Es bien sabido que Internet y todas las aplicaciones que sobre la red corren – incluida la mayoría de la literatura digitalizada y la digital de las que suele tratar este blog- necesitan de un determinado hardware. A pesar de que el público en general pueda estar entusiasmado por las aplicaciones que ve, por los programas que le presentan textos, imágenes y vídeos, por la inmaterialidad de las redes sociales y de los blogs, la realidad es que todo se fundamenta en que debajo de lo aparente existe una red de aparatos físicos electrónicos interconectados, cada vez más potentes y cada vez más numerosos. El software no puede existir sin el hardware. Es, por así, decirlo como el pensamiento. Pensamos, creamos y nuestra Humanidad genera cerebros de la talla de Shakespeare, Garcilaso, García Márquez, Einstein, Pauli, Rembrandt o Leonardo. Lo más noble de nuestra especie son estas creaciones, este software humano. De acuerdo. Pero todo el acervo cultural es unicamente posible con el hardware que lo permite: el cuerpo, las vísceras, la sangre, el oxígeno transportado por las moléculas de hierro en la sangre, las proteínas, la espina dorsal, la piel, la retina. Y con los residuos que su funcionamiento crea.
Igual ocurre con la red. Sin el hardware que no vemos, nada existiría. No habría e-books digitalizados si no hubiera scanners, memorias RAM, discos duros, microprocesadores, servidores, cables que lo conectan todo y generadores de potencia eléctrica. Si, mañana, desapareciera la electricidad, toda la digitalidad desaparecería en un instante. Los nativos digitales pasarían a ser huérfanos digitales en un segundo.
Por tanto, el mundo digital se fundamenta, sobre todo, en ese no apreciado hardware, incluso podríamos decir que invisible hardware. Porque si es cierto que el friquismo tecnológico aprecia los últimos gadgets de moda (el último teléfono móvil, la tablet de diseño, el laptop ultraligero, la tarjeta flash de alta capacidad, …- por cierto, ¿se dan ustedes cuenta cuántos extranjerismos es necesario escribir al hablar de estas cosas?) casi nadie se percata de la verdadera y enorme cantidad de material electrónico necesario para mantener Internet en pie o para que funcione una red social, para que una web literaria pueda mostrarse, para que las editoriales en línea puedan vender libros digitalizados, para que haya web, o para las tiendas electrónicas puedan suministrar perfumes o cualquier otro artículo. Se trata de millones y millones de ordenadores que hacen de servidores, de millones de discos duros, de millones de módems, de millones de sistemas de back-up de millones de kilómetros de cables, bien sean de fibra óptica, de cobre o submarinos, de satélites de comunicaciones que orbitan la tierra para emitir las señales, de millones de torres de telefonía, de miles de millones de microprocesadores y de las fábricas que los producen, los millones y millones de pantallas, de las muchas minas de silicio o metales semiconductores que hay en el mundo explotando recursos para que el sistema funcione (y no entro aquí en la fiebre de oro y conflictos que generan en muchos países), de las fabricas de reciclado en países en vías de desarrollo con condiciones laborales más que denigrantes, etc, etc. Todo ello, con un consumo energético imponente. Sin todo eso, el e-book no existiría, los debates sobre la red, sobre si la industria editorial está perdiendo el tren, sobre la neutralidad de Internet o sobre si el nuevo Ipad tendrá cámara o no serían una frivolidad.
¿Es sostenible todo ello?
Pienso que, con la tecnología e Internet actuales, es muy difícil. El aumento de hardware necesario es exponencial.
Con el aumento de las redes sociales, por ejemplo, las empresas que las controlan necesitan más y más servidores. Deben asegurar un servicio fiable en términos de servicio “24/7/365”, es decir veinticuatro horas al día durante los siete días de la semana y los trescientos sesenta y cinco días del año. Eso obliga a más y más servidores, más y más back-ups, más y más energía suministrada “24/7/365”, más y más cables y ancho de banda. No es de extrañar, entonces, que, por ejemplo, Facebook haya anunciado que necesita construir un centro de datos, una fábrica (data-centers, server-farms- más extranjerismos), en Prineville, Ohio, por valor de 200 millones de dólares y otra más en Carolina del norte por valor de 450 millones de dólares, sólo para contener hardware. Porque es para eso. La planta de Carolina sólo necesitará 42 empleados. La mayoría del dinero será para hardware y, además, habrá numerosos recursos adicionales públicos ya que el lugar donde se ubicará el centro ha sido seleccionado, obviamente, por las ayudas ofrecidas (menores impuestos, electricidad subvencionada, etc.). Por su parte, Google tiene una veintena de grandes data-centers repartidos por el mundo, amén de otros muchos de menor tamaño. La fábrica (porque debemos llamarlas fábricas) de Dallas, por ejemplo, costó 600 millones de dólares del 2006, ocupa el espacio de dos grandes campos de fútbol y necesita enormes torres de refrigeración para evacuar el calor generado por la enorme potencia eléctrica suministrada a los miles de ordenadores que alberga. La planta en Finlandia requiere 200 millones de euros de inversión. Se estima que sólo Google tiene más de medio millón de servidores con memoria de 2 terabytes cada uno (lo que implica hardware para memorizar 1 millón de teras, o lo que es lo mismo 1 exabyte). Estos ordenadores necesitan una potencia de 20 megavatios que suponen un gasto de dos millones de dólares por mes aún con las ventajosas tarifas eléctricas logradas por gran consumo. Se estima que Facebook paga 50 millones de dólares anuales en electricidad. Microsoft tiene más de medio millón de ordenadores funcionando simultáneamente. Yahoo está construyendo un nuevo data-center por valor de 150 millones de dólares. Apple otro de 1000 millones de dólares en Carolina del Norte. Se están tendiendo nuevos cables transoceánicos capaces de conectar el flujo mundial de datos, nuevos satélites, inmensas redes de fibra óptica.
La liberación de CO2 a la atmósfera es también impresionante, mayor que la de muchas otras actividades. En el 2020, se estima que la computación en la nube requerirá 2 billones métricos de kilovatios-hora, la mitad en los data-centers y la mitad en las redes telefónicas que nos conectan con ellos. lo que ya representará una notable proporción del consumo total mundial. Y la avidez de la Humanidad por Internet va en aumento, con lo que las compañías deben acelerar sus procesos de inversión (data-centers, telefonía, comunicación satelital, fabricación de ordenadores, teléfonos, tabletas, manufactura de todo tipo de cables, de microcircuitos, de electrónica avanzada….), las eléctricas deben suministrar más energía (y ya se asume que la energía nuclear volverá a ser indispensable) y los procesos de reciclado serán inmensos.
Además, está ya apareciendo el problema enorme de la rentabilidad. Supongamos que la tecnología avanza lo suficientemente rápido (y, ¡ojo!, aunque ha avanzado notablemente- en el 2000 se necesitaban 3.5Kwh por Gbyte transmitido mientras que ahora se precisan sólo 0.7 Kwh de media- ahora mismo no lo está haciendo al suficiente ritmo porque el tráfico de datos crece exponencialmente) para que pueda mantenerse la sostenibilidad del sistema. Sin embargo, las modas cambian y esto puede llevar a la quiebra a muchas empresas o a que no pueda gastarse más recursos en la Red.
Un ejemplo:
En años pasados, la popularidad de la Web era evidente. Muchas compañías invirtieron en servidores, en redes de tráfico y en sistemas que permitían “suministrar” al usuario cualquier página web. Todo ese hardware existe y sigue albergando los miles de millones de páginas realizadas. Sin embargo, la moda ha variado. Las páginas web ya no se visitan tanto, pierden popularidad en detrimento de las redes sociales, los blogs o los apps. Sin embargo, esas páginas siguen ahí almacenadas y deben seguir almacenadas. Y eso cuesta una fortuna a las empresas de hosting y cuesta una fortuna a Google o Yahoo garantizar que sean buscadas, investigadas por sus robots algorítmicos, etc. Si se mantiene toda la infraestructura pero no se usa, el resultado es fatídico, insostenible económicamente. Si no se usa, ¿qué se hace con esa infraestructura? ¿Cuánto cuesta quitarla (down-sizing)? ¿Se desguazan con dinero público y quiebran las empresas? ¿Se dejan pudrir como fantasmas del pasado, como esos pueblos deshabitados? De hecho, existen millones de páginas que nadie visita pero que continúan almacenadas, revisadas, consumiendo energía y recursos en la oscuridad de su olvido. ¿Qué ocurre si dentro de dos años cambia la moda y FaceBook o Twitter dejan de ser populares?
Este problema ya está sobre la mesa en las grandes empresas que, primero, deben decidir cómo crecer para llegado el caso ser capaces de retroceder y, segundo, algunas de ellas afrontar un significativo descenso de ventas mientras sus costes de hardware siguen creciendo. La primera impresión es que las compañías no tienen realmente capacidad alguna de adaptarse a la demanda variable. Sólo pueden crecer en una huida ciega hacia adelante. Cualquier down-sizing implica un peligro serio de quiebra.
Y, mientras tanto, el mundo sigue consumiendo una cantidad enorme de recursos de manera acelerada. ¿Es todo esto sostenible?
Interesante , no lo había pensado. Gracias. Saludos!
ResponderEliminarTodo pasará. Interesante de leer esta entrada
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