6/9/09

El espejo




Aún no había amanecido y apenas habíamos dormido unas pocas horas. No teníamos tiempo para hacerlo porque la urgencia de las caricias y de los abrazos era mayor que el cansancio. Me desperté al sentir que te movías. Me encontré a mí mismo engarzado a tu espalda y a tus pechos, en la misma y exacta posición en la que el sueño me había vencido. Ese era justamente el lugar preciso en donde estaba mi edén y moverse un milímetro hubiera sido casi pecado mortal. Fuiste a por un poco de agua. Llevabas puesta encima sólo la parte de arriba del pijama y la silueta de tus piernas resultaba tentadora. Cuando regresaste un minuto después yo ya estaba penando de añoranza por abrazarte nuevamente bajo las sábanas. Me refugié en ti, trencé mis piernas entre las tuyas, y te besé entre la vaporosa luminiscencia que la tenue luz de una farola filtraba en la habitación. Me sonreíste y me dijiste que amar te sentaba bien. Te pregunté el porqué y me contestaste que te habías visto bella en el espejo. Lo estabas, de verdad que lo estabas, y me sentí el hombre más dichoso del cosmos. No tuve tiempo de dormir más porque el hechizo de tu ser me envolvió de anhelos y sólo pude dejar transcurrir el tiempo mientras recorría una y otra vez, cautivado, el perfil de tu cara .






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