Digital Disconnect: How Capitalism is Turning the Internet Against Democracy, de Robert McChesney, es un estudio que reflexiona sobre la dualidad existente entre la ya aparentemente anticuada utopía de que Internet sirviera para la democratización de la cultura, la información y la sociedad en general y la contundente realidad de que actualmente la red de redes está dominada por unas pocas multinacionales que trabajan en estrecha colaboración con los gobiernos para controlar de manera obsesiva, permanente y asfixiante a la sociedad y a los individuos y, cómo no, para hacer negocios ya que toda esa información recabada y espiada no sólo sirve para controlar sino para ser vendida.
Para McChesney, es el capitalismo el que controla Internet y son sus intereses los que lo hacen evolucionar. La computación en la nube, la monopolización de servidores y redes de transmisión, la casi continua repetición de contenidos informativos con cada vez menos y menos periodistas independientes, la valoración de dicha información en función del tráfico que genera, los favores mutuos entre gobiernos y empresas (tú me dejas espiar, yo te doy contratos), el espejismo de unos bloggers que creen influir en algo, etc. son evidencias de que Internet navega actualmente en contra de la democracia, no a favor. El autor, además, niega que el neo-liberalismo que lo domina vaya en contra del control del Estado y en pro de la libertad de mercado. Al contrario, con Internet, y al contrario que en el pasado, los intereses corporativos de los mercados y los intereses de los gobiernos se han alineado de una manera antes nunca vista y, lo que es peor, en contra de las virtudes democráticas. Monopolio y control, intereses privados, lobbies, perpetuación de los grupos políticos y empresariales en el poder... la antítesis del ideal democrático.
McChesney huye del debate entre apologetas y críticos de la red en el sentido de que la red, en sí misma, puede ser positiva o negativa, democratizadora o regresiva. Al revés, aboga porque la sociedad debe retomar el control del desarrollo de Internet, no ser mera espectadora de cómo evoluciona. No hay que debatir cómo es la red, si es buena o mala, sino trabajar para que sea como se desea que sea (aunque obviamente no queda claro si la sociedad tiene una mayoritaria postura de cómo debe ser).
MacChesney defiende el papel del periodismo tradicional en este objetivo, el cual debe escapar del oligopolio asfixiante actual. Casi todo lo que se lee en Internet es repetición de unas pocas fuentes; en los EEUU, seis compañías controlan el 80% de la información; el periodismo de investigación está en declive; las noticias en Internet se valoran por su corrección política y/o el tráfico que generan y/o su apego a la línea editorial del medio corporativo. Como ejemplo, se cita el poco impacto de WikiLeaks en el público en general aunque sus revelaciones son tan importantes. El autor lo explica por el control de los medios en red (y no en red) que hacen que las informaciones que van en contra de esas corporaciones o gobiernos simplemente desaparezcan. Y, siendo así, es la sociedad la que pierde, la que se aleja de la democracia y de la transparencia, la que se siente feliz y cómoda bajo una dictadura encubierta. Es preciso asimismo huir de la secta tecnológica, aquella que idolatra la tecnología e Internet, asegurando que todo lo que viene de ahí es bueno, creyendo en el fetichismo de la tecnología. No, no lo es. Pero lejos de huir, de renegar de las redes sociales o de Internet, de meterse en una concha de protección, lo que es necesario es todo lo contrario: involucrarse mucho más para controlar democráticamente Internet, arrebatándoselo a aquellos que lo han hecho suyo en contra del bien social.
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