Te has
ido.
No es
fácil encontrar las palabras apropiadas para explicarte, para recordar lo que
conseguiste, lo que fuiste, lo que nos regalaste cada día. Pertenecías a esa
generación a la que, ya nada más nacer, le arrebataron la infancia, primero con
una guerra civil, luego con una mundial, y más tarde con años de penuria y
hambre. Mientras jugabas sin muñecas, porque no había dinero para comprarlas, conociste
el exilio de tus padres; el trabajo desde chica; las mil estrecheces de una
familia modesta; la habitación compartida con hermanos y padres mientras se
alquilaba la otra para mejorar la economía familiar; con cada galerna, la inquietud sobre el
paradero del padre marino; la libertad constreñida de una
sociedad gris y asfixiante. En fin, un mundo en el que todo estaba en contra.
Pero
ahí estabas tú, menuda, delgadita, animosa, dispuesta a cambiarlo todo con una
voluntad férrea, con un sentido del deber y del esfuerzo colosales, dándote a los demás en cada minuto, en cada tarea, en cada sueño. Tú –
y él , que se fue antes - creasteis un universo de la nada que hace palidecer al big bang. No había
nada, no teníais nada y me distéis todo. Comíais lo justo pero vuestros hijos
siempre tuvimos una navidad con juguetes; dormías menos, pero me acunabas con
cuentos y cantos; llegabais al atardecer
cansados del trabajo pero recuerdo bien cómo pasabais las horas con nosotros
pegando recortables en una madera, construyendo castillos de papel o fuertes
rodeados de indios con sus flechas. No había coche ni bicicleta pero cada
domingo creabais para nosotros maravillosas aventuras en el monte cercano. No
os dejaron ir mucho tiempo al colegio pero gastasteis todos vuestros ahorros en
que tuviéramos una enciclopedia de esas de muchos tomos que leísteis con nosotros,
conmigo, página a página, desde la primera entrada hasta la última que, todavía me acuerdo, era “zuzón”.
Eras una
mujer heroica, fuerte de voluntad, orgullosa de los tuyos, de fe inquebrantable, trabajadora
incansable, protectora, cariñosa, también con ese genio de las personas buenas
que desean lo mejor a los que quieren. La parca tuvo que esforzarse para
vencerte. Tuvo que recurrir a los trucos más rastreros para doblegarte. Te fue
quitando la memoria, la belleza, las fuerzas, los recuerdos, la agilidad y, ni así podía
contigo porque buscaste mil y una argucias para seguir adelante, para vivir, para
valerte por ti misma, para ponerte objetivos cada jornada, para andar por el barrio con aquellos pasitos cortitos e inseguros, para no preocuparnos, para seguir cuidándonos aun cuando
era a nosotros a los que ya nos tocaba protegerte.
Las
personas como tú sois un examen teológico, porque o estáis en el cielo o el
cielo no existe. El pasa o no pasa de lo que más allá puede haber.
Te has
ido y nos has dejado dos tareas. La primera es muy fácil: recordarte y quererte
mucho, estés donde estés; valorar lo infinito de tu esfuerzo y de tu éxito. La
segunda es muy difícil: estar a tu altura.
Adiós, mamá.
Adiós, mamá.
me hiciste llorar de buena mañana. me toca elogiarte: es muy agradable seguir tu trabajo.
ResponderEliminarMuchas gracias
ResponderEliminar