El hipertexto constituye uno de los pilares básicos de la literatura digital tal como la conocemos hoy en día. Podemos definir un hipertexto como un conjunto de textos no ligados directamente entre los que es posible saltar mediante el uso de algún artefacto técnico. Esta definición no obliga a que este dispositivo sea digital pero es evidente que ha sido la informática la que ha hecho posible que estos saltos de aquí para allá, a voluntad del lector, sean rápidos y eficaces.
Un corolario directo de este concepto hipertextual es que se pierde la linealidad del relato. Tampoco la no linealidad es algo exclusivo de la digitalidad y existe en obras convencionales publicadas en papel. Baste citar las obras académicas, como enciclopedias o vademecums, las informativas como los periódicos o las literarias como algunas obras de Borges, Cortazar, Nietzche, Calvino o muchos otros. Pero, igualmente, es la informática la que hace posible una falta de linealidad masiva en el discurso. Y la que garantiza al lector una libertad mayor en romper el orden de la lectura. La hipertextualidad, realmente, no añade en sí misma nada nuevo al discurso conceptual narrativo, pero brinda un medio y un soporte avanzado para materializarlo.
Puede afirmarse que, hoy en día, la hipertextualidad en el ámbito literario es un aspecto más formal que de fondo. La literatura digital es, o debe ser, ante todo literatura y sólo, después digital. Un texto aburrido, que no emocione, que no invite a pensar o a soñar, dará lo mismo que esté escrito sobre soporte convencional o sobre soporte digital; que permita una lectura multilineal o unilineal. Aburrirá en cualquier caso. En palabras de Tosca (A pragmatic of Links, 2000) el poder del hipertexto estará en la capacidad lírica de sus vínculos. Si esos enlaces, esos vínculos, esos saltos aportan a la historia y generan nuevas perspectivas para el lector, serán válidos. Si no, serán intentos fallidos y tecnológicamente vacuos.
En muchas ocasiones, demasiadas, la literatura digital se fundamenta en crear una serie enorme de enlaces de manera que se garantice que el lector se pierda en la telaraña de vínculos y se asegure que no encuentre el hilo conductor pensado por el autor. Algunos defienden esta aproximación afirmando que es democrática (en el sentido de que da al lector tanto poder como al autor), que es creadora (en el sentido de que es el propio lector el que, a través de sus muchos saltos anárquicos, crea una nueva novela cada vez) o que es enriquecedora (en el sentido de que los enlaces a informaciones complementarias enriquecen la lectura y el contexto). En todo ello hay parte de razón pero no es también menos cierto que, en general, le lector se aburre. La capacidad de sorprender de los vínculos y de los saltos se termina pronto. El lector quiere algo más que un “seguir”, “retornar”, “abrir la puerta”, “ver qué piensa Anselmo” o un enlace hacia lo desconocido. Quiere, por el contrario, saber qué implican esos enlaces. Quiere profundizar en el por qué de una elección u otra en la mente del personaje. Quiere penetrar en el dilema, en la incertidumbre, en el conflicto de los personajes. La incertidumbre de elegir uno u otro enlace por el simple efecto de elegir no tiene más emoción que la que puede ocurrir al jugar a la lotería primitiva. El auténtico valor de un enlace hipertextual debe estar justo en lo que no es el salto propiamente dicho sino en lo que tal vínculo significa para los caracteres y la trama. Por ello ocurre que, casi siempre, el uso – mal uso y abuso – del hiperenlace es más una tara que un recurso creativo positivo. Se tienen miles de tramas aburridas y quizá ninguna atrayente (appealing, compelling story) . Por así decirlo se confunde el vehículo transmisor el mensaje. Este deja de ser importante para que las obras se centren en el laberinto del medio hipertextual. Una catedral monumental de vínculos que no alberga espiritualidad alguna.
Usado de esta mala manera, el hipertexto tienen algunos efectos indeseables como:
- El lector se desorienta y no obtiene ninguna satisfacción de esa pérdida de rumbo.
- Los lectores ojean las obras, no las leen. Y, muchas veces, con la curiosidad del aburrimiento, no con la pasión de la lectura.
- El lector vuelve a vínculos por los que ya había pasado. En algunos casos, esto es especialmente molesto porque algunos enlaces han sido utilizados en demasía al crear la obra (link overbooking). El usuario se aburre y se pregunta si se trata de ir en círculos repetitivos.
- El número de enlaces puede llegar a abrumar al lector que desiste de continuar el camino del mismo modo que se abandona un sudoku excesivamente complicado. Bromeando, del mismo modo que el sudoku más complicado – y más aburrido- es aquel que tiene todas sus casillas en blanco (y, por tanto, permite un número absurdamente amplio de combinaciones), el hipertexto digital más complicado – y aburrido- será aquel que tenga un absurdamente gran número de enlaces.
- Los lectores no buscan esta multilinealidad. Gee, en The Ergonomics of Hypertext Narrative: Usability Testing as a Tool for Evaluating and Redesign, 2001, realizó experiencias sobre la respuesta de los lectores a los hipertextos encontrando que, para bien o para mal, la gran mayoría de nosotros buscamos un inicio y un final, quizá porque nuestra propia biología los tenga. También halló que la inmensa masa de lectores no desea ser coautor de las obras sino receptor de las mismas. Y estas tendencias naturales tienen un importante efecto práctico. Casi nadie se muestra dispuesto a pagar la misma cantidad de dinero por un hipertexto digital que por un libro impreso.
- El autor puede esperar que la obra sea interesante, y el lector quede interesado, por el artefacto digital construido y no por lo que contiene. Lo cual, generalmente, es un error profundo.
¿Habría que renunciar al hipertexto? ¿Habría que volver a defender la linealidad clásica?
Pienso que ello sería mover el péndulo al otro extremo. Lo que se precisa es, primeramente, no divinizar la literatura digital por su carácter novedoso o alineal. Eso hace un flaco favor a su futuro. Al contrario, hay que exigir:
- Calidad literaria por encima de todo. En ocasiones, a esta premisa se le hace la crítica de que, para pedir calidad, habría primero que definir qué es la calidad literaria o, incluso, que es lo que hace a algo literario o no. Seguramente hay un amplio campo de investigación teórica al respecto pero se me antoja que es un debate estéril. Del mismo modo que es casi imposible definir el amor pero todos lo reconocemos al encontrarlo, será muy complicado definir que es la literatura digital de calidad pero seguro que la reconoceremos cuando aparezca. Y, ello, enmarcado en la democratización que la digitalidad pretende. Porque siempre habrá alguien al que le guste algo. Se trata de que guste, que emocione, que impacte en un significativo número de individuos. Si Shakespeare gustara sólo a diez personas o lo leyeran sólo sus descendientes y amigos (“su blog”) no sería uno de los maestros universales.
- Búsqueda de un modo de hacer hipertexto que realmente aporte. Que cree y añada, no que embrolle y confunda.
La idea del hipertexto adaptativo viene a cubrir este punto.
Si, como hemos analizado anteriormente, la multilinealidad masiva y no controlada tiene más problemas que beneficios, será preciso crear una red de hipertextos que no sean aleatorios, que dejen al lector usar sólo aquellos vínculos que realmente generan unas historias atractivas. Que, ciertamente, no tienen porqué ser unilineales y únicas pero que, desde luego, no son libres y multitudinarias. Debe crearse una red controlada, no laberíntica, diseñada por la mente del autor para que el lector sienta placer literario a medida que avanza por los caminos. Que no son todos los posiblemente existentes sino sólo aquellos que le van a emocionar.
Ser capaz de diseñar ese hipertexto interesante partiendo de cero puede ser tan complejo que, de hecho, no se ha logrado. No tenemos aún entre nosotros Cervantes o Goethes digitales. Pero la tecnología puede ayudar.
Podemos concebir un sistema informático que elija por nosotros aquellos enlaces- de entre todos los posibles- que nos conducen a la línea narrativa más interesante. Una especie de sistema experto que, en función de lo que el lector particular ha leído ya y en función de la base de conocimientos de todos los vínculos posibles, nos guiara hacia lo que nos interesa en realidad. O sea, un hipertexto adaptativo que se reconfigure dinámicamente en función de lo que ha pasado ya, de lo que el lector ha mostrado que le interesa y de lo que falta por leer. El ordenador, entonces, no deja que el lector se aburra explorando caminos que son poco interesantes o no conducen a ninguna parte sino que le expone sólo a aquellos recorridos que realmente merecen la pena.
En el fondo de esta idea, hay un resurgimiento de la linealidad ya que, bajo una multilinealidad en el interface, una mano divina (el autor) está guiando nuestros pasos. Y la libertad del lector, aparentemente total, no lo es tanto sino que está delimitada por los cauces del creador literario. El sistema vela para que el lector “no se pierda” y enlace a lugares que son cercanos –en términos de trama narrativa, no de localización- a lo que estaba leyendo en ese momento, sin saltos en el vacío y construyendo siempre la pendiente que lleva al clímax de la obra.
Un programa de tal tipo mostraría primordialmente todas aquellas ramificaciones que son relevantes para la narración mientras que ocultaría aquellas que no lo son.
Un hipertexto adaptativo supone, además, dar un paso más en el concepto ya que los enlaces de hoy en día son enlaces pasivos en el sentido de que, en su mayoría, dirigen el salto a otro punto predeterminado que es siempre el mismo. Un enlace adaptativo podría variar su objetivo en función de lo que ya se ha leído. El fenómeno usual, antes citado, de entrar en circularidad cuando el lector se encuentra que vuelve a llegar a un nodo por donde ya pasó anteriormente, no se daría con el hipertexto adaptativo. El programa reconocería que el usuario ya había pasado por allá y le dirigiría a otros lugares desconocidos e interesantes.
El hipertexto adaptativo literario es un concepto mucho más fácil de pensar que de llevar a la práctica. De hecho, no existen obras que desarrollen esta posibilidad suficientemente. Sí se están logrando aplicaciones funcionales en el ámbito científico.
A pesar de su dificultad, posiblemente, es el futuro real del hipertexto literario.
no sé a dónde nos podría llevar un hipertexto "inteligente" pero seguro que más allá que el actual que tiene tantas limitaciones creativas
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