El verano acababa de comenzar y era cálido. Nos escapamos. Tomamos
día y medio de vacaciones en el trabajo para, simplemente, compartir el pasar del tiempo. Deseabas
ir a la playa, así que condujimos toda la tarde para llegar a la costa. Muchas
horas de coche pero eso también era bueno porque estábamos juntos. Recuerdo que
hice todo el trayecto con una mano entrelazada en la tuya, conduciendo con la
otra. Nos perdimos buscando el hotel y un parking diseñado para mini coches nos
hizo llegar muy tarde. Cenamos unos sándwiches en la habitación y nos dormimos
abrazados, desnudos, yo sintiendo tu pecho en mi espalda, tu brazo alrededor de
mí. Por la mañana estabas hermosa, con una leve camiseta verde de mercadillo
que sobre ti parecía de alta costura, tu pelo cortito, una falda ligera y unas
gafas de sol. Alquilamos una sombrilla y nos bañamos juntos entre mimos
acuáticos. Fue dulce sentir tu piel, nadar besando, mis manos, recorriendo tu
cuerpo, ocultas de las miradas curiosas por el mar. Las horas pasaron veloces,
indiferentes a que deseábamos detener el tiempo para siempre. Por la tarde,
comimos en un buffet de carretera, mientras regresábamos. Te amaba. Me amabas
mucho. No recuerdo si fue consciente en aquel instante del amor infinito que me regalabas
pero ahora lo soy cuando veo cómo me mirabas en las fotos que conservo de aquel
día.
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