Y, súbitamente, un día- él no lo esperaba- sus ojos vieron lo que sin duda había estado siempre presente en ella. Se enfadó consigo mismo por su ceguera de años, tan pertinaz, tan incomprensible. Súbitamente, observó la delicadeza de sus mejillas, el enigma de su mirada, ansió explorar su piel y colmar de caricias su silueta.
Desde que eso ocurrió, se sorprendió a sí mismo haciendo cosas de difícil entendimiento, que incluso le hubieran parecido ridículas antes del big bang, del día D, de la hora H en que comenzó a verla sin las brumas de la rutina. Muchos actos cursis. Por ejemplo, llenar la memoria del ordenador con sus fotografías y dedicarse a acariciarlas, una a una, en la pantalla. O resaltar con el cursor su nombre en un correo electrónico y releerlo, en voz alta, muchas veces seguidas. También, guardar una cajita vacía de chocolatinas que una vez compartieron. O colocar los CDs que ella le diera por delante de los demás para, sólo, poder ver su caligrafía escrita sobre ellos. O cerciorarse, cada poco, que los libros que ella le regalara no cogían polvo en el desván. O entrar en Google Maps para recorrer los parques y las avenidas que juntos caminaron. Y, sobre todo, dormirse murmurando un buenas noches, cariño a la nada.
2 comentarios :
el amor nos vuelve tontos!
Muy hermoso
Gracias por el texto
A.
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