31/8/13

Spies of Barrie





 
Spies of Barrie tendrá lugar los próximos 14 y 21 de septiembre en Barrie, en Canadá. Se trata de una narración interactiva fundamentada en preguntas y puzles que el lector debe ir resolviendo a medida que avanza en la búsqueda de pistas, un juego colaborativo con enigmas más o menos complicados en el que podrán participar hasta 50 personas. Se trata de una performance creada por Vanessa B. Baylen. Serán 20 enigmas que hay que resolver en 60 minutos y que servirán para descubrir hechos o lugares de la ciudad.
 
 
 
 

30/8/13

6-String Aria





6-String Aria, de Bill Marsh, es un pequeño trabajo digital, un pequeño poema cinético digital, que combina gráficos animados de cinco letras manuscritas con música (de guitarra, como su título indica) y con textos (más bien palabras) que vuelan y se superponen en la pantalla.
 
La interacción es escasa porque la aparición de los componentes visuales está preprogramada. A medida que las palabras o los gráficos se mueven en un entorno tridimensional pueden leerse de maneras diversas. Más un experimento de programación que literario.
 
 


 

29/8/13

I-Semantics + I-Know





Del 4 al 6 de septiembre se celebran simultáneamente en Graz, Austria, la 13ª Conferencia Internacional sobre gestión de conocimiento y la 9ª conferencia internacional sobre sistemas semánticos. Disertarán expertos como Ed Chi de Google, Tiit Paananen de Skype o Yves Raimond de la BBC. I-Semantics acoge cada año a unos 400 participantes, siendo por tanto un foro muy representativo para debatir los nuevos conceptos y desarrollos en el ámbito de la red semántica. Dado que la semántica computacional comparte muchas ideas con la computerización del conocimiento, la celebración conjunta de I-Know permite encontrar sinergias entre las ideas de los asistentes.

El programa completo puede descargarse desde este enlace.
 
 
 
 

 

28/8/13

Atingo




Atingo es una iniciativa promovida por la compañía sueca editorial Publit y la tecnológica Axiell. Pretende ser una plataforma para relacionar a las bibliotecas con las editoriales de modo que puedan incrementar conjuntamente el negocio y hallar sinergias mutuas, un intento de reproducir en lo digital el ecosistema que ya existe en el libro en papel entre las empresas que publican libros y los grandes usuarios institucionales, librerías gubernamentales, universitarias o privadas. En efecto, con los e-books, las editoriales temen el préstamo o la copia descontrolada mientras que si los e-books no se pueden prestar, la función fundamental de las bibliotecas se pierde. Reticencias que se ven agravadas por la existencia de numerosos intermediarios. Atingo pretende ser un árbitro neutral, un componente tecnológico situado en medio y que vele por el correcto funcionamiento del préstamo,  permitiendo a bibliotecas y editoriales una relación clara y directa que evite abusos por cualquier parte.
 
 

27/8/13

Ideales





Se conocieron en tercer curso, en una de las continuas asambleas que se celebraban en la facultad. Aquel día estaban votando el apoyo a una huelga convocada por los ilegalizados sindicatos. Desde la ventana podían ver cómo los “grises” tomaban posiciones en torno al edificio, ya colocados sus cascos y recibiendo instrucciones de sus mandos. Formados, parecían aquellos cuadros de soldados napoleónicos que se aprestaban para la contienda. El sol de la todavía joven mañana se reflejaba en las furgonetas protegidas con rejillas y adornadas con luces azules y grandes números en sus puertas.
Manuel Beltrán, el delegado de curso, había hecho una apasionada defensa acerca de la necesidad de sumarse a la huelga, de apoyar al pueblo trabajador en contra de la dictadura- dijo, para luego hacer una larga pausa antes de continuar- hasta derrotarla y unirnos a la Europa libre de aquel año 1968. Julián se había emocionado con la arenga y aplaudió a rabiar. Fue uno de los que comenzaron a corear eslóganes de apoyo y se sintió reconfortado cuando buena parte de los congregados se unieron a sus voces. Quizá por eso fue que le molestó más la actitud de las chicas. Estas, a su espalda, se reían de todo aquello y se dedicaban a mofarse de los oradores.
-        Si esto no os gusta, nadie os obliga a quedaros- se volvió, sin poder resistirse.
Entonces la vio y entonces la conoció. María Luisa estaba entre aquellas jóvenes, coleta anudada con un aro dorado, frente despejada, ojos inciertos entre avellanados y negros, sonrisa amplia, cara fina y ovalada y cuerpo deseable. Si bien la chica le gustó instantáneamente en lo físico, la actitud de todas ellas era insolente. Más aún cuando se le rieron a la cara.
-        Vaya, otro revolucionario de oficina- se burló una de ellas- Seguro que este es también uno de los que repiten curso.
Touché - pensó. En efecto, no llevaba muy bien la carrera. El primer curso, lo repitió. El segundo, lo pasó con dos asignaturas para septiembre que, llegado el fatídico mes, se resolvieron con un dos coma cinco y un dos coma tres, así que quedaron pendientes para febrero. Esto, sumado a que en tercero llevaba suspendidas seis materias de ocho en el primer parcial de octubre, auguraba un desastre del que sus padres aún no estaban informados.
-        Si algún día sacas la carrera, tendrás que ser laboralista porque serán los únicos que te contraten- se mofó otra chica.
-        Iros al cuerno, niñatas- puso la expresión más hosca que pudo y se tornó para continuar atendiendo el discurso.
La votación fue reñida pero acabó resultando negativa para la propuesta y las clases no se interrumpieron entre la decepción de los estudiantes de izquierdas.
-        Vaya facultad de Derecho que tenemos- gritaba Óscar, un compañero de clase- así Franco aguanta hasta dentro de dos siglos. ¡Ni conciencia ni decencia!
Al destino le gusta juguetear. Julián estaba sentado en uno de los bancos del campus, leyendo- es un decir, porque realmente la mente se le iba a otra parte- uno de los áridos capítulos de Mercantil cuando, a su lado, se sentó una chica. Se miraron sin hacerse mucho caso y volvieron a sus quehaceres para, diez segundos después, volver a mirarse sorprendidos.
-        Vaya, no esperaba encontrarte aquí – dijo él- os imaginaba tomando algo,  felicitándoos por haber reventado la reunión.
-        Yo no reviento nada. ¿A qué viene eso?- se le quedó mirando fijamente.
-        Perdona- contestó él al darse cuenta de lo descortés que había sido. Además, la chica no había abierto la boca durante el mitin, habían sido algunas de sus amigas. Se le quedó mirando unos segundos y prosiguió- Lo siento mucho de veras, lo siento.
-        Soy María Luisa, María Luisa Genil- le alargo la mano a la vez que le sonreía.
-        Julián, Julián Pérez- contestó él un poco ruborizado por la situación. No era hombre que se atemorizara ante las mujeres y, dentro de su modestia, podía decirse que a sus veintidós años estaba experimentado, pero aquella chica tenía un algo, un duende que intimidaba.
-        ¿Qué haces?- preguntó la chica.
-        Mercantil. La semana que viene hay examen y no veas lo pez que estoy.
-        El “referéndum” no ayuda. Es un plasta. Malo hasta decir basta.
-        Vaya, por fin, algo en lo que estamos totalmente de acuerdo- ahora fue Julián el que sonrió. Efectivamente, el tutor era bastante mediocre impartiendo la materia. Un tal Gandiaga, oposición aprobada a dedo, inquebrantable al régimen. Le llamaban “el referéndum” porque cada vez que se enervaba- y esto sucedía a menudo- gritaba “¡no me hagan botar, no me hagan botar!”
-        Yo voy tranquila. Lo he preparado bien y además tengo buena media en los anteriores.
-        No hace falta machacarme, ¿eh?- habló con un deliberado tono de humor.
-        ¿Quieres que te ayude?
-        ¿En qué?
-        A preparar Mercantil, ya sabes. Las casas de bolsa como fiduciarias, la Convención de Viena, los asientos registrables, sociedades comanditarias, ya sabes, comprender todo eso. Tengo apuntes y resúmenes.
-        ¡Anda ya! Si ya me caísteis mal en la asamblea, me muero si encima me sermoneas…. – sonrió sin darse cuenta - … ¿te apetece un café?
-        ¿Puede ser un té?
-        Y hasta una manzanilla con orujo, si quieres- rieron, mientras se levantaban en dirección a la avenida.
Fue una amistad diesel, de lento ritmo, de aceleración pausada. Varios meses en los que, al principio, en las primeras semanas, se vieron esporádicamente, en que se conocieron poco a poco, en los que se dieron cuenta de lo diferentes que eran en su concepción del mundo, de la sociedad, de la vida. Todo para, poco a poco, juntarse casi cada día, como amigos, como colegas estudiantes, siempre chinchándose el uno al otro, pero también siempre mirándose muy de cerca y lentamente a los ojos. Tenían poco en común y, sin embargo, como los polos opuestos de un imán se atraían, se buscaban de cuando en cuando, como si hablar con alguien con el que no tenían empatía intelectual fuese una forma de sentirse libres. No había que agradar, no había que comprender las razones porque todas eran malas, no había que adherirse a causa alguna porque las tenían contrarias, ni ser más papista que lo que lo era el otro en la defensa de los ideales.
-        A Franco le queda poco- le decía él una tarde de primeros de diciembre, lluviosa y tristona, sentados en el cafetín de la calle Alhambra, sentados frente a una mesita de mármol redondo, él con una expreso con dos gotas de licor y ella sorbiendo un té  verde con limón- y entonces llegará la democracia y podremos, por fin, respirar. Y la Universidad no puede quedar al margen- había continuado con fervor.
-        No cambiará nada- musitaba ella- qué más da quién mande. Al cabo, sólo importa lo que le sucede a cada uno. Tu salud, tu dinero, tu trabajo, tus desamores… ¿o es que tú quieres ser político?
-        ¡Claro que no! ¡No tengo altura para ello! No para ser un político digno  quiero decir, no como estos canallas que tenemos ahora. Pero una persona no puede aislarse, no puede permanecer ajena a lo que le suceda a sus conciudadanos. Ser humano es ser solidario, desear que todos sean libres cualquiera sea el modo como piensen. ¡Hay que luchar por lo que es justo, joder!
-        Sí, todo eso está muy bien. Yo también he estudiado a Pericles, a Locke y a Rousseau. Recuerda que obtengo mejores notas que tú – se arrepintió de haberlo dicho, conocedora ya de cómo llevaba el curso Julián. - Creo en todo ello, en la división de poderes, en la libertad, en la igualdad, en la justicia, me gustaría que nadie pasara hambre, que todos fuesen millonarios, estoy convencida de que el régimen es corrupto, que usan el poder para hacerse de oro. ¿Y qué? Siempre es así. Lo es ahora, lo fue antes y lo será después. Una única persona no puede arreglar el planeta. Lo importante es seguir tu vida en medio de todo ese fango. Da igual quién se haya anclado al trono, lo importante es hacer tu vida. Hacerla bien, sin herir y procurando el bien. El bienestar común llegará de la suma de los esfuerzos individuales, no de las revoluciones.
-        ¡Vamos, por mi madre! ¡No puedes estar hablando en serio! ¡Así, sólo se perpetúan los fuertes! Porque esos, aplastan. La división es el cáncer de la sociedad. Hay que unirse. Los débiles, la mayoría, debe unirse. Juntos, puede cambiarse el mundo, darle la vuelta como a un calcetín. ¿Permanecerías encerrada en tu vida cómoda aunque muchos sufran injustamente a tu alrededor? ¿Serías capaz de mirarlos a la cara sin que te avergonzaras?
-        Mira, Julián. De nada sirve que te maten o te encarcelen por tus ideas, por cualesquiera que sean las ideas. Los contrarios también tienen ideas. A ti, las suyas te parecen horrendas, y a ellos las tuyas. Y todos os matáis por religiones, por ideales, por la patria, por el estado, por la nación, por el socialismo o por el fascismo. Todo, una mierda. Lo único que vale es lo del ande yo caliente y ríase la gente. Siempre ha sido igual. Nadie te va a agradecer que te muelan a palos por su libertad. Te abandonarán en cuanto tengan lo que quieren o en cuanto les venza el miedo. Mira sólo por ti mismo. Yo lo hago. Yo no moriré ni arruinaré mi vida por causa alguna.
-        No me creo que puedas ser tan ajena al dolor- se dio cuenta que la decepción acerca de las palabras de María Luisa era profunda. No era un debate académico. Sin percatarse plenamente, quería que ella pensara como él, que pudieran tener un futuro común, viajar en pos de un fin compartido. No sentía pena por lo que ella decía, sino por lo que a él le afectaba.
-        ¿Dolor? ¿De quién? ¿Y mi dolor? ¿Tu revolución me va a librar a mí de mis males, me va a dar más salud, me dará hijos sanos, trabajo duradero, me hará ganar pleitos? Yo quiero vivir mi vida. Yo no voy a morir por ideal alguno. ¡Quiero vivir! ¿Se preocupa alguien por mi dolor?
Se hizo un silencio. Ninguno supo nunca si fueron diez segundos o diez minutos.
-        Yo, yo me preocupo por tu dolor y por todo lo tuyo – contestó al fin Julián. Se le escaparon las palabras a su pesar.
Luego, fueron besos largos y tiernos, suspiros, un paseo bajo la lluvia por la ribera del río y el frío de la noche, la imposibilidad física, visceral, de decirse buenas noches, los te quiero y los esto es una locura, los somos tan distintos que esto es imposible, los y qué más da.
Los dos meses siguientes fueron turbulentos. El veinte de enero del 69 un estudiante se había suicidado, según la versión oficial, lanzándose al vacío desde un séptimo piso cuando la policía lo llevaba interrogando más de dos días. Según el resto del mundo, había sido asesinado. Los disturbios se sucedían sin descanso y la dictadura decretó el estado de excepción en toda España. Los pocos derechos reconocidos quedaron suspendidos. Disturbios callejeros, manifestaciones contra Franco, otras en su apoyo, trenes cargados de fieles que iban a Madrid a apoyar una u otra causa. El pueblo en lucha de unos se convertía en acciones minoritarias para otros, y la lucha por la libertad de la calle era, en las noticias, la subversión que altera la paz. Las huelgas se intensificaban y el régimen montaba actos de desagravio. El país era un enjambre de rumores. Se oía que se quería proclamar el estado de guerra, mucho más contundente que el de excepción. Unos situaban a Franco agonizante en su salud mientras que los procuradores afirmaban que su salud era de hierro.
La Universidad no era ajena a todo aquello. Por el contrario era, en muchos aspectos, el ariete de la protesta. Julián había olvidado casi por completo sus estudios y dedicaba su tiempo a acudir a las asambleas, desfilar en las manifestaciones, correr cuando las cargas policiales las disolvían e intentar ayudar en lo que él ya entendía era la revolución en camino.
-        Por Dios, sé prudente. Están deteniendo a muchos- le rogaba María Luisa.
-        No puedo, cariño.- contestaba él acariciándole el rostro-, esta es mi lucha, esta vez lo vamos a conseguir. Lucho por mí pero también por ti, por nuestro futuro.
-        No te hagas el Miguel Hernández que se te da mal la poesía- le gritaba ella, fuera de sí, consciente del peligro que acechaba en cada esquina, en cada redada, en cada policía con el que se cruzaban.
-        ¿No lo comprendes? Los obreros están en huelga, la universidad es un clamor, hasta los profesores se han puesto esta vez de nuestro lado. Francia nos apoya, también Inglaterra, y hasta los Estados Unidos han dado un toque de atención al viejo. Mira lo que ha dicho el profesor Tierno, lo pone en esta octavilla: El estado de excepción es el error más grave del régimen desde hace treinta años. Esta vez ganamos, Luisa. Es cuestión de convicción.
-        ¡Te necesito, joder! ¿No lo entiendes, cabeza de orangután? Te van a matar. ¿No lo entiendes? Somos nosotros los que importamos, es nuestra vida, ¿o no me quieres? Deja a otros que mueran por el mundo. Tú no, tú no. ¡Joder, entiéndelo!
Cada día se repetía similar al anterior. Julián llegaba sudoroso al cafetín, hacia las ocho, con la inconsciencia y el ansia de la juventud, feliz de haber ayudado a repartir octavillas, haber pasado información sobre los acontecimientos o haber contribuido a recolectar dinero. Un día acudió eufórico y sudoroso. Habían tirado abajo un busto de Franco y le habían pegado fuego gritando consignas hasta que los disparos de la policía les hicieron huir. Ella, furiosa, preocupada y enamorada, le recriminaba su locura, le decía que le iba a dejar, que ella no quería ser una viuda antes de casarse, que él era un egoísta.
-        Sólo piensas en ti, sólo en ti, en tu revolución, en tu democracia. ¿Y qué hay de mí, de nosotros? ¿Acaso es mejor la libertad estando muertos que vivir aunque sea ajenos al resto?
Y él contestaba que por supuesto era mejor morir libre, que la vida de esclavo no es vida, que estar rodeado de injusticia y opresión no permite ni merece ser feliz, que antes está el poder mirarse al espejo que el estar caliente porque no podría respetarse a sí mismo ni mirarla con amor si supiera que no hacía lo posible por lograr un mundo mejor.
En febrero, se convocó una manifestación que inmediatamente fue prohibida por el gobernador civil. La radio y la televisión anunciaron que se reprimiría con toda la fuerza de que la policía dispusiera y que se avisaba a todas las personas de bien que no se involucraran en un acto que solo perseguía herir los fundamentos de la patria y arrastrar a la juventud a una orgía de nihilismo y anarquía (así lo enfatizó el ministro en un discurso retransmitido por la radio), algo que no se iba a permitir. Ni que decir tiene que aquellas amenazas y arengas obtuvieron el resultado contrario y, a las seis de la tarde, hora prevista de inicio, una multitud de pequeños grupos merodeaban por las cercanías de la plaza Amadeo. En cuanto se juntaban más de diez personas, una patrulla policial cargaba con sus porras en alto.   
María Luisa y Julián habían discutido una hora antes.
-        Si vas, no me vuelvas a llamar- le había dicho muy seria, sabiendo que mentía.
-        Mujer, no va  pasar nada. Sabes cómo soy. Si me quieres, debes quererme como soy. No me puedo convertir en un fascista.
-        Yo no quiero que seas un fascista, ni un comunista, ni nada. Sólo quiero que no te maten. Hasta a Marcos, el de cuarto, ese chico que es un pedazo de pan, le han detenido.
-        Tengo que ir- había tomado su carita entre sus manos y la beso lo más tiernamente que pudo mientras ella le miraba con unos ojos a mitad de camino entre la furia y el miedo.
-        No vayas. Presiento que no debes ir- era una petición que él no podía conceder.
-        Tengo que ir.
Hacia las ocho, se congregaron por fin los suficientes grupos como para constituir una masa de gente suficientemente poderosa para enfrentarse a la policía. También, demasiado grande para que esta no se amedrentara. En segundos llovían adoquines y piedras. De pronto, varios jóvenes sacaron de una caja varias botellas. Julián comprendió lo que iba a suceder. Un instante y las mechas estaban ardiendo. Otro, y los cócteles Molotov volaban hacia las compañías policiales. Otro, y se escuchaban disparos. Fuego real. Munición de guerra.
Fue un sálvese el que pueda. Todos corrían alocadamente, unos hacia calles despejadas, otros para caer en medio de un pelotón de guardias que se ensañaban con ellos antes de proceder a las detenciones. El fuego de los fusiles seguía escuchándose, mezclado con el de las sirenas ululantes. Gritos, ruidos de escaparate rotos, alarmas de ambulancias, chirridos de frenos, órdenes de mando.
Julián se desorientó. Había salido corriendo hacia la avenida pero al ver que dos furgonetas llenas de policías llegaban a toda prisa, dio media vuelta y se metió en el primer callejón que vio. Se guiaba por los ruidos, o mejor dicho por la ausencia de los mismos. El silencio implicaba calma, ausencia de disturbios, poder regresar a casa.
De pronto, nuevamente las sirenas, los cristales rotos. Conocía la calle, era muy cerca de donde vivía su novia. Pensó en María Luisa, en que estaría nerviosa, en que quizá lo estuviera viendo todo desde la ventana con la persiana medio bajada. Sí, la cosa estaba chunga, pero merecía la pena. No era momento de achantarse. Si los jóvenes no se comprometían, ¿quién lo iba a hacer? Se encontró de bruces con una línea de grises que avanzaban implacables. Detrás, un centenar de estudiantes. Corrió hacia ellos y logró refugiarse en el grupo pero los policías estaban cada vez más cerca. No quedaban muchas opciones. Por detrás, llegaban refuerzos de los agentes.
De pronto, la vio, a unos pocos metros de él.
-        ¡Mierda! ¿Qué coño haces aquí?- gritó fuera de sí. María Luisa estaba allá, llamándole, tendiéndole la mano, como si quisiera guiarle fuera de aquella refriega.
-        ¡Ven! ¡Ven!- gritaba ella- ¡refugiémonos en casa!
Pero Julián se había quedado inmóvil, desconcertado por la presencia de ella en aquel lugar. Es extraño el cerebro, son extraños los sentimientos. En un momento pasó de perseguir la gloria a anisar protegerla.
-        ¡Ven! ¡Ven!- seguía gritando ella mientras le hacía gestos- ¡refugiémonos en casa!
El sargento que comandaba la patrulla de la derecha dio sus órdenes y se escuchó una descarga. Luego otra. Fueron cinco, diez segundos quizá y todo resultó confuso, algo irreal. En la primera salva, cayeron seis o siete estudiantes heridos y la calle se tiñó de rojo. Entre la primera y la segunda, María Luisa se interpuso entre la línea gris y Julián. En la segunda descarga, ella se llevó la mano al hombro y chilló de dolor. Su cuerpo se balanceó y cayó sobre los brazos de un Julián que seguía petrificado, incapaz de pensar y actuar.  Los demás corrían y sobre el pavés sólo permanecieron los heridos y Julián arrodillado junto a su novia. Por el momento, los policías corrían persiguiendo a los que huían y les habían dejado atrás pero pronto volverían.
-        ¡Mierda, ¡Mierda!, ¡Mierda!- repetía Julián- ¿Qué hacías aquí, qué hacías aquí, por todos mis muertos, qué coño hacías aquí?
-        Te vi...- balbuceó ella- ...quería llevarte a casa… - sangraba mucho de la herida y él intentaba taponársela con su mano.
-        ¡Ayuda!, ¡!Ambulancia!- gritaba sin que nadie le oyera. Sus gritos se mezclaban con los de los otros heridos- ¡No tenías que estar aquí, mierda!¡No tenías que estar aquí!
-        Es sólo en el hombro, pero joder cómo duele- gimió ella.
-        ¡Mierda, ¡Mierda!, ¡Mierda!, ¿no eras tú la que decías que no había que arriesgar la vida por una causa, por un ideal?
-        No lo he hecho por ninguna causa... ¿no entiendes por qué he bajado?- murmuró ella antes de perder el conocimiento. Una ambulancia se aproximaba. Varios policías también.

26/8/13

Omeka




Omeka es una plataforma para la creación y publicación de narrativas hipertextuales en forma de web, con código abierto y que ha sido desarrollada especialmente para mostrar digitalmente contenidos de bibliotecas, museos, archivos y exposiciones, en definitiva colecciones digitales, aunque puede ser usada de modo genérico para componer hipertextos de cualquier tipo. Permite la interacción con el usuario en la web 2.0, soporta fórums y comentarios, y dispone de numerosos plug-ins para añadir de modo sencillo contenidos multimedia. Pretende ser de uso no especializado por lo que dispone de patrones o templates para ir creando las páginas que muestran el contenido sin saber programación.  
El nombre Omeka proviene del lenguaje swahili. Puede descargarse en este enlace.
 
 
 
 
 
 

 

25/8/13

Walking Together What Remains




Walking Together What Remains de Erik Natzke y Chris Green es un poema digital programado en Flash en que los versos se fragmentan en sucesivas pantallas las cuales presentan un formato unificado: una fotografía de fondo, parte del texto del poema y una nota a pie de página con aclaraciones del significado o informaciones varias que, en ocasiones, poco tienen que ver con el poema.
 
La interactividad de navegación es amplia porque el lector puede ir adelante o atrás a plena voluntad (utilizando un dibujo cúbico 3D) pero no hay interactividad de modificación. Si no se recurre al cubo de desplazamiento, el poema se desarrolla automáticamente en periodos controlados por el programa.
 

23/8/13

Historia de San Sebastián reproducida en Twitter





Se trata de un proyecto patrocinado por Euskomedia, el ayuntamiento de San Sebastián y por la Diputación Foral de Guipúzcoa y que pretende narrar la toma y destrucción de San Sebastián en el verano de 1813 durante el asalto de las tropas aliadas a la ciudad que estaba en manos del ejército napoleónico.
 
Es un proyecto breve en cantidad puesto que resume los acontecimientos en 200 tweets, comenzando el 10 de julio de 1813 cuando Wellington llega a Hernani para tomar el mando de las brigadas y terminando el 8 de septiembre cuando, tomada y arrasada San Sebastián, la junta de Zubieta decide reconstruir la ciudad de la que sólo había quedado en pie lo que hoy es la calle "31 de agosto". Se celebra precisamente en unos pocos días el bicentenario de los hechos. Cada día- recreando los eventos justo 200 años después- se tuitean algunos mensajes recordando lo que aquel día preciso sucedió.
 
 
 
 
 

22/8/13

A Grand Day Out





A Grand Day Out, de David Cheah, es una narración interactiva en la que, tras ciertos párrafos, el lector está obligado a elegir entre ciertas opciones en función de las cuales la historia se desarrolla de una u otra manera. Ciertamente, es la trama, interesante y bien contada, la que cuenta en este trabajo porque la estética se reduce a añadir una fotografía estática a lo largo de todas las páginas.
 
Sólo he logrado leerla adecuadamente en Chrome.





21/8/13

Digital Disconnect: How Capitalism is Turning the Internet Against Democracy




Digital Disconnect: How Capitalism is Turning the Internet Against Democracy, de Robert McChesney, es un estudio que reflexiona sobre la dualidad existente entre la ya aparentemente anticuada utopía de que Internet sirviera para la democratización de la cultura, la información y la sociedad en general y la contundente realidad de que actualmente la red de redes está dominada por unas pocas multinacionales que trabajan en estrecha colaboración con los gobiernos para controlar de manera obsesiva, permanente y asfixiante a la sociedad y a los individuos y, cómo no, para hacer negocios ya que toda esa información recabada y espiada no sólo sirve para controlar sino para ser vendida.
 
Para McChesney, es el capitalismo el que controla Internet y son sus intereses los que lo hacen evolucionar. La computación en la nube, la monopolización de servidores y redes de transmisión, la casi continua repetición de contenidos informativos con cada vez menos y menos periodistas independientes, la valoración de dicha información en función del tráfico que genera, los favores mutuos entre gobiernos y empresas (tú me dejas espiar, yo te doy contratos), el espejismo de unos bloggers que creen influir en algo, etc. son evidencias de que Internet navega actualmente en contra de la democracia, no a favor. El autor, además, niega que el neo-liberalismo  que lo domina vaya en contra del control del Estado y en pro de la libertad de mercado. Al contrario, con Internet, y al contrario que en el pasado, los intereses corporativos de los mercados y los intereses de los gobiernos se han alineado de una manera antes nunca vista y, lo que es peor, en contra de las virtudes democráticas. Monopolio y control, intereses privados, lobbies, perpetuación de los grupos políticos y empresariales en el poder... la antítesis del ideal democrático.
 
McChesney huye del debate entre apologetas y críticos de la red en el sentido de que la red, en sí misma, puede ser positiva o negativa, democratizadora o regresiva. Al revés, aboga porque la sociedad debe retomar el control del desarrollo de Internet, no ser mera espectadora de cómo evoluciona. No hay que debatir cómo es la red, si es buena o mala, sino trabajar para que sea como se desea que sea (aunque obviamente no queda claro si la sociedad tiene una mayoritaria postura de cómo debe ser).
 
MacChesney defiende el papel del periodismo tradicional en este objetivo, el cual debe escapar del oligopolio asfixiante actual. Casi todo lo que se lee en Internet es repetición de unas pocas fuentes; en los EEUU, seis compañías controlan el 80% de la información; el periodismo de investigación está en declive; las noticias en Internet se valoran por su corrección política y/o el tráfico que generan y/o su apego a la línea editorial del medio corporativo. Como ejemplo, se cita el poco impacto de WikiLeaks en el público en general aunque sus revelaciones son tan importantes. El autor lo explica por el control de los medios en red (y no en red) que hacen que las informaciones que van en contra de esas corporaciones o gobiernos simplemente desaparezcan. Y, siendo así, es la sociedad la que pierde, la que se aleja de la democracia y de la transparencia, la que se siente feliz y cómoda bajo una dictadura encubierta. Es preciso asimismo huir de la secta tecnológica, aquella que idolatra la tecnología e Internet, asegurando que todo lo que viene de ahí es bueno, creyendo en el fetichismo de la tecnología. No, no lo es. Pero lejos de huir, de renegar de las redes sociales o de Internet, de meterse en una concha de protección, lo que es necesario es todo lo contrario: involucrarse mucho más para controlar democráticamente Internet, arrebatándoselo a aquellos que lo han hecho suyo en contra del bien social.
 
 
 
 
 
 
 
 
 

20/8/13

La traición de Roma




La traición de Roma (Ediciones B, 2009) de Santiago Posteguillo es la tercera entrega de la trilogía formada por esta novela y las otras dos Africanus, el hijo del cónsul y Las legiones malditas. En esta entrega, se narra lo ocurrido desde la batalla de Zama hasta la muerte de Escipión, desterrado, y el suicidio de Anibal, exiliado.
Otro trabajo de muchas páginas, con las mismas virtudes y defectos que las anteriores.
Personajes buenos muy buenos, malos muy malos (en especial ese Catón que es retratado como un malévolo intrigante aficionado a causar el mal aunque la historia le reconozca valores políticos y literarios que no aparecen en este relato) y descripciones vívidas de las batallas que Roma, Antíoco III y Anibal, entre otros, entablan entre ellos. También, igualmente a los dos libros anteriores, los conflictos están narrados manteniendo el interés, detallando las estrategias y sumergiendo al lector en las maniobras de los generales, en algunos casos exagerando para obtener efectos dramáticos (como en el uso y efectividad de los catafractos). Igual que en las otras dos novelas, las batallas son épicas, con héroes por todos los lados y, aunque se describe la brutalidad y la sangre de toda guerra, esta no aflige, es una especie de condimento necesario a la descripción de la contienda, no afecta al sufrimiento personal, solitario, psicológico del soldado de a pie que, aquí, siempre parece o un héroe o un peón con el que jugar en el tablero táctico de la batalla.
La traición de Roma ahonda esta vez mucho más en las intrigas políticas de Roma y los imperios que la rodean y acierta en ir progresivamente mostrando el final vital de Escipión y Anibal, en una apropiada transición suave desde la gloria a la muerte, como la misma vida.
Una novela más novela que historia pero que, como las anteriores, sabe interesar y buscar el siguiente capítulo, algo muy loable cuando esta historia en particular es más que conocida.



La magia de tus noches





Esto viene de antiguo, de tiempos tan pretéritos que ya ni se recuerdan en las sagas más arcaicas, se remonta a cuando los hombres vivían en países de fantasía, a cuando los juglares cantaban odas tañendo su laúd, a cuando los druidas buscaban muérdago y las hadas habitaban en los bosques. Sí, cuentan que, entonces, las más hermosas taumaturgas hacían pactos con la noche y las estrellas para enamorar a los hombres, para hacerlos  deleitarse en la pasión y en la fiebre de la sensualidad. Los elegidos no podían sino rendirse a sus hechizos, vivir muriendo de amor, penar anhelando una mirada, o domeñar dragones por lograr una caricia.

Nadie sabe cómo aquellos conocimientos asombrosos se han ido transmitiendo hasta nuestros días pero lo cierto es que algunas pocas mujeres extraordinarias aún dominan el nexo con la noche y el pacto con los sutiles poderes del afecto y la adoración.
 
Yo sé que tú eres una de esas hechiceras seductoras que conoces los arcanos más dulces para convertir las noches en fascinación, y yo sé que no puedo sino rendirme a ti y a tus noches. Yo sé que, mientras me hablas, todos tus poderes se confabulan para organizar el mundo a nuestro alrededor, para hacerlo excepcional en una miríada de detalles y de matices. Una ración de  gambas, un plato de coquinas al ajillo y, como plato principal, atún fresco. Vino blanco en la cubitera y acordes flamencos en la lejanía. La cena, un imán para las confidencias y los guiños cómplices. La terraza, alumbrada con  llamitas de velas que tremolaban con la brisa y farolillos colgados de las vigas. Rumor de olas sosegadas atraídas por una arena repleta de conchas dormidas sobre ellas. Aire henchido de salitre oceánico, de perfume de enebros, del limo marismeño y de plantas aromáticas.  

Hiciste que nos acercáramos a la orilla. Me gusta cuando nuestros pasos se confunden en la arena y dejan de ser dos sendas para convertirse en una única con destino común. Me gusta abrazarte estrechamente en la noche estrellada, bajo un Sagitario gigantesco que se desplegaba de este a oeste, besar tu cabello, aspirar las dos gotas de perfume en tu cuello, apretarte contra mi pecho como si en ello me fuese la vida.

Era una de tus noches, quedaban muchos más conjuros y los utilizaste todos. Bajo la carpa, la fiesta no había terminado.

- Ven, escuchemos – dijiste- y corriste hacia el lugar. Yo te seguí y te tomé de la cintura.

Sonaba, bajo lucecillas rojas y azuladas, Noches de bohemia. Te abracé, me besaste y tus labios desmintieron la letra de la canción. Tus besos no son falsos, tampoco los míos. Luego, en el balcón, continuamos escuchando la música, el vibrar de las cuerdas de la guitarra y el jugueteo de hábiles manos en el cajón. Tú fumabas un cigarrillo sentada frente a mí, las estrellas en lo alto, el sosiego del mundo hecho magia, tu carita preciosa como el encanto principal del cosmos. La noche conjurada junto a tu magia infinita. Sólo quedaba el lecho tierno. Te desnudaste despacio, como a mí me gusta, dándome tiempo a que redescubriera cada curva de tu cuerpo, cada detalle de tu figura.

En algún remoto compendio de encantamientos estaba profetizado que aquella noche yo debía llenarte de caricias mientras me abrazaba a ti. Me dormí haciéndolo, enamorado, comprendiendo que desde antes de que se construyese el mundo ya estaba escrito que aquella noche era nuestra y sólo nuestra. Y la magia se hizo.
 


 

19/8/13

Rachmaninov






-        ¿Te apetece algún licor? – preguntó él, cortésmente.
-        No sé, algo dulzón si es que tienes.
-        ¿Un Pedro Ximénez frío?
-        Pero poquito, por favor.
Se levantó y entró en el salón a por la copa y la botella. Regresó a la terraza instantes después con el vino en una mano y una sonrisa cautivadora en su rostro.
El ático de Alejandro era agradable, decorado con gusto, un poco minimalista para el gusto de ella, desordenado moderadamente como se supone que debe ser el piso de un soltero, con un ligero aroma a vainilla que sin duda llegaba desde las velas encerradas en vasos de cristal y un par de acuarelas marinas que encajaban con la ubicación del apartamento. La terraza era inmensa y en el pretil que la rodeaba había maceteros con geranios y petunias que a buen seguro él mandaba cuidar por alguien porque lucían perfectos. Habían cenado en la terraza desde donde se llegaba a escuchar el vago rumor del mar.
-        No pensaba yo que un hombre como tú pudiera preparar una cena tan deliciosa- sonrió ella mientras daba un sorbo del Pedro Ximénez.
-        No te contaré mis secretos- él le guiñó un ojo.
-        Catering, como si lo viera – contestó Adela. No quería que se le envalentonase. Cierto era que la velada estaba resultando un deleite y que, para su sorpresa, Alejandro era un buen conversador, humilde en el trato e interesante en lo cercano. Había esperado un tipo ufano, seguro de ser un conquistador, uno de esos a los que ella le encantaba machacar.
Se habían conocido en el Atrium, un local nuevo donde ofrecían conciertos de todo tipo. A ambos les habían contratado para las tardes, cuando se ofrecían pequeños recitales de música clásica. Alejandro era pianista y Adela tocaba el cello. Cuando se conocieron, no se habían caído bien. Para él, ella era una de esas mujeres volcada en su carrera, poco afectiva, nada coqueta. Para ella, él era un vanidoso, un pianista del montón que se apoyaba en su indudable atractivo para escalar posiciones en el mundillo. Pero las cosas son como son y se habían visto obligados a dar tres conciertos juntos con lo que eso supone de ensayos, de trabajo en común y de conocerse un poco más. Cuando, en el último, interpretaron la sonata de Debussy, los enfervorizados aplausos del público limaron algunas de las reticencias que se tenían entre sí.
-        Me gustaría invitarte a cenar mañana en mi casa- la llamada, muy tempranera, había sobresaltado a Adela que todavía se restregaba los ojos en la cama.
-        Un poco pronto para llamar, ¿no? – protestó ella- ¿A qué se debe esta invitación?
-        ¿Has visto el periódico?
-        Claro que no. Son las siete de la mañana. A las siete de la mañana yo estoy dormida.
-        Te leo- se oyeron ruidos de páginas al otro lado de la línea- El dúo formado por Adela Martínez y Alejandro Núñez nos ofreció una interpretación plena de sensibilidad y alma, uno de esos conciertos que uno no puede sino recordar durante años.
-        ¿Eso dicen? ¿De veras? – se sentó sobre la cama, ya despierta e ilusionada.
-        Eso mismo. Y he pensado que debo darte las gracias y qué mejor que hacerlo que cenando juntos.
Dudó durante unos momentos. Había escuchado cómo era Alejandro. Un destroza corazones, eso era. Que era guapo no lo dudaba, pero en general era jactancioso y se le había subido a la cabeza su éxito. No era mal pianista pero no tan bueno como él mismo pensaba. Además, ella estaba de vuelta de posibles amoríos. Ya le había costado bastante salir del agujero al que cayó cuando rompió con Carlos. Otro pianista. Por Dios, que con uno era suficiente.
-        ¿Qué me dices? – insistió él.
-        No sé…
-        Tenemos que celebrar el éxito. Ya sé que no te caigo muy bien pero lo cortés no quita lo valiente. Cenamos, charlamos un poco, brindamos por nuestro éxito y ya está.
-        De acuerdo. ¿Dónde? – aceptó Adela.
-        En mi casa. En la terraza de mi apartamento. Te gustará.
-        ¿Yo la verdad preferiría un restaurante?
-        Venga, no seas aguafiestas. Te recojo en Atrium a las nueve. – y Adela escuchó el click que anunciaba que él había colgado.
Había picado como una adolescente tonta, pensó. Por un momento, había pensado que era una invitación sincera, de dos profesionales. Pero al elegir su casa estaba claro que pretendía más. La tenía clara. Si esperaba ser una de sus conquistas, la llevaba clara. Ya no podía decir que no iría, pero cenaría y punto.
La cena, con todo, había resultado espléndida y, para su sorpresa, Alejandro había estado encantador. Habían reído y debatido sobre la música impresionista, sobre la política cultural del gobierno, sobre mil cosas y ni él se sobrepasó en ningún momento ni ella tuvo que hacer uso de la pechera de coracero prusiano con la que iba prevenida.
La noche era clara y, a pesar de la difusa luz de la ciudad, se podía ver la Osa Mayor. La temperatura, acabando ya el verano, era aún tibia e invitaba a charlar hasta altas horas.
-        ¿Nos falta música? – dijo él- Vaya dos músicos de pacotilla que no amenizan la velada con algo de buena armonía. Para algo tengo montados estos altavoces aquí fuera.
-        ¿Puedo? – preguntó ella.
-        Por supuesto. Están justo ahí, en la entrada de la terraza.
Adela se levantó y se acercó al mueble que contenía los CDs. Llevaba la copa de vino en una mano y se tomó su tiempo, sacando una a una las cajas y leyendo la obra y la versión. Él la miraba intrigado.
-        ¿Qué vas a elegir?
-        No lo sé todavía- replicó ella- déjame elegir a gusto.
-        Sea, sea… tenemos toda la noche. Mientras los vecinos no protesten
De pronto, ella elevó la voz con un tono de júbilo.
-        ¡Rachmaninov y Previn!
-        ¿Qué?- Alejandro volvió la cabeza.
-        La segunda sinfonía de Rachmaninov dirigida por Previn. Una versión maravillosa.
-        Lo es. Vaya, no imaginaba que tendríamos gustos tan parecidos.
-        ¿Escuchamos el adagio?
-        Por favor – él se levantó y tomando el CD de la mano de Adela, lo introdujo en el estéreo. Pulsó unas cuantas teclas e invitó a la mujer a regresar a la terraza y sentarse frente al cielo oscuro.
No dijeron nada durante el cuarto de hora. No podían. Hay veces que, sin esperarlo, el mundo se confabula para crear el mejor de los escenarios y parecía que aquella noche era uno de esos instantes que luego se recuerdan siempre.
-        ¿Lo volvemos  a escuchar? – pidió ella al terminar.
Alejandro se levantó y programó el aparato para que repitiera el adagio una y otra vez. Se sentó junto a ella y la miró pero Adela no sintió en su mirada aquello que le contaran de él. No había vanidad ni egolatría ni sexo. Había dulzura y sensibilidad, ternura. Vaya lío, pensó, vaya lío. Que no quiero nada con pianistas, se dijo a sí misma, mientras las cuerdas construían un tiempo lento sublime, lírico, tan plácido y melancólico que detenía el tiempo, con el tempo exacto, manteniendo las notas suspendidas en el aire por un eterno momento hasta que caían relajadas en la tónica, un divino clarinete sobrevolando al resto de la orquesta, una versión serena e indisputable. Que no quiero nada con pianistas, se repitió mientras no podía evitar prenderse de sus ojos, preguntarse cómo sería el tacto de aquellas manos grandes, si sería cierto que era hábil en los besos y en las caricias. Vaya, con Rachmaninov y con Previn, aprendices de brujos, hechizadores.
-        Me gusta cómo entran los cellos aquí, justo tras el trino- interrumpió quedamente él, mirándola un instante.
Vaya, con Rachmaninov y Previn. Ella había venido dispuesta a no dejarse engatusar, a dejarle claro que ella no era una más y ahora estaba atrapada en un torbellino de sensaciones. Rendirse, eso era lo que iba a hacer, rendirse dulcemente.
-        Es la una- musitó él.
-        Los del piso de abajo deben estar ya hartos del adagio- sonrió ella.
-        Y no veas lo desabridos que son. Ya me veo en boca de todos en la siguiente reunión de portal.
Permanecieron en silencio. Adela deseaba quedarse, se quedaría si se lo pidiera. Qué complejo es el mundo a veces. Cómo puede cambiar la vida en unas horas. Previn era el culpable.
-        Eres encantadora – Alejandro la tomó de la mano por un instante. Ella no supo qué decir. Se dejó hacer.
-        Ha sido una cena preciosa – y con el tono tierno de su voz, él comprendió que podía pedirle que se quedara. Y ella supo que aceptaría.
-        Sería imperdonable romper el embrujo de Rachmaninov – dijo bajito él, mientras besaba su mano-, … la cadencia debe suspenderse en el tiempo para que se anhele que llegue el acorde y este suene maravilloso.
-        Lo sé.
-        ¿Te pido un taxi?
-        Será lo mejor – contestó Adela.