Iacobus (Plaza & Janés), de Matilde Asensi, es una novela más de la multitud de obras de intriga medieval que han aparecido en el último lustro y que pueden considerarse la estela de la que Umberto Eco escribiera, El nombre de la rosa. Edad Media (siglo XIV en este caso), templarios, griales, misterios a descubrir, tramas enrevesadas, un hermeneútico Camino de Santiago, conspiraciones y un mundo plagado de pistas y mensajes encubiertos. Desde este punto de vista, Iacobus no aporta nada especial.
Sin embargo, el valor de Iacobus viene de la descripción de los personajes y de la reflexión moral que subyace en el texto. Asensi sabe siempre, en todas sus novelas, cómo trascender de la historia para trazar hábilmente la personalidad de los actores principales. Los mejores momentos no son cuando se analizan las pistas templarias o se descifran los códigos secretos, sino cuando Sara y Galcerán van encontrando el amor (y Asensi describe con destreza lo que cualquier ser enamorado ha sentido: Nuestros cuerpos encontraron rápidamente la postura para dormir unidos, se adaptaron de una forma natural, como si siempre lo hubieran hecho, como si cada esquina, relieve y turgencia encajara perfectamente en los ahuecamientos del otro) o cómo padre e hijo van pasando del desconocimiento mutuo a un auténtico amor familiar. La reflexión ética se centra en si el destino es dueño del hombre, y este debe doblegarse a él, o si, por el contrario, es posible rebelarse, y olvidando todos nuestros prejuicios y creencias, aventurarse a una nueva vida.
Asimismo, la autora se basa en un meticuloso trabajo histórico como lo prueba la cantidad de notas bibliográficas que pueblan el libro. Ello ayuda a que la ambientación sea verosímil y realista.
El libro se lee de un tirón aunque, en ocasiones, haya pasajes un tanto lineales y repetitivos.
Sin embargo, el valor de Iacobus viene de la descripción de los personajes y de la reflexión moral que subyace en el texto. Asensi sabe siempre, en todas sus novelas, cómo trascender de la historia para trazar hábilmente la personalidad de los actores principales. Los mejores momentos no son cuando se analizan las pistas templarias o se descifran los códigos secretos, sino cuando Sara y Galcerán van encontrando el amor (y Asensi describe con destreza lo que cualquier ser enamorado ha sentido: Nuestros cuerpos encontraron rápidamente la postura para dormir unidos, se adaptaron de una forma natural, como si siempre lo hubieran hecho, como si cada esquina, relieve y turgencia encajara perfectamente en los ahuecamientos del otro) o cómo padre e hijo van pasando del desconocimiento mutuo a un auténtico amor familiar. La reflexión ética se centra en si el destino es dueño del hombre, y este debe doblegarse a él, o si, por el contrario, es posible rebelarse, y olvidando todos nuestros prejuicios y creencias, aventurarse a una nueva vida.
Asimismo, la autora se basa en un meticuloso trabajo histórico como lo prueba la cantidad de notas bibliográficas que pueblan el libro. Ello ayuda a que la ambientación sea verosímil y realista.
El libro se lee de un tirón aunque, en ocasiones, haya pasajes un tanto lineales y repetitivos.
yo me lo pasé estupendamente leyendo esta novela
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