El día ha sido pesado con problemas en el trabajo. Casi no
he respirado atendiendo a unos y a otros, tomando decisiones, aconsejando
cursos de acción o discutiendo alternativas. Me he marchado a las seis junto a
dos compañeros, debatiendo sobre qué hacer mañana con ese pedido dichoso que no
sale. Me han halagado al decirme que menos mal que tengo experiencia y bemoles
para lidiar con estos problemas.
Vuelvo a casa, enciendo el ordenador y tengo bastantes mails
acumulados. Me preparo un sándwich vegetal mientras los correos van bajando.
Conecto el twitter y el Facebook y veo que la panda ha estado activa hoy. ¿Vendrás
el sábado?, no nos falles- ha escrito Rosa. Sí, iré, me apetece. Paseo
por la costa, cena y varios gin tonics que deberán caer. Tienes que
venir, sin ti la cosa no es igual, qué galante ha sido Teresa. Igual,
hay opciones.
Ya he contestado todas las urgencias y he terminado de
chatear en Facebook. Estaba gracioso Txus esta noche, yo no me he quedado
atrás, lo hemos pasado bien. También los colegas han insistido en que me
acerque el sábado. Hora de ir a la cama.
Apago la luz y, aunque pongo la radio para que el ronroneo de una tertulia
económica me adormezca, no logro conciliar el sueño. Está oscuro, apenas dos reflejos
amarillentos de las farolas lejanas en el cristal. Ni siquiera hay luna. Sé que
la inquietud no es fruto del trabajo ni del cansancio. ¿Me echaría alguien de
menos si no estuviese ya aquí? Lo que no me deja dormir es saber perfectamente cuál es la respuesta.
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