En al año 6.288 ocurrió lo que hacía milenios que los
científicos habían advertido. Que, tarde o temprano, nos toparíamos con una
civilización extraterrestre hostil más avanzada. Lo malo fue que la primera de
la que tuvimos noticia fue ya hostil.
El planeta Tierra, por aquel entonces, era un mundo unificado,
con un solo gobierno y, en general, próspero a pesar de los veintinueve mil
millones de habitantes que lo poblaban. Esta multitud se había adaptado al
terreno mediante la construcción de ciudades en vertical y gracias a la
emigración. Así, en Halopolis, los edificios penetraban hasta diez kilómetros bajo
el suelo y ascendían hasta los tres mil metros hacia el cielo. Más de tres mil
millones de humanos pululaban, por otro lado, por el Sistema Solar y la Nube de
Oort, bien en colonias mineras que extraían todo tipo de materiales de
asteroides y planetoides, bien en las islas flotantes de recolección energética
(solar e hidrogénica), auténticas ciudades espaciales en donde muchas personas
nacían, vivían y morían sin conocer nada más. El desarrollo vehicular espacial
estaba muy desarrollado pero las naves más rápidas alcanzaban sólo la velocidad
de unos trescientos kilómetros por segundo. A ese ritmo, se precisaban aún casi
1800 años para alcanzar el límite exterior de la nube de Oort y muy pocas
estaciones habían llegado hasta allá. O se suponía que habían llegado, porque
las comunicaciones eran muy débiles y entrecortadas. La mayoría de la minería espacial
se efectuaba en la parte interna de Oort, a unas mil o dos mil unidades astronómicas
de distancia.
La Tierra era, por otro lado, una sociedad orgullosa de sus
logros y arrogante sobre su futuro. La tecnología se desarrollaba exponencialmente
y, como decían los agoreros, si en sólo 4000 años se había pasado de estar sujeto
al suelo a surfear entre los planetesimales de Oort, qué no podríamos hacer en
los siguientes millones de años.
Se habían debatido hasta la saciedad sobre cuándo ocurriría
el primer contacto pero, pese a la ya anciana y clásica paradoja de Fermi, no
se habían aún detectado ninguna señal realmente creíble y científica de una
civilización externa lo cual, por otra parte, significaba que el área local de
la galaxia por donde deambulaba el Sistema Solar no estaba nada poblado que
pudiera decirse.
Fue la nave Arteus-457, que patrullaba a unas 1.200 unidades
astronómicas la que observó, por primera vez, el extraño objeto. Sobre la constelación
de Draco, la primera hipótesis es que se trataba de un cometa o asteroide muy lejano.
Ciertamente, si se podía verlo es que la distancia a aquella cosa no podía estar a mucho más de cuatro años-luz ya que los telescopios fotónicos no podrían
detectarlo más allá, dado su tamaño, que se estimo en un diámetro de unos cien
kilómetros. Estaba, aunque en otra dirección, a la misma distancia que la estrella
más cercana. Un gran asteroide o un pequeño planetoide, daba lo mismo. Su trayectoria
era directa hacia la Tierra.
Unos días después, los mejores astrónomos mundiales
presentaron su informe a los líderes gubernamentales.
-
¿Y, bien, señores? ¿Hay riesgo de que este asteroide
acabe colisionando con la Tierra? – pregunto el presidente del Consejo de
notables.
-
Es pronto para decirlo – contestó el decano de
la comisión-, los datos de que disponemos son escasos. Seguimos la órbita pero
en tan pocos días, apenas diez, el cálculo de la órbita para un objeto tan
lejano dista mucho de ser exacto. Podemos afirmar dos cosas. Primero, que, sí,
la trayectoria lo llevará cerca de la órbita terrestre, lo que ya de por sí es
un riesgo.
-
No lo creo así – interrumpió uno de los miembros-,
primero porque habrá muchos elementos gravitatorios que pueden desviarlo en tan
largo camino, por ejemplo deberá cruzar por entre los billones de cuerpos de la nube de Oort; y, segundo, porque nuestra tecnología nos permite desviar o
destruir en su vuelo cualquier objeto, incluso de ese tamaño. Además, está a
más de cuatro años luz de distancia. Para cuando sea una amenaza, si es que
algún día llega a serlo, habrán pasado miles de años y nuestra tecnología habrá
mejorado exponencialmente.
-
Bueno – carraspeó el decano-, es que hay otro
problema, otro hecho que podemos afirmar…
-
¿Cuál?
-
Su velocidad... Permítanme ser precavido pero una
estimación preliminar la ha cifrado en 150.000 km/s.
-
C medios! – el más joven de la mesa se levantó
con expresión de incredulidad - , eso es imposible, señores. Nada tan grande
puede acelerarse a tamaña velocidad. No estamos hablando de muones, amigos.
-
Sí, entiendo su reticencia. A nosotros también
nos ha parecido fantástico pero cada vez que repetimos los cálculos llegamos a
conclusiones similares.
-
Desarrolle la idea, señor decano – el presidente
hizo un ligero gesto con la mano.
-
Si esto fuera cierto, primero, nuestro tiempo de
reacción se reduce a apenas ocho años. Ocho años para saber qué es, cómo desviar
el objeto y fabricar la tecnología que fuera necesaria. Ni que decir tiene que
en ocho años no podemos esperar ninguna técnica revolucionaria. Deberemos
basarnos en nuestras defensas actuales: rayos de tracción por láser, armas nucleares,
quizá las más potentes de doce mil megatones, y campos gravitatorios artificiales pero estos
son aún muy débiles y están en fase de experimentación.
-
Escaso tiempo, cierto – asintió el Presidente.
-
Más debo indicar aún otro importante hecho….- titubeó-. No pensamos que ningún objeto
natural de esa talla pueda alcanzar esa velocidad.
-
¿Qué quiere usted decir?
-
Que pensamos que puede tratarse de una nave alienígena
de una civilización, obviamente, mucho más adelantada que la nuestra.
-
¿Un primer contacto? – pregunto la directora de
la Academia de estudios exteriores.
-
¡Ya era hora! Llevamos miles de años esperando
este momento.- afirmó con entusiasmo uno de los jóvenes.
-
No sea usted tan optimista- le corrigió el otro-
¿Cree usted que alguien va a poner en marcha una magnífica nave capaz de volar
a la mitad de la velocidad de la luz y dirigirse a la Tierra sólo para saludarnos?
¿Qué nos han elegido entre las posibles civilizaciones de todas las galaxias
para darnos un abrazo?
-
¿Piensa que representan un peligro? – interpeló el
Presidente.
-
Así es.
-
¡Vamos, hombre! Es igual de ilógico pensar que nos
han elegido para destruirnos. ¿Por qué? ¿Qué razón habría? Somos un pequeño
planeta sin importancia.- protestó el joven.
-
Y fácil de conquistar. Nuestro cinturón de Oort
es una muy valiosa fuente de materiales.
El debate se extendió durante tres días y finalmente
triunfaron los halcones y los cobardes. Los unos por ganas de pelea, los otros
por miedo a ser deglutidos por horribles seres, todos ellos decidieron que era
preciso preparar la defensa. Todos los medios de observación seguirían al
objeto para certificar la trayectoria. Por otro, todas las defensas militares
saldrían de inmediato hacia Oort para organizar allá la defensa. En ocho años
de plazo, y con las más rápidas naves, las naves con base en Tierra llegarían a unas 500 unidades astronómicas.
Habría, pues, que contar con la reducida flota de la Heliopausa que ya se encontraba patrullando a 700 UA.
Podrían, aunque muy justo, alcanzar la frontera interior y organizar la defensa
situando armas y equipos en asteroides y cometas, creando una telaraña de trampas
que podrían o bien desviar el objeto, o bien destruirlo. Entre los militares
reinaba el optimismo. Entre los astrónomos, la esperanza de que se tratara de
un asteroide que acabaría desviándose; entre muchos otros se arrastraba la
inquietud. También había grupos convencidos de las buenas intenciones de los
supuestos visitantes y se preparaban para darles la bienvenida.
Dos años después, no había duda. El objeto seguía una trayectoria
directa hacia la Tierra. Aún peor, había decrecido hasta el 40% de la velocidad
de la luz. Estaba parando, estaba maniobrando para aparcar cerca del planeta y esto se interpretó
por las milicias como un hecho peligroso. Era la búsqueda de una posición de
tiro artillero. De dónde provenía la nave no se conocía pero todos apoyaban la hipótesis de que su origen era extragaláctico.
Los años siguientes, siendo todos conscientes del peligro, los treinta y dos mil millones de humanos permanecían en alerta, expectantes,
trabajando al unísono.
En el 6294, seis años después del primer avistamiento, el
objeto se encontraba a 1 año luz, en el borde exterior de la nube de Oort, y
los telescopios de última generación eran capaces de resolver la imagen óptica.
No había duda, se trataba de un objeto artificial, de estructura elipsoidal,
muy liso en su superficie y tremendamente luminoso. Una tenue estela gaseosa se
expandía tras él y se supuso que esto tendría algo que ver con su sistema de
propulsión, ese maravilloso ingenio capaz de dotarle de tal velocidad. Alguna
nave terrestre muy lejana había mandado informes contradictorios pero que apoyaban
la idea de una nave artificial.
Todas las armas apuntaron al objeto. La red de cometas
trampa se activó. Los cañones de fotones se cargaron, las armas nucleares se conectaron.
El Consejo de Notables fijó el 8 de junio como el día clave. Si la trayectoria
seguía siendo la misma y no se observaba ninguna señal amistosa, se lanzaría un
primer aviso de advertencia, una esfera de energía que debía estallar a unas 5 UA del objeto.
El 8 de junio, a las 17:13, con la nave extraña a sólo nueve
meses luz de la Tierra, se dio la orden y, como estaba previsto, el disparó se
efectuó con precisión.
La nave continuó su camino como si nada hubiera sucedido
pero unos quince segundos después se divisó un destello que brotaba de su
superficie. Un primer cálculo indicó que lo lanzado era un dispositivo de
apenas dos metros de largo pero que se movía a la increíble velocidad del 80%
de la velocidad de la luz. Y, sí, su trayectoria lo dirigía a la Tierra. Los
telescopios sólo veían un destello porque dos metros no eran resolubles en
imágenes.
La nave alienígena no hizo nada más, continuó decelerando
lentamente mientras la “bala” (como ya se la llamaba popularmente) de 2 metros
siguió hacia la Tierra a casi la velocidad de la luz.
Entró en la atmósfera en marzo del 6295 y, efectivamente,
era una pequeña roca de 2 metros de largo. Un guijarro cósmico, similar a
cualquiera de los muchos meteoritos que caían continuamente sobre todos los
planetas del sistema solar. Una minucia espacial. Sólo que este canto rodado, esta miseria astronómica,
llegaba casi a la velocidad de la luz. Se lanzaron contra ella todo tipo de
armas pero para cuando estas llegaban al blanco, hacía mucho tiempo que la bala
había pasado. Era como disparar a la luz, algo imposible.
El impacto ocurrió sobre el Océano Índico. La cantidad de
energía liberada debido a la energía cinética de la bala volatilizó la Tierra
en milésimas de segundo y trillones de fragmentos salieron despedidos hacia el
espacio. Todas las naves que se encontraban más cerca que Plutón quedaron
destruidas en horas. La onda expansiva llegó a la heliopausa unos pocos días
después. Había que reconocer que aquellos extraterrestres eran eficaces en el consumo de medios. Dos metros de piedra par derribar un planeta.
Sólo salieron ilesas las islas flotantes que se encontraban
dentro del cinturón de Oort.
No eran pocos los supervivientes. Unos mil millones. Náufragos
sin planeta que observaban con miedo la gran nave extraña que seguía decelerando.
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