Hizo un gesto con la mano y el camarero se acercó solícito.
- Otro café, por favor – pidió Nora.
El café Visconti era donde siempre se encontraba con Julia. Estaba decorado con fotos de películas en blanco y negro, carteles de éxitos cinematográficos de los cincuenta y todo tipo de chismes que alguna vez estuvieron en una sala, desde un proyector de cinemascope a una linterna de acomodador de los años cuarenta. Al fondo, había un recoveco con una mesita, el lugar idóneo para contarse sus cosas cada trimestre sin tener los oídos de los demás pegados a sus espaldas.
- Entonces, ¿sigues con Fernando? – Nora acercó la taza a sus labios pero no llegó a beber. Se conformó con oler el aroma del café recién hecho.
- Sí, no es que nos veamos mucho, la verdad, pero podemos decir que seguimos juntos. Hoy va a ser uno de esos raros días en que lo hagamos. Luego, vendrá a recogerme para ir a cenar.
- No se te ve muy entusiasmada….
- Estamos bien. Ya sabes, cada uno a su rollo, con su trabajo… la distancia tampoco ayuda… - Julia parecía buscar cómo disculparse de algo que ni ella sabía qué era.
- Anda ya, cuando estás con el seso sorbido, ya puedes estar en Tasmania que encontrarás un momento para estar junto a la persona que quieres. – afirmó Nora con rotundidad.
- No es tan fácil.
- A mí no me entra en la cabeza compartir la vida con alguien sin poder acariciarle todos los días.
- ¡Buenas estarías tú para ser la mujer de un pescador que hace la campaña del atún en Islandia! – bromeó Julia.
- ¿De veras que no tienes necesidad de él? O él de ti, que tanto da.
- No somos tan pegajosos. Estamos bien, eso es todo, cada uno en su casa; juntos pero no revueltos que suele decirse.
- Ya, ya veo – ahora Nora sí bebió del café y se demoró en volver a dejar la taza sobre el platillo.
- ¿Qué ves? Reconozco tu tono irónico a una milla. – Julia miró hacia abajo
- Pues eso, que estás muy enamorada. – lo dijo medio riéndose.
- Hace mucho tiempo que estas sola, Nora – Julia la miró a los ojos -, la pasión es flor de un día, desaparece en seis meses.
- Ya, ya veo – repitió con la misma ironía.
- Además, si hay algo que me sobra en estos momentos, es que me juzguen. ¿Mi vida es mía, no?
- Claro, cariño – Nora la miró con ternura- y por eso me duele que la desperdicies, porque no tienes otra. Me duele que te engañes; que sigas viviendo algo que no quieres vivir, al menos que no te vuelve loca; …. ¿Qué temes?
- Nada…
- ¿Hacerle daño? – preguntó Nora.
- Bueno, desde luego, él no merece que le mande a paseo.
- ¿Y tú? ¿Qué mereces tú?
- Joder, Nora, ¡Y yo qué sé! – Julia se giró hacia el lado sobre la silla.
Un taxi aparcó junto al café. Desde donde se encontraban, vieron que era Fernando quien llegaba, puntual como siempre lo había sido. Nora le escrutó con rapidez.
- Ha engordado. Y le veo más viejo – dijo.
- Es que somos más viejos. Tú también, pochola.
- ¿Estás segura de que quieres esto? – al tiempo que se levantaban, Nora le tomó las manos y se las apretó con fuerza.
Julia no contestó. Unos segundos después, Fernando las alcanzó.
- Hola Nora, me imaginaba que estarías aquí. Vuestra cafetería preferida, ¿no?
- Hola, Fernando. ¿Qué tal? – le estampó dos besos en las mejillas- Hacía tiempo que no te veía.
- El trabajo, ya sabes. Ando bastante liado, me han cambiado de departamento y ando algo perdido.
- Sí, Julia ya me lo ha contado – mintió Nora. – Bueno, al menos hoy podéis cenar juntos.
- Sí, exacto. – se volvió hacia Julia- Deberíamos apresurarnos. He reservado cena en La Góndola a las ocho.
- Vale, voy a pagar y nos vamos- Julia echó mano del monedero.
- Ya pago yo – Fernando hizo ademán de llamar al camarero.
- Ni se te ocurra. El café de las chicas lo pagan las chicas. – y Julia se alejó unos metros para pedir la cuenta en la barra.
Nora y Fernando se quedaron mirándose el uno al otro sin saber qué decirse. Al cabo, era Julia su único lazo de unión entre ellos.
- Julia es mi mejor amiga – dijo, de pronto, Nora.
- Lo sé. ¿Por qué lo dices?
- Porque quiero que sea feliz.
- ¿Te ha dicho que no lo es? – preguntó él con sincero interés.
- Sabes que nunca lo haría…. Pero, de veras, Fernando…. Los tres sabemos qué lo vuestro se acabó hace mucho, que no os necesitáis cada día…. ¿Por qué esta farsa?
Fernando calló unos segundos y sólo cuando vio que Julia estaba ya regresando, musitó:
- Porque la soledad es peor.