Hoy ha sido un bonito día, de esos que la primavera temprana regala entre el frío de febrero y las lluvias de abril. Un día con el cielo de un azul inmaculado, los jardines ya crecidos de hierba y los cerezos adornados de color. Sí, como si fuese una acuarela placentera en la que cada detalle estuviera escogido para realzar la belleza. Una de esas jornadas en las que ni los más pesimistas pueden encontrar un defecto, como si los dioses se hubieran levantado felices y con ánimo de regalar felicidad.
Di un paseo por la mañana y no pude sino admirar la hermosura del parque, deleitarme con la paleta de aromas que la brisa suave esparcía por el aire, caminar despacio por la avenida que, a esas horas, aún estaba tranquila.
Vi una pareja que se abrazaba por la cintura. En un momento, ella acercó sus labios a él y se besaron, fugaz pero intensamente. Vi un grupito de gorriones que jugueteaban, más que alimentarse, alrededor de unas migas de pan caídas en la acera. Piaban y, aunque los humanos no entendemos su canto, hubiese jurado que eran trinos de contento.
Estaba anunciado un concierto en la plaza y la banda estaba ensayando sobre el podio. Un vals, de Tchaikovsky creo. Algunas parejas – me percaté de que yo era la única persona que estaba sola – escuchaban mientras permanecían bien juntitas, como una pareja que se precie debe hacer.
Miré, observé, vi la belleza de la vida en cada esquina, en cada segundo, en cada instante. Ningún reparo que hacer.
Luego volví a casa. Me sentía triste y sabía el porqué.
O me sobra mundo, o me faltas tú.
No hay comentarios:
Publicar un comentario