17/7/08

Los dioses coléricos


A mí siempre me habían enseñado que los dioses son compasivos y amantes de los hombres. Mi madre me enseñó a rezarles cuando necesitaba su ayuda aunque nunca percibí que me la dieran. Siempre he sabido que los dioses son como padres guardianes de sus hijos que nos guían y nos cuidan. Cuando mis oraciones no eran escuchadas, me contaban que los caminos divinos no siempre son entendidos por los humanos pero que, a la postre, todo lo que ocurre es por nuestro bien. Creía firmemente que debía confiar en ellos a pesar de que, casi siempre, su silencio se me hacía extrañamente inquietante. Tuve fe absoluta en que sus mandamientos eran correctos y llenos de sabiduría. Intenté seguir sus normas. Con caídas, por supuesto, porque eran normas que para mí, débil en la carne, resultaban heroicas. Y me arrepentía cada vez que las infringía. Con una pena profunda por haber fallado a los dioses que tanto me amaban.

Entonces, sin merecerlo, la enfermedad me arrebató a mi madre en lo mejor de su vida. Lloré desesperado y pregunté a los cielos por la razón de aquella tragedia. Había orado y orado, esperando que los dioses fuesen, al menos, tan compasivos como yo mismo. No lo fueron. Meses después, me arrancaron a mi padre. Tampoco tuvieron compasión. Y, entonces, vi que millones de hermanos humanos penaban igual que yo. Mirando a las estrellas y rezando y pidiendo ayuda justa y sincera. Con fe. Con esperanza. Sin respuesta alguna.

Hoy he gritado al cielo y he pedido explicaciones. Un dios me ha preguntado del porqué de mi protesta.


Le he hablado de mi madre, de mi padre, de los niños huérfanos que cada día veo, de la maldad, de aquellos que matan y de los inocentes que mueren, de esas enfermedades que no sólo roban la salud sino la dignidad y de los trillones de oraciones no atendidas.

- ¿Tienes fe en los dioses? – me han preguntado.

- Sí – he respondido.

- No es cierto – me ha contestado-. Ninguno tenéis fe porque sabéis, en lo más profundo, que los dioses no somos compasivos sino coléricos, sádicos. Oráis no con fe sino con miedo. Miedo a que si no lo hacéis nos volvamos aún más fieros y, si ya os va mal en vuestro peregrinar mortal, os vaya aún peor. Porque siempre hay otro ser querido más que arrebatar, un virus aún más letal que enviaros o una desgracia más horrenda que haceros sobrellevar. Es el miedo el que os impulsa a respetarnos, no la fe.

- ¿Pero no deberíais ser amantes y compasivos?

- ¿Acaso sois vosotros compasivos con vuestros juguetes? ¿ lo sois con los animales y las plantas que os rodean? ¿amáis quizá a vuestras creaciones, por ejemplo esas máquinas que fabricáis?¿ no entendéis que simplemente sois pasatiempos que creamos y destruimos para nuestro solaz?

- ¿Y vuestros mandamientos? ¿no son vuestros seguidores quienes los cumplen?

- ¡no! – el dios ha reído- es justo al contrario. Nuestros seguidores, los que juegan con las mismas reglas de nuestro juego, son los que no los cumplen. Porque si todos actuaran igual, el juego se acabaría. ¿cómo nos divertiríamos entonces? Necesitamos ilusos que hagan de víctimas.

- ¿Quiénes son los dioses y quienes los siervos? – le he dicho altivamente- ¿sabes? Soy mucho mejor que tú. Cualquier ser humano de buena fe es mejor que tú. Porque nosotros sí contestamos a las llamadas de auxilio, sí amamos, sí lloramos con otro que sufre, sí daríamos nuestra vida por otro congénere, sí velamos por nuestros hijos.


Y entonces me he percatado que no tenía fe sino esperanza. Esperanza en que algún día nazca un dios que nos merezca, que llegue a poder comprendernos, a saber qué es la amistad, el amor, el consuelo, la abnegación, la paciencia, la simpatía, el dolor profundo por la ida de un ser amado. Hasta entonces, permaneceré firme en jugar el rol de víctima.

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