4/11/22

Censura de literatura digital

 




A mediados de año, se difundió la noticia de que una escritora china, apodada Mitu, había sido censurada incluso antes de haber publicado su novela. Al parecer, la escritora utiliza WPS Office para crear sus obras, un procesador de texto en la nube de la firma china Kingsoft. Un equivalente semejante a Google Docs o Microsoft Office 365, por así decirlo. Cuando estaba a punto de finalizar su novela, el sistema le denegó el acceso aduciendo que violaba lo permitido en el país, que estaba plasmando mensajes ilegales. El asunto tuvo un poco de eco en las redes sociales del gigante asiático (poco, porque también las redes están controladas), WPS negó que su software pudiera bloquear a un usuario y el acceso fue restituido un tiempo después. Algunos análisis sugieren que el algoritmo censor se activa sólo al compartir el documento, incluso si es con otra única persona.

Si bien este caso surgió en China, es perfectamente extrapolable a todo el mundo. No nos es ajeno, en occidente, el que se bloqueen cuentas, se priorice un contenido sobre otro, que haya denuncias continuas de espionaje de comunicaciones y documentos, denuncias falsas sobre contenido, robo de contraseñas, "curación" de contenidos nada neutrales, etc. Es un fenómeno global que afecta a todo el planeta, a todos los países y a todas las actividades, sean sociales o empresariales. Siempre, por supuesto, por nuestro bien.

Lo mollar de este asunto es que la escritora trabajaba sobre la nube y guardaba todo sobre la nube, al igual que decenas de millones en todo el mundo y como hacen miles de empresas también. Como tal, toda la información es accesible al proveedor de servicio y, potencialmente, a cualquier sistema censor. Usamos la nube con inconsciencia, sin percatarnos de que "la nube" no es más que un ordenador lejano que alguien nos presta con objetivos que no conocemos.

En el caso de la literatura, esto facilita enormemente el control y la censura. Es un asunto del que ya he tratado en ocasiones anteriores. Si bien la censura ha existido siempre, antaño era complicado llevarla a cabo. Había que revisar el país entero en busca de los papeles escondidos, había que quemarlos, había que preguntar y delatar, había que eliminar las impresoras clandestinas, tener un ejército de vigilantes. Se hacía, pero costaba lo suyo.

Ahora, sin embargo, basta dar a un botón y todo queda borrado; basta cortar un cable submarino y se acabó el acceso; basta dar a otro botón para tener los datos del infractor y saber hasta cuándo cenó una sopa de ajo. En segundos, automáticamente, sin casi personal, todo queda controlado y censurado. Es más, con el beneplácito y ayuda de los censurados.

Por este camino, la literatura futura puede perder el valor de la transgresión, de la denuncia, de la libertad de expresión, de la libertad de creación, de la libertad de reflexión y de pensamiento para convertirse en una serie de panfletos y loas repetidos.





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