30/10/09

Nuevos lectores


Barnes & Noble ha comprado el sitio FictionWise que es uno de los mayores distribuidores de libros digitalizados. Lo novedoso del asunto es que también comercializa el lector digital, el eBookwise, que es muy sencillo y más barato que el resto (del orden de los 100 euros) y que además visualiza un amplio abanico de formatos de codificación sin proteger de modo que, a diferencia de la estrategia de Amazon que propone formatos propietarios, este lector puede ser más flexible.

Por otro lado, la cadena de librerías norteamericana propone también
Nook que es un nuevo lector de libros electrónicos que pretende competir al Kindle. Tiene características atractivas que lo diferencian de sus competidores. Para empezar, permite prestar libros a otras personas durante un par de semanas y tiene una pequeña pantalla táctil en color en la parte inferior que sirve para manejar los menús sin la insufrible espera de refresco que necesita la e-ink.Además hay que citar otras características interesantes: Soporte de ePub, PDF y otros formatos abiertos de libro electrónico, posibilidad de leer libros enteros gratuitamente cuando se usa dentro de una tienda Barnes & Noble, posibilidad de leer libros de nuestra conexión no descargados en el dispositivo cuando se está fuera de EE.UU. y a través de una conexión WiFi (aunque para comprar hace falta estar en USA)

28/10/09

Impiedad turística


Era una visita obligada para cualquier visitante de Pekín. El Pearl Market se alza bullicioso frente a la puerta este del Templo del Cielo del que le separa tan sólo una ruidosa y concurrida avenida de seis carriles atestados de vehículos de todo tipo. Llevaba en su bolsillo una larga lista de peticiones. Amigos, familiares y conocidos aprovechaban cada uno de sus viajes para encargarle todo tipo de cosas, desde ropa hasta cachivaches electrónicos. Entró y, por un rato, deambuló por los pasillos mientras decenas de vendedoras le agarraban de los brazos y le ofrecían todo tipo de artículos. Fingió no estar interesado pero bien sabían las tenderas que acabaría comprando. Al cabo, se trataba de una coreografía bien orquestada en donde turistas y nativos cumplían a la perfección con su papel. El extranjero debía regatear durante al menos cinco minutos. La dueña del garito hacerse la dura durante el mismo tiempo para, al final, llegar a un acuerdo que siempre era tres veces menos que el precio de salida original. Sí, alguien podría pensar que todo sería mucho más rápido si se acordara el importe al que ineludiblemente debía llegarse nada más empezar pero, si tal hecho ocurriera, el mercado dejaría de tener su encanto.

Tomó el listado. Camisas. En todos los puestos se mostraban las mismas, de modo que la habilidad se hallaba en encontrar la vendedora más atractiva o la que estuviera más despistada para poderle bajar algo más el precio. Setenta euros en España. Con doce se empezó la puja. Tras varios simulacros de marcharse, finalmente contrató el pedido por cuatro euros por camisa. A punto estuvo de aceptar cuatro y medio – al fin y al cabo, qué mas le daban a él cincuenta centavos más o menos- pero su profesionalidad de comprador experto le hizo afinar la negociación. Repitió el proceso con un par de reproductores de vídeo, unos palos de golf, un collar de perlas que la encargada del establecimiento se emperró en probar que eran auténticas raspando con una navajita el nácar que las cubría, un abanico enorme con el que más tarde tendría problemas para hacerlo entrar en la maleta, una careta de colores que sirvió, más tarde para una fiesta de carnaval, y un pijama de seda que otra vendedora- esta vez, una oronda y chillona mujer- se empeñó en hacerle saber que era auténtica seda quemando algunos hilillos con un mechero. Continuó con otro montón de regalitos no previstos que se hizo a sí mismo. Un día era un día.

Se detuvo cuando ya no podía llevar más bolsas en sus manos. Repasó la lista y vio que estaba todo. Era consciente de que no necesitaba nada de aquello. Ni él ni sus amigos. Pero, lo cierto es que estaba satisfecho. Había gastado trescientos euros en cosas que acabarían perdidas por anaqueles y cajones en menos de un mes, pero no podía perder la oportunidad. Todo aquello le hubiese costado en Europa al menos el triple.

Salió. Estaba anocheciendo y los taxis se movían frenéticos de un lado para otro sin respetar las paradas oficiales. A esa hora, las reglas cambian y los taxistas aprovechan la desolación de los turistas abandonados en la noche pequinesa para dejarse querer al mejor postor. Los viajes, de pronto, cuestan el doble y la negociación es como la del mercado pero justo a la inversa.

Se armó de paciencia. Llegaría alguno, tarde o temprano, que le llevara al hotel.


Fue, entonces, cuando se le acercó aquella muchacha con un bebé entre sus brazos. Era muy jovencita, casi una niña. Por gestos, le dio a entender que tenía hambre. La criatura lo corroboraba lloriqueando. Iba vestida dignamente aunque sus zapatos demostraban que decía la verdad. Le pidió dinero en chino. Él no entendió las palabras pero sí la expresión de congoja de una madre que debe alimentar a su hijo. Al cabo, la súplica de un ser humano es universal. Se tentó en los bolsillos y sacó unos billetes. Eran todos de diez yuanes para arriba. Demasiado dinero para darlos como limosna. Y lo que era seguro que es no iba a pedirle el cambio a la indigente. Volvió a introducir el dinero en su bolsillo e hizo un gesto a la chica para que le dejara en paz. Mas la muchacha, hambrienta, no se marchaba y seguía mendigando, hablándole en chino, excitada, alarmada, casi gimiendo.

Por un instante, le vino a la mente el dinero que había derrochado en el mercadillo. Fue sólo un instante. Una debilidad sensiblera. Miró para otro lado y comprobó que el dicho de ojos que no ven, corazón que no sufre era tan real como el mundo. Decidió ignorar a la chica y al bebé que lloraba. Se cansarían. Lo cierto es que le hubiera gustado darle medio yuan, o uno incluso. No era un desalmado. Pero no tenía cambio y con diez podía comprar otro regalo en el aeropuerto. Tampoco era cosa de tirar el dinero, que bien costaba ganarlo. Lo sentía, qué se le iba a hacer. Él no podía solucionar las miserias del mundo.

Por fin la mujer se alejó y repitió la súplica con otros turistas, todos cargados de regalos, obteniendo la misma respuesta. El bebé lloraba cada vez más. Con un yuan podría haberle dado un biberón.

Un taxi paró y montó en él. Le costó entrar, con tantas bolsas como llevaba. No miró atrás. Tres días después, sus amigos le agradecían los presentes y alababan lo dadivoso y buena persona que era.


26/10/09

El hombre es un gran faisán en el mundo

Vaya por delante que no había oído hablar ni leído nada de Herta Müller hasta que le ha sido concedido el Premio Nobel de Literatura. Abordo, por tanto, la lectura de esta escritora desde la más absoluta ignorancia de su obra y de sus circunstancias. Algo más sé de la Rumania de hoy ya que la he podido visitar en varias ocasiones.

Cuando uno lee El hombre es un gran faisán en el mundo (Siruela, 2007) lo primero que le viene a la cabeza es el impresionismo. Porque, en mi opinión, es como una de esas obras de Monet o los lienzos de Seurat, en donde cada pincelada es breve, concisa, diminuta y casi no dice nada pero que, al combinarse con otros miles de pinceladas, muestra una visión precisa y perfecta del mundo que nos rodea y de la impresión que el mismo nos produce. A través de frases extremadamente breves, usando continuamente la elipsis entre ellas, con un lenguaje descarnado, agónico en ocasiones, casi científico en su precisión, en tiempo presente, en tercera persona, con un lenguaje ordinario, grosero incluso, sencillo, usando leit motivs…. la autora describe el mundo de miseria de la comunidad de origen alemán en la Rumania de Ceaucecu que puede ser el universo de pobreza de cualquier parte del mundo. La novela narra las vicisitudes de la familia del molinero Windisch a través de flashes de la vida cotidiana, de la barbarie y la superchería a las que conducen la miseria y la incultura, del machismo, de los sueños y premoniciones, de la muerte, de la corrupción, del alcoholismo, del hacer lo que sea para huir del destino. Y también del clima opresivo y degradante de la dictadura rumana en tiempos de Ceaucescu, aunque apenas se hable de política en el libro. Se trata de una sucesión de pinceladas, de diapositivas, de flashes, pero tan bien colocados unos detrás de otros y de manera tan pausada y exacta que el lector es capaz de reconstruir en su mente un escenario completo, una historia continua y un sentimiento certero del mundo descrito. Una auténtica labor de arquitectura del idioma en donde cada viga, cada columna, cada ladrillo – aparentemente sencillos- encajan perfectamente en el edificio. Desde este punto de vista, es cierto que la prosa de Müller se asemeja a prosa poética porque dispara la imaginación y evoca sensaciones con pocas palabras. Sobre todo, porque en ocasiones y entre el mar de lenguaje ordinario, Müller pinta párrafos de auténtico lirismo.El final es quizá lo menos sólido porque da a entender que el dinero lo soluciona todo y que la cultura y los modales se compran. Es una novela breve. No puede ser de otra manera porque esta forma de narrar en base a imágenes encadenadas abrumaría si su extensión fuese larga.

Para entender el título hay que saber que, en rumano, el faisán tiene una connotación distinta a la que se le da en el idioma español. Mientras que para nosotros, un faisán es un animal soberbio, arrogante, que se pavonea de orgullo, en rumano llama a la idea del hombre perdedor que en realidad no tiene nada detrás de su fachada. Un animal que, como saben los cazadores, es presa fácil porque no vuela, porque no puede escapar.

La transformación de los hábitos de lectura y escritura


Es indudable que la “digitalidad” y el ordenador están suponiendo un cambio en la forma de escribir y leer. En la de escribir es evidente por cuanto que las máquinas de escribir han prácticamente desaparecido. Para analizar esta situación, el próximo miércoles, 28 de octubre, en el Salón de Actos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de Madrid, tendrá lugar la jornada "La transformación de los hábitos de lectura y escritura", organizada por ANELE. He aquí el programa:


10:00-10:45 Primera conferencia inaugural – Los retos de la edición digital por Sara Lloyd. Directora de Contenidos Digitales de la Editorial Pan MacMillan y autora del blog “The Digitalist”


10:45-11:30 Segunda conferencia inaugural – La digitalización del libro por Peter Brantley. Director de Contenidos y Acceso Digital de Internet Archive. Anteriormente fue el Director de la Federación de Bibliotecas Digitales de los Estados Unidos.


12:00-14:00 Mesa redonda – Escuela 2.0 Digitalización de las aulas con Carles Sigalés. Director de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC y Eduardo Picón de la Facultad de Filosofía. Universidad de Santiago de Compostela.


15:30-17:30 Mesa redonda – Transformación de los hábitos de lectura y los nuevos accesos al conocimiento y a la información por Tíscar Lara. Profesora de Periodismo en la Universidad Carlos III de Madrid. Vicedecana de Cultural Digital de la Escuela de Organización Industrial (EOI); Juan Valera, periodista y experto en medios digitales. Actualmente forma parte del portal del información online Soitu; Mireia Manresa, profesora asociada del Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Universidad Autónoma de Barcelona.


17:30-18:15 Conferencia de clausura – La Generación Einstein por Jeroen Boschma, autor del libro “Generación Einstein”.



Google Editions


Durante la pasada edición de la feria del libro de Frankfurt, Google anunció la próxima aparición – en el 2010- de Google Editions, una plataforma de venta de e-books que tiene algunas diferencias significativas respecto a las que hoy en día conocemos. En primer lugar, las descargas de libros digitales serán independientes del lector. Así como, por ejemplo, los libros comprados en Amazon sólo pueden leerse en el Kindle o en el IPhone, los que se descarguen desde Google Editions podrán ser visualizados en cualquier lector. Además, serán accesibles por cualquier navegador, esté este en un lector digital, en un teléfono o en un ordenador. También podrán ser leídos sin conexión a la red una vez que han sido descargados. Por último, supone también un cambio de concepto porque Google Editions actuará sólo como distribuidor pero serán los propios editores los que colgarán en la plataforma – o no- los libros que deseen comercializar a su través. Google anuncia que el lanzamiento se hará un medio millón de títulos aproximadamente. Falta saber a qué precio se podrán descargar la sobras, asunto clave en esta porpuesta.


Consulta sobre Internet

La Comisión Europea (CE) ha iniciado una consulta al público en general para recabar ideas sobre cómo hacer crecer el mercado en Internet a nivel comunitario de contenidos artísticos, como pueden ser los libros, las películas, los discos de música, o los videojuegos. En su declaración, la CE pretende analizar cómo afectan las regulaciones naciones a la distribución digital de contenidos o a cualquier aspecto que puede suponer un impedimento para la creatividad. En cualquier caso, ya indican que las descargas ilegales “a gran escala” representan una amenaza para el desarrollo de un mercado digital rentable. ¿Significa esto que las descargas a pequeña escala pueden ser consentidas? Asimismo, pretende fomentar una legislación a escala comunitaria que facilite el uso de contenidos y genere competencia.

Cualquier persona o institución puede remitir sus comentarios sus opiniones antes del 5 de enero de 2010. Las aportaciones deben ser remitidas vía correo electrónico a (
avpolicy@ec.europa.eu o markt-d1@ec.europa.eu).

21/10/09

Café y cigarrillo




Pedimos que nos sirvieran los cafés afuera, ante la extrañeza del camarero. El patio se asomaba a la plazuela a través de un portón que permanecía abierto, enmarcando con su arco de medio punto un cielo punteado de luceros. Dentro, un pequeño jardín con un césped cuidado con esmero. Apenas tendría tres metros de ancho. Seis de largo quizá. A un lado, el murete de piedra preñado de hiedras y campánulas. Al otro, la pared de la casona, con alféizares llenos de petunias y violetas. La sombra de la noche no dejaba apreciar los detalles pero quizá había furtivos curiosos que nos miraban, que nos envidiaban. Sólo un candil al fondo, proyectando no sé si luz o deseo de ti. Las sillas, forjadas en hierro desnudo, resultaban frías. Estábamos solos y nos sentamos en la mesa del centro. Era verano tardío pero la brisa, contagiada de cierzo otoñal, te hizo temblar. Fingí que frotaba tu espalda para que entraras en calor pero, en realidad, te acariciaba. Nos sirvieron los cafés. Encendiste el cigarrillo y expiraste el humo con lentitud, degustándolo, mirándome. Estabas hermosa. Sonreíste con esa mirada de hechicera que pones cuando hablas sin hablar. Sonreí. Recuerdo que ambos nos inclinamos hacia adelante. Quizá para contarnos cosas susurrando, quizá para decirnos de amores sin pronunciar palabra, quizá para que nuestros labios estuviesen más cerca, quizá para engarzarme en la fragancia floral de tu piel. ¡Qué sé yo por qué! El jardín fue cómplice y amigo. Silenció el aleteo de los insectos y el frufrú de las hojas para que pudiera escuchar tu respiración y el ritmo de tu corazón. Hasta las estrellas brillaron más, o eso me pareció a mí. Te tome de la mano tan sólo por el placer de sentirte. Te besé por entre el vaho azulado del tabaco que ascendía dibujando volutas caprichosas. Fue entonces cuando me dijiste que deseabas vivir conmigo. Fue entonces cuando la alcoba nos reclamó.


El mundo


El mundo (Planeta, 2007) de Juan José Millás es una corta novela de trazos autobiográficos que transcurre entre la realidad y la fantasía, entre lo cotidiano y lo onírico, como si de un autoanálisis psicológico se tratara. Análisis que es aprovechado para realizar una eficaz semblanza de la vida, de las frustraciones, de los miedos, de los sueños no cumplidos, del amor frustrado, de esa sensación tan humana de sentirse fuera de lugar, de esa angustia por lo que se nos escapa, de esa vida que es anodina para los demás pero que a uno mismo se convierte en la mayor aventura, de la muerte. Combina el humor y la ironía con la amargura, la tristeza, el dolor y la soledad. En definitiva, describe lo que es el tránsito desordenado, desorientado, agridulce, siempre extraño, por la vida. Y todo con un pulso narrativo vivo.

Millás narra anécdotas ordinarias, por sí mismas poco interesantes, desordenadas, con guiños al absurdo, pero las engarza de tal manera que, finalmente, pincela una imagen entretenida y verosímil del mundo y de nuestro paso por él. No sólo eso. También retrata con complicidad tierna para los que la vivimos aquella sociedad gris y obsesiva (muchas veces hasta el ridículo) del franquismo y que podría ser de cualquier otra época. Sin lástima y sin juicios. Sobre todo, con asombro.

Es una novelita que al acabar nos deja con la sensación de no haber leído nada trascendente pero con la convicción de haber sobrevolado nuestra propia existencia y nuestras cuitas íntimas con precisión. Y por eso sólo ya vale la pena. Otra cosa es que merezca tantos premios como ha tenido, porque la obra ganó el Premio Planeta en el 2007 y el Premio Nacional de Narrativa del 2008.


Biblioteca digital de la UE


La Biblioteca digital en Internet de la Unión Europea (http://publications.europa.eu/index_en.htm) ofrece documentos archivados desde su creación en 1952 hasta la fecha actual en varias decenas de idiomas. Entre los ficheros acumulados se puede encontrar el discurso de Jean Monnet, padre de la Europa moderna, en la inauguración de la CCA, precursora de la CE. Actualmente, la biblioteca dispone de 140.000 documentos y está previsto que se integre en Europeana (http://biblumliteraria.blogspot.com/2008/11/europeana.html )

19/10/09

Fitting the Pattern


Fitting the Pattern de Christine Wilks es una pequeña obra digital que aunque tiene unos textos literariamente menores ( los pensamientos de una hija respecto a su madre que es modista pero expresados como reflexiones aisladas) tiene la originalidad de que la breve trama se narra mientras el lector simula que confecciona un traje como si fuera un modisto. Presenta un interfaz gráfico bien pensado y trabajado. Programado en Flash.



El andrólogo Eptasis


Encontré esta historia en uno de los pliegos olvidados de la biblioteca rumana donde había ido a parar con mis huesos. Más bien, con la pequeña dotación a cuenta que se me había concedido para escribir un ensayo sobre mitología antigua. Un encargo de un editor amigo que estaba convencido que existía un nicho para libros de historia religiosa y que yo era el escritor adecuado. A pesar de ser un hombre ducho en los negocios, el que hubiese pensado en mí para semejante tarea lo incorporaba al mundo de los ingenuos sin remedio posible. No estaba yo nada convencido de mi capacidad para tal trabajo pero no pasaba por mis mejores momentos económicos, así que acepté. Por otro lado, el encargo incluía siete días pagados en Rumania para recopilar información de primera mano con la que dar un toque académico a la obra. Pensé que sería hermoso visitar Bucarest pero la realidad fue que la editorial me envió a un villorrio a más de quinientos kilómetros de la capital en donde, por azares de la historia, había un monasterio que aún guardaba pergaminos llenos de polvo y olvido. Fue allá donde, teniendo que madrugar cada día siguiendo la rutina de los monjes, conocí la existencia del andrólogo Eptasis.

Fue una mañana muy fría. Eso lo recuerdo bien porque tuvieron que encender el brasero de la sala de lectura. El fraile que lo hizo me recalcó que tuviese mucho cuidado, no fuese a ocurrir que una trémula brasa llegara a prender algún libro o que yo mismo marchara al mundo de los muertos intoxicado por los gases del carbón. Me espantó tanto el buen monje que decidí entornar la ventana para que siempre pudiera entrar el aire fresco. Fue una venturosa casualidad. Con la brisa gélida penetró también un sol brillante que asomó un instante por entre las nubes y cuyo haz de luz fue a dar directamente sobre uno de los documentos abandonados sobre un púlpito. Posteriormente, he pensado muchas veces que aquello no pudo ser casual y que el destino deseó que se produjese el hallazgo porque el título brilló bajó la luz e hizo que yo me fijara en él. Decía “Los Andros, señores del universo”. Lo firmaba un tal Eptasis. Mi latín era lo suficientemente bueno como para leer de carrerilla textos clásicos pero aquel pliego requirió tiempo y paciencia. En parte porque utilizaba un dialecto que me resultaba desconcertante. En parte, porque lo que relataba era tan ajeno a mi conocimiento que quedaba atónito a medida que leía. Eptasis decía ser andrólogo y, en un prólogo iluminado con escenas de hombres enzarzados en batallas cruentas, daba cuenta de que al igual que algunos dicen conocer a un dios del que todo emana, y se llaman en consecuencia teólogos, él era experto en los hombres señores del mundo que todo lo rigen y, en correcta concordancia, se autodenominaba andrólogo.

“Al principio de los tiempos, el hombre creó a los dioses” – así comenzaba la historia. Mi primera reacción fue de incredulidad. Que un legajo alto medieval empezase burlándose del Génesis no era muy creíble. Si el tal Eptasis hubiese existido de verdad y hubiera escrito tamaña herejía, es seguro que habría perecido en la hoguera junto a todos sus trabajos. Sin embargo, a medida que descifraba el código, me fui convenciendo de que el buen señor había vivido cuando él decía (siglo VI si debía creer al texto) y que era un sabio en religión.

Había comenzado a nevar y, a lo lejos, algunos labriegos avivaban el paso de los bueyes que tiraban de las carretas. Maldije a mi editor y decidí que era mejor leer aquel documento cuanto antes, tomar unas notas apresuradas y bajar a la cocina donde, al menos, los fogones aliviarían el frío del invierno. Recoloqué mis anteojos y, tras acariciar el pergamino con cierto respeto, continué leyendo.

Al principio de los tiempos, el hombre creó a los dioses. Con su infinita sabiduría, el hombre constató que vivir feliz en el paraíso podía ser su perdición. Los alimentos abundantes, el clima benigno, los amores sensuales infinitos, el amor pleno y la felicidad paradisiaca devastaban su poder. El ser humano se aburría, se había convertido en un mecanismo vacío que repetía, día tras día, las mismas rutinas. Comer, beber, fornicar, disfrutar, dormir. Eternamente condenado a repetirse sin sobresalto alguno, sin creación alguna.
Y dijo Andros, señor del universo:

- No es bueno que el hombre no padezca. Se vuelve estéril y no fructifica. El ser humano sólo muestra lo mejor de sí mismo ante la adversidad, sólo valora la felicidad tras la desgracia, únicamente disfruta del amor si antes se ha sentido desvalido y rechazado. Sólo aprecia la vida si la muerte puede llevárselo.

Los hombres que habitaban las montañas, y los que habitaban los mares y los de las estepas y los de los bosques se reunieron en gran asamblea. La Tierra se vació de hombres y de mujeres, pues todos partieron al cónclave universal. Debatieron durante dos largos lustros y finalmente acordaron que, desde aquel preciso momento, debían sufrir en sus carnes y en sus espíritus los rigores del dolor, de la escasez, del desamor y de la muerte.

Mas no era sencillo autoflagelarse. Para que el miedo no los hiciera volverse atrás idearon una estratagema brillante. Crearían unos seres a los que llamarían dioses. Y la única función de los mismos sería la de enviar calamidades o bienes a la humanidad, alternativamente, según se les encomendara. Así, los hombres crearon a su imagen y semejanza a Marum, el dios de las aguas y los maremotos. A Bellum, que obligaría a las tribus a matarse unas a las otras por nimiedades como la tierra, o el color, o la comida. A Erosnia, la diosa del deseo. A Tremuonto, el dios que hacía vibrar la tierra y tragarse en inmensos precipicios a seres inocentes. Crearon a Mortis, encargado de privar de vida sin previo aviso. Y a Plaguis que enviaría ejércitos de insectos venenosos y enfermedades de toda índole. Y a Lucram, que inocularía en los hombres la avaricia y la codicia, el ansia por el robo y la riqueza. Y a Amantis, que devolvería el amor entre padres e hijos, esposas y esposos.

Los hombres crearon a los dioses y los enviaron a vivir a Celis, un lugar etéreo lejos del alcance de los terrestres. Les advirtieron con dureza que debían cumplir con sus trabajos y que, en caso de no hacerlo, los destruirían y acabarían con todo rastro de Celis. Los dioses, temerosos de la ira de los hombres, se empeñaron con denuedo en cumplir con la tarea encomendada por sus creadores.

Leía todo aquello con estupor. Debía tratarse de una broma urdida por algún gracioso pero nadie sabía que yo iba a visitar aquel monasterio, el pergamino y la tinta eran a todas luces auténticos y el latín dialectal no podía haber sido inventado por un chistoso que juega a inventar historias. Detuve la lectura y me acerqué al ventanal. A pesar de que la nieve había ya cubierto el jardín del convento y de que había hielo en el alfeizar, yo sentía que mi cabeza estaba hirviendo. De excitación, de curiosidad. Continué:

Pronto, las guerras devastaron el planeta. La peste y las plagas acabaron con hombres y cosechas. Las aguas del mar se revolvieron furiosas y ahogaron sin piedad a niños y ancianos. La tierra tembló, el fuego abrasó los poblados y el odio fructificó en el mundo. Como los hombres sabios habían previsto, toda aquella maldad que sus dioses esclavos creaban bajo sus órdenes, también hizo que el amor fuese considerado en toda su valía, que la bondad reluciese, que la felicidad no fuese un estado anodino sino maravillosamente pleno.

Arriba, en Celis, los dioses estaban inquietos. Hacían lo que podían por seguir los mandamientos de los hombres pero nunca estaban seguros de cumplirlos adecuadamente. ¿Serían suficientes sesenta terremotos por año? ¿o los hombres esperaban más? ¿Bastaría la devastación de diez guerras, las tropelías de mesnadas sedientas de sangre, el pasar a cuchillo a millares? Nunca estaban seguros de ser lo suficientemente obedientes de los hombres. Cada día, los dioses se reunían y oraban a los seres humanos para que les alumbrasen y les hiciesen fuertes en el cumplimiento de sus enseñanzas. Pero los seres humanos nunca contestaban, nunca daban prueba de que estaban contentos. A veces, cuando se abrumaban por el mal que lanzaban sobre la tierra, se sentían desfallecer. Pero, entonces, rezaban. Con devoción, pidiendo a los hombres que les ayudaran a cumplir su misión.

Los andrólogos de Celis, de los que Eptasis decía sentirse heredero, debatían una y otra vez cómo dar satisfacción a los hombres. Crearon ritos precisos. Así, cada mes, enviaban una calamidad distinta a la tierra. Determinaron cuántas víctimas debían contarse cada estación, cuántas viudas debían llorar, cuántos huérfanos habían de clamar desvalidos. También, cuánto amor debían otorgar a cada ser humano y cuántos días de bienestar podrían existir antes de que una nueva desgracia arribara. Y, sobre todo, los andrólogos establecieron que jamás debían intentar comunicarse con los poderosos hombres ni preguntarse del porqué de su silencio. Era la voluntad de los hombres. Eso bastaba. Ellos serian fieles sirvientes y cumplirían sus mandatos. Serían recompensados cuando los hombres regresaran para juzgarlos, al final de los tiempos.


En este punto, el manuscrito se interrumpía. La nieve había dejado de caer pero la nubes, plomizas y bajas, amenazaban con una nueva tormenta. Cerré el pergamino y, pensativo, bajé a mi alcoba. En el pasillo me crucé con un monje que musitó:

- Oremos. Estas tormentas arruinarán las cosechas y habrá hambre en la región. Mala cosa. Otra prueba a la que Dios nos somete para que mostremos lo mejor de nosotros mismos.

Escribí el libro prometido en primavera y fue un fracaso. Se vendieron muy pocos ejemplares. Aún así, una asociación de teólogos me tachó de provocador y unos desconocidos escribieron algunos insultos en la cristalera de mi portal.

No sé por qué será pero Eptasis el andrólogo me viene a la cabeza cada vez que miro al cielo buscando una respuesta que nunca llega.


17/10/09

Clues



Clues (http://wordcircuits.com/clues/) de Robert Kendall es un relato negro digital muy interesante que combina una narración atractiva, hipertexto, imágenes, música y una trama digital que soporta de forma inteligente la trama de la historia. El interfaz es sencillo y los dibujos esquemáticos pero no desmerecen ya que la fuerza de la obra está en la historia. El lector debe hacerse parte de la novela porque es él el que debe encontrar las pistas (clues) escondidas en las pantallas que conforman el trabajo.

11/10/09

El libro flotante de Caytran Dölphin


El libro flotante de Caytran Dölphin (http://www.libroflotante.net/distorsub.php?id=32&desde=-1&e=777 ) de Eugenio Tisselli es un relato on-line y colaborativo que puede ser modificado por el lector (no libremente, sino previa moderación) y basado en la novela del Leonardo Valencia publicada en el 2006. Sobre una serie de párrafos aleatorios de una novela, el visitante del sitio puede añadir sus propios párrafos. Sin embargo, nadie es capaz de saber cuáles son originales y cuáles apócrifos. No sólo es posible crear fragmentos sino también modificar los existentes. No se descarta que, en el futuro, se publique la recopilación de todos los textos recopilados en el sitio. La calidad literaria, como en todo este tipo de trabajos, depende de la calidad y voluntad de los participantes combinándose párrafos muy bellos con otros mucho más pobres.


La invencible sonrisa de Leonardo




La invencible sonrisa de Leonardo (
http://www.leoinvencible.com/ ) de Ramón Galí es una hipernovela que puede leerse en red aunque está asimismo publicada en papel. Se trata de una obra muy interesante, medio ciencia ficción, medio novela histórica con un interface muy cuidado, impecable y exquisito que simula un libro convencional (programado en Flash). El texto está salpicado de vínculos que aportan contexto histórico, aclaraciones, citas, etc. El autor denomina a estas informaciones “texto perpendicular”. Se incluyen también imágenes. La historia narra la interferencia de una civilización futura que, consciente de que nos dirigimos a la debacle, envía un viajero del tiempo a la Florencia del siglo XVI para tratar con Leonardo da Vinci. Contexto que el autor aprovecha para forzar la aparición de todas el imaginario renacentista: la Gioconda, los Medici, el papa Borgia, Maquiavelo, Rafael, Miguel Ángel, etc. Muy interesante.

8/10/09

La ira del dios que no existió


La cortina de humo se fue volviendo más espesa a medida que el chamán vertía líquido en la fogata. Qué contenía aquella pócima no lo sabré nunca. Olía a vainilla, eso lo recuerdo bien. Las mujeres del poblado continuaban danzando un poco alejadas de la hoguera mientras ronroneaban aquellos sonidos que no sabría decir muy bien si eran canciones o salmodias. El brujo echó unos polvos blancos al fuego y las llamas se avivaron en un crepitar inquieto. Que la atmósfera estaba impregnada de alguna droga era evidente. Que yo estaba siendo drogado, también. Podría haberme marchado libremente pero no lo hice. La intriga era superior a mi miedo.

Todo había comenzado la misma tarde. Uno de esos atardeceres vestidos de anaranjados chillones. Los saraguatos jugueteaban chillones, ocultos a los hombres. Sólo sus aullidos y el movimiento de las ramas delataba su presencia. El río bajaba turbio como correspondía a la época del año en que nos encontrábamos, justo tras las lluvias. Era mi último día en el poblado. Al amanecer proseguiría mi viaje académico. Mi tesis sobre la sociología de los pueblos indígenas iba retrasada y tenía que cumplir el plan previsto si es que quería defender el proyecto en fechas. Estaba apenado, lo reconozco. Aquella semana había sido feliz entre aquellos hombres y mujeres. Me daba pereza regresar a la civilización, al ajetreo insensato de la modernidad. Quizá, el chamán vio nostalgia en mis ojos. O quizá simplemente tenía ganas de charlar. El caso es que, de sopetón, me preguntó:

-
¿Quieres conocer la historia de Nandtal?
- ¿Nandtal?
– pregunté con indisimulado interés. Una leyenda inédita añadida a mi trabajo universitario haría que mi calificación subiera.
- El dios que nunca existió – murmuró él mientras bajaba la mirada como si, de pronto, se hubiera percatado de que había hablado demasiado. Esa sensación de secreto bien guardado avivó aún más mi excitación.

Me costó casi una hora convencerlo de que compartiera conmigo aquella historia que, al parecer, sólo era conocida por los notables de cada generación.

- ¿Y cómo es que un dios que no ha existido tiene una historia? No hay nada que decir de lo que no ha existido– reflexioné en alto. El brujo se sonrió. Pensé que se había arrepentido de haberme hablado de la leyenda pero, tras unos segundos que me parecieron interminables, me contestó con seriedad:
- Te lo contaré por la noche, junto a la hoguera.

Así que allí estábamos, él y yo, sentados junto a un fuego que chisporroteaba. Miraba las cenizas ardientes danzar inquietas, arrastradas por el viento, deseando que el hombre comenzara la narración. Aquel druida de la selva sabía cómo avivar mi interés, de eso no cabía ninguna duda.

- No sabemos cuándo ocurrió – comenzó a hablar sin mirarme, ensimismado en las llamas que crepitaban-
y tampoco importa. Dado que se trata de un mundo inexistente y de un dios que nunca vivió, pudo pasar en cualquier momento. Sea cuando fuera, el caso es que el Sol supremo del universo encargó a uno de sus dioses favoritos que creara un mundo nuevo. Nandtal se llamaba y le fue concedido un vastísimo espacio en donde debería formar galaxias y estrellas, nébulas y planetas, criaturas inferiores como los hombres y los monos, los jaguares y las boas. Todo lo que él deseara.

Nandtal se sintió dichoso. Era un honor que el Sol le permitiera hacerlo. Marchó gozoso a su reino, a un distancia que ni tú ni yo podemos imaginar. Como era de esperar, no había nada. Sólo vacío negro. Una extensión infinita de nada. Nandtal se puso manos a la obra inmediatamente. Llenó el espacio de estrellas azules, de estelas amarillas y de nebulosas de caprichosas formas. Creó las leyes de su movimiento e hizo que las galaxias volaran indefinidamente. Más tarde, colocó planetas que giraban en torno a las estrellas y dentro de cada mundo hizo florecer plantas y árboles, formó selvas frondosas e hizo brotar fuentes cristalinas y ríos y lagos. Algunos planetas los llenó de arena y de rocas pero, para que los desiertos fuesen bellos, pintó dunas naranjas e hizo que serpentearan bajo el sol y, por las noches, creó cielos poblados por miríadas de estrellas titilantes. Por fin, y cuando ya el dios se hallaba satisfecho con el escenario, Nandtal creó a los pobladores de los planetas. Seres inferiores, sin duda, pero animados de un hálito de vida y capaces de llorar y sonreír.

Se había levantado viento. Pequeñas lenguas de fuego se elevaron raudas hacia el cielo. El flujo de oxígeno limpio avivó las llamas e hizo que un amarillo brillante e intenso coloreara la fogata. El chamán tomó una pipa y, con parsimonia, la llenó de hojas de coca. Se entretuvo apelmazándolas y finalmente las prendió con un palito ardiente. Aspiró varias veces, me miró y continuó:

-
Pasaron unos años que para el dios fueron como un segundo y, un día que estaba un tanto aburrido, tuvo la ocurrencia de visitar algunos de sus mundos. Visitó Antandom, el mundo de las grandes panteras y se sintió satisfecho. Viajó a Indulman, la tierra de los ríos enormes, tan grandes que eran tan anchos como el mar. Se sintió satisfecho. Marchó a Unta y a Sonden y a Merlon. Visitó los soles exteriores y las lunas de diamante. Por fin, llegó a Galman, un planeta verde y azul que había poblado con hombres y mujeres. Invisible como era, pudo caminar entre ellos y observó las costumbres que iban desarrollando. Parecían primitivos. Pensó que debería afinar las leyes de su crecimiento. Quizá podría hacer que sus cabezas fuesen más grandes para que albergaran más ideas. O engordar sus músculos para que fuesen poderosos y no sufrieran tan fácilmente con el trabajo. Algo haría, sin duda. Pero, hasta decidir qué, se dedicó a vagar de aquí para allá, analizando a sus propias criaturas.

En realidad, todo comenzó cuando llegó al jardín de las amapolas. La vio enseguida y se sorprendió de sorprenderse. Él era el dios y había creado todo aquello. Pero no recordaba los detalles y mucho menos se acordaba de aquella mujer. Era el ser más hermoso que Nandtal había visto nunca. Jamás antes había sido consciente de tanta belleza, siquiera en su mente divina que lo generaba todo. Por un instante pensó que quizá fuera una creación de otro dios pero desechó la idea porque aquel era su territorio, concedido por el mismísimo Sol supremo.

La miró absorto. Sabía que era así porque, en algún momento, él la había imaginado – y , por tanto, creado- aunque no recordaba cuándo ni cómo. Se maravilló de que él hubiera sido capaz de dibujar tamaña belleza. Admiró su cabello que caía ondulado hacia un lado. Su boca sensual, su nariz afilada y sus ojos, negros y tan inmensos como el espacio infinito que le habían donado. Sintió emoción al percibir el cuerpo de la muchacha, la curva perfecta de sus caderas y de sus senos, de sus hombros y de sus piernas. Verdaderamente, era digna de él. Estuvo tentado de convertirla en diosa en aquel mismo instante y desposarla. Sabía, sin embargo, que esa prerrogativa no le había sido concedida y se contuvo.

El brujo vio que yo estaba lleno de preguntas pero con un gesto me dio a entender que debería tener paciencia. Usó nuevamente la pipa y siguió relatando:

-
Nandtal había quedado prendado de la chica. Cada día bajaba de su cielo hasta Galman y la observaba con detenimiento, regalando su vista con la sonrisa de la mujer, con sus mohines femeninos, con la desbordada sensualidad de sus movimientos. Sabía que estaba enamorado y tuvo miedo porque era la primera vez en la historia del mundo que un dios se enamoraba de una de sus criaturas. Pensó en regresar a la morada del Sol supremo y suplicarle que la hiciera diosa. O que le hiciera humano a él. O que permitiera una unión contra natura. Se consumía en las dudas y se preguntaba cómo era posible que la sola belleza de un ser pequeño hubiera puesto en jaque toda su divinidad. Era bella, muy bella. La deseaba. La amaba.

Habría tormenta más tarde. El cielo se estaba cubriendo de oscuros mantos que ocultaban las estrellas y el viento era un poco más frío.

- Pero los hombres que Nandtal había creado eran primitivos. Casi animales. Necesitaban alimentarse, beber, protegerse del frío y del calor, sanar sus heridas, descansar. Lo peor era que precisaban satisfacer su egoísmo, poseer, y para ello eran capaces de cualquier cosa. Para cuando Nandtal se apercibió del desastre, la guerra entre dos clanes se había desatado. Desde la perspectiva del dios aquello no pasaba de ser un ínfimo contratiempo, como un escalofrío menor que transcurre en un segundo. Pero, abajo, en las tierras de Galman, la desolación y la muerte asolaron comarcas enteras y sembraron de cadáveres los campos.

Como cada día, Nandtal descendió para solazarse con la mujer. Se sobresaltó porque no la encontró en el jardín. La buscó pero no la encontró. Comenzó a inquietarse y aceleró su marcha.

Una ola de estremecimiento le azotó cuando vio el cuerpo muerto de la chica. Yacía boca arriba, bella aún después del tránsito, con un hilo de sangre ya seco en su vientre. Nandtal sintió dolor y para él fue una sensación extraña, nunca antes conocida en un dios. De pronto, pareció que todos los sentimientos que él sabía crear en sus criaturas inferiores se hacían presentes en él mismo. Lloró, gritó, se retorció de pena y dolor y con cada una de sus convulsiones, su universo se tambaleó. Fue entonces cuando sintió el odio. Lo conocía en teoría. Lo había incluido en muchas de sus creaciones pero jamás él mismo lo había experimentado. Le inundó la ira y se dejó arrastrar, ciego de dolor. Recordó por un instante la ley del Sol supremo sobre castigar sólo a los culpables y salvar a los inocentes. Era de justicia. Pero fue sólo un instante. No habría distingos. El odio inmenso y la pena infinita lo inundaron todo. Él era un dios y aquella muerte, la de su amada, sería pagada con más muerte que la que nunca aquellos seres miserables pudieran imaginar.

Borrar de la historia al planeta Galman fue sencillo. Las hembras del planeta padecieron cómo sus hijos inocentes eran abrasados en llamas antes de ver cómo un cataclismo gigantesco engullía a la tierra entera. No hubo distinciones. Buenos y malos, niños y ancianos, santos y pecadores, todos fueron arrasados en un instante.

Nandtal apenas sintió alivio a su dolor. Necesitaba más. Mucho más. Sí, sabía que el Sol supremo le habría dicho que ningún ser de otro mundo tenía culpa alguna de lo sucedido. ¿Y qué? Si ella no vivía ya, nada merecía existir en todo el universo. Desató su fuerza sobre todos los planetas y sobre todas las estrellas, una a una. Hizo que todos sus habitantes sintieran el pavor que sin duda la muchacha debió haber sentido. Devolvió el golpe multiplicado por cien millares. Los habitantes de cada planeta sufrieron la ira del dios sin entender qué ocurría o por qué ocurría.

Yo permanecía hechizado ante el cuento. En parte por la historia legendaria pero, sobre todo, por la expresión del brujo. Me estaba relatando, sí, una leyenda pero en realidad éramos conscientes de que seriamos capaces de destrozar el universo por un amor perdido si tuviéramos la fuerza para hacerlo.

-
Finalmente, Nandtal observó que ya no quedaba nada. El espacio era negro y estaba vacío tal como ocurría al comienzo de los tiempos. Nada de lo que había creado permanecía ya. Pero aún no era suficiente. Su cólera no se apaciguaba. Aquel universo debía pagar aún más por el sacrilegio de haber asesinado a la mujer amada.
- ¿Qué más se puede hacer que acabar con el mundo?
– pregunté.

- Acabar con el recuerdo de ese mundo
– contestó el chamán-.
Nandtal se concentró en sí mismo. Hizo acopio de todas sus capacidades divinas. El mundo que deseaba borrar estaba aún en su mente y en su memoria. Podría recrearse a partir de sus recuerdos y él no deseaba que eso pudiera suceder. Aquello no ocurriría jamás. Nandtal cerró sus ojos y fue cerrando su espíritu. Su propia esencia fue menguando. La vida de la mujer amada precisaba una venganza radical que incluía no sólo a los culpables sino a todo. Al universo entero y a su memoria. A él también. Nandtal no ha existido nunca, repitió para sí mismo. Nandtal nunca creó nada, insistió.

Y, poco a poco, Nandtal se fue desvaneciendo hasta que sólo quedó el espacio vacío.

Miré al brujo. Ambos permanecimos en silencio. La lluvia estaba cercana y era hora de regresar a la cabaña.





6/10/09

El albornoz



Seguramente ocurría por azar pero el caso es que todas las noches que pasaban juntos estaban iluminadas por una luna grande. Hacía tiempo que habían escuchado las campanadas de las dos de la madrugada y aún no dormían. La noche había sido un viaje de confidencia en confidencia, de susurro en susurro, con paradas esporádicas en estaciones de pasión y de jadeos. No querían dormir. Charlaban tumbados boca abajo en la cama, a lo ancho, desnudos de cuerpo y alma. Las sábanas revueltas por el maremoto de amores, la piel envuelta en mil caricias. La puerta del balcón permanecía abierta y la luz difuminada de un par de farolas lejanas delineaba sus siluetas.

- Salgamos a la terraza- sugirió ella al tiempo que tomaba un albornoz. Él pensó que estaba tan hermosa aquella noche que era imposible no desearla y amarla. Se preguntó por qué todo llega tan tarde en la vida.

El castillo de la loma recortaba su presencia sobre el fondo de estrellas. El mundo fluía apacible, en el vasto silencio del descanso, sin los ruidos y las inquietudes de la ciudad. Se oía el aleteo de pájaros nocturnos y los frufrús de los juegos ocultos de los insectos. La fragancia de la tierra, fresca por el rocío, les envolvió. Ella se sentó en el pretil, cruzó sus piernas y la suave curva de sus muslos asomó entre los pliegues de la bata. Encendió un cigarrillo y, por un instante, el rojo brillante del tabaco ardiente iluminó su sonrisa. El pensó que se dejaría matar por ella pero no dijo nada porque estaba hechizado tan sólo observándola. Si las palabras le hubiesen ayudado, le hubiera contado que deseaba abandonarlo todo y abandonarse a ella. Que necesitaba que ella se abandonase a él. Que anhelaba la audacia de amarse entre todos los impedimentos.

La abrazó y se besaron. Exploró su cuerpo bajo el albornoz. Miraron al horizonte que se extendía en calma, entre campos sembrados y olmos antiguos. Casiopea volaba por el cielo. Aspiró el aroma de su pelo y se impregnó del tierno escalofrío de su piel. Se embriagó en la intimad de su contacto y dejó que el instante se engarzara para siempre en su memoria. Sintió temor cuando pensó en que llegaría la mañana.




4/10/09

Las redes de la memoria





El libro que recoge los mejores relatos presentados al Certamen “Las redes de la memoria” del año 2008, convocado por GlobalKultura, ha sido publicado. En este, aparece un relato mío titulado “El Bou Solitario”, una historia de amor roto en el franquismo de los sesenta.

La reina en el palacio de las corrientes de aire

La reina en el palacio de las corrientes de aire de Stieg Larsson cierra la trilogía del ciclo Millennium al menos hasta que alguien complete el manuscrito a medio acabar de la cuarta parte que Larsson no pudo terminar por su prematura y desgraciada muerte.

Este tercera parte retorna a los mejores valores de la primera
con una trama más realista y bien pensada, inteligente, y en la que las piezas van encajando con la lógica del mundo. El ambiente es mucho más de thriller político que de historia de intriga, lo que da pie a Larsson para volcar en el papel sus propias convicciones sociales y políticas. Una crítica que es más aparente que real por cuanto que siempre acaba salvando a las instituciones de las acciones ilegales, quedando estas más como hechos aislados cometidos por extremistas que como acontecimientos de estado. El ritmo narrativo es pausado, incluso en momentos repetitivo cuando se recuentan los hechos varias veces con todo detalle.

Salander deja de ser la heroína inverosímil que tanto lastraba la segunda entrega y cede protagonismo ante el periodista Mikael Blomkvist. Larsson utiliza esta novela para explicar las dos anteriores, para cerrar las historias, para aclarar lo que ha ocurrido en las novelas precedentes. Pero no del todo, porque algunos personajes y hechos no reaparecen y no queda claro el porqué de su inclusión en la trilogía ( por ejemplo, el relato del huracán en la segunda parte o el personaje de Lu, que reaparece forzado al final). Parece evidente que, en esta última novela, Larsson necesitaba también llenar páginas (la novela es muy voluminosa) porque hay historias secundarias que no aportan nada a la obra como, por ejemplo, la marcha de Erika al periódico de la competencia.

En general, Larsson acierta en describir unas maneras de espionaje e investigación verosímiles, así como en la descripción de los personajes (menos estereotipados en esta entrega) aunque los “malos” son demasiado maniqueos y cabría profundizar más en sus razones políticas y en el soporte institucional que seguro debían tener.
Se trata de ficción y, por tanto, no debe exigirse veracidad sino sólo verosimilitud. Hay algún párrafo que muestra que Larsson no persigue ser preciso (ni tiene por qué serlo) como ese viaje de Málaga a Gibraltar "por la autopista" que dura tres horas cuando la realidad es la mitad. Hay que suponer que las descripciones de las ciudades suecas tendrán también este tipo de libertades aunque, al quedarnos lejos, no nos demos cuenta.

Como en las dos novelas anteriores, el título de esta es una fiel traducción de la edición francesa y no tiene nada que ver con el original sueco. Lo que ocurre es que en este caso este título inventado es muy inapropiado. El original es Luftslottet som sprängdes que podría traducirse por Estallan los castillos en el aire que haría alusión a cómo los grupos y acciones anticonstitucionales que se conforman en base a extremismos ideológicos sin base, acaban por ser desenmascarados y estallando en el aire. El título en castellano, sin embargo, es incomprensible. Hay algún error de redacción en la traducción (loísmos).

Es, en cualquier cosa una novela entretenida, que engancha y que se lee a gusto.

Periódicos vs. Blogs


Los diarios Pittsburgh Post-Gazette y su publicación hermana The Toledo Blade publicaron el pasado día 20 de septiembre unas declaraciones del presidente de EEUU, Obama, en las que este mostraba su preocupación por el auge de los blogs como canal de información y defendía el periódico tradicional con periodistas preocupados por la integridad, por comprobar los hechos y datos antes de publicarlos y por situar las historias en un contexto. Por supuesto, la polémica está servida.



3/10/09

La mareadora


La Mareadora, de Eugenio Tiselli (http://mareadora.motorhueso.net/ ) es un experimento de escritura automática en el que un algoritmo escribe un blog día a día. Los textos, obviamente, no son de calidad y presentan errores sintácticos y gramaticales pero tiene el interés de que avanza en el camino de desarollar programas que puedan escribir buena literatura. Objetivo muy a largo plazo y muy complicado técnicamente pero no descartable.


Escribit




Entre el 27 y el 30 de octubre, la Asociación Aragonesa de Escritores organizará en Zaragoza el evento Escribit, Jornadas sobre Literatura y Nuevas Tecnologías, (http://escribit.net/ ) donde se analizará el futuro de la creación literaria en el entorno digital. El programa es:

Martes, 27 de octubre:

17.30: Inauguración. Pilar Ventura, Consejera de Ciencia, Tecnología y Universidad, José Luis Corral, Presidente de la AAE.
18.00: Taller. Escribir y crear a través de Internet. Espacios, herramientas, difusión. A cargo de Emilio Gil
19.00: Charla-coloquio. Creación y literatura. La estética y el lenguaje de la sociedad digital y el conocimiento global. Leónidas Martín / Eugenio Tiselli / Laura Borrás (telepresencia)

Miércoles, 28 de octubre:

18.00: Taller . Soportes y software de creación digital. A cargo de Emilio Gil
19.00: Charla-coloquio. Creación individual y difusión social. Derechos de autor y derechos de uso en la sociedad digital. La nueva economía de los derechos de explotación on line. Amador Fernández Savater / Pedro J. Canut

Jueves, 29 de octubre:

18.00: Taller . El libro electrónico Utilidades del e-book. A cargo de Juan Gónzalez de la Cámara
19.00: Charla- coloquio. Edición digital. La biblioteca global. La convivencia de soportes y de formas de lectura en la nueva sociedad de la información. Luis Collado/ Juan Gónzalez de la Cámara

Viernes, 30 de octubre:

18.00: Taller. Literatura digital y páginas útiles para la creación literaria en Internet. Visualización y debate.
19.00: Charla – coloquio: Espacio Internet. Fórmulas de creación y difusión para la literatura. Influencia de los nuevos paradigmas informativos en la escritura (de Google y el blog a las redes sociales). Jorge Carrión / Fernando Tricas
20.30: Clausura.