Carta de Pedro González Carranza, publicada por El País el 2 de junio. La vida, real y dura, en pocas líneas.
Así es, nadie se para a preguntarte lo que de verdad importa. Pero esto se aprecia sólo cuando el dolor te mata de rabia. Copio esta maravilla:
Hace un año, murió mi esposa. Núria Gasull era extraordinaria, sabía siete idiomas. Cuando trabajó de azafata de tierra, recibió a Eleanor Parker, la baronesa de Sonrisas y lágrimas; a Twiggy, la modelo más célebre de los sesenta, y, cuando fue guía de turismo, enseñó Barcelona a Bergman. Fue profesora de teatro y música, escribió narraciones cortas, sabía cocinar reinventando cada vez los platos del Ampurdán y la Costa Brava. Y tocaba a Rachmáninov, como pocos. La conocí en la universidad en octubre de 1975, cuando todo iba a ser posible y todo estaba por hacer. Vivimos juntos 45 años de complicidades y emociones, de lecturas en el jardín; hemos llorado mil veces con Anna Magnani, hemos ascendido a los cielos con Barenboim en la Filarmónica, con Gardiner, la Caballé... La he llorado por todos los sitios, caminando y caminando hasta la extenuación, mañanas enteras en los parques, por la calle, en el metro, en la cola del supermercado y ahora escribiendo estas líneas. Pero nadie se ha acercado a preguntar si me pasaba algo.
Pedro González Carranza. Barcelona
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