Los días en que no estás, no sé por qué será, parecen más largos. No es únicamente tu presencia lo que falta. Parece como si te llevaras contigo todas esas pequeñas cosas que hacen alegre una mañana. O una tarde. O una noche. Sobre todo eso, una velada calma y cómplice, de conversaciones quedas y silencios largos. Te llevas el entorno y el hechizo, como si pudieses arrancar el color de un lienzo y quedara gris y monótono. No es de extrañar que prefieran marchar contigo a quedarse conmigo.
Cuando no estás, por ejemplo, puedo necesitar saber qué dirías sobre algún asunto que ha ocurrido y, cuando deseo preguntártelo, no estás. O me giro para verte por el placer de verte y, entonces, no hay dónde mirar y el mundo se me antoja triste. A veces, puedo desear oler tu perfume pero te lo has llevado en tu viaje. O buscar una excusa para acercarme y sentir tu magia intangible pero no hay lugar en el que hacerlo. En ocasiones, me enfrento a un problema y me gustaría cruzar mi mirada con la tuya para tomar aliento – sólo para eso- pero no estás y el problema se engrandece. Los días en que no estás presente, miro asiduamente el teléfono pero no suena. Me pregunto qué harás, pero es un ejercicio inútil de adivinación. Esas tardes estoy seguro de ser un idiota soñador.
Los días en que no estás, no sé por qué será, estoy inquieto. Temiendo que no me hayas añorado como yo te he extrañado a ti.
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