Quizá no tanto como antes, no con tanta fruición, pero lo
hago con la misma persistencia, la misma voluntad y la misma necesidad en el
alma. Te pienso cada día y me alegro de que todos, todos y cada uno de los días
he pensado en ti, unos mil veces, otras solo cinco o seis, pero todos, todos los
días vienes a mi memoria de manera espontánea. Y bajo esos recuerdos, persiste
la sorda y constante nostalgia que no se va, que está siempre ahí, que aunque se
despiste con primaveras y amores y músicas y esperanzas, está siempre ahí. Vi
una de tus fotos antes. La tomamos en un restaurante de carretera. ¿Fui
consciente en ese instante de lo maravillosamente hermosa que estabas? Me estás
mirando con una sonrisa que aún me conmueve, que me enamora como siempre me
enamoró. Hoy queda sólo la imagen, ya se han marchado el hálito de tu vida,
el efluvio de la colonia de Yves Saint
Lauren que usabas, el tacto de tu mano, las amapolas sobre las que nos
recostábamos a charlar al lado del río y la viveza de tus ojos, pero queda tu
imagen y las sinapsis que se disparan en mi cerebro para recrearte cada vez que te veo. En esa fotografía me estás
mirando con la más maravillosa expresión de amor y siento lo mismo que sentía entonces, que te adoro con toda mi alma, mi dulce compañera. Has sido lo mejor de mi vida y anhelo que haya algo que nos reúna sea donde sea. Nunca me
fallaste, nunca te fallaré.
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