Hoy, en la televisión, había un médico hablando de esos pacientes que parecen morir y volver a la vida sin que nadie lo espere. Todos ellos cuentan que caminan por un túnel oscuro, al fondo del cual brilla una luz radiante, blanca, que infunde paz y sosiego. A medida que se acercan, desconcertados, ven siluetas que se mueven entre la claridad, como personas que agitan los brazos llamando al recién llegado. Mientras caminan rememoran su vida completa en un instante fugaz que, sin embargo, es suficiente para que pasen en agitadas imágenes todas las desdichas y alegrías que se han vivido. Por fin, al llegar a la luz nácar ven a sus seres más queridos que marcharon antes que ellos. Les sonríen, les dan la bienvenida y les toman de la mano para adentrarlos en el más allá. Contaba el doctor – especialista neurológico, según dijo- que estas visiones son los productos residuales de la extinción de la actividad cerebral, el canto del cisne final de las neuronas ya no alimentadas por oxígeno y aliento. Pura química, sólo impulsos eléctricos y moléculas descontroladas. Sinapsis moribundas y alocadas.
Pero, ¿sabes?. Confío en que ese loco se equivoque y que estés al final del túnel, esperándome, recibiéndome con una caricia de las tuyas, consolándome, perdonándome por haber tenido más días que tú. Suena un lied de Mahler en la radio y te añoro más que nunca.
Pero, ¿sabes?. Confío en que ese loco se equivoque y que estés al final del túnel, esperándome, recibiéndome con una caricia de las tuyas, consolándome, perdonándome por haber tenido más días que tú. Suena un lied de Mahler en la radio y te añoro más que nunca.
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