Atacada por el tiempo y la
lluvia, la placa de bronce es ilegible. En el ayuntamiento no hay registros de cuándo
se colocó el monumento ni quién lo esculpió. A lo mucho, queda constancia de la
factura de una obra que se hizo para reparar el destrozo que unos aficionados
demasiado bebidos hicieron el año en que el equipo de basket de la localidad ganó
el campeonato juvenil. Los niños, por las tardes, juegan a su sombra. Las
palomas descansan sobre la figura y los tarines hacen malabares a su alrededor.
Por la noche, alguna pareja se besa tras la discreción de su silueta. Y, sin
embargo, nadie recuerda quién fue, ni que hizo ni por qué decidieron erigir el
monumento. Se mantiene impasible, desafiando los días, sin saber que el tiempo
ya lo derrotó hace mucho.
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