13/9/09

Terremotos



Me encantan las noches en las que suceden espontáneos terremotos de pasión y donde poco importa el escenario. Adoro cuando eso ocurre, cuando me envuelves en el maremoto del deseo urgente. En esas noches, me pierdo en la curva perfecta de tus piernas, en el jardín de tus brazos, en la suavidad de tu espalda, en el ansia de tus pechos. Eres atractiva, seductora, sensual – ¡tan sensual!- y me arrastras a ti, atrayéndome irremediablemente como las sirenas a Ulises. Y, entonces, sólo deseo que el rumbo no cambie, que mi barco acabe en tu isla. Me deleito en el frenesí de los abrazos locos, en el irresistible anhelo de poseerte, de que me poseas, y en la absoluta e irrefrenable necesidad de sentirte desnuda. Me hechizo cuando me dejas llamar a tu puerta húmeda, cuando me requieres, cuando te requiero, en el desenfreno, cuando sólo importamos los dos y no vemos más que el uno al otro.

Te deseo,

y deseo que me desees,

y deseo desearte.

Me cautiva cuando tiemblas, cuando tiemblo, cuando mis dedos y mi boca interpretan armonías en tu piano. Adoro cuando tu cuerpo se tersa con mis caricias, poco a poco, más y más, cuando gimes y cuando, por unos segundos, te elevas al infinito del deleite antes de acurrucarte, rendida, en mi pecho. Son noches en las que hay una luna creciente, amarillenta y enorme, cerca del horizonte. Son noches en las que suenan lentas canciones de Bill Evans.

Son noches en las que la vida es buena.





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