Dame un beso fugaz en la frente.
Reserva lo demás para luego,
ese luego excitante que nunca llegará.
Márchate de la alcoba.
Déjame con un palmo de narices,
moviendo tus divinas caderas,
y quítate la ropa despacio,
salpicando de tus prendas más intimas
el suelo de la casa, que yo seguiré el rastro
de tu cuerpo y, al cabo, te encontraré desnuda
y diré, enarbolando un mínimo estandarte
de tela: “Ya te tengo. Dame un beso, mi vida.”
Y tu desviarás los labios,
y por mucho que yo gima y suspiré,
seguirás en tus trece, hurtándome la boca.
Hasta que ya no pueda más
y, por un momento,
me olvide de las normas de Tántalo y de Sísifo,
y te agarre la cara muy fuerte con las manos,
y te bese a mi vez en la frente,
y te suelte con un gesto de rabia,
y lleguemos al éxtasis del placer más profundo
mirándonos, mirándonos, mirándonos.
un poema de Luis Alberto de Cuenca
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