Atrapados en el hielo (Planeta, 2004), de Caroline Alexander es una novela que se sitúa en el baricentro de un triángulo cuyos vértices son la crónica periodística, el álbum de fotos y la crónica de viajes.
Narra la increíble expedición del capitán Shackleton a la Antárdida entre 1914 y 1916. La intención inicial era cruzar a pie, y por primera vez en la historia, todo el continente helado pero los expedicionarios no pudieron siquiera llegar a tierra. A unos cien kilómetros del punto de desembarco, el 18 de enero de 1915, en pleno mar de Weddell, su buque, el Endurance, quedó atrapado por los hielos y arrastrado en la corriente circular que mueve todo ese mar y sus hielos, alejándolos del continente paralelamente a la Península Antártica hasta que el 21 de noviembre de 1915, diez meses después, el buque se hundió aplastado por la fuerza de los hielos en movimiento. Viajaron entonces sobre un gran témpano hasta que, moviéndose hacia el norte, este comenzó a derretirse. Entonces, el 9 de abril de 1916, los hombres debieron tomar los botes y navegar, sólo con un sextante y una brújula, sin muchas provisiones, hasta la isla del Elefante a donde llegaron a salvo tras cinco días en que navegaron 550 km . Por fin, un pequeño grupo de seis hombres, encabezados por el propio Shackleton y el capitán del Endurance, Worsley, partió en un bote - nuevamente con el sextante y entre marejadas tormentosas- para navegar los 1300 km que les separaban de los puertos balleneros de las islas Georgia del Sur. Contra toda probabilidad, quince días después, llegaron a salvo. Era el 20 de mayo de 1916. Cuatro meses después se rescataba a los que permanecían en la isla Elefante. Ningún muerto en una de las más apasionantes aventuras.
El libro tiene la inmediatez de estar basado en los diarios y memorias reales de los protagonistas. Alexander hace un retrato, breve pero eficaz, de la personalidad de cada hombre, de sus afinidades y sus rencillas, de su sacrificio, en una narración ágil, lírica en ocasiones, sin dejar lugar al tremendismo y que se lee de un tirón. La autora se limita a escribir la crónica de lo sucedido, no extrapola ni opina.
Parte sustancial del libro son las fotografías que pueblan las páginas de la obra. Tomadas por uno de los expedicionarios, el australiano Frank Hurley, son espectaculares e impactantes. En el texto se dice que Hurley tomó instantáneas en color pero en el libro todas estas impresas en blanco y negro. Fotos realizadas en placas de vidrio que el fotógrafo arrastró y cuido por medio del océano.
La propia búsqueda de la tripulación ya llama a la odisea. Como al inicio del libro se recoge, Shackleton puso un anuncio en el periódico (hoy ya célebre), con este escueto texto:
Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Mucho frío. Largos meses de completa oscuridad, mucho peligro. No se asegura retorno con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito”.
Este anuncio recibió más de 5.000 respuestas.
El final del libro retrata bien la grandeza y ruindad simultáneas del ser humano. Cuando Shackleton llega a las Georgias del Sur su máxima preocupación es rescatar a los compañeros dejados en la isla Elefante, llegar a Inglaterra y que todos reciban los honores de tan alta empresa. Pero el mundo está en guerra. La Primera Guerra Mundial desangra a los países y los héroes muertos se cuentan por millones. Al capitán inglés le cuesta cuatro meses que le presten un barco lo suficientemente potente para rescatar a sus colegas porque el mundo necesita los buques para el esfuerzo bélico. Y, cuando regresan por fin, las terribles batallas en los campos franceses y en el frente ruso eclipsan por completo la hazaña que habían realizado. Importaba más ensalzar a los que llevaban a morir a las trincheras que a los que se salvaba con tenacidad y compañerismo.
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