5/8/13

El Diamante






El Diamante es un pub coqueto que está a seis o siete manzanas de la playa, lo suficientemente lejos de ella para que no lo invadan turistas ebrios o niñatos sin alma. El Diamante abre hacia las seis pero yo nunca he ido antes de las once, después de cenar, para tomar una copa. Antes y ahora. Antes, con ella; ahora solo. El Diamante es un lugar en el que la luz es tenue, con rincones donde poder charlar sin que te miren, donde la música de slow jazz suena suave, sin estruendo, acompañando las conversaciones. Hay cuadros con vistas antiguas de la ciudad y estantes con figuritas traídas de Sudamérica, un saxo colgado por encima de la puerta. Desde siempre, o al menos desde que yo conozco el lugar, en la barra está Joan al que yo siempre le he conocido viejo, arrugado, de tez morena y pelo negro, uno de estos tipos que emanan confianza y simpatía, que siempre tienen la misma edad, la vejez estática de un patriarca. Vas un par de veces y ya sabe lo que quieres y te trata como un asiduo. El Diamante es el establecimiento con el mejor Bumblebee del mundo y Joan se encarga de confirmarlo a cualquiera que quiera escucharle.
Entonces, cuando la vida era dulce, ambos trabajábamos en turno de tarde. En invierno, nos daba el tiempo justo para cenar en uno de los bares de la zona- unas anchoas asadas o una ensalada de tomate con cebolla, una sopa de pescado cuando hacía mucho frío- y luego caminábamos abrazados hasta el Diamante. Con suerte, si no nos demorábamos, encontrábamos libre la mesita redonda de mármol de la esquina y allá nos servía Joan el café y la copita de Baileys que nos daba para permanecer mirándonos hasta que echaba la persiana. Era guapa hasta el infinito. Luego, la mierda del cáncer, la injusticia de quedarme.
Hoy, ya no me apresuro tanto. Me da igual sentarme en una mesa u otra. Ahora, Joan sabe que me bebo un Bumblebee, sin café, sin cenar, luego otro Bumblebee, luego otro. Solo.
Es curioso, antes, cuando iba al Diamante con ella, nos mirábamos sin apenas hablarnos. No hacía falta. Ahora, no puedo mirarla y, sin embargo, no hago sino hablarle.
 
 
 

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