20/8/09

El Juego del Ángel



Cualquier comentario acerca de El juego del ángel (Planeta, 2008) de Carlos Ruiz Zafón está, sin duda, marcado por el libro anterior del autor, La sombra del viento. Y, quizá, incluso por libros anteriores como Marina. De hecho, tienen muchos elementos en común: la misma ciudad - esa Barcelona modernista narrada con añoranza-, el mismo escenario, las mismas casonas misteriosas y llenas de historia, el mismo cementerio de libros, similar trama en torno a la obsesión por los libros, personajes comunes. Pero son novelas que pueden ser leídas independientemente y que se contienen a sí mismas sin necesitar una de la otra. Si se leen seguidas es seguro, no obstante, que el lector tendrá una evidente sensación de “dèja vu”. Pero eso ocurre con muchos trabajos de otros muchos escritores. Y si a uno le gusta el estilo Zafón, este nuevo libro no le defrauda.

Lo primero que hay decir es que leer a Zafón es leer literatura fantástica, gótica, de aventura, hipnótica, envolvente, y hay que estar dispuesto a dejarse atrapar en una atmósfera de ensoñación y misterio. Fantasía contada de manera realista, pero fantasía al fin. Fantasía que busca entretener (y no puedo estar de acuerdo con todas esas críticas que critican el entretener. La buena literatura no tiene porqué abrumar. Tampoco el éxito y el repetir el estilo que ha otorgado el éxito son criticables por sí mismos). El juego del ángel es, sobre todo, una novela de intriga y fantasía que entretiene. Y, en ese escenario, Zafón posee una gran maestría. La narración es amena, ágil, interesante, los diálogos son inteligentes. Zafón sabe hilar los capítulos para que, siempre, al terminarlos, se desee empezar con el siguiente para descubrir el enigma. Sabe enlazar los hechos, dejar al lector en el suspense, hacerle desear seguir leyendo. Al igual que en sus otros libros, recrea con mucho talento la Barcelona de principio del siglo XX e ilumina rincones -que en realidad serían anodinos- con historias y oscuros secretos escondidos en cada esquina.

La historia es, en realidad, un remedo del clásico Fausto. Algo ya tratado en muchas novelas e incluso en películas (El corazón del ángel de Alan Parker, por ejemplo). Pero, aún así, es interesante, tiene aire fresco. Zafón combina reflexiones de todos los tiempos (la naturaleza del hombre) con conceptos muy nuevos (como la neuroteología que estudia esa necesidad biológica que el hombre tiene de crear dioses y mitos, tal como aparece en la obra de Eugene d’Aquili y Andrew Newberg). También hay guiños a Oscar Wilde, a Dumas, a Stoker, a Féval y otros. Por cierto, ¿el inicio del libro es una confesión del autor acerca de su propia alma vendida al demonio editorial (“Un escritor nunca olvida la primera vez que acepta unas monedas o un elogio a cambio de una historia”)?

Como en obras anteriores, a mí personalmente me gusta la manera en que Zafón intercala pensamientos importantes (a veces, con una ironía y un cinismo notables) sobre la vida, el amor, la muerte, la envidia, la sociedad, la riqueza, la amistad, la capacidad de perder el alma por amor o por miedo, en el corpus principal del texto. Sin pretender moralizar, como perlitas dejadas al azar aquí y allá. Sin ser casi parte de la historia pero engarzadas perfectamente en ella.

El final es quizá la parte menos sólida del libro ya que Zafón acelera los acontecimientos en demasía y no cierra la trama, ambigua a propósito previendo que vaya a haber una continuación (de hecho está anunciada una tetralogía). Tampoco el personaje de Isabella parece muy consistente porque se comporta más como una madura y experimentada mujer del siglo XXI que como una chiquilla adolescente de primeros del XX. Asimismo, hay caracteres y tramas que se pierden sin aportar casi nada (¿quién era Jaco, por ejemplo?). Zafón continua con su gusto por la metáfora, con algunas muy hermosas y otras que se repiten como la cebolla (¿cuántas veces se ensangrenta el cielo del atardecer o del amanecer?)

En resumen, me ha gustado. He leído muchas críticas negativas pero, curiosamente, de lectores que lo habían leído de un tirón, sin soltarlo de principio a fin. ¿Por qué será?

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