17/9/08

Atasco

Durante lustros los medios de comunicación y las autoridades fueron avisando que el aumento constante de vehículos colapsaría las carreteras. Al principio, se intentó atajar el problema construyendo más autopistas, ensanchando las existentes y creando todo tipo de caminos. Pero el crecimiento de los individuos que compraban un coche era más acelerado. Comprar un coche, si se tiene el dinero, precisaba de una breve visita al concesionario. Trazar una autopista, aún con mucho dinero disponible, necesitaba años. Poco a poco todo el terreno vial se fue llenando de coches, camiones, carros, motocicletas hasta que, un buen día, el mundo se percató de que estaba sumergido en un gran atasco.

El ser humano es acomodaticio. Quizá por eso ha conseguido dominar la naturaleza. Si la fortuna le es propicia, prospera. Si le es adversa, se acomoda, y prospera también. Hasta en las guerras, la humanidad avanza en términos médicos, científicos o inventivos. Y, cuando se llegó al gran colapso, el hombre también se adaptó.

Las autoridades, siempre ágiles en la toma de decisiones, adaptaron las leyes a la nueva situación. Si las cosas eran como eran, había que regularlas. Los radares, por ejemplo, se reajustaron para detectar a aquellos que iban demasiado lentos ya que agravaban el problema. Se perdían de dos a seis puntos dependiendo de la gravedad de la falta. Un conductor que, por ejemplo, tardara más de dos segundos en arrancar cuando el semáforo se ponía en verde o cuando la caravana avanzaba un metro, era inmediatamente detectado por las ondas electromagnéticas, fotografiado y sancionado con multa y quita de puntos.

Muchos conductores salían por la mañana hacia su trabajo sin saber exactamente qué día llegarían. Por eso, el mercado de los automóviles sufrió una renovación profunda. La velocidad, la potencia del motor y el reprise dejaron de tener importancia porque nunca podrían utilizarse. Por el contrario, los diseñadores crearon auténticos hogares rodantes. Camas King Size dentro del vehículo, cocina, servicio y ducha, televisor y, en fin, todo aquello que permitiera hacer más llevadero el atasco. Los frigoríficos de dos puertas capaces de almacenar comida para una o dos semanas son cada vez más solicitados porque esa es la duración del atasco medio.

El examen del carnet de conducir sufrió también modificaciones fundamentales. Ya no se preguntaba quién cedía el paso a quién o cuál era la velocidad límite, preguntas todas ellas inútiles. Al contrario, los tests se aseguraban de que el futuro conductor fuese paciente, que supiera conducir con los ojos cerrados mientras echaba una cabezadita, en cómo preparar una comida básica dentro del vehículo, etc. Asimismo, toda la población recibió intensivas clases de medicina dado que las ambulancias no podían circular. Si una parturienta intentaba llegar a un hospital cuando rompía aguas, era necesario que alguien le asistiera allá mismo porque, de otro modo, el niño estaría ya en edad de ir a la guerra antes de que hubiera podido llegar a la maternidad.

Las agencias de viajes se adaptaron a los tiempos. Dado que era imposible llegar a ninguna playa o a ninguna montaña, las agencias traían el paisaje al lugar donde uno estaba atascado. Por medio de helicópteros especialmente adaptados, colocaban pinturas de paisajes marítimos rodeando al vehículo y esparcían una buena cantidad de arena por debajo de él, de modo que el usuario podía hacerse la ilusión de que había llegado.

Los fabricantes de neumáticos fueron los más perjudicados en un primer momento. Normalmente, en el pasado, se cambiaban cada 30.000 km. Pero, con el atasco global, se precisaban varios milenios para hacer ese recorrido y desgastarlos. Tras unos años de crisis, la norma fue modificada para hacer que los neumáticos duraran tan sólo diez kilómetros. El usuario, feliz, se hacía así a la idea de que seguía usando su automóvil a buen ritmo. El cambio, como casi todo, se hacía también por medio de helicópteros.
El precio de la gasolina siguió alto porque, aunque no se consumía apenas para circular, se gastaba mucha en los sistemas automáticos y el aire acondicionado de los coches.

Sandra y Matías se conocieron en un atasco en la autopista A-345. Un año después, ya casi doscientos metros más adelante, se casaron con asistencia de numerosos automovilistas que, por azar, les rodeaban aquel día. Hoy, han avanzado en su vida. Están ya dos kilómetros más adelante en la ruta y tienen ya tres hijos. Pronto cumplirán sus bodas de plata y son felices.



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