23/4/11

San Jordi


Hay flores desdichadas. Yo, antes, no sabía que existían las rosas tristes. Pero las hay y nos acompañan cuando es necesario, cuando el mundo es inhóspito. Las flores tristes no brillan, no desprenden su aroma, su color es opaco, apagado, se recogen entre pétalos curvos y tímidos, haciéndose pequeñas, melancólicas, rotas por el desconsuelo. Así, apenada, estaba la rosa que hoy te llevé y coloqué con ternura junto a ti. Nos consolamos mutuamente, aunque ni ella ni yo queríamos consuelo alguno. El alivio de la aflicción sería como perderte para siempre y eso no lo deseamos. Ni yo, ni las flores. La rosa estaba triste. Como yo. Sin tu mano tomándola de la mía, sin que me sonrieras al recibirla, sin que pudieras verla y colocarla en un búcaro con agua, estaba marchita y sin vida antes de cortarla. Te la he dejado con todo el cariño, como era antes, como siempre será. Es largo el invierno de tu marcha y lo peor es saber que no habrá primavera, que las rosas no volverán a florecer para ti, que no podré cortar una para regalártela a cambio de un libro y un beso. También los libros están tristes hoy. Y los besos. Y los poemas, y los versos, y la luz mortecina de la tarde. Es un hecho que las cosas, los cuerpos, los días, las celebraciones, tienen alma. Tú eras el alma de todo y, sin ti, los libros, las rosas, mis besos, este día, se vacían de todo sentido. Hoy, las rosas están tristes porque te añoran. Yo te añoro con toda mi alma.

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