4321 (Seix Barral, 2017), de Paul Auster es una
novela ante la que reacciono de manera bipolar.
Primero, la arquitectura es interesante,
aunque no original. En cuatro grandes bloques subdivididos en sub-bloques, narra
la niñez y adolescencia del neoyorkino Archibald Isaac Ferguson pero de manera
diferente según hechos que suceden en su vida. En un bloque, su padre muere y
esto hace que el devenir de Ferguson sea uno determinado; en otro bloque, sus
padres se divorcian y esto lleva la historia por otros derroteros, etc. Un
único protagonista (dos, por la constante presencia de su amada Amy
Schneiderman) en cuatro universos que sólo la casualidad hace que se creen o
destruyan, el “jardín de los senderos que se bifurcan” borgiano, el multiverso
de la física actual. O cuatro novelas cortas, una tras otra, si se prefiere.
Hay que indicar
que Auster no provoca grandes cambios, que Ferguson no pasa de ser un niño de
clase bien en los Estados Unidos de los sesenta a ser un redneck
de Alabama perdido en una granja o un mexicano que cruza ilegalmente la
frontera. Las cuatro historias, y sus subtramas, se parecen mucho. Cambian
cosas, varía la percepción del mundo en cierta medida, las cuitas son otras,
pero, en general, son vidas que se reconocen las unas a la otras como si el
autor defendiera que el devenir en el mundo depende más de sí mismo que de las
circunstancias.
Podría decirse que Auster aprovecha este
concepto de multihistoria para realizar un fresco monumental de la vida
norteamericana en las décadas de los 50 y 60 del siglo XX, de su cultura, de
sus costumbres y de su vida diaria.
Decía que tengo una reacción bipolar
porque, por un lado, me maravillo con la forma de describir y narrar de Auster
de todo lo cotidiano, de los detalles, de las reacciones de las personas, de
las calles y gentes de una ciudad, de la vida más anodina que pueda existir, de
lo que en definitiva nos conforma en una sociedad occidental jornada tras
jornada, cómo cuenta el aburrimiento de una vida que transcurre sin grandes
aventuras, como la del ser humano ordinario. Uno lee un capítulo o dos y queda
entusiasmado de la manera tan incisiva de plasmar lo cotidiano, de detenerse en
detalles y recrearse en las pequeñas cosas que, en conjunto, forman la visión
general de nuestra vida. Ahora bien, si esto es así en cualquier capítulo
tomado al azar, no es tan atractivo cuando son 1000 páginas en las que se
repiten básicamente las mismas cosas. Al describir Auster repetidamente esas
vidas que son casi paralelas, en donde nada sale de tono, en la que todo queda
incluido en el estándar más tópico americano, acaban por aburrir. No cada una
de ellas, sino el conjunto. Los interminables párrafos sin puntuación, densos y
prolijos a propósito, la descripción reiterada de partidos de baseball o de
baloncesto, los episodios de televisión, particularmente del Gordo y el Flaco, las
innumerables páginas dedicadas a tal o cual suceso, etc. no ayudan a mantener
la tensión narrativa.
También, por un lado, demuestra maestría
literaria al describir los sentimientos y la psicología de los personajes
(decenas de ellos), con ligeras pero interesantes variaciones dependiendo del
bloque de hechos que esté viviendo Ferguson, con una notable capacidad para
describir las situaciones y cómo condicionan a las personas. Pero, por otro
lado, Ferguson resulta muchas veces pedante y ajeno a la realidad, un niño que
habla de Kafka, Tolstoi y Dostoyevsky, que lee a los clásicos, buen estudiante,
que ve 5 películas por semana, aficionado a las sonatas de Beethoven, capaz de
debatir con un catedrático de filología, interesado en política, involucrado en
los movimientos sociales, precoz en el amor y en el sexo, escritor pre-adolescente de calidad, viajero solitario a Europa antes de cumplir la mayoría de
edad, con visiones del mundo y reacciones propias de un adulto de mediana edad, etc. un personaje que se aleja de lo posible, que resulta demasiado snob
en ese intento de Auster de introducir en un Ferguson adolescente toda la sabiduría
y experiencia de 70 años del escritor. Porque, en definitiva, Auster usa a
Ferguson para hablar de sí mismo y de su vida, de sus inquietudes sociales,
políticas, culturales y artísticas, de la vida de Estados Unidos durante dos décadas,
encajando con calzador todo su conocimiento en el cerebro de un
niño.
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