24/12/13

Un cuento de navidad






Iñaki se jubiló hace diez años. Aguantó como un campeón hasta los sesenta y cinco porque la salud le ha respetado hasta hace unos cuantos meses. Desde entonces, le falla algo la memoria y su hija le ha obligado a que vaya al médico en dos ocasiones. Recuerda la cara de preocupación de María Jesús, su hija, al salir de las consultas pero no lo que el médico les dice. Demasiada palabrería técnica, es que no hay quién pueda comprender a esos galenos. Le dicen que tiene que medicarse pero él no quiere. ¿Qué pasa por no entender lo que dice el doctor? De siempre se sabe que no se sabe ni lo que escriben en la receta. ¿Y que se olvida de algunas cosillas? A quién no. Cuando trabajaba, su jefe era un calamidad que tenía que apuntar todo porque de otro modo no asistía a ninguna reunión. Él se siente bien, no le duele nada. Pero María Jesús es una pelma, como su difunta madre.
 
Es finales de diciembre y anochece pronto, de modo que tiene que regresar a casa aunque le da miedo hacerlo. Sabe que María Jesús le va a echar la bronca. Seguro que no lo entiende. Tampoco va a intentar explicárselo. ¿Para qué? Los jóvenes han perdido algo y no merece la pena hacerles comprender. En fin, tiene que volver y que sea lo que Dios quiera.
 
Hoy hace un día bonito, de los que le gustan para caminar. Frío y azul, como los que decoran los inviernos buenos. Ha ido andando hasta el parque y ha esperado junto al lago helado que los patos hicieran patinaje artístico. Le divierte verlos y algunos días les echa migas de pan para atraerlos. La nieve se ha derretido en el camino permitiéndole caminar con seguridad y sin temor a resbalarse. Siente el calorcillo del sol de la tarde en su rostro y eso le reconforta. Hoy es nochebuena y vendrán sus otros hijos para la cena. Tres más. Manuela, Jaime y Ricardo. Lástima – le dolerá siempre el alma hasta que se vaya con ella- que Juana falleciera hace tres años. Treinta y nueve años juntos, enamorados aunque nadie le crea cuando lo dice. ¡A ella le gustaba tanto la navidad, la cenas de toda la familia, los villancicos y los adornos en la casa! Le encantaban los mazapanes de Soto y ahora él se come tres o cuatro sólo para honrarla. La echa de menos, joder que sí la echa de menos. Ha leído en el periódico que las mujeres viven más que los hombres y se pregunta el porqué de que él sea la excepción. Una navidad sin ella es menos navidad, parece como desvaída, como si hubieran apagado las luces de las calles. Le gusta la navidad, le agrada escuchar música por los parques, que le saluden con una sonrisa, que la gente parezca de buen humor, el sentimiento que te entra para ser mejor. Esta nochebuena, además, va a ser especial, muy bonita, porque acaba de nacer su nieto. Vino al mundo apenas hace quince días. Un niño muy guapo, dicen que se le parece. No recuerda cuánto pesó. Se lo dijeron pero se le ha olvidado. Importa poco porque se ve a la legua que es un chiquillo sano.  Se llama Pello. Juana hubiera sido feliz de poder verlo, de cuidarlo, de acunarlo. Iñaki siente que una lágrima se le viene a los ojos pero se contiene, sabe que la vida es así, injusta. Si aguanta unos años más hasta que el chiquillo crezca y entienda, le hablará de ella, la recreará para sí y para él, le enseñará sus fotos. Optimista, piensa, está siendo optimista, a su edad seguro que eso no llega a ocurrir.
 
Ya llega al portal. Juana lo hubiera entendido, hubiera hecho lo mismo. Pero su hija se va a enfurecer. Valor, se dice. Quién te ha visto y quién te ve, cómo cambia la vida, pasas de regañar a los hijos a que te regañen a ti en un santiamén.
 
-        Hola, aitá. ¿Has traído las chuletillas? Tengo que empezar ya a rebozarlas.
 
Calla, dudando entre contárselo o hacerse el olvidadizo. Ya que se empeñan en decir que pierde la memoria, igual cabe usarlo. Ella está en la sala, sentada en el sofá con la cunita del recién nacido cerca de ella. El niño duerme.
 
-        Aitá, ¿las has traído, no? – le pregunta.
-        No, no las traigo.
-        ¡Joder!- ella se sulfura- te di treinta euros para que fueras a la carnicería y recogieras el paquete. Está aquí mismo. ¿Dónde has ido? ¿Se te ha olvidado? Ves, cómo tengo razón con lo del médico.
-        No, no se me ha olvidado.
-        ¿Entonces?, no te entiendo. ¿Has ido a la carnicería o no? – la cuna del bebé se agita, la criatura se ha despertado al escuchar las voces.
-        No, no he ido.
-        Joder, ¿y ahora qué preparo? Dame los treinta euros y voy yo ahora mismo a comprar algo. ¿Puedo confiar en ti para que cuides a Pello, no?
-        Es que ya no tengo el dinero- replica Iñaki.
-        ¿Cómo? ¡lo has perdido! Como si lo viera, la semana que viene sin falta otra vez al neurólogo.
-        No es eso, no es eso.
-        ¿Entonces, qué es, aitá? ¿Qué es? – el nene solloza sin muchas ganas reclamando comida o que le limpien.
-        Verás, fui caminando hasta el parque y en el camino me crucé con Berto, Pepe y Asier, los del club de jubilados.
-        ¿Y?
-        Han preparado un cena esta noche y, los pobres, ya sabes que no tienen familia, no tenían mucho para permitirse una buena cena. Al menos, que puedan comprar mazapanes, pensé, con lo que le gustaban a tu madre.
-        ¿Qué tienen que ver esos con las chuletillas?
-        Les di el dinero- contesta Iñaki.
-        ¡Eso! ¡como nos sobra, el señor lo regala! Mira, aitá, ahora no tengo tiempo para discutir, van a venir dentro de poco. Anda, cuida al crío que salgo a comprar algo.
-        A tu madre le hubiera encantado, es navidad, María Jesús, ¿qué es la navidad si no compartes? ¿cogerse un empacho?
-        ¡Ahora no, aitá, ahora no! – ella se está ya poniendo el abrigo- no sé qué voy a hacer contigo. Chocheas, eso pasa, ¿me oyes? Chocheas.
 
Iñaki escucha el portazo. Se pasa la mano por la frente. ¿Cómo hacerla entender? Se acerca a la cuna. Pello ya no llora, al contrario le sonríe y se sorprende cuando mueve su cabecita como si asintiera con lo que ha hecho.


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