Sweet Old Etcetera de Alison Clifford es una obra programada en Flash que toma poemas de E.E.Cummings y los va desarrollando interactivamente a modo de caligramas. En un principio, el escenario apenas existe pero, a medida que el usuario explora el espacio, los versos van apareciendo formando diversas figuras. En ocasiones, las letras toman animación propia, en otras responden a las acciones del lector. En cualquier caso, se trata más de un juego visual que de un entorno para leer poesía porque esta, su significado, deja de ser lo importante.
30/7/11
Ebb & Flow School
Ebb & Flow schools project es un interesante experimento de relato colaborativo digital en el que una serie de escritores de gran talla en el ámbito de la literatura electrónica (dos de ellos, por ejemplo, nada más y menos que Andy Campbell, alma mater de Dreaming Methods o la escritora Kate Pullinger) dirigen la creación de trabajos de escolares de la zona de Suffolk (Reino Unido) realizados en excursiones a lo largo del río Orwell, a finales del año 2010. Las ideas, historias, fotografías, vídeos, noticias y sonidos recogidos por los alumnos son combinados y plasmados en narraciones interactivas digitales llenas de originalidad y calidad artística. Una obra muy interactiva que explora los mash-ups geográficos para contar historias, la simulación de revistas, la presentación de vídeos y que deja la puerta abierta a continuar acumulando y añadiendo material sobre el río, sus gentes y sus paisajes. Una demostración de que la imaginación puede dotar a materiales sencillos de un interés y valor importantes.
28/7/11
What they said
What they said de Alan Bigelow es un breve y sencillo trabajo en el que, sobre un interface que simula un televisor, pueden elegirse las frases del día que se han dicho a determinada hora, todas ellas relacionadas con la pérdida de libertades a cambio de una supuesta seguridad, de cómo el poder oculta la sed de control con el miedo. Más un anuncio breve, un grito, que una obra literaria desarrollada. Programado en flash.
26/7/11
Días de lucha y sueños
Debe ser casi finales de 1935. Demasiado cautiverio. Menos mal que soy joven y fuerte para soportarlo. Otros muchos compañeros no han llegado hasta aquí. Los que seguimos vivos, al que más, al que menos, le duele algo o arrastramos una tos que no anuncia nada bueno. Desde el motín, las condiciones son un poco mejores. Al menos, el potaje diario es más espeso y los castigos no son tan frecuentes porque, antes, bien pareciera que los carceleros no eran hombres como nosotros, sino bárbaros insensibles.
Y, al fin y al cabo, ¿qué hemos hecho sino defender al pueblo?
Mi desgracia, o mi honra según se mire, comenzó allá por mayo del año pasado. El país era un hervidero de actividad política. La República bullía entre bandos que parecían irreconciliables. Eran tiempos complicados, enturbiados por una crisis económica que hacía escasear el trabajo y aumentar las penurias. El gobierno había cambiado dos veces en lo que iba de año y muchos acariciaban ya su caída para el verano. Al otro lado de la frontera, Europa se armaba y marchaba con ciego júbilo hacia la dictadura. Yo leía todo lo que caía en mis manos. Periódicos, libros que me dejaban los compañeros del sindicato minero y todos los boletines que el partido imprimía. A mis veinticuatro años, estaba lleno de ilusión pero no estaba dispuesto a contentarme con soñar. Quería alcanzar las quimeras que anhelaba. Era el momento de conseguir la libertad, la misma que había sentido un año antes cuando mi primo Ramiro nos invitó a mí y a mis hermanos a su boda con una chica de Gijón. Fue la primera vez que navegué por el mar sin divisar la costa. Mi primo, unos diez años mayor que yo, nos llevó -la tarde anterior al enlace - a navegar en el pequeño vaporcito en el que faenaba. No aguantaba la mina, así que había marchado a la ciudad hacia finales del 29 y, con mucha suerte, había logrado que le admitieran- aún su nula experiencia marinera-, como peón de carga de la pesca. Con el tiempo, había congeniado con la hija del patrón y unos meses después se decidió a pedirle matrimonio. Su futuro suegro le había permitido agasajar a los amigos y parientes con un paseo por el mar. Me sentí bien, rodeado sólo del océano. Ninguna frontera, ningún cacique dando órdenes, ninguna regla injusta. Sólo el mar. Cuando regresé a Mieres, el olor del viento en el mar, el recuerdo del aire siempre fresco y el sentimiento de libertad que allá disfruté me venían constantemente a la mente.
Nuestras condiciones en la mina eran cada vez peores y el gobierno de derechas que había ganado las elecciones no hacía sino deteriorarlas. Se vivía un ambiente entre eufórico y alocado. Los compañeros del Sindicato nos decían que la revolución estaba a punto de conseguir la victoria. Que las asambleas de Madrid, de Cataluña, los cántabros y los extremeños apoyarían la lucha conjunta. En lo que iba de año llevábamos ya tres huelgas generales y más de siete algaradas en el pozo. Y hasta que nos enviaron a los moros, aún haríamos otras tres más. Todas fueron un éxito. Mauricio, mi compañero de galería, me decía siempre que el estado socialista estaba al llegar. Y con él, me prometía toda clase de bienes. Por fin, un horario de ocho horas, un día de descanso semanal asegurado, un salario digno que pudiéramos gastar allá donde quisiéramos y no, en buena parte, en los economatos del dueño, una escuela cercana para nuestros hijos, asistencia médica para nuestros padres, mejores bombas de achique para la mina, comida caliente cada día, refuerzos en las galerías fabricados con buenos materiales y mejores vías de escape cuando amenaza el grisú. Yo le decía siempre que no se hiciera ilusiones. Que los capitalistas trabucaires no se iban a dejar quitar el dinero tan fácilmente y que se aliarían con el diablo si era preciso. Que siempre están oyendo misa y clamando a Dios pero, cuando de poner en práctica lo de amar al prójimo y repartir la tostada se trata, nada de nada.
Para septiembre los del SOMA ya estaban preparando el levantamiento contra la derecha. No había más remedio. Con huelgas no ganábamos nada y más bien parecía que los ricos se beneficiaban de ello porque, a fuerza de no cobrar la jornada, cada vez estábamos más desesperados. A mediados de mes se me acercaron dos de la junta. Sabían que simpatizaba con ellos, al igual que lo hacían mi padre- siempre del partido comunista- o mis hermanos. Me pidieron que desviara parte de la dinamita que usábamos abajo en el pozo y la escondiera en casa por si fuera necesaria en la lucha. No me lo pensé dos veces, la verdad. El sacar el explosivo era cosa sencilla. Todos lo hacían, aunque en cantidades pequeñas. Su venta servía para completar el jornal. Aquella misma tarde pude sacar diez kilos y para final de mes había amontonado, en un cobertizo de la casa de mis padres, una media tonelada. Mi pobre madre nunca lo supo porque, si no, del miedo a que todo estallara por los aires se me muere.
Fue en aquellos días cuando conocí a Adela. Había ido yo a una reunión del sindicato. La vi enseguida, sentada en segunda fila, charlando con otra chica que luego supe que se llamaba Eugenia. Las dos eran de Mieres. Adela llevaba su pelo moreno recogido por un pañuelo que enmarcaba su carita. Preciosa. Me gustó desde el primer instante. Aquel día ni me acerqué pero estuve mirándola todo el rato. Tanto que ahora mismo no podría decir de qué habló el compañero que estaba en la tribuna. Cuando acabó la noche yo creía conocer de memoria cada curva de su rostro, cada mechón de su cabello y cada gesto que ella hacía. Quedé muy prendado de aquella sonrisa que, aliada de unos ojos grandes, de color canela, podía hacer que cualquier hombre se dejase abrir en canal sin rechistar por defenderlos. Aplaudió como la que más al acabar el acto y gritó las consignas con entusiasmo.
Realmente empecé a hablar con ella, y ella comenzó a fijarse en mí, cuando nos encontramos en la barricada de la calle Alfonsina. ¡La de cartuchos de explosivo que lanzamos a los guardias! Ella los prendía y yo los lanzaba apurando al máximo la mecha para que les estallara al caer sin que pudieran devolvérnoslos. Porque, a pericia con la dinamita, nadie iba a ganar a los mineros. Entonces, ningún reparo mental hacia la lucha tenía yo. El enfrentamiento me parecía justo y necesario.
El día 5 de octubre, se declaró la huelga. Y, con ella, la revolución. Ya por la mañana nos llegaron noticias de que en Madrid las tropas habían arrasado a nuestros compañeros con el fuego de sus armas. En Asturias, no. A nosotros no nos iban a ganar. Haríamos una nueva reconquista, esta vez del pueblo contra la opresión. Pronto, dimos vivas a la República Socialista Asturiana y no pasaron muchas horas antes de que las armas de la fábrica de Trubia fueran nuestras. Aquella tarde yo corrí hasta casa y con la ayuda de mi hermano Patricio sacamos la dinamita y, en varios viajes, la transportamos hasta el cuartel del pueblo que ya había sido tomado por los huelguistas. Los pocos guardias de la comarca habían escapado en un camión hacia Oviedo un par de horas antes. Aquella misma noche proclamamos un estado socialista. Lo cierto es que, durante esos días de lucha y sueños, poco necesitábamos aparte de municiones y explosivos. Parecía que nos alimentábamos de la esperanza en el mundo nuevo que estábamos creando.
Dos noches después ya tenía plena confianza con Adela. El torrente de hechos y experiencias nos había arrastrado juntos a los dos. Ella trabajaba y sudaba como el que más. Sabíamos que el Gobierno había decidido acabar con nuestro sueño- insurrección lo llamaban- y que muchas tropas se estaban acercando. No teníamos mucho tiempo que perder. Había que montar barricadas, tender trampas, distribuir los explosivos y enseñar a otros compañeros cómo usarlos. El día 8, me acuerdo muy bien, la besé. Se me había caído una caja de dinamita y mi primera reacción fue de susto pensando que aquello podría haber explotado. Ella se rió y me preguntó, entre chanzas, si ese era todo el valor de hombre que tenía. Me acerqué y nuestros ojos se entrelazaron. Quizá fue un segundo pero fue de esos segundos que duran una vida y que, una vez que han transcurrido, han dicho todo lo que se puede decir entre un hombre y una mujer. La besé y ella mantuvo el beso. Por la noche hicimos el amor y ya no nos separamos en la barricada hasta que los africanos me apresaron y me trajeron a Navarra. Pero no adelantaré acontecimientos. Eso ocurrió unos diez días después.
Al principio, les aguantamos. Las noticias que nos traían nos daban ánimo. Los catalanes se habían rebelado y algunos hablaban de columnas de voluntarios que caminaban desde Santander para socorrernos. Pero la realidad era que estábamos solos y que muchos de los compañeros, que tenían hijos que cuidar, fueron escapando. El Gobierno había mandado contra nosotros a lo más aguerrido de sus soldados. Los moros y los legionarios de las colonias en África. Y no se anduvieron con miramientos. El primer día intentaron el asalto a la bayoneta pero cuando vieron que no iba a ser fácil desalojarnos, emplazaron baterías de cañones frente a nuestras líneas y nos aplastaron a bombazos. Paquillo, Juan, Andrés, Mariona, Aurora, Julián, Carlos y el vasco José María murieron a mi lado aquellos días. Todos bien reventados por la metralla. No sé si nosotros matamos a alguno pero ellos acabaron con muchos de nosotros. Pedí y supliqué a Adela que se marchara, que no se quedara conmigo. Sabía que eso era pedir un imposible porque era una mujer fuerte, con la conciencia de que estaba luchando por lo que creía, y muy valerosa.
Cada noche, cuando parecía que los batallones de regulares se retiraban y una calma tensa nos envolvía, nos las apañábamos para escondernos a retaguardia, entre las casonas que los obuses habían medio derruido. Pasábamos largo rato mirándonos. Sólo eso. Como si necesitásemos acumular imágenes del otro. Allí supe, a través de sus susurros, de su familia y de su niñez; de un tío suyo que estaba de teniente en África, enfadado con el resto de los parientes, y que decía que España iba a acabar muy mal; de cómo Adela soñaba con viajar por el mundo y de su afición a la música. Nunca hubiera sospechado que aquella mujer de carácter, capaz de sostener el fuego de un mosquete frente a un guardia de asalto, tuviera aquella voz y aquel gusto para cantar. La primera vez que cantó para mí – bajito, para que no se la oyera en las barricadas- debí poner tal cara de alelado que estuvo riéndose de mí hasta el amanecer. A mis ojos era una diosa, un ser excepcional y me sentía el hombre más feliz del mundo. Con ella, era invencible. Todos nuestros sueños estaban al alcance de nuestra mano si permanecíamos juntos. Yo le contaba de lo que había leído, de lo que se escuchaba en las galerías, de los rumores que anunciaban el éxito de la revolución. Y le contaba de la libertad del mar, de aquel día en que me vi rodeado sólo por el océano. Le prometí que compraría una barca y la llevaría hasta donde desaparece la tierra y sólo queda la recta línea del horizonte, allí donde un gran sol rojo va cayendo poquito a poco al atardecer. Luego, tendríamos la noche, el rumor de las olas, las estrellas, la brisa azotándonos en la cara, las manos unidas, los labios juntos. Ella decía que estaba loco. Que yo no era marino. Que mi puesto en la lucha estaba allá, o abajo en la mina. Que el mar era inhóspito y lejano; que me quedara en la tierra que debía pertenecernos. Siempre acabábamos haciendo el amor y quedábamos dormidos hasta que, antes del amanecer, los soldados reiniciaban el bombardeo de mortero y corríamos, vistiéndonos a toda prisa, al parapeto. Estaba orgulloso de aquella mujer. Tenía ella sola más coraje que cien de los soldados que nos atacaban.
Al principio, les aguantamos. Las noticias que nos traían nos daban ánimo. Los catalanes se habían rebelado y algunos hablaban de columnas de voluntarios que caminaban desde Santander para socorrernos. Pero la realidad era que estábamos solos y que muchos de los compañeros, que tenían hijos que cuidar, fueron escapando. El Gobierno había mandado contra nosotros a lo más aguerrido de sus soldados. Los moros y los legionarios de las colonias en África. Y no se anduvieron con miramientos. El primer día intentaron el asalto a la bayoneta pero cuando vieron que no iba a ser fácil desalojarnos, emplazaron baterías de cañones frente a nuestras líneas y nos aplastaron a bombazos. Paquillo, Juan, Andrés, Mariona, Aurora, Julián, Carlos y el vasco José María murieron a mi lado aquellos días. Todos bien reventados por la metralla. No sé si nosotros matamos a alguno pero ellos acabaron con muchos de nosotros. Pedí y supliqué a Adela que se marchara, que no se quedara conmigo. Sabía que eso era pedir un imposible porque era una mujer fuerte, con la conciencia de que estaba luchando por lo que creía, y muy valerosa.
Cada noche, cuando parecía que los batallones de regulares se retiraban y una calma tensa nos envolvía, nos las apañábamos para escondernos a retaguardia, entre las casonas que los obuses habían medio derruido. Pasábamos largo rato mirándonos. Sólo eso. Como si necesitásemos acumular imágenes del otro. Allí supe, a través de sus susurros, de su familia y de su niñez; de un tío suyo que estaba de teniente en África, enfadado con el resto de los parientes, y que decía que España iba a acabar muy mal; de cómo Adela soñaba con viajar por el mundo y de su afición a la música. Nunca hubiera sospechado que aquella mujer de carácter, capaz de sostener el fuego de un mosquete frente a un guardia de asalto, tuviera aquella voz y aquel gusto para cantar. La primera vez que cantó para mí – bajito, para que no se la oyera en las barricadas- debí poner tal cara de alelado que estuvo riéndose de mí hasta el amanecer. A mis ojos era una diosa, un ser excepcional y me sentía el hombre más feliz del mundo. Con ella, era invencible. Todos nuestros sueños estaban al alcance de nuestra mano si permanecíamos juntos. Yo le contaba de lo que había leído, de lo que se escuchaba en las galerías, de los rumores que anunciaban el éxito de la revolución. Y le contaba de la libertad del mar, de aquel día en que me vi rodeado sólo por el océano. Le prometí que compraría una barca y la llevaría hasta donde desaparece la tierra y sólo queda la recta línea del horizonte, allí donde un gran sol rojo va cayendo poquito a poco al atardecer. Luego, tendríamos la noche, el rumor de las olas, las estrellas, la brisa azotándonos en la cara, las manos unidas, los labios juntos. Ella decía que estaba loco. Que yo no era marino. Que mi puesto en la lucha estaba allá, o abajo en la mina. Que el mar era inhóspito y lejano; que me quedara en la tierra que debía pertenecernos. Siempre acabábamos haciendo el amor y quedábamos dormidos hasta que, antes del amanecer, los soldados reiniciaban el bombardeo de mortero y corríamos, vistiéndonos a toda prisa, al parapeto. Estaba orgulloso de aquella mujer. Tenía ella sola más coraje que cien de los soldados que nos atacaban.
Pero estos eran muchos y estaban bien organizados. Poco a poco, nos fueron comiendo terreno. A descubierta era imposible mantener la posición porque mandaban aeroplanos que nos ametrallaban desde el aire. Nuestros mosquetes eran inútiles contra ellos. Volaban a demasiada altura y demasiado rápido.
Primero, tuvimos que retirarnos de la plaza y pronto de las calles que confluían en ella. Pensábamos que mientras tuviésemos paredes en las que resguardarnos, podríamos aguantar. Que mientras quedaran hombres y cartuchos podríamos sostener la batalla. Mas las municiones empezaban a escasear y el valor flaqueaba. Lo peor era no poder enterrar a los amigos. No había tiempo.
El día 12 nos rendimos. La conciencia revolucionaria no dura mucho cuando enfrente tienes un ejército. Quedábamos apenas una veintena de resistentes en el barrio y las municiones se habían acabado. Ella estaba junto a mí cuando uno de los compañeros izó una camisa blanca atada a una estaca. Nos miramos sin decirnos palabra, sabiendo lo que iba a ocurrir. Quise abrazarla, sentirla antes de que nos obligaran a levantar las manos en alto. No pude hacerlo. Todo ocurrió muy rápido. Apenas izamos la bandera, un pelotón de soldados nos rodeó y comenzaron a vociferar mientras nos apuntaban con sus fusiles. Hubiera sido una locura moverse entonces, intentar tocarla, besarla. Pensamos que nos matarían allá mismo. Y ojala lo hubieran hecho.
No he sabido de Adela desde entonces. La separaron de mí y se la llevaron. Cuando la vi por última vez estaba hermosa. Su cara ennegrecida de tizones, pegajosa por el sudor y el polvo de tantos días de batalla. Y, sin embargo, era la más bella de todo el universo. Me miraba con serenidad. No les dio a los soldados el placer de verla llorar o gimotear. Les mantuvo la mirada y se afanó en desafiarles con sus ojos grandes.
A mí me llevaron al cuartel de Oviedo. En el camión, los moros nos dieron bien de patadas. Atados como estábamos sólo podíamos apretarnos los unos contra los otros intentando que los golpes fuesen a parar al de al lado. Es curioso como el compañerismo desaparece cuando el dolor aprieta y cómo nos volvemos inmisericordes y ajenos a lo que les ocurra a los que están a tu lado.
Tres días después, sin casi haber comido y con toda la suciedad que el hacinamiento de la cárcel produce, me interrogaron. Querían saber quiénes dirigían el sindicato, quiénes habían robado la dinamita, quiénes hacían propaganda, querían saberlo todo. Por algún milagro, cuando ya no podía soportar mucho más los golpes – y es que la valentía se acaba pronto- un teniente decidió que yo no era importante y que no sabía nada. Que estaba listo para pasar por el tribunal. Debí parecerle tan miserable y pobre diablo que ni imaginó que yo era uno de los que había acumulado explosivos.
Tribunal le llamaban. En dos minutos me habían condenado a doce años de prisión. Como no había ya sitio en Asturias - algunos hablan de que hasta diez mil de los nuestros están repartidos por las cárceles del país- me dijeron que me llevarían a una fortaleza en Navarra. El viaje duró dos días. Atados de pies y manos, las cuerdas se me clavaron en la carne de un modo que incluso hoy, tantos meses después, aún tengo cicatrices que me duelen.
Cuando, llegamos al fuerte de San Cristóbal pensé que sería mejor morir en aquel momento. Yo, entonces, no vi castillo alguno. Era como una loma de tierra rodeada por un foso maloliente. Más parecía una tumba grande en la que nuestros captores habían decidido enterrarnos vivos que una prisión. Al acercarnos, observé que en realidad era una fortificación cuyos muros estaban cubiertos con metros de tierra, no sé si para protegerlos u ocultarlos. A palos nos empujaron hacia la puerta. Al traspasar la verja se nos hizo de pronto visible la edificación de varios pisos pero excavada hacia abajo, desde la cima de la montaña hacia su interior. Un agujero sombrío y enorme. Todas las ventanas estaban enrejadas y por ellas asomaban, con caras desconsoladas, muchos otros compañeros que habían sido trasladados allá antes que yo. Muchos asturianos, de mi tierra.
No tuvimos tanta suerte como los que ya estaban tras las rejas de los pisos superiores. Estos veían la luz. A nosotros nos mandaron directamente a los calabozos del sótano. No había camastros. Arriba, muy arriba, una pequeña ventana. Cuando entramos en la celda, había ya unos diez compañeros en ella. Estaban pálidos, enfermos por la falta de luz y de esperanza. Sus ropas, las mismas que llevaban cuando les capturaron. Su cabello, invadido por los piojos. En un lado, un cubo que hacía las funciones de retrete. Cada uno de nosotros sólo éramos un número. Yo pasé a ser A103 y así me conocen muchos de los compañeros. Nuestros días de lucha y sueños estaban presos. Aquella primera noche me forcé a pensar en ella, mi compañera del alma, en su sonrisa, en su ardiente forma de amar, en su valentía, en que le había prometido llevarla a navegar algún día y en que debía ser fuerte para cumplir mi promesa.
Los primeros días fueron asfixiantes. Nos dejaban salir al foso una hora cada día. El resto, enterrados en el calabozo del sótano. Sólo pensaba en morir y si no intenté acabar con mi vida fue porque recordaba a Adela, en lo que podrían hacerle los soldados y en la expresión de resistencia y fuerza con que me miraba mientras se alejaba su camión. Aquel invierno fue especialmente frío. Las nieves cubrieron de blanco la fortaleza y el camino, que serpenteaba interminablemente por la ladera, se heló en varias ocasiones, impidiendo que llegaran víveres.
La comida consistía en un plato de sopa clara para desayunar y un potaje de alubias, para almorzar. Para cenar, un poco de pan. Disciplina, abusiva, sádica. Cualquier cosa era castigada con una tanda de palos. Mi padre, al que dejaban visitarme diez minutos cada dos meses, me traía ropa limpia y me animaba. Me contaba que las familias de varios cientos de presos se habían unido para pedir la mejora de nuestras condiciones. Incluso, un grupo se había reunido con un ministro aunque sólo habían logrado volver con buenas palabras. Los compañeros de los sindicatos habían protestado ya varias veces en las calles. En Pamplona y en Gijón, sobre todo. Estas noticias me animaban. Al menos, me decía a mí mismo, no estamos abandonados y la lucha sigue. En todos aquellos meses nunca supe nada de Adela. Acosé a mi padre para que buscara noticias. Por su madre, hacia julio, llegamos a saber que estaba viva en algún presidio de Salamanca. El saberla con vida fue la noticia más maravillosa que pudieran haberme dado. De pronto, recobré gran parte del entusiasmo por la lucha y mis ganas de salir de todo aquello. Recuperé mi orgullo que, a fuerza de hambre y castigos, había menguado hasta casi desaparecer. De mendigar arrastrándome por un poco más de pan pasé a aguantar el hambre sin quejarme; de aceptar las arbitrariedades de los carceleros a rebelarme, si bien en silencio. El calor del verano ayudó también a que recobrara un poco la salud. Dejé de toser e incluso llegué a urdir una fuga totalmente imposible y excéntrica. Recordaba, cada día, el mar. En ello se me iba el tiempo y el hecho de fantasear con estar algún día junto a Adela, ambos libres, navegando, me ayudaba a sobrevivir.
No todo fue bien durante el estío. El agua escaseaba. Muchos días, las barricas que nos traían desde Pamplona no llegaban y teníamos que conformarnos con medio vaso por hombre y día del agua que se tomaba de los aljibes. Tan sucios estaban los depósitos que se declaró una epidemia de tifus la cual, afortunadamente, no me afectó. Las condiciones de los enfermos, sin ayuda médica, abandonados en los patios, se conocieron – me contó mi padre- por todo el país a partir de lo que contaban nuestros familiares boca a boca. Algunos periódicos comenzaron a publicar tímidamente lo que estaba sucediendo y las asociaciones obreras llamaron a movilizarse en nuestro socorro. Incluso, algunos curas – quién lo iba a decir- clamaron para que se mejoraran las condiciones de nuestro cautiverio. Lo curioso es que todos parecían estar de acuerdo en que se necesitaba una rápida solución, incluso el gobierno, pero en la práctica nadie movió ni un solo dedo. Yo seguía sacando fuerzas de mis sueños y de mis recuerdos; de las visitas de mi querido padre y de las noticias halagüeñas sobre el estado de salud de Adela.
Llegó septiembre y, entonces, murió un compañero. Un santanderino. Manuel Cerro se llamaba. No le había conocido. Los demás reclusos hicimos un amago de revuelta pero el miedo impidió que fuera más allá de protestar en voz alta e increpar a algunos de los guardianes. Lo milagroso, de hecho, era que sólo Manuel hubiera muerto ya que muchos estaban realmente enfermos, la comida seguía siendo escasa y el trato vejatorio. Unos días después murió otro compañero. Asturiano, como yo. Luis se llamaba. Apenas veintitrés años. Afiliado a la CNT. Yo le conocía. Hablábamos de tanto en cuanto y recuerdo que me contó de su vida y de sus anhelos. Era pintor y estaba muy enamorado de su esposa con la que se había casado poco antes de que comenzáramos la lucha en las barricadas de octubre. Lo trajeron al fuerte más tarde que a mí pero su cuerpo se deterioró más rápidamente. El pobre llegó justo en lo peor del invierno, cuando la carretera ya se había helado, y tuvo que subir a pie, medio amordazado, todos esos kilómetros con sólo unas alpargatas ligeras. No recobró la salud en los meses que siguieron. La noticia de su muerte, de aquella nueva muerte, se corrió por el fuerte en tan sólo minutos. Tomamos nuestros platos y empezamos a golpear las paredes y las verjas con rabia y con fuerza. Los guardias nos golpearon e incluso dispararon al aire. Pero el miedo a morir de hambre y tifus era ya mayor que el miedo a morir apaleado. Durante algún tiempo mantuvimos el motín, arrancando piedras de las paredes y parapetándonos detrás de cubos, escombros y cualquier cosa que pudimos encontrar. Fue un espejismo porque a las pocas horas llegaron tropas de refuerzo de Pamplona y amenazaron con disparar a bocajarro. Incluso trajeron ametralladoras. Nuevamente, el miedo nos derrumbó.
Aqellas muertes no cayeron en el olvido. La noticia del fallecimiento, asesinato más bien, de Manuel y Luis se propagó por todo el país. En Pamplona, el Sindicato logró que la ciudad se paralizara en una huelga general de protesta. Casi todos los pueblos que tenían algún hijo en el fuerte promulgaron bandos apoyándonos y pidiendo el cierre del penal. No hace mucho, una comisión de mujeres, familiares nuestros, ha ido a Madrid y, apoyados por las organizaciones de izquierdas, ha visitado todos los periódicos y se han entrevistado con el Presidente del Consejo de Ministros. Según mi padre, que pudo venir la pasada semana, hay un clamor en toda España para que nos trasladen. Confío en que todo esto no sea una vana esperanza. Necesito salir de aquí. Necesito ver a Adela, abrazarla y que me sonría.
El invierno llega nuevamente. El agua vuelve a filtrarse por las paredes y alguna noche ya he dormido sobre un suelo húmedo que te penetra hasta el tuétano. Retornarán las pesadillas y las ratas. Padre me ha dicho que me traerá más ropa y algo de comida porque, con todas estas protestas, los carceleros han relajado algo las reglas y aceptan que nuestros amigos o personas más queridas nos ayuden en lo posible. Cada mañana hago una marca en la pared de la celda. No sé si cuento los días que llevo aquí o los que me quedan para volver a verla.
¿Qué será de Adela? Sufro pensando que puede estar pasando por penalidades como estas. Confío en que no sea así. Muchas noches sueño que salimos en barca, al atardecer. Hay gaviotas y zarapitos volando cerca. Olas tranquilas mecen el bote. El faro del puerto brilla ya. Ella me habla del sindicato y de la lucha pero no la escucho. Yo sólo disfruto de su sonrisa y creo sentir la libertad de la brisa, hasta que la corneta me despierta.
- - o O o - -
Con el triunfo de las izquierdas en las elecciones de Febrero del 1936, los presos políticos salieron del fuerte de San Cristóbal. Sólo pasarían unos meses hasta que, comenzada la guerra civil, volviera a llenarse.
25/7/11
The Big Plot
The Big Plot es una novela de espías y amores, en la Rusia contemporánea, al más clásico estilo, sólo que desarrollada en un entorno digital en donde se combinan los textos con vídeos, con varias webs creadas para el libro, con las redes sociales más comunes, con Youtube, con Flickr, con RSS, y con otros elementos multimedia, a medio camino entre el libro y el cine, entre lo digital y lo convencional. Y, sobre todo, es una historia que “no leemos” solamente sino que creamos, modificamos y en la que nos sumergimos.
Su autor, Paolo Cirio, la define como una intrusión de nuestras vidas en la infoesfera y conviene leer sus reflexiones sobre la ficción de recombinación. La propia historia nos sumerge en el ámbito virtual porque se difuminan los límites entre la realidad y la ficción con esa trama que de pronto nos hace ver que somos parte de una novela, no de la realidad externa; en donde nuestra interacción con los personajes se vuelve parte de la misma; en donde nuestros avatares sociales son tan reales como nuestra existencia de carne y sangre; donde no queda claro si un perfil de Facebook pertenece a otro lector que está interaccionando con la novela o a un personaje totalmente ficticio. La acción del lector – de los lectores- se vuelve parte de la novela- toma parte y modifica los eventos-, que, así y al estar en línea, no deja de crecer y acomplejarse. Un texto que hunde sus raíces en Orwell en cuanto al poder vigilante y omnipresente que se describe y a Batjin en cuanto a sus ideas sobre el yo social el yo constituido por numerosos planos superpuestos (yo y mi avatar, en este caso), en cuanto a que la significación puede existe sólo cuando dos o más voces se ponen en contacto (muchos lectores abordando el texto e interaccionando con él, en este caso).
Es una obra compleja, rica, que requiere esfuerzo por parte del lector, fragmentada pero perfectamente ordenable, con un motivo conductor y donde el autor ha creado un entramado que dirige la trama aunque el desenlace de esta sea inacabado, inacabable e imprevisible. El interface está también muy trabajado con una estética oscura, propia de la novela negra, y con multitud de enlaces, unos internos, otros a fuentes externas y otros a sitios especialmente creados para la historia (como la del movimiento político Eurasia Revolution, por ejemplo), a cuentas de Facebook de los protagonistas o a sus mensajes en Twitter.
La obra se ha representado en exposiciones (ver fotografía debajo) en donde los asistentes pueden interaccionar directamente con la trama y los personajes.
24/7/11
The best cigarette
The best cigarette de Billy Collins es un video poema (en realidad la adaptación multimedia de un poema convencional existente) que narra los recuerdos, la nostalgia, que el cigarrillo y su humo trae a la mente del artista. El vídeo que acompaña al texto sugiere imágenes que nos son comunes- incluso aunque no fumemos-, nos aporta semillas de imaginación sobre las que luego construimos nuestras propias emociones.
He aquí el poema:
There are many that I miss
having sent my last one out a car window
sparking along the road one night, years ago.
The heralded one, of course:
after sex, the two glowing tips
now the lights of a single ship;
at the end of a long dinner
with more wine to come
and a smoke ring coasting into the chandelier;
or on a white beach,
holding one with fingers still wet from a swim.
How bittersweet these punctuations
of flame and gesture;
but the best were on those mornings
when I would have a little something going
in the typewriter,
the sun bright in the windows,
maybe some Berlioz on in the background.
I would go into the kitchen for coffee
and on the way back to the page,
curled in its roller,
I would light one up and feel
its dry rush mix with the dark taste of coffee.
Then I would be my own locomotive,
trailing behind me as I returned to work
little puffs of smoke,
indicators of progress,
signs of industry and thought,
the signal that told the nineteenth century
it was moving forward.
That was the best cigarette,
when I would steam into the study
full of vaporous hope
and stand there,
the big headlamp of my face,
pointed down at all the words in parallel lines
Pertenencia
Yo soy el lienzo. Tú la pintora que dibujas recuerdos gratos en mi memoria. No usas colores, ni aceites, ni pinceles sino guiños, miradas, caricias, conversaciones y sonrisas. Grabas recuerdos en cada momento, sin proponértelo, sólo siendo como eres. Una charla nocturna llena de risas junto a un chupito de hierbas, un café y un cigarrillo mientras el camarero nos mira deseando que nos marchemos y nosotros deseamos que el tiempo se detenga y esa noche no termine nunca; un paseo por la playa desierta, abrazados bajo un paraguas que nos protege de un cielo de verano, extrañamente ventoso y encapotado; un largo desayuno de zumo y tostadas con aceite en la que nos alternamos los periódicos hasta que, también para que ese instante no termine, pedimos otro café cuando ya no queda nadie en la cafetería; un paseo matinal en el que las calles son alegres porque estás junto a mí, en que los escaparates reflejan nuestra imagen como si también se apuntaran a inmortalizar la vida hermosa a tu lado; un buenas noches, que duermas bien mientras me abrazo a tu cuerpo desnudo y sé, con total convencimiento, que estoy donde debo estar.
22/7/11
The Polyglot Project
The Polyglot Project es una web que permite leer clásicos literarios en su idioma original (más bien, “ver” el texto si no se entiende esa lengua) y traducir palabras on-line. Así, uno puede ver los textos de Molière en francés, los de Eurípides en griego, los de Kafka en alemán o los de Dostoievsky en ruso para, si no se conoce el significado de algo, conseguir la traducción. Incluso hay dos obras en catalán. Es un sistema ideado sobre todo para aquellos que estén aprendiendo una lengua y conozcan bastante de ella pero necesiten una especie de diccionario en línea. En realidad, es un mash-up con el traductor de bing. Puede traducir palabras o párrafos completos según se seleccione el texto. Requiere darse de alta aunque esta es gratuita. De momento, la colección no es muy amplia, de poco más de cien obras.
21/7/11
Marketing viral en la literatura
El marketing viral formal, planificado, y dirigido llega a la literatura. La editorial Penguin está ahora mismo promocionando la nueva novela de Hari Kunzru, Gods withour men a través de personas supuestamente influyentes o expertas. La editorial está trabajando con la empresa PeerIndex (una compañía especializada en identificar personas influyentes y prescriptoras en las redes sociales) para seleccionar un conjunto de lectores con gran prestigio entre sus seguidores. A estos, la editorial les envía una copia gratuita del libro a fin de que puedan leerlo, reseñarlo y mandar los comentarios que estimen oportunos a sus seguidores en el supuesto de que dicho público aceptará los consejos del gurú y comprará la novela. Es evidente que Penguin confía en que la novela de Kunzru es buena y que dichos prescriptores seleccionados van a recomendarla.
Esta acción no es diferente de muchas otras que el marketing viral efectúa en numerosos sectores. Es un "se lo diré a mi vecina" literario.
En el lado positivo podemos citar que las críticas serán más naturales, llegarán a más gente, más rápidas en el tiempo y serán más diversas. En el negativo, que la crítica puede ser menos profesional, menos fina, menos transversal.
Iba a decir que también que entre los aspectos positivos podría citarse el que los críticos aficionados serían menos dependientes de las editoriales pero esto ya no lo veo tan claro. El que los prescriptores permanezcan honestamente impolutos se me antoja complicado porque, con este movimiento, Penguin ya ha “honrado” a unos cuantos, los ha situado en un pedestal del que no querrán bajarse, les ha otorgado unos galones con los que no habían soñado, los ha convertido en aliados indirectos. ¿Qué crítico aficionado va a decir perrerías de una novela si eso significa que, en la próxima, quedará olvidado, no será elegido por el dedo divino y no será honrado con el pedestal para que el pueblo le envidie?
20/7/11
Skiff reader
Skiff Reader es un lector de libros digitalizados que destaca por su tamaño ya que la pantalla es equivalente a una hoja de tamaño A4. Sin embargo, no es un dispositivo e-paper sino que se trata de una pantalla TFT lo que aproxima más a este lector a un ordenador especializado que a un lector de libros electrónicos. Los problemas de visualización bajo iluminación intensa, por tanto, serán los habitualmente sufridos en cualquier computadora. La resolución de 1600 x 1200 pixeles es también notable. Lo que ya no se entiende tanto es que, si no es E-ink no disponga de color. Quizá sea para preservar duración de batería.
19/7/11
Stor.i.fy
Stor.i.fy es un software pensado para crear historias digitales colaborativas, y en particular crear una narración a partir de fragmentos archivados en las redes sociales u otras partes de la red. Incluye la capacidad de incluir elementos multimedia de modo que la aplicación permite combinar nuestro propio texto, con tweets, mensajes de Facebook,vídeos de YouTube, contenidos sindicados obtenidos mediante RSS, imágenes de bases de datos de fotos en Internet, etc. Es posible darse de alta en Stor.i.fy con la propia cuenta de Twitter. Una vez escrita la historia, el sistema permite publicarla en una web o en un blog. En la web del proveedor se encuentran varios ejemplos (uno de ellos, aquí).
18/7/11
La bailarina y el inglés
La bailarina y el inglés (Planeta, 2009) del malagueño Emilio Calderón es una novela de aventuras, casi juvenil, a lo más puro estilo Kipling (escritor al que, por cierto, se cita en la novela). Una trama de amores, asesinatos, robos y espionajes en la India colonial de la segunda guerra mundial, mezcla de ficción e historia, que es, en realidad, el pretexto para describir con detalle, ironía, profusión de anécdotas y mucho de estereotipo, las costumbres de la India y de una sociedad de castas que lindaba con lo esperpéntico. Una descripción que probablemente no es estricta y rigurosa pero que es amena, divertida (impropiamente cuando, en ciertos pasajes, se hace broma de la tortura), deliberadamente exótica, con diálogos jocosos, que tiene mucho de costumbrista, y que hace ágil la lectura. De hecho, en las primeras cien páginas, o sea un tercio del total, no hay historia pues el escritor sólo se dedica precisamente a describir las costumbres del país. Sólo a partir de entonces, comienzan a ocurrir los acontecimientos de la trama principal. Un trabajo que se lee rápido y que, sobre todo, pretende entretener aunque también haya una cierta reflexión sobre la identidad cultural de los colonos.
La novela quedó finalista en el Premio Planeta del año 2009.
17/7/11
Contortions
Contortions de Jennifer Ley es un hipertexto sencillo e irónico acerca del sexo y de la pornografía en Internet que combina texto, animaciones, sonido y enlaces. Una broma , un juego (hasta contiene risas al hacer referencia a la posible necesidad de Viagra por el lector) que no pasa de ahí.
Ley es miembro de la Electronic Literature Organization's Literary Advisory Board.
16/7/11
Los dispositivos de lectura, aún muy por detrás del resto de la electrónica
Un nuevo estudio de Pew Internet and American Life Project realizado recientemente muestra que la introducción de los lectores de libros digitalizados y las tabletas se encuentra aún muy por detrás de otros dispositivos móviles como los ordenadores, los téléfonos móviles, los reproductores de DVDs o de MP3, lo cual puede ser considerado lógico dado que se trata de tecnologías popularizadas más recientemente (que no desarolladas, porque las tabletas, por ejemplo, se crearon hace mucho, fracasaron y han resucitado).
Eso sí, los crecimientos de ambos dispositivos son altos como se ve en el gráfico que presenta dicho interesante estudio y en donde puede observarse que los e-readers se han duplicado en pocos meses.
El estudio se realizó sobre una base de casi 2300 encuestas.
11/7/11
House of leaves
House of leaves de Mark Z. Danielevski es una novela transgresora, difícil de leer (también porque, hasta donde yo sé, no hay versión en español), ergódica en este sentido, que presenta una demolición del concepto de maquetación tradicional del libro, una metamorfosis y una fragmentación continuas de la idea de lectura, un querer plasmar en papel la cultura audiovisual de la televisión pero sin un movimiento real. Una propuesta que es una especie de zapping trasladado al papel, donde las historias se entremezclan de manera anárquica, no sólo en el texto sino en el modo en que ese texto se presenta al usuario. Una maquetación mutante, sorprendente siempre y, también hay que decirlo, a veces cansina por convertir la fluctuación del orden en un fin en sí mismo aunque no se precise para el hecho literario. Danielevski nos brinda un laberinto, un nudo a desatar tanto en el fondo como en la forma y que, en función de los gustos, puede apasionar o aburrir porque averiguar las ecuaciones que definen los lazos más abstractos puede ser una pasión para un matemático pero también la más tediosa de las actividades para la mayoría. Hay pasajes escritos de manera convencional, otros en que los párrafos parecen competir entre sí, partes en blanco y negro, partes en color, tipografías variadas, textos que asoman en ventanas como si de un sistema operativo en pantalla se tratara, una presentación continuamente mutante. Historias de personas fracturadas (el borracho, un ciego que escribe sobre film, la madre internada en el psiquiátrico, el drogadicto enamorado de una nudista, el manuscrito de Zampanó, el informe Navidson, el crítico Truant que critica la propia narración…) que se entremezclan, a veces de manera parsimoniosa, en otras de forma tan fugaz que hay páginas de sólo un par de líneas. Una maquetación que parece seguir la frustración de los personajes, textos que se desmoronan a la vez que lo hacen sus vidas, pies de páginas inmensos en ocasiones, una mezcla de historias, de artículos enciclopédicos, de telegramas, de cartas, de dibujos, de poemas, de bloques de texto boca abajo, de grafías, de imágenes, unas veces con el texto en horizontal y otras en vertical, un collage complejo, ingenioso a veces, tétrico en otras. Un libro casi más para ser mirado que para ser leído. Un libro que seguramente no acabarán la mayoría de los lectores pero que, página a página, propone alguna novedad, una nueva visión narrativa, un pos-pos-posmodernismo, una creación de universos narrativos que pueden no ser exitosos en términos de emoción, de placer intelectual literario, pero que sí abren puertas futuras de desarrollo y que sugieren posibilidades. Ciertamente, puede argüirse que un libro que sólo sea un campo de experimentación técnico llamativo no tiene necesariamente calidad literaria. También puede defenderse, con razón, que el elitismo no tiene que ser necesariamente virtud. Pero, al menos, aporta ideas que podrán ser aprovechadas con acierto en el futuro. Y esta obra las aporta con profusión.
The Waste Land
The Waste Land es una recreación digital del célebre poema de T.S.Elliot del mismo nombre, especialmente realizada para la plataforma Ipad. No sólo incluye el poema en sí mismo sino diversos materiales adicionales como el manuscrito del poeta, fotografías del mismo, notas de lectura, los versos leídos por diferentes voces, incluida la del propio autor, explicaciones y anotaciones sobre la obra, et . Un programa en inglés que es demasiado pesado (casi 1 giga) para leerse ágilmente en un dispositivo móvil.
10/7/11
Biblioteca digital para Ipad en hebreo
E-vrit es una plataforma de venta de libros digitalizados en hebreo especializada en tenerlos disponibles para el Ipad. Parece que esto se está convirtiendo en una moda pues hace una semana ya hablábamos de una iniciativa similar en Indonesia. En la pelea que el mundo técnico mantiene entre si es mejor leer en tablet o en e-paper parece que aquella va ganando adeptos, aunque ciertamente son iniciativas modestas respecto a lo que representa Amazon y su tienda. La oferta de contenidos en este momento es de unos setecientos libros.
7/7/11
Definitions
Definitions de Jon Fried es una breve aplicación interactiva que puede encuadrarse dentro del micro-relato. El interface es espartano, sencillo, con un único combo-box en que se puede elegir una palabra determinada. Al clikar sobre ella, aparece una definición que es algo más que sólo eso. Es, en muchos casos, una micro-historia. Así, en la entrada, "padres":
Mama sits. And Papa sits.
So alike. Yet opposites.
6/7/11
Grammar Girl
Grammar Girl de Chris Funkhouser & Amy Hufnagel es un video poema en el que se combinan versos leídos, textos escritos e imágenes. Con la utilización de elementos muy diversos (cepillos, brochas, aire soplado, etc.) se descubren o tapan ciertas palabras dotándolas de una importancia puntual que- como si se tratara de ondas que se interfieren entre ellas- realzan o minorizan significados. Se crea así una estructura sinérgica entre los diferentes elementos del poema. En inglés.
5/7/11
Biblioteca digital para Ipad en Indonesia
Gramedia es una biblioteca virtual de libros digitalizados que los editores de Indonesia han puesto en funcionamiento recientemente. No diferenciándose mucho de las que en otros países existen para contenidos digitales en general, esta destaca particularmente porque sus recursos están especializados y seleccionados sólo para la plataforma Ipad.
Se trata de un portal sencillo, que no permite grandes sofisticaciones y que dispone de un inventario bastante reducido de momento. Los precios son sensiblemente más bajos que los libros en papel. La web en sí de poco nos sirve aquí, estando en indonesio y conteniendo libros en ese idioma, pero sí puede ser válida la idea.
Desde Itunes puede accederse aquí.
Se trata de un portal sencillo, que no permite grandes sofisticaciones y que dispone de un inventario bastante reducido de momento. Los precios son sensiblemente más bajos que los libros en papel. La web en sí de poco nos sirve aquí, estando en indonesio y conteniendo libros en ese idioma, pero sí puede ser válida la idea.
Desde Itunes puede accederse aquí.
El regocijo de tus regresos
No hicimos nada especial. Así que la razón de por qué esas horas permanecerán siempre en mí debe estar en el embrujo de tu mirada, sí, en esa expresión que pones cuando las noches se vuelven mágicas y que brota de vez en cuando para mi disfrute. La ciudad estaba casi dormida. Había poca gente por la calle. La noche era agradable, aunque un tanto fresca para ti. Te cubrí con mi chaqueta mientras nos servían el café con leche y el gin tonic que compartimos. El camarero nos escrutó atento. Encendiste un cigarrillo. Te aseguraste que el móvil estaba cerrado. Las olitas mansas se arrastraban perezosas hacia la arena, como si les costara salir del regazo del mar. Se escuchaba el rumor del océano a nuestras espaldas. Siempre ocurre que, cuando nos envuelve el conjuro del hechizo, el escenario ayuda. Algún duende juguetón que trenza lazos entre nosotros, vistiendo bonito el ambiente a nuestro derredor.
Las farolas amarillas dibujaban chiribitas en tu pelo. Aquí y allá, algunos restaurantes echaban la persiana hasta el día siguiente. Mejor así. Más íntima la noche que nos amparaba. Nos robamos caricias en la terraza del bar. Es curiosa la fuerza que un simple roce de nuestras manos tiene. Condensa el universo, mil páginas de texto, todo lo que quisiera decirte y no me sale. Me gusta cuando tus dedos crean música en mi piel. Eres una intérprete delicada, suave, como esos pianistas que parecen deslizar las manos sobre el teclado sin que parezca que pulsan las teclas. Mi piel es el piano- poco afinado y solitario, sin ti-; tus dedos son los que arrancan vibraciones de mi cuerpo que seguro que hasta pueden escucharse, ese sonido nítido y cristalino que me extasía.
Estabas hermosa, radiante, quizá porque aquella había sido una buena tarde. Me gusta cuando eres feliz, cuando crees en ti misma, cuando triunfas, cuando dejas que te venere, cuando permites que te sienta con los ojos, despacio, jugando a crear eternidades que luego el reloj arruina. Hablamos a ratos, callamos en otros, pero contigo el silencio tiene algo de musical también. Sobre todo, cuando pintas en tu cara esa sonrisa que – siempre te lo digo- sólo la muestras conmigo, cuando me haces alimentar la esperanza de que quizá estás enamorada. En esos momentos me gustaría regalarte la luna, la galaxia, un racimo de estrellas azules, pero comprendo de pronto que el mundo que creamos juntos, así, cuando nos acercamos el uno al otro en confidencias, es mucho más grande que todo el universo entero, que me basta con esa caricia que me das, con esa sonrisa que es sólo para mí, con esa mirada que es más profunda que cualquier escáner, con ese te quiero que me dices, para que me sienta un coloso. Luego, las cuadernas del navío común temblaron ligeramente, bajaste la vista y dijiste, en una súplica que no lo era, tímida pero firmemente:
- Soy así, no me asfixies, deja que me pierda de tanto en cuanto.
Seré feliz con tus intermitencias porque me traen repetidamente el regocijo de tus regresos.
4/7/11
Curso de verano Josep Pla i el món digital
La cátedra Josep Pla organiza para hoy, mañana y pasado, un curso de verano titulado Josep Pla i el Món Digital que se impartirá en la Fundación Josep Pla en Gerona. Entre las conferencias que se anuncian, se proponen algunas tan interesantes como Del dietari al bloc: el meu quadern gris, Del web 2.0 a la realitat augmentada, passant pel Twitter i la geolocalització ciutadana, La Ruta Josep Pla, un exemple de realitat augmentada, Literatura i món digital en l’ensenyament universitari o L'Obra Completa de Josep Pla: digitalització i impressió per encàrrec.
El accidente
Como tenía tiempo, decidió detenerse en la zona de descanso de la autopista para recargar combustible y para comer algo. Era un día caluroso, de esos de principios del estío con el sol del mediodía cayendo sin contemplaciones sobre los campos de la meseta. En las frondas de los árboles que rodeaban el área se amontonaban miles de pajarillos que piaban chillones hasta hacerse oír más que los motores de los automóviles que cruzaban a toda velocidad.
- 50 euros y el depósito sólo lleno en tres cuartos – pensó- a este paso, no vamos a poder viajar ni a la vuelta de la esquina.
Encontró un lugar bajo la tejavana, a la sombra. Precavido, dejó unas reducidas rendijas en las ventanillas para que el aire pudiera correr y la temperatura del interior no subiera demasiado. Tenía un buen coche. Un Volvo 790, gris metalizado, del que estaba muy orgulloso y al que cuidaba con mucho celo. Un coche seguro, que no consumía en exceso y que era cómodo para viajes largos. Cerró y subió al restaurante. Estaba bastante lleno. Un grupo de chicos americanos a los que un autobús esperaba en el aparcamiento. Todos en chancletas y ropa deportiva. Un par de profesores, ambos calvos y regordetes, intentaban que sus conversaciones no fueran especialmente ruidosas.
Pidió el menú del día. Unos canelones y una pechuga de pollo que la camarera le vistió con unas verduritas y un poco de puré de patata. Compró una botella de agua fría y tomó dos panecillos. Comió a gusto. Llevaba toda la mañana circulando y apenas había desayunado. Estaba hambriento y aquel almuerzo no estaba mal. Le prestaron un periódico que hojeó desganado y, hacia las tres, decidió reemprender la ruta. Bajó y, como había previsto, el coche no se había calentado mucho gracias a la corriente. Puso en marcha el aire acondicionado y arrancó.
Había comido demasiado. Lo notó enseguida cuando, entre el resol que penetraba por el parabrisas y la pesadez de estómago, comenzó a entrarle una modorra que hacía que se le cerraran los ojos. Pensó que sería momentáneo, que se le pasaría en un par de minutos y abrió la ventanilla para espabilarse pero una vaharada de calor penetró en el auto. Cerró y volvió a sentir que los ojos se le cerraban. En otros tiempos, cuando era joven, hubiera resistido el sueño y hubiese continuado la ruta pero hacía unos cuatro años casi colisionado contra la mediana por hacerlo y, desde entonces, sabía que era mejor detenerse, echar una cabezada de diez minutos y continuar fresco. Sentía que las ganas de dormir le vencían pero no encontraba una zona de descanso y en medio de la autopista no podía pararse. Disminuyó la velocidad y volvió a abrir la ventanilla. Puso la radio a todo volumen. ¿Dónde había un desvió para detenerse? Joder, qué sueño tenía. Era consciente del peligro y en un par de instantes notó que los ojos se le cerraban pero reaccionó. Por fin, un par de minutos después, un cartel anunció que a un kilómetro podía parar. Respiró aliviado. Medio minuto después aparcó bajo un cedro, echó el freno de mano, dejó el motor en marcha para que el aire siguiese funcionando y se durmió casi instantáneamente.
Despertó sobresaltado. Miró el reloj y constató que había debido dormir por casi veinte minutos. Se frotó los ojos y se reacomodó en al asiento. La luz del día había cambiado, ya no era tan plana, tan brillante, como si se estuviese nublando. No vio nubes pero pensó que pronto habría tormenta. Algo normal en la época por otro lado Estaba un poco aturdido, como cuando uno duerme pesadamente una siesta a destiempo.
Arrancó y enseguida volvió a tomar el control de la situación y aceleró hasta los 140 por hora. Sí, más que lo permitido pero sabía dónde estaban los radares fijos y permanecía atento a cualquier coche aparcado en la cuneta que pudiera ser uno móvil.
Un rato después, no más de veinte minutos, se quedó sorprendido. Un gran cartel azul señalaba que su destino estaba a cien kilómetros. ¿Ya? El restaurante de la autopista estaba a doscientos y en media hora no podía haber recorrido tanta distancia. Instintivamente, miró el cinemómetro. Quizá había pisado más de la cuenta sin darse cuenta. Pero no. Continuaba a ciento cuarenta y el control de velocidad mantenía correctamente el ritmo. Se extrañó. Cierto que había parado a dormir después de haber comido, quizá había recorrido muchas decenas de kilómetros hasta encontrar el aparcamiento de descanso. Pero no lo recordaba. Debía haber conducido tan despistadamente, o medio dormido, que había perdido la noción de la distancia. Curiosamente, su primer miedo no fue el que podía haber sufrido un accidente sino el que se hubiera saltado algún radar y le llegara un recibito por correo. Tendría que decir a su mujer que no recogiera ninguna carta certificada aunque había oído que eso ya no servía, que te las pasaban hasta por SMS.
Cualquiera que fuese la razón por la que se había despistado, lo cierto es que estaba mucho más cerca de lo que pensaba y se alegró porque llegaría pronto y podría darse un baño tranquilo antes de la reunión.
Pero la alegría se le truncó un minuto después. Un coche de la policía con las luces azules destellantes estaba parado un poco más allá y un agente hacía gestos con las manos para que el tráfico redujese su velocidad. Unos carteles anunciaban que más adelante, a unos tres kilómetros, había ocurrido un accidente. Enseguida llegó al final del atasco. Conectó los cuatro intermitentes para avisar a los de atrás y fue parando hasta quedar detrás de una enorme fila que, en lo que podía ver, se extendía varios kilómetros por delante de él por la autopista.
Todo el tiempo ganado, lo perdió en el atasco. Avanzaban unos metros y volvían a pararse. A veces, se cambió de carril porque ya se sabe que, en un atasco, siempre parece que es el otro carril el que va más rápido. Pero no era cierto. Una hora después, empezaba a cansarse y a preguntarse si llegaría a tiempo al meeting. Desde luego, el baño pausado y relajante estaba ya olvidado.
Casi media hora después, hubo de pasarse al carril de la derecha. El tipo de atrás le tocó la bocina pero no había más remedio. Al parecer, habían abierto un carril. Al fondo, podía ver luces rojas de ambulancias. Debía haber sido un accidente grave. Poco a poco, fue acercándose al lugar de los hechos. Unos cientos de metros antes vio piezas desperdigadas por los carriles que permanecían cortados. Seguramente el accidentado había perdido el control y se había deslizado a gran velocidad durante mucho espacio, chocando y posiblemente girando sobre sí mismo. Mala cosa. De hecho, ya podía ver el amasijo de hierros al fondo. Humeaban y los bomberos aún estaban trabajando en apagar alguna cosa. Parte del capó estaba tirado sobre la cuneta. Se le habría soltado en alguno de los choques previos. Sintió una sensación desagradable cuando se percató de que las piezas eran gris plateado como su propio automóvil. Y, aunque dado el estado de las piezas, no podría asegurarse, podría jurar que eran de un Volvo. Avanzaba muy despacio, en medio de la larga fila, y abrió la ventana para fijarse mejor. Sí, definitivamente, era un volvo y estaba convencido que del mismo modelo que su vehículo. Estas cosas siempre inquietan y se sintió nervioso. Él pensaba que esto sólo les ocurría a los coches pequeños. Le tocó volver a parar justo al lado de dos operarios que limpiaban la calzada y esparcían arena sobre los restos de aceite.
- Se ha dormido el tío. – comentaban entre ellos- Ha dado cien mil vueltas. La Guardia Civil ha ido ahora a avisar a su familia. Vaya marrón.
Sintió que se le nublaba la vista, que se dormía, que no podía mantener los ojos abiertos y que su coche comenzaba a girar. Pegó un volantazo pensando que cómo era posible que el coche pudiera moverse así circulando a la velocidad de una tortuga. Se vio en el aire, dando cabezazos contra las paredes y el techo, notó que la sangre se le escapaba del pecho, sintió un fuerte dolor en el estómago y atinó a observar cómo su coche iba a caer exactamente sobre los restos que los bomberos trataban de apagar. Recordó brevemente que estaba buscando una zona de descanso para echar una cabezada. Un segundo después, se fundió con aquellos desechos y un abismo negro lo engulló.
Ebook Expo Tokyo
Del próximo jueves día 7 al sábado 9, se celebrará en Tokio la 15ª Feria Ebook Expo que es el mayor evento de este tipo en el sector del libro electrónico. No sólo será el foro donde se muestren todos los nuevos dispositivos lectores sino que habrá una serie de interesantes conferencias en torno al e-book con ponentes de Sony, Google o la Feria del libro de Frankfurt entre otros . Paralelamente, se celebra la feria "Licensing Japan" que pretende ser un punto de encuentro para todos aquellos que pretendan vender u obtener derechos de autor en el país nipón. Dado el temor que previsiblemente pueden tener muchos visitantes debido a los recientes terremotos, la organización está haciendo un visible y notable esfuerzo por asegurar que la seguridad está garantizada.
3/7/11
La conjetura de Borges
La editorial Anaya ha publicado el libro de relatos La conjetura de Borges que recoge once cuentos, entre los que se encuentra uno escrito por mí titulado El Club MacLaurin. Todos los relatos incorporan, de un modo u otro, una mención a las matemáticas. Puede adquirise on-line aquí.
1/7/11
Nativos digitales... ma non troppo
Hace algunos días se hacía público el informe PISA- ERA 2009, o Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos de la OCDE (el acrónimo proviene del inglés) que tiene por objeto evaluar hasta si alumnos europeos que están terminando sus estudios básicos han adquirido algunos las habilidades necesarias para leer, entender y comunicarse. PISA‐ERA 2009 abarca el área de lectura, en formato digital, y ha sido diseñado, con pruebas específicas, para investigar la competencia de los alumnos en tareas que requieren el acceso, comprensión, valoración e integración de textos digitales en una amplia gama de contextos y tareas de lectura
Este año se ha evaluado la capacidad en lectura digital, es decir sobre dispositivos electrónicos (en el pasado informe se estudió la capacidad lectora sobre papel). De los resultados, lo primero que puede deducirse es que, en general y en todos los países, no hay grandes diferencias entre las capacidades en papel y en pantalla. Los que leen y entienden bien sobre papel, lo hacen también sobre pantalla con pequeñas desviaciones estadística y un acuerdo en los datos más que significativo. Esto parece indicar que el soporte no es tan importante como parece en ninguno de los sentidos. Ni parece que nos hace estúpidos como algunos gurús afirman, ni tampoco nos abre nuevas expectativas de conocimiento ni nos pone en un nivel superior.
Por otro lado, los resultados para nuestro país no son muy buenos. La comprensión lectora de textos electrónicos en la red de los chicos de 15 años en España es baja en comparación con otros países. De los 19 países que han participado en el estudio, España ocupa la posición 14. El líder es Corea del Sur cuyos adolescentes alcanzan una puntuación de 568 (mientras que en la lectura impresa alcanzaron una puntuación de 539) mientras que los españoles sólo alcanzan 475 (habían alcanzado 480 en la lectura sobre papel) y la media del estudio es de 499 en lectura digital. Mejor que nosotros están países como Australia, Nueva Zelanda, Japón, Suecia o Francia. Por debajo, Polonia, Austria o Chile entre otros. Los responsables ministeriales achacan estos resultados a la menor implantación de ordenadores en las aulas pero, como se ve, no difiere mucho de la comprensión lectora en papel lo que viene a indicar que no es tanto un asunto de medios o de soportes sino de cultura y formación genéricas.
Preocupante es también el hecho de que el 23% de los alumnos tiene un nivel bajo de comprensión. El estudio clasifica en 5 niveles la habilidad en este campo (desde el 1 de comprensión nula o el 2 de aprobado justito, hasta el 5 que es una comprensión elevada y con criterio) y el 48% se encuentra en las franjas 1 y 2, un resultado ciertamente malo. También se ha detectado que la comprensión empeora con los textos discontinuos.
Como media, en todos los países, las chicas empeoran sus resultados en lectura digital si se comparan con el papel mientras que los chicos igualan los resultados.
Como señalaba antes, me parece que se trata mucho más de un problema de educación y habilidad lectora general que digital o no. Para más información puede accederse a este enlace o en este otro.