Está de moda La nube, el almacenar nuestros datos en ordenadores ubicados en no se sabe dónde y a los que se accede a través de Internet para felicidad de las compañías telefónicas. Este concepto de almacenamiento ha suscitado siempre severas dudas sobre la confidencialidad de los datos. No es lo mismo tenerlos en un ordenador propio y privado que duerme en nuestra casa o en nuestra empresa que guardarlos en un ordenador perteneciente a no se sabe quién, en no se sabe dónde y con no se sabe con qué permisos de accesibilidad. Un concepto que, es evidente, facilita el potencial control total de cualquier dato por un Gran Hermano que quisiera hacerlo. Este gran hermano no debería ni molestarse en buscar las informaciones. Las tendría a mano, concentradas en unos pocos servidores.
Como reacción a todo esto - ciertamente algo ingenua, pero original- llega el concepto de Dead Drops un término que se toma prestado de las novelas de espionaje en donde los agentes secretos usaban buzones muertos para dejarse información. La idea, del alemán alemán Aram Bartholl- a mitad de camino entre la tecnología y el arte-, consiste en insertar memorias Flash USB en las paredes por toda la ciudad que puedan ser usadas por cualquier persona. Si usted quiere compartir un archivo sin pasar por la nube, deja su fichero en un USB determinado y su contacto lo toma de ahí. Claro, el gran hermano puede ir también a ese punto pero le será mucho más complicado copiar el contenido de un millón de memorias, distribuidas en una amplia zona, que tomarlo de un único servidor centralizado.
La prueba se ha realizado con 300 memorias repartidas por el mundo, uno de ellos en Barcelona.
Un vídeo ilustrativo en este enlace.
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