En un blog como este, interesado por la literatura digital y por las posibilidades creativas que el ordenador permite- o debe permitir- en el desarrollo literario, parecería que la defensa de las nuevas tecnologías debiera ser algo fuera de toda duda. Sin embargo, eso podría significar cerrar los ojos a la realidad. No se trata de aceptar –en el campo literario, y posiblemente en cualquier otro campo-la novedad por el hecho de que sea novedad porque, en ocasiones, puede dañar más que ayudar. Lo importante es discernir en qué puede ser un instrumento de renovación y en qué puede ser un riesgo de alineación.
Desde este punto de vista, ¿Son las nuevas tecnologías una ayuda a la creación literaria o más bien es una herramienta que la destruye? De igual modo, que la técnica puede ser constructiva o destructiva según se use (pensemos en una reacción nuclear aplicada a un dispositivo PET médico o a una bomba atómica), también puede significar un problema en el desarrollo literario.
Lo primero que habría que decir es que la literatura digital debe ser, ante todo, literatura. Es decir, usar la palabra, contar, emocionar, reflexionar con la lengua. Así, otros elementos como imágenes, vídeos, sonidos podrían ser importantes en otras disciplinas artísticas ( cine, música, ballet, pintura, juego interactivo,…) pero no tanto en literatura. En ningún caso pretendo delimitar fronteras exactas y estancas entre las artes. Al contrario, pienso que esos límites son borrosos y pueden traspasarse pero es evidente que el corazón de una obra literaria debe ser la palabra. Si otros componentes ayudan a que esa palabra adquiera más fuerza y expresividad, mejor. Pero si la sustituyen deja de ser literatura para ser otro arte. Si la digitalidad abre nuevos campos a la palabra, maravilloso. Si la oculta, deja de ser literatura.
Y ahora que hemos centrado la literatura en la palabra, en la lengua, podemos preguntarnos si las tecnologías informáticas están ayudando a que la expresión de las personas sea mejor, a lograr mayor precisión, más sensibilidad, más detalle, mejores metáforas, mayor creatividad, más variedad expresiva, mundos creativos más interesantes. La realidad, triste pero cierta, es que no. El uso de abreviaturas, de acrónimos, la eliminación de matices, hace que cada vez se parezcan más los escritos de unos y otros, especialmente en los muy jóvenes. El desprecio a las reglas ortográficas es ya general, sobre todo en lo que atañe a fonemas equivalentes o a la acentuación. Las frases son cada vez más breves, sin riqueza, sin insinuación, sin literatura. La tecnología “parece” llevarnos a una “literatura de SMS” que es obvio que es menos rica.
Y ya que estamos combinando técnica y literatura, podríamos decir, siguiendo los principios de Termodinámica física clásica, que la buena literatura es la que hace descender la entropía de la expresión. Como sabemos, la entropía es una entidad que mide el grado de desorden. Cuando un sistema tiene diferencias claras entre algunas de sus partes y otras, decimos que la entropía es baja, o sea hay un orden. Cuando, por el contrario, cualquier parte del sistema al que miremos parece igual a otro, la entropía es alta, o sea hay desorden. En el campo de la termodinámica, por ejemplo, si en un sistema hay partes muy calientes y partes muy frías, la entropía es baja. Hay un orden. Lo caliente a un lado, lo frío al otro. Sin embargo, el universo tiende a aumentar la entropía. Si colocamos un cuerpo caliente junto a uno frío jamás ocurre que el caliente se haga más caliente y el frío más frío (lo que implicaría mayor orden y menor entropía) sino que ambos se igualan a una temperatura igual. Cuando esto ocurre (máxima entropía) ya no podremos distinguirlos.
De manera similar, podemos decir que la literatura disminuye la entropía de la vida expresiva. Al principio, todo son sonidos guturales difícilmente distinguibles. Sería igual estar en un lugar que en otro, oír a uno que a otro, porque todos hablaríamos- o gemiríamos- igual. Igual de aburrido e inexpresivo, diría yo. La palabra disminuye la entropía de la vida mediante la clasificación, la ordenación del pensamiento, la diferenciación. No es lo mismo leer mis malos relatos que los maravillosos de Borges, no es lo mismo escuchar a una persona que dice seis palabrotas cada siete palabras que escuchar a un emérito orador. No es lo mismo leer un SMS lleno de abreviaturas que una frase de García Márquez. La literatura es, en definitiva, un reductor de entropía. Impide que la expresión sea tibia, obliga a que haya frío y calor, textos buenos y escritos malos, pensamientos claros y confusos.
Pero la tecnología informática parece muchas veces que aumenta la entropía de la lengua por lo cual un texto y otro se parecen como gotas de agua. Da la impresión que está deformando nuestra mente para que sólo seamos capaces de leer breves párrafos, lo más sencillos posibles. No están al mismo nivel la literatura de los clásicos y la que hacen chicos japoneses por teléfono (http://biblumliteraria.blogspot.com/2008/10/literatura-digital-colaborativa-por.html ) Incluso, los gurús empiezan a indicar que los textos de los blogs son ya demasiado largos (http://biblumliteraria.blogspot.com/2008/10/el-blog-ha-muerto.html ).
En este línea de razonamiento, es interesante leer a Pablo Winokur (http://opinionsur.org.ar/joven/Las-nuevas-tecnologias-empobrecen ) cuando dice:
Desde este punto de vista, ¿Son las nuevas tecnologías una ayuda a la creación literaria o más bien es una herramienta que la destruye? De igual modo, que la técnica puede ser constructiva o destructiva según se use (pensemos en una reacción nuclear aplicada a un dispositivo PET médico o a una bomba atómica), también puede significar un problema en el desarrollo literario.
Lo primero que habría que decir es que la literatura digital debe ser, ante todo, literatura. Es decir, usar la palabra, contar, emocionar, reflexionar con la lengua. Así, otros elementos como imágenes, vídeos, sonidos podrían ser importantes en otras disciplinas artísticas ( cine, música, ballet, pintura, juego interactivo,…) pero no tanto en literatura. En ningún caso pretendo delimitar fronteras exactas y estancas entre las artes. Al contrario, pienso que esos límites son borrosos y pueden traspasarse pero es evidente que el corazón de una obra literaria debe ser la palabra. Si otros componentes ayudan a que esa palabra adquiera más fuerza y expresividad, mejor. Pero si la sustituyen deja de ser literatura para ser otro arte. Si la digitalidad abre nuevos campos a la palabra, maravilloso. Si la oculta, deja de ser literatura.
Y ahora que hemos centrado la literatura en la palabra, en la lengua, podemos preguntarnos si las tecnologías informáticas están ayudando a que la expresión de las personas sea mejor, a lograr mayor precisión, más sensibilidad, más detalle, mejores metáforas, mayor creatividad, más variedad expresiva, mundos creativos más interesantes. La realidad, triste pero cierta, es que no. El uso de abreviaturas, de acrónimos, la eliminación de matices, hace que cada vez se parezcan más los escritos de unos y otros, especialmente en los muy jóvenes. El desprecio a las reglas ortográficas es ya general, sobre todo en lo que atañe a fonemas equivalentes o a la acentuación. Las frases son cada vez más breves, sin riqueza, sin insinuación, sin literatura. La tecnología “parece” llevarnos a una “literatura de SMS” que es obvio que es menos rica.
Y ya que estamos combinando técnica y literatura, podríamos decir, siguiendo los principios de Termodinámica física clásica, que la buena literatura es la que hace descender la entropía de la expresión. Como sabemos, la entropía es una entidad que mide el grado de desorden. Cuando un sistema tiene diferencias claras entre algunas de sus partes y otras, decimos que la entropía es baja, o sea hay un orden. Cuando, por el contrario, cualquier parte del sistema al que miremos parece igual a otro, la entropía es alta, o sea hay desorden. En el campo de la termodinámica, por ejemplo, si en un sistema hay partes muy calientes y partes muy frías, la entropía es baja. Hay un orden. Lo caliente a un lado, lo frío al otro. Sin embargo, el universo tiende a aumentar la entropía. Si colocamos un cuerpo caliente junto a uno frío jamás ocurre que el caliente se haga más caliente y el frío más frío (lo que implicaría mayor orden y menor entropía) sino que ambos se igualan a una temperatura igual. Cuando esto ocurre (máxima entropía) ya no podremos distinguirlos.
De manera similar, podemos decir que la literatura disminuye la entropía de la vida expresiva. Al principio, todo son sonidos guturales difícilmente distinguibles. Sería igual estar en un lugar que en otro, oír a uno que a otro, porque todos hablaríamos- o gemiríamos- igual. Igual de aburrido e inexpresivo, diría yo. La palabra disminuye la entropía de la vida mediante la clasificación, la ordenación del pensamiento, la diferenciación. No es lo mismo leer mis malos relatos que los maravillosos de Borges, no es lo mismo escuchar a una persona que dice seis palabrotas cada siete palabras que escuchar a un emérito orador. No es lo mismo leer un SMS lleno de abreviaturas que una frase de García Márquez. La literatura es, en definitiva, un reductor de entropía. Impide que la expresión sea tibia, obliga a que haya frío y calor, textos buenos y escritos malos, pensamientos claros y confusos.
Pero la tecnología informática parece muchas veces que aumenta la entropía de la lengua por lo cual un texto y otro se parecen como gotas de agua. Da la impresión que está deformando nuestra mente para que sólo seamos capaces de leer breves párrafos, lo más sencillos posibles. No están al mismo nivel la literatura de los clásicos y la que hacen chicos japoneses por teléfono (http://biblumliteraria.blogspot.com/2008/10/literatura-digital-colaborativa-por.html ) Incluso, los gurús empiezan a indicar que los textos de los blogs son ya demasiado largos (http://biblumliteraria.blogspot.com/2008/10/el-blog-ha-muerto.html ).
En este línea de razonamiento, es interesante leer a Pablo Winokur (http://opinionsur.org.ar/joven/Las-nuevas-tecnologias-empobrecen ) cuando dice:
La crítica no implica una demonización de ese tipo de códigos y mucho menos de las abreviaturas. De hecho, como señalaron algunos lingüistas, siempre se abrevió para tomar apuntes. El problema es cuando una persona no puede pasar de un registro al otro: es decir, está incapacitada para cambiar del lenguaje “apunte” al lenguaje “formal”.
Ser consciente del empobrecimiento que el uso de ordenadores, teléfonos móviles, PDAs, autocorrectores, Internet y demás dispositivos y técnicas están produciendo en la expresión literaria no significa buscar su destrucción o un menor uso de ellos ( lo que parece claro escribiendo esto en un blog). Lo que implica es que hay que trabajar para que su uso sea creativo, no destructivo. Se trata de no caer en las manos de la tecnología ciegamente, dando pos buenos todos sus efectos, sino aprovechar sólo los positivos, logrando que nos haga más sabios, no estúpidos como se preguntaba en Is google making us stupids? (http://www.theatlantic.com/doc/200807/google ). Implica que la crítica debe ser dura hacia lo que no es excelente, sin concesiones a la mediocridad “porque es nuevo”.
Porque si nuestra expresión del día a día es cada vez peor debido al uso de la técnica, difícilmente podremos afirmar que mejorará la literatura. Tenemos que encontrar – es una obligación para los que amamos tanto la técnica como la literatura- el verdadero sentido de la literatura digital para que la entropía vuelva a descender
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