No te olvido, no. No podría. Estás en mí, te tengo presente aunque no lo parezca. Nunca te irás. No puedo, no quiero olvidarte. Y, muchas veces, te lloro y te estimo. Y, otras veces, Van Morrison y Lluis Llach – te gustaban tanto - me sumergen en la más negra de la tristezas.
Las amapolas llenan el campo y huele a hierbabuena, como cuando nos sentábamos a la ribera del río que te vio jugar de niña, donde me contaste tantas cosas, donde la brisa de verano acunaba tu cabello negro, donde te idolatraba, donde consumamos nuestro amor y nos besamos tantas veces. Sé que me estarás viendo y miro al cielo – dónde, si no, puedes estar- y quisiera saber que me entiendes. A veces, estoy perdido, muy perdido. ¿Por qué te fuiste?
Las amapolas han renacido. Tú no puedes. Tú te has ido. Y yo me quedo atónito sin entender que el mundo siga teniendo primaveras y que yo vuelva a respirar con dicha a pesar de que no te tengo. Es todo tan complejo y estoy tan perdido.
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