme, no quiero ser indigno de mí mismo, no quiero ser capaz de ver la
noticia de esas muertes escrita con menos palabras que las noticias de
futbolistas que ganan millones sin romper el periódico y no volver a comprarlo
nunca. No quiero llorar dos minutos y olvidarme. Me duele mi propia cobardía,
mi propia inhumanidad. La miseria del mundo es también culpa mía ¿Cuántos
abrimos nuestras casas a los refugiados? ¿Cuántos estaríamos dispuestos a poner
nuestra vida en juego o la de nuestros hijos por ellos? ¿Cuántos a compartir
nuestro pan, nuestro salario, nuestras calles? El concepto de pecado original
tiene hoy más sentido que nunca. No hemos hecho nada, no somos los asesinos ni
hemos volcado la lancha neumática, no hemos tenido nada que ver en la guerra de
Siria. Yo no he sido el causante directo o indirecto de lo sucedido. Pero
la muerte de Aylan cae sobre mi conciencia, sobre nuestras conciencias, de
manera implacable. Lloro, sobre todo, por mí.
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