Para entender tu piel y tu cuerpo, el efecto que me produces, hay que saber de música, de teoría musical, de composición contrapuntística, hay que conocer lo que es una escala diatónica, orquestar con tetracordos o a ser capaz de escribir a voleo la tablatura de la escala de mi bemol menor. No, no estoy haciendo ninguna pobre metáfora aunque, ciertamente, podría decir que eres como una pasión sinfónica o que tus besos son como un adagio cantábile palpitando en las teclas de mi piano o que tú y yo formamos un acorde perfecto.
No, no es eso. Me refiero a saber realmente de armonía y ser experto en el círculo de quintas, en Bach, en Beethoven y en la música minimalista de Glass.
Me explico. Acaricio mil veces tu espalda desnuda y siempre, siempre, cada vez que paso mi mano por tus brazos o por la curva de tu cuello, en cada punto de ti que palpo con mis dedos, cada vez que beso levemente tu cuerpo, todo me resulta novedoso, desconocidamente atractivo; tu vientre, tus piernas, tus orejas son una aventura que renace cada segundo. Hay un delicado recodo de tu hombro, quizá de no más de cinco milímetros, que me deslumbra una y otra vez y que no puedo dejar de acariciar para hallar en cada paso una nueva sensación. Exactamente como ocurre en las variaciones de Bach en que un motivo se repite y se repite pero nunca aburre, siempre se nos aparece nuevo, distinto, fresco. Como ocurre al recorrer el círculo de quintas – Do- Sol- Re- La- Mi- Si- , cuando uno puede escuchar las modulaciones infinitamente, imantado por unas pocas notas que, por arte de magia, se regeneran en cada ciclo de manera impredecible. Como cuando se escucha el Koyaanisqatsi de Philip Glass, ese minimalismo estricto en el que con cuatro notas y cinco ritmos se generan largas composiciones plenas de magia y embrujo. O las Diabelli de Beethoven donde a partir de unas pocas notas anodinas se construye una catedral de variaciones.
Así es tu cuerpo, así es la forma en que te disfruto, en que te admiro, así puedo permanecer acariciando justo ese preciso milímetro de tu hombro durante horas encontrando cada vez algo bello que descubrir, una nueva textura, un calambre distinto, una vibración desconocida, incapaz de separarme de ti, necesitando volver a explorar tu piel, justo en ese preciso milímetro, para hallar otro hechizo más, otra armonía más, inimaginable apenas un segundo antes.
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