Parece que el tiempo, tan paciente como desalmado, va
difuminando las imágenes, los sentimientos, el eco ya lejano de tu voz, el
perfume de Yves Rocher, la rabia infinita, la tristeza que provoca tu ausencia,
el ansia de ti, la pasión, el deseo, la radical añoranza de tu mano y de tus
labios. Parece, porque, de pronto, una noche, vuelves como sólo puedes volver,
en un sueño vívido y tan real que desafía a la misma realidad. Uno de esos
sueños que no se desvanecen, que perduran al despertar y se recuerdan siempre.
Vuelves de la única manera que puedes regresar a mí, pero lo haces y
nadie me puede hacer creer que tu presencia es menos real. Al cabo, no existe diferencia entre lo que el cerebro ve y cree ver. De pronto, una
noche, cuando ya pensaba que tu nombre y tu carita y la pena y la esperanza se
habían perdido en lo más hondo de las marismas de la memoria, te veo. Todo
regresa, cada segundo de nuestra vida en común, cada instante, cada beso, cada
caricia, tu voz, tu pelo negro, tu frente ansiada. Todo está aún conmigo,
contigo. Nada se ha desvanecido. Sólo lo parecía. Estoy caminando por una
ciudad, por un paseo que bordea un río ancho que reconozco vagamente. Estoy
acompañado de gente a la que aprecio, a la que amo, charlo distendidamente,
cuando mi pecho se estremece y te veo unos metros por delante. Estás de espaldas pero sé que eres tú.
Es tu silueta, tu cuerpo, tu forma de andar, tu esencia. Tú también vas
acompañada. Mi alma se arrebola, mi corazón se acelera, mis ojos no pueden
apartarse de ti. Digo – lo siento, tengo que irme. No puedo quedarme -, no doy
explicaciones, no puedo, las conocen, es urgente; por fin, por fin, has vuelto,
quiero abrazarte, quiero abrazarte como nunca lo he hecho. En esto te vuelves,
dejas a tu acompañante y me miras. Te detienes, esperándome. Me sonríes. Alargas
tu mano hacia mí. Eres tú, la misma expresión de siempre, la misma sonrisa que
siempre me enamoró, mi amada compañera. Tengo que irme, digo a todos. Adiós. Basta
decir esto. Corro hacia ti y en ese momento despierto. Y lloro.
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