Hay un océano rosado de melocotoneros en flor creciendo sobre la tierra
que tú hollaste. Un mar inmenso y hermoso que se extiende hasta un horizonte
que parece más lejano y hechizante que nunca. Al verlo, me has venido a la
memoria, tu rostro se me ha aparecido- tan real- frente a mí, has vuelto sin
volver. Y es que así era vivir contigo porque, en aquellos mismos campos, junto
a ti, cuando me dejabas que te tomara de la cintura, el mundo se ampliaba y se
hacía bello, se cubría de olas rosáceas e infinitas, la vida se coloreaba de
tonos intensos, cada detalle parecía tener un sentido profundo ideado en el
cielo, los violines del cosmos se afinaban, todo era mejor con el embrujo que
tú generabas. Nunca antes había
percibido el color tan intenso, las llanuras infinitas perdidas en el
horizonte, las olas de secano que el viento arranca del mar de flores. No me
daba cuenta porque sólo tenía ojos para ti, para tu sonrisa de embrujo. No
escuchaba el rumor de la brisa entre las ramas porque sólo tenía oídos para tus
palabras siempre vivarachas, dulces como el almíbar. Sólo tenía tiempo para
deleitarme en tu amor sin fisuras. Quisiera que volvieras, poder regresar a estos
campos rosáceos a caminar contigo asiéndote de la mano muy fuerte para que no
puedan arrancarte nuevamente de mí. Me contarías anécdotas de la oficina, de los
trabajos urgentes para Jordi, las risas con Domenec o las peleas con Serafín.
Luego, nos sentaríamos junto al río y te daría uno de aquellos largos masajitos
de pies que tanto te gustaban. Aquí están todavía los melocotoneros y los
perales blancos, los recodos que hollaste, los caminos que anduvimos. Te
esperan. Yo, mientras, tengo el corazón maltrecho. El manto rosa de los árboles
florece en torno a ti, honrando tu memoria. Yo espero, viendo pasar primaveras.
Juntos en el recuerdo.
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