El cansancio de Occidente (Destino, 1992), de Rafael Argullol, es un ensayo en forma de conversación entre el propio autor y Eugenio Trías (fallecido en 2013), dos pensadores y filósofos referentes en España. Diálogos inteligentes, ágiles, cultos, profundos, llenos de humor en algunos momentos, reflexivos, interesantes y repletos de meta referencias cruzadas y llamadas a los clásicos.
Aunque han pasado más de treinta años, los pensamientos que ambos vierten y desarrollan no pueden estar más de actualidad, como si la historia se repitiera o el hombre fuera siempre el mismo.
Así, no puede ser más moderna esa elección que las sociedades actuales hacen por la seguridad a costa de la libertad. Si en el momento de la publicación del libro se utilizaba la guerra fría como argumento en pro de la seguridad, luego lo fue el terrorismo, o ahora es la pandemia vírica. Pero en el fondo siempre está presente esa tendencia del hombre contemporáneo occidental a aislarse del mundo, a anteponer su beneficio o comodidad al bien común, esa codicia egocéntrica que es su perdición. Ande yo caliente. Especialmente, en Europa, ciega al resto de mundo y ciega en su comodidad amurallada. Una elección de mucho riesgo que suele acabar en perder ambas cosas, la seguridad y la libertad.
El hombre actual está inmerso en una vida acelerada y llena de inputs pero, sin embargo, no acumula experiencia humana, ha perdido su marco cultural y ético, no se responsabiliza de sus decisiones, no le preocupan las consecuencias de sus actos. Es como un robot , preocupado sólo por el mercado, el consumo y la competitividad, que acumula informaciones a mansalva en ordenadores y dispositivos móviles pero que no la utiliza para aumentar sus experiencias y su calidad ética de conciencia. Le faltan humanidades, preocuparse de lo auténticamente importante, abrirse al otro con empatía. Trías y Argullol defienden la recuperación de la experiencia del corazón, del sentimiento, del verdadero saber, mediante la filosofía, el pensar pausadamente, la música, la literatura lentamente leída, degustar buen cine, la escultura, la pintura o cualquiera de las otras artes. Esas actividades son las que cambian a uno por dentro, las que realmente le aportan conocimiento y experiencia de valor. Esa experiencia que crea un sentido crítico, independencia intelectual y visión compartida, lejos de esa mirada solitaria y egocéntrica que no proporciona sabiduría. Como Argullol señalaba a C. Hoyos, en El viaje caligráfico, al referirse a otro de sus libros, Visión desde el fondo del mar, "Narciso quiere conocerse a sí mismo a través de sí mismo. El que mira desde el fondo quiere conocerse a través de los otros y de lo otro". Es esa experiencia de humanidad compartida la que debemos recuperar.
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