La
Legión perdida (Planeta, 2016), de Santiago Posteguillo, es la novela
que cierra la trilogía del autor sobre el emperador romano Trajano. Más de mil
páginas, en una trama que salta continua y ágilmente entre cuatro imperios (el
parto, el romano, el chino y el kushan), dos épocas (el sigo antes de Cristo y el siglo II de nuestra era),
tres continentes, la historia documentada y las hipótesis no probadas, así como
entre varias historias interrelacionadas. Posteguillo aprovecha muchos de los
capítulos para describir la vida y las
costumbres de los cuatro reinos.
Capítulos
muy cortos, muy dinámicos, casi escritos como crónica periodística, que informan
sobre batallas, contubernios, amoríos, intrigas, ingeniería militar, corrupciones
y confabulaciones políticas. Gran énfasis en los diálogos. Aunque los saltos temporales y narrativos son
constantes, el lector queda enganchado rápidamente porque La Legión
perdida se hace muy fácil de leer, por la vertiginosa acción y la
novedad casi continua de cada página, al variar tanto los escenarios y las acciones. Posteguillo dosifica bien la terminación de cada capítulo para que deseemos saber qué ocurre después. Aunque la
novela está bien documentada (la prueba de ello son los amplios apéndices
finales), no pienso que sea el rigor histórico el objetivo de la misma. Para
empezar, el hilo conductor, “la legión perdida”, la legión de Craso supuestamente
hecha prisionera por los partos y llevada al este a luchar contra los chinos, es
un elemento no probado y tampoco original pues ya se ha tratado en trabajos
anteriores de una manera u otra, desde Manfredi hasta Ben Kane . Pero,
realmente, esto no importa porque el lector no desea leer un ensayo histórico
sino dejarse atrapar en una historia de aventuras de las de toda la vida, de
ritmo trepidante. El autor hace su propia selección de héroes (Trajano, Quieto,
Marcio, …) y villanos (Adriano- en
contra de la imagen literaria que Yourcenar nos había transmitido- , Osroes,..)
en la más pura tradición de las aventuras clásicas, porque, además, los malos son malos de
verdad.
Amena.
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