Los hombres que no amaban a las mujeres ( Destino, 2008 ) de Stieg Larsson es una novela negra que inicia la trilogía de la serie Millennium. La fuerza de esta obra está, sin duda, en la trama. Una historia muy bien trenzada, con las dosis de enigma, inteligencia y crítica social apropiadas. Una narración que, con un ritmo pausado pero persistente, nos engancha totalmente, que sorprende y que nunca es evidente. Las pistas que conducen al desenlace no son nunca tópicas y están bien imaginadas. Son lógicas y uno se pregunta cómo no las vimos antes. Larsson tiene una especial habilidad para mantener el suspense. Un relato verosímil en los escenarios, con una descripción realista de las ciudades, de las personas, de las tramas económicas y de la sociedad actual. Una historia que no te suelta hasta que se llega a la última página. Lo que ya es mucho.
Sin embargo, es más flojo en cuanto a estilo. Es cierto que la prosa es ágil pero hay conceptos repetitivos (lo de la “familia desestructurada” se repite una y otra vez), no hay frases brillantes ni tiene pensamientos de esos que es preciso releer para degustarlos, está lleno de estereotipos (el empresario mafioso, el directivo pervertido, la mujer extremadamente inteligente pero perdedora y aislada socialmente – que se convierte en el personaje con el que se logra más empatía- , el periodista incorruptible) y utiliza con profusión recursos de otras novelas negras (los chiflados religiosos, policías dedicados a un caso por toda una vida, la salvación imposible del protagonista en el último instante).
Pero con sus pros y sus contras, recomiendo su lectura porque se disfruta intentando adivinar qué ocurrió en aquel lejano día cuando Harriet desapareció. Y el suspense se mantiene siempre.
Sin embargo, es más flojo en cuanto a estilo. Es cierto que la prosa es ágil pero hay conceptos repetitivos (lo de la “familia desestructurada” se repite una y otra vez), no hay frases brillantes ni tiene pensamientos de esos que es preciso releer para degustarlos, está lleno de estereotipos (el empresario mafioso, el directivo pervertido, la mujer extremadamente inteligente pero perdedora y aislada socialmente – que se convierte en el personaje con el que se logra más empatía- , el periodista incorruptible) y utiliza con profusión recursos de otras novelas negras (los chiflados religiosos, policías dedicados a un caso por toda una vida, la salvación imposible del protagonista en el último instante).
Pero con sus pros y sus contras, recomiendo su lectura porque se disfruta intentando adivinar qué ocurrió en aquel lejano día cuando Harriet desapareció. Y el suspense se mantiene siempre.
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