En poco más de dos meses, Flash no existirá. Los mensajes alertando de que desaparecerá aparecen ya en numerosas ocasiones, en pantallas emergentes, cuando uno se conecta a Internet. Es más, animan a desinstalar incluso el visor que permite ver, todavía, las aplicaciones programadas en Flash. Millones de ellas.
Para la literatura digital es sin duda una puñalada por la espalda. Gran cantidad de obras se escribieron en Flash (incluidas, bastantes mías) y, ahora, morirán como muere el visor, el programa y su sostén por parte de Adobe. También supone un revés significativo para las instituciones que promueven la literatura electrónica como la ELO o el portal o Blog de Literatura Electrónica Hispánica de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
Esto conlleva una serie de reflexiones:
1.- Como ya analizaba en esta entrada de Biblumliteraria, el soporte físico de la literatura electrónica conlleva una evanescencia intrínseca que no tienen otros formatos literarios históricos. Esto hace que pueda ser efímera y, por tanto, irrelevante. Digo “pueda ser” porque no obligatoriamente debe suceder de tal manera. Como analizo a continuación, esta caducidad del soporte no es natural, es inducida.
2.- El origen de la desaparición de Flash fue una simple disputa comercial. Hay que recordarlo. Apple y Adobe disputaban ciertos nichos de mercado y, aprovechando el boom de tabletas y teléfonos inteligentes, Apple vetó Flash en sus sistemas. En consecuencia, una importante parte del mercado, seguramente la que más capacidad adquisitiva tenía y tiene (¡jocosamente, antes de comprar el nuevo IPhone hay que pensarse si es mejor gastar el dinero en él o en un coche!) cerró las puertas a Flash. Una parte de mercado, además, que estaba más interesado en “gadgets”, fotografía, conectividad y portabilidad que en el arte, por lo que no movió un dedo para que Flash estuviera presente en los equipos Apple.
Probablemente, la razón esgrimida por Apple para vetar Flash, cual era que tenía fallos de seguridad, tenía parte de verdad. Pero, en ningún momento, ambas partes intentaron resolver esos agujeros de seguridad o llegar a una entente. Era una guerra comercial, de marketing, por ver quién se quedaba con más parte del negocio, y lo último en que pensaron fue en arreglar los problemas. La guerra, como es evidente, la perdió Adobe.
3.- ¿Desparece Flash porque es una mala plataforma de desarrollo multimedia? En absoluto. Su sustituto inducido (no quiero llamarlo “natural”, porque no lo es), HTML5 y CSS3, es una tecnología muy inferior en lo que respecta a interacción, capacidad gráfica, velocidad, integración multimedia, sencillez de programación o capacidad narrativa.
Es una víctima de una batalla de marketing y económica que nada tiene que ver con la tecnología o el potencial de la misma.
4.- Por otro lado, aparte del caso Flash, la literatura digital adolece también de una mínima estandarización, algo que ya se ha discutido en anteriores ocasiones. Nada es estándar, todo queda al albur de las decisiones comerciales de las marcas. Ni en el tipo de enchufe para el cargador consiguen ponerse de acuerdo. Y, cuando menos compatibles, hagan sus sistemas mejor para tener cautivos a los clientes. Una mala noticia para los utilizadores y para los creadores.
5.- Podrá argumentarse que la variabilidad del soporte se ha dado siempre, que no es algo nuevo, y que, sin embargo, la literatura convencional ha progresado. Este argumento es débil. Los soportes históricos (piedra, tablillas, papiro, pergamino, papel) evolucionaron durante siglos (o milenios) con lo que las obras creadas con un soporte tuvieron tiempo de expandirse, de traducirse y de permanecer en el acervo humano. Si la escritura cuneiforme en tablillas hubiera durado sólo 30 años, hoy en día igual no conocíamos la escritura.
Además, la evolución del soporte ocurría porque el nuevo presentaba soluciones tecnológicas respecto al anterior. El papel era mejor soporte que el pergamino; este mejor que la arcilla. Hoy en día, esto no ocurre porque los nuevos soportes (sean físicos) o de programación no son, en demasiadas ocasiones, mejores que los anteriores. En el año 2008, se daba por muerto al libro en papel (para el 2018). Ya se ve que ni ha sido así, ni lo será por mucho tiempo. Era un puro mensaje comercial.
6.- No sólo la literatura digital está herida, quizá de muerte. También la literatura digitalizada. Nadie puede creer que los formatos existentes van a perdurar mucho tiempo (mobi, PDF, ePub,…) , que las empresas que los promocionan van a estar siempre ahí. Es ya habitual que servicios que parecían eternos desaparezcan (ahora mismo, recuerdo Panoramio de Google, Yahoo Groups, Google Wave, MySpace, Google Plus, ….), máxime cuando algunas de la empresas que los soportan no pasan por su momento económico más boyante. Los fabricantes de tinta electrónica no han tenido el éxito esperado (y se dedican a intentar introducir las pantallas cataforéticas en aplicaciones que nada tienen que ver con los libros, como cartelería, indicadores de precios, paneles informativos), la pugna pantalla de emisión vs. Pantalla de reflexión sigue estancada, etc. etc.
Hay que pensar que habrá sentido común en el futuro pero no es descartable que de pronto perdamos la posibilidad de leer mucha de la creación literaria que se ha creado en formato digital. Bien podemos encontrarnos con que, un día, no haya un lector que entienda un fichero ePub o un fichero Mobi; o que no exista ningún aparato donde meter el CD en que está grabado el fichero.
No sería nada nuevo. Tengo en casa cientos de discos de 5.5”, floppies de 3.5”, DVDs (para los que ya hay que comprarse un lector aparte, ya que los ordenadores comienzan a no incluirlos en la configuración base), casettes de cinta (que usaban los primeros ordenadores personales en la década de 1990), incluso tarjetas perforadas (que eran lo que leían los IBM de 1970). O, quizá, que debido a razones políticas, se corte el libre flujo en Internet (ya hay países en que esto ocurre). Simplemente, la literatura sin soporte físico, se volatilizará. Y, para un censor, es un sueño. Cortas un cable y desaparecen todos lo libros. No es como en los viejos tiempos, en que los inquisidores debían recorrer toda Europa en burro para ver dónde la gente escondía los libros prohibidos. Para el censor, la tecnología sí supone un gran avance.
Iniciativas como la de del Archivo Ártico Mundial no surgen de la mente de cuatro excéntricos catastrofistas (y, por cierto, el archivo no usa soporte magnético debido a su escasa durabilidad). El riesgo de la evanescencia literaria existe. Y las guerras de marketing lo alimentan.