26/2/09

Check point

He tenido que levantarme. Aquí estoy, escribiéndote esta carta a la luz de una linterna porque no tengo valor para contártelo de viva voz. Siempre he sido cobarde, ya lo sabes.
Lo que no consigo recordar es qué vi yo en ti. Es cierto que han pasado ya casi siete años y que las memorias gustan de esconderse en recovecos de los que sólo salen cuando menos te lo esperas, pero debería acordarme al menos de un detalle sobre ti que me gustara. Una amiga me dijo que, llegada una edad, una se enamora de lo primero que pilla. También tuvo que ser mal hado que estuvieras ahí cuando me infectó el mal de amor y yo hube de elegir mi media naranja. ¡Zas! Me dio el pronto, miré alrededor y tomé lo que pude. Un saldo. Podías haber pasado diez minutos más tarde, haber perdido el autobús o quedarte a comer en casa de un amigo. Hubiese sido un detalle por tu parte.

Roncas y, como siempre, te zarandeas de un lado a otro como si la cama fuese sólo tuya. He tenido que colocar una almohada entre tu cuerpo y el mío, un check point que me proteja de súbitos zarpazos o, peor aún, de que despiertes con las hormonas alteradas. He intentado adormecerme escuchando la radio y he acabado ya de contar tres rebaños de corderitos blancos. Nada de nada. No he logrado conciliar el sueño, quizá porque sigues ahí al lado con la bocota abierta y tronando en cada respiro.

Mira por dónde, ahora recuerdo que me encantaba – pero eso fue hace tanto tiempo- acurrucarme entre tus brazos tras haber hecho el amor, medio tapados por unas sábanas que olían a jadeos y acompañados por las sombras que una lámpara, cubierta con mi pañuelo de seda, pintaba en las paredes. Decías que eso creaba una atmósfera sensual. Apoyaba mi rostro sobre tu hombro y jugueteaba con el vello de tu pecho mientras tú me envolvías fuerte con tu brazo, besabas mis sienes y susurrabas que me querías. ¿Y cómo pudo ser todo aquello? No creo que nunca haya tomado alucinógenos. Algún porrito sí que me fumé pero nada tan fuerte como para que perdiera el sentido de tal manera.

Entonces, tu boca era tentadora. Sí, eso lo recuerdo también. Y, ahora que lo pienso, no era distinta de la que esta noche se abre amenazadora ante mí tras el check point. Me gustaban tus besos. Porque, esto he de reconocértelo, sabes besar muy bien, puñetero. Dulce y suave al principio, cuando explorabas mis labios casi sin rozarlos como si fuera tu aliento el que realmente los acariciara. Me encendías y luego, cuando ya me había rendido, lanzabas tus sentidos al abordaje de mi cuerpo y me recorrías entera. Muchas veces te dije que debías conocer cada pliegue de mi ser y reconocer el sabor de mi piel completa. Y tú me asegurabas que habías ya hecho un mapa de mis tesoros y mis dunas. Eras un mentiroso. Me decías que mi sabor era de canela y cilantro, que percibías aromas de gladiolos en mi cuello, cuando yo bien sabía que tú no conocías cómo eran los gladiolos y el agua de colonia que yo usaba era una fragancia de limón fresco. Pero me gustaba que me dijeras aquellas cosas. ¡Oh, Dios! Me avergüenzo de que fuese tan cursi. Bien está que tuviera que cumplir con el rito del amor, con estar ensimismada y con escribir versos sosos en cuartillas de esas que juras conservarás toda la vida - ¿por cierto, dónde coño estarán?- pero de ahí a perder la dignidad va un trecho muy largo.

¿Cuándo empezamos a regalarnos pijamas? Ese fue un mal síntoma. Ahora me doy cuenta de ello. Un día me compraste uno. Hasta entonces nunca habíamos pensado que, juntos, pudiéramos necesitarlos. Y un tiempo después elegiste un tostador para el día de mi santo y un aspirador para Reyes. Sí, acepto que eran carísimos, pero hubiera preferido aquel colgante de bisutería que me ofreciste cuando celebramos el primer aniversario o la rosa que por San Jordi me dejabas en la mesilla. Salías antes de que yo despertara y corrías a comprarla en la floristería de la esquina porque la tarde anterior ya habías apalabrado con el señor Antonio que abriría más temprano sólo para nosotros. Hace unos años te olvidaste y yo me olvidé de tu libro; y tú del día en que nos casamos y yo repetí camisetas por tu cumpleaños porque ya no se me ocurría otra cosa.

Al menos, has dejado de resoplar. Se agradece. Las noches se hacen largas cuando una no puede dormir. Antes era distinto – por fin les ha dado a los recuerdos por salir de su escondite. Son caprichosos y tenía que ser precisamente ahora - y la noche siempre se nos hacía corta. Si de nosotros hubiera dependido, el sol nunca hubiera coloreado de naranjas las nubes y los tejados de la ciudad. Cuando oíamos trinos te daba por remedar a Shakespeare y me preguntabas si eran alondras y yo te respondía que era aún el ruiseñor. ¿Puedes creer que fuéramos tan ridículos? Debían ser aquellas infusiones que tú traías cuando regresabas de tus viajes de trabajo por la India. Estoy segura que tendrían alguna droga oculta y que tú lo sabías. Así me conseguiste. Porque, si no, no era yo misma. Qué rápido pasaban las horas, cuántas veces nos requeríamos, qué tierna era la penumbra a tu lado mientras oíamos la voz caramelo de Diana Krall. Nos gustaba Autumn leaves, ¿te acuerdas? Tus dedos tamborileaban sobre mi vientre cuando oías el sonido de las escobillas acariciando los platos, cuando tremolaba el eco del clarinete mientras la cantante alargaba tanto una vocal que uno pensaba que el vinilo se había atorado. No nos decíamos nada. No hacía falta. Escuchábamos la música, abrazados y desnudos, rodeando el universo con nuestras piernas entrelazadas. Luego, el disco se acababa y encendías la lamparilla. Decías que era para admirarme. Nos mirábamos, sonreías y entonces, idiota de mí, me perdía en tus ojos y navegaba por el océano de tus luceros mientras tú explorabas mis pechos con tus manos. Oía tu respiración y la acompasaba a la mía. Y llegaba la madrugada sin que nos hubiera dado tiempo a contarnos la jornada anterior y nos dábamos cuenta, entonces, que habíamos dejado la cena para después de hacer el amor, tanta era la premura con la que nos reencontrábamos cada tarde después del trabajo.

Debe llover fuera porque oigo el campanilleo de las gotas contra el cristal. También llovía el día que te conocí. Maldita sea. Ahora que te odiaba tanto, necesito acurrucarme en ti. Anda, deja que desmantele el check point y hazme un rinconcito entre tus brazos.

25/2/09

Interliteral 2009

El 17 y 18 de Septiembre se celebrará el II Encuentro INTERLITERAL en Jaén (http://www.fernandortega.com/presentamos-interliteral-fica-209482). Tras el éxito cosechado en el I congreso (http://biblumliteraria.blogspot.com/2007/09/interliteral.html) este II encuentro se centrará en:

- Panorama actual de la literatura digital
- Analizar el impacto de la literatura de la generación colectiva del conocimiento
- Estudiar la tendencia en los nuevos hábitos lectores de los e-readers

Como hace dos años la organización corre a cargo del equipo de Ittakus (http://www.ittakus.com/ ). La presentación tendrá lugar el 6 de Marzo a las 12 hora sen el Salón Mojácar de Jaen.

24/2/09

Today

Today, de Billy Collins (http://www.bcactionpoet.org/today.html ) es un breve poema visual en el que, a medida que se escucha el texto (verso libre) una animación – bella y bucólica- va iluminando las palabras. No es un gran poema pero está realizado con mucho gusto. El uso de colores pastel añade una calma y un espíritu tranquilo que concuerdan apropiadamente con el texto.

El Blog: escritura y siglo XXI


Mañana día 24 se celebra en el Instituto Cervantes de Madrid (http://www.cervantes.es/FichasCultura/Ficha54345_00_1.htm ) una mesa redonda titulada “El blog: escritura y siglo XXI” donde se analizará la influencia del blog en la literatura, la estimulación de la creatividad de las personas y el impacto del hipertexto. El blog ha supuesto que muchos individuos que, de otro modo, nunca se hubieran planteado escribir de manera continuada por falta de ninguna opción de ser leídos, hayan iniciado una tarea literaria- de mayor o menor calidad- pero siempre positiva.


Dinero negro

Quiero pensar que el original en inglés de Dinero Negro ( Ediciones El Andén, 2007) de Peter Spiegelman está mejor escrito. Porque se nota que la traducción no es cuidada. Las frases no están pulidas, la sintaxis es inglesa en ocasiones, incluso hay errores al nombrar a los personajes. Ello hace que la lectura se haga costosa, que no se disfrute de la historia. Trama que, además, tampoco impresiona, con un final un tanto forzado. Esta novela negra se enmarca en la típica norteamericana con un detective de complicada vida privada. Es, precisamente, el personaje principal el que mejor delineado está. Para pasar el rato, sin más pretensiones.

23/2/09

Olvido



Sentado en la playa
veo las olas borrar tu nombre
cuando lo escribo en la arena.
Lo hacen con indiferencia, con constancia,
sin que se preocupen de lo escrito.

Y temo que, algún día, la marea del olvido
pueda hacer que se borre de mi mente
tu preciosa imagen.

Entonces miro al mar
y a esas olas despiadadas.
Y sé que jamás habrá onda del tiempo
que pueda borrar nuestras memorias.

Estarás siempre ahí
aunque un maremoto de espuma
cubra el universo.



Una iniciativa literaria solidaria

Javier Ribas, de Escritores en Red (http://javierribas.blogspot.com/ ) ha puesto en marcha una bonita iniciativa. Se trata de editar un libro de relatos solidarios por autores que tengan un blog. Los ingresos obtenidos serán donados íntegramente al apadrinamiento de niños a través de la Fundación Vicente Ferrer ( www.fundacionvicenteferrer.org/esp/ ).
Para poder participar, hasta el 1 de marzo del 2009, se puede visitar
http://www.erabradomin.org/relatos.html .
Enhorabuena por la idea y mucha suerte. Yo me siento muy feliz de poder colaborar.

19/2/09

Diez minutos

Ven a la cama, dijiste adormecida y tierna, con ese hilo de voz dulce que tenías al dormirte. Abrazaste la almohada para mostrarme que deseabas apretarte a mi pecho. Yo necesitaba terminar aquel informe y te pedí que esperaras un poco. Dame un beso, pediste, y me miraste con ojos pequeñitos, vencidos por el sueño. Te besé y te tapé con la manta. Era otoño y tu camisón azul era poca protección. Los tirantes de cinta dejaban al descubierto tus hombros. Te acaricié. La tenue luz de la lámpara se entretenía en tu pelo y pintaba sombras suaves. Seguí con mi tarea y, cuando me acosté a tu lado, tan sólo diez minutos más tarde, ya dormías. Estabas hermosa. Muy hermosa.

Hoy que no te tengo, sé lo estúpido que fui al no dedicarte aquellos diez minutos. Entonces no parecían importantes. Ahora lo serían todo. Extraño tu piel de seda.

En el tejado

El día que subió al tejado empezó como todos los días, con bostezos y regañinas de su madre porque se le pegaban las sábanas e iba a llegar tarde al colegio. Continuó con el tedio de la clase de matemáticas, una lista de reyes medievales que el profesor de historia decía que eran importantes, la voz monocorde y aburrida de la señorita Clara intentando explicar – sin éxito alguno- la gramática francesa , el partido de fútbol en el patio que, como casi siempre, perdieron y el enfado del director porque se reincorporaron tarde a la clase tras el recreo. Llegó a casa cansado y con un hambre de lobo porque el bocadillo de chorizo del mediodía le había sabido a poco. Y es que, mientras durara la huelga de autobuses, no podía regresar al mediodía para el almuerzo así que su madre le preparaba un bocata envuelto en papel de aluminio e introducido en una bolsita junto a un botellín de agua.

Entró de mal humor y pidió la cena. Estaba hambriento. Pero tan sólo eran las seis y su madre estaba ocupada en otras tareas. Juanjo se enrabietó con esa ceguera en que a veces se sumen los críos cuando se obcecan. Quería comer. Consiguió que su madre se enfadara y le dijera que era un egoísta. Castigado. Sin cenar hoy, le dijo, aunque eso nunca era verdad. Si tenía hambre que se aguantara. El niño subió a su habitación. Menos mal. Tenía una chocolatina. No quería que le molestaran. Estaba muy enojado. Subió por la escalerita del ático al tejado. Su hermano mayor le había enseñado cómo hacerlo. Sabía que sus padres se lo habían prohibido porque, aunque no era alto, sí que había un riesgo de caída. Pero, quizá por eso, lo hizo. Su pequeña e injusta venganza.

Se sentó junto a la chimenea que expelía un humo caliente. Atardecía ya. Unas nubes muy altas y largas se habían coloreado de anaranjado y amarillo. El sol estaba ya casi oculto por detrás de las colinas que delineaban el horizonte y se dejaba mirar sin quemar los ojos. Era de un rojo intenso, fuerte, salpicado de luminarias amarillas. Vio pájaros que volaban cerca de las tejas y que buscaban ya sus nidos para pasar la noche. Un punto brillante titilaba en el este y el cielo estaba como dividido en dos hemisferios, uno muy oscuro bajo el cual las lucecitas de la zona este de la ciudad estaban ya todas encendidas; el otro aún rojizo. Era bonito todo aquello. Las ventanas de su propia casa se iluminaron y arriba, aparecieron estrellas que formaban dibujos. Se imaginó volando en una nave espacial, descubriendo planetas y combatiendo alienígenas. Se acordó de su tío Arturo que tenía un telescopio. Una vez, un verano muy caluroso, le llevó a la playa por la noche y le hizo ver Saturno con sus anillos. Le contó historias del cielo y le prometió que le regalaría un anteojo para la fiesta de Reyes.

Un grito llamándole a cenar le sacó de su ensimismamiento. Notó algo en su mano y se percató de que ni había abierto la chocolatina. Bajó cauteloso para que nadie oyese que había estado en el tejado. Entró en la cocina y se abrazó, sin decir palabra, a su madre.

18/2/09

La escalera del agua

La escalera del agua (Roca Editorial, 2008) de José Manuel García Marín es mucho más una novela de memorias que histórica como parecen querer clasificarla las librerías en sus estanterías.

Narrada en primera persona, el protagonista cuenta su vida, especialmente desde su mísera niñez en las Hurdes hasta poco más allá de su adolescencia. Existe una historia paralela que retrotrae al pasado morisco de sus antepasados y que sirve para entremezclar las memorias con reflexiones históricas que quedan un tanto forzadas y que, probablemente, aportan poco a la historia central.

La prosa es muy rica, cuidada, matizada, placentera, enriquecedora, aunque podría argüirse que parece estar fuera de contexto respecto a los personajes ya que, en ocasiones, parece que relatara y conversara un docto adulto más que un chiquillo de catorce años desahuciado por la vida, más un grupo de profesores que una familia desposeída de todo. Aún así, muchas de sus páginas se leen con deleite. La emoción llega de las memorias del chico siendo la aportación histórica, amén de opinable, no significativa para la novela.

E-paper



Los lectores digitales de libros (por ejemplo este
y este ) acaparan la atención de la literatura, de muchos comentarios periodísticos y de planes de marketing que avanzan, de momento, con cierta lentitud. Se discute sobre la idoneidad del soporte digital en comparación con el papel y sobre la diferencia “emocional” que puede existir entre leer un libro – con su olor, su tacto, su textura- y una pantalla electrónica; entre la personalidad de una gran librería o biblioteca repleta de volúmenes, pidiendo ser explorada o la frialdad de una memoria de semiconductor. Pero, en todos estos análisis, no suele entrarse en las entrañas de la tecnología que permite el lector digital. Tecnología que, vaya por delante, considero que es transitoria y que será sustituida, más pronto que tarde, por alguna otra que por un lado garantice ventajas objetivas ( color, flexibilidad del soporte físico para curvar o plegar, rapidez de refresco de las páginas, mucho mayor tamaño de pantalla, menor peso, menor precio, etc) como subjetivas (la sensación más o menos agradable al tener el dispositivo en las manos; el no sentir que se tiene una calculadora, etc).

La técnica actual (que suele denominarse tinta electrónica o papel electrónico) se basa fundamentalmente en sustratos divididos en innumerables zonas que pueden oscurecerse o no a voluntad. Mezclando, así, las partes oscuras con las claras se obtienen las letras o los gráficos. Desde este punto de vista, el concepto no se diferencia de una hoja de periódico o de una pantalla convencional de ordenador. Si miramos con una lupa veremos puntitos negros y blancos que, suficientemente juntos, engañan al ojo con formas continuas. Podríamos llamar a estos puntos píxeles aunque esta es una terminología que sólo se usa en pantallas de ordenador y desde el punto de vista de software. Grupos de píxeles pueden activarse conjunta y ordenadamente para formar letras, dibujos o números.

Pero, a diferencia de las pantallas de ordenador o TV (que emiten luz coloreada en puntos determinados y por tanto consumen energía), la tinta electrónica no emite luz sino que la zona se vuelve oscura o clara de un modo que podríamos llamar “electromécanico”. Es la luz exterior la que se refleja en esos puntos, al igual que ocurre con una escritura convencional. En teoría, la tinta electrónica permite aunar las ventajas de la tinta convencional sobre papel (portable, no necesita energía, alta durabilidad) con la del soporte electrónico (gran capacidad de almacenamiento en poco espacio y reutilización para mostrar cualquier otro texto en el mismo lugar, reprogramabilidad).

Existen dos sistemas principales en uso: el Gyricon promocionado por Xerox y que parece que se ha quedado rezagado y el E-Ink que se está imponiendo aunque, como señalaba antes, será sólo una transición hacia sistemas más avanzados.

No es el objeto de este post hacer una descripción detallada pero sí mostrar los conceptos fundamentales de esta técnica.


El soporte:


En ambas tecnologías, el “papel” se construye con tres capas superpuestas.



La superior, que es la que el usuario toca, es una simple lámina transparente de protección, no significativa a efectos técnicos, aunque actúa de electrodo superior. La central es el sustrato que se oscurece o aclara por zonas y que suele ser un polímero (polietileno, fluoruro de polivinilo, etc) o un gel. Para crear estas “zonas” diferenciadas, lo que se hace es insertar esferas minúsculas que se disponen en filas y columnas. Puede imaginarse esa trama como si dispusiéramos millones de huevos en hueveras de cartón. Cada huevo es de un color y es independiente pero visto desde muy lejos se vería como un gráfico.



Es evidente que cuantas más zonas – “más huevos”- diferenciadas tenga este sustrato (o, lo que es lo mismo, esas zonas sean más diminutas) mayor resolución podrá obtenerse porque podrá actuarse sobre una superficie más pequeña independientemente. En la práctica, estas esferitas suelen tener un tamaño de entre 30 y 90 micrómetros (como un cabello humano fino).




Este tamaño permite resoluciones apropiadas para imprimir (300 dpi).
La capa más inferior es un circuito electrónico matricial que permite activar o desactivar cada punto del sustrato polímero. El conjunto de esferas –claras u oscuras- “dibuja” lo que se desea escribir:





El Gyricon:

En el sistema de Xerox, se insertan esferas pintadas en dos partes, una oscura y otra clara, en un sustrato de gel (la capa intermedia). Suelen denominarse esferas bicromáticas. Si el hemisferio claro apunta hacia la superficie superior, veremos una zona blanca. Si la giramos y apuntamos el hemisferio oscuro hacia la parte superior, veremos una zona negra. ¿Cómo hacer que giren estas esferas? Cargándolas eléctricamente para que sus polaridades actúen a modo de imán. Dos cargas positivas se repelarán, dos negativas también; una positiva y otra negativa se atraerán. Así, el hemisferio negro puede ser por ejemplo negativo y el claro positivo. Los circuitos implantados en la tercera capa inferior lo único que hacen es cargarse positiva o negativamente, justo en cada posición por debajo de cada esfera, de manera que esta – atraída si las polaridades son inversas o rechazada si son iguales- volteará como se desea.





El mayor problema del sistema Gyricon es que funciona en “todo o nada”. Cada esfera voltea y se muestra negra o blanca. Es complicado obtener grises ya que no es posible girar la bola sólo un cuarto de vuelta. Además, el refresco de imagen es relativamente lento porque, como se puede imaginar, se precisa un cierto tiempo para que la esfera gire completa.


E-Ink:

En este sistema, las esferas no son blancas y negras por mitades sino que son transparentes y fijas (no voltean). Dentro de ellas se introducen partículas aún más pequeñas. Una son negras y cargadas, por ejemplo, positivamente y otras blancas y cargadas opuestamente. Al activar, con los circuitos inferiores, una esfera son las partículas internas las que se repelen o atraen. Si las partículas negras son repelidas suben hacia arriba y muestran una zona negra. Si no, ocurre lo contrario.






La primera ventaja es que estamos moviendo partículas muy diminutas con lo que el tiempo de refresco se reduce. La segunda es que podemos situar bajo cada esfera dos electrodos en vez de uno de modo que en la mitad de la esfera se repelan las partículas negras y en la otra mitad las blancas, mejorando la escala de grises obtenible.

Las esferas pueden estar rellenas de sustancias que protejan a las partículas móviles de los rayos ultravioletas o excesivo calor para que pierdan sus propiedades cromáticas y eléctromagnéticas. Para pigmentar las partículas puede usarse dióxido de titanio si queremos dotarlas de color blanco, óxidos de hierro para colores rojos, pirazolonas para amarillos, etc.











13/2/09

Valentine's

La alarma pregrabada del teléfono móvil le recordó que San Valentín era el día siguiente. Sabía lo que a ella le gustaba esa celebración, quizá porque de joven había vivido unos años en los Estados Unidos y estaba acostumbrada a los Valentine’s con sus grandes corazones rojos, los buqués de claveles y orquídeas y las postales con poemas románticos. No se perdonaría no recordarlo. Además le encantaba la carita de felicidad que ella ponía cuando recibía las flores y la carta.

La carta. Eso era lo más complicado. Porque él no era hombre de letra fácil y aunque estaba profundamente enamorado, no era capaz de expresarlo con suficiente destreza. Algunos años había visitado páginas de Internet y copiado frases de aquí y allá pero, últimamente, prefería escribir cuánto la amaba con palabras sencillas. Al fin, un te quiero era suficiente. Un te necesito más que cualquier otra cosa en el mundo, era justamente lo que deseaba decir. Un me haces feliz cada mañana cuando eres lo primero que veo, era exactamente lo que sentía cada amanecer.

Eligió una postal tenuemente azulada, de tonos pastel, con nubes y pájaros dibujados y una pareja que caminaba por una playa al fondo. De esas de papel tan grueso que parece pergamino y que cuestan seis euros cada una. Ella lo merecía. Escribió el texto en una hoja aparte y lo leyó para estar seguro que expresaba lo que quería decirle. Luego, cogió la estilográfica – un regalo de aniversario- para conseguir una escritura más pulcra y más elegante. Al terminar, el instinto le hizo besar la carta. Se sintió ridículamente romántico.

Madrugó. Bajó a la floristería de la esquina y recogió el ramo de orquídeas que había encargado el día anterior. Era magnífico. Le gustaría mucho a su esposa. Sólo faltaban los bombones. Los eligió de chocolate blanco que eran los que más le gustaban a ella. Los dispusieron en hileras y los cubrieron con papel de seda. Pusieron un lazo dorado que rizaron con una tijera y una pegatina en la que estaba escrito Valentine’s.

Hacía frío. Normal, en Febrero. Quizá llovería durante la jornada. Vio muchas parejas que se besaban y repartidores de flores apresurándose. El cielo estaba ceniciento y el sol se veía velado a través de la cortina de nubes. La ciudad apenas acababa de desperezarse cuando llegó a dónde ella se encontraba. Limpió la repisa y colocó la postal, el ramo y los dulces junto a la lápida de mármol. Mientras lloraba, añoró tanto sus besos que sintió un profundo dolor físico.

Parque en invierno

El invierno era especialmente duro y es que ya se sabía que el cambio del clima había llegado para quedarse unos miles de años, lo suficiente como para que no le preocupara cómo sería la nueva era templada. Si ocurría por efecto de los caprichos del sol o por los humos de las fábricas, era algo que seguían discutiendo. No le importaba. Le gustaban los inviernos blancos. Al fin, un buen abrigo y aquella bufanda que le regaló Sofía – ¡la echaba tanto de menos!- eran más que suficientes. La nieve estaba aún esponjosa y para Antonio era placentero caminar por el parque. Le gustaba hacerlo a primera hora, cuando aún el caminar de los transeúntes no había apelmazado y helado la alfombra blanca que caía por la noche. Se hundía hasta los tobillos pero sus botas altas mantenían sus pies calientes y secos. De tanto en cuanto miraba hacia atrás para contemplar la hilera de huellas que iba dejando tras de sí. Se sentía como un astronauta en un planeta lejano y desierto. Sólo sus huellas, como si nadie más habitara aquel mundo.

Se detuvo frente al lago. Al fondo, un desnudo árbol abría sus ramas marrones y tristes en abanico, como si se tratara de un pavo real que estuviera atrayendo a la primavera. Faltaba mucho aún para que llegara y poblara de verde el parque. El estanque estaba gris. Era un espejo de las nubes plomizas que anunciaban más nieve y más lluvia. Todo estaba yermo, solitario, estático.

Entonces, casi súbitamente, las aguas se llenaron de ondas y de estelas. Como cada mañana le habían sentido llegar. Era consciente de que se acercaban para buscar alimento pero le gustaba pensar que le tenían afecto. Sacó su bolsa de migas de pan y trocitos de lechuga, cortados pacientemente durante la noche anterior. Los patos le rodearon y recordó que a Sofía le encantaba el parque.

Audioderechos

The American Authors Guild (La Unión de Escritores de América) ha manifestado su desacuerdo por el sintetizador que Amazon (http://biblumliteraria.blogspot.com/2009/02/kindle-2.html ) incorporará en el nuevo lector de textos Kindle -2. El gremio asegura que los autores podrán exigir derechos adicionales por este sistema “Text to Speech” ya que colisiona con los audiolibros y con los límites de los contratos de cesión de derechos escritos establecido. De momento, han recomendado a todos sus afiliados el rehacer los contratos con las editoriales para cubrir el uso que Amazon pueda hacer de las obras. Si el contencioso va para adelante, la justicia podría obligar a modificar el software para que sólo los libros con autorización de derechos pudieran activar el sintetizador.

Curiosamente, nadie está hablando de la sosa, falta de toda emoción, y aburrida voz metálica del aparato.


9/2/09

Tardes de invierno

Me gustan las tardes de invierno, como las de ahora. El sol se pone pronto y, al salir del trabajo, su luz amarillenta, tristona, juguetea pintando reflejos en los charcos y haciendo brillar la nieve que reposa en las montañas. A esa hora se han encendido ya muchas de las luces de la avenida y los niños, con botas de agua, guantes y bufandas corretean por el parque en interminables y risueñas persecuciones. El frio enrojece las mejillas de los transeúntes que aceleran el paso mientras se dirigen a sus hogares. Gorriones rezagados, en su continua búsqueda del escaso alimento, picotean aquí y allá. Aún queda un vendedor de castañas en la esquina y el quiosquero recoge las revistas mientras baja la persiana. Es tiempo de cenas tempranas y se agradece el aroma de un caldo caliente. Suena Angela Aki en el estéreo y es el momento de leer un libro recostado en el sofá bajo las sombras que dibuja la lámpara.

Kindle 2

Amazon iniciará a finales de este mes la venta del nuevo lector electrónico Kindle 2. Tendrá una capacidad teórica de batería para 2 semanas de lectura y, sobre todo, se hace más ergonómico respecto a su predecesor al reducir su peso a poco menos de 300 gramos y el grosor del mismo a un centímetro aproximadamente. Sigue siendo en blanco y negro, utiliza "tinta electrónica" y su capacidad de memoria es de 2 gigas lo que dará para (en texto) unos 1500 libros. Trae una novela precargada. Para descargar libros hay que conectarse por Internet inalámbrico y cada descarga costará unos 10 dólares (de momento, sólo funcionará en Estados Unidos). Es posible también descargar, incluso automáticamente a una hora prefijada, – bajo previo pago- periódicos como el NYT o el USA Today. La pantalla es de 6”, aún demasiado pequeña si la comparamos con un libro tradicional, y la resolución es equivalente a la de una página periodística. Un sintetizador permite escuchar el texto si así se desea. El precio de salida será de casi 400 dólares en Estados Unidos.
La página publicitaria del fabricante puede verse aquí.


¿Supone la era digital un cáncer para la literatura?

La era digital está afectando a la literatura. Es evidente y es bueno.

Por un lado, asistimos a la creación de obras de literatura digital y, por otro, asistimos a la utilización de medios digitales aplicados a la literatura convencional. Es lo que, en ocasiones, se diferencia como literatura digital y digitalizada. La primera es la que sólo (y este adverbio es la clave) podría construirse y leerse con medios digitales (véase al respecto, por ejemplo, este artículo , este, este o este). No quiero referirme a ella en este post sino a la digitalizada, a la utilización de instrumentos electrónicos para escribir, imprimir, memorizar, publicar, analizar o distribuir textos convencionales.

Son muchos los campos donde la aportación de la técnica informática es muy beneficiosa. No creo que muchos escritores hoy en día sigan utilizando la pluma (lo que, aunque puede ser un placer, dificulta la corrección y ralentiza la creación). La maquetación de libros y periódicos es fundamentalmente digital. Las bases de datos literarias (bien sea de textos en formatos ya digitales o libros tradicionales escaneados) aporta enormes ventajas de clasificación, búsqueda y análisis aún cuando existan aún problemas técnicos derivados de la menor durabilidad de los soportes electrónicos o magnéticos. La edición de textos por ordenador ofrece, sin duda, ventajas claras en cuanto a rapidez, calidad, menor coste, disponibilidad inmediata de los contenidos y mayor productividad.

Dicho todo esto, es evidente que la era digital aporta numerosas ventajas positivas para el desarrollo de la creación y el consumo de literatura. ¿Por qué, entonces, el título de este post?

El lado oscuro llega desde dos circunstancias.

La primera es la falta de modestia inherente a la mayoría de los seres humanos. Cuando un individuo escribe un texto piensa, por lo general, que es bueno, literariamente correcto – incluso excelente- y que merece ser leído por otras personas. Aunque existen seres humanos que escriben sólo para ellos (los diarios son un ejemplo evidente) o para que sean leídos por sólo otras personas muy determinadas (las cartas), en general hay una tendencia a desear ser apreciado por el máximo número de lectores posible. No sólo eso, sino que existe el deseo natural de ser ensalzado por ello. En algunos casos, se da asimismo el ánimo de vivir de lo escrito.

La segunda circunstancia es que la publicación de literatura es, en especial hoy en día, más un negocio que un arte. Y, como en todo negocio, el objetivo fundamental es obtener beneficios. Si estos se logran con buenas o malas obras es un asunto secundario si las ventas suben. Este hecho no es privativo de la literatura. Ocurre en todas las actividades comerciales y en todas las artes. No hay más que ver, por ejemplo, el nivel de calidad de mucha de la televisión que consumimos donde casi puede establecerse una relación biunívoca entre la chabacanería y el nivel de audiencia.

Confluyen por tanto, las ansias de millones de escritores diletantes que buscan(/mos) publicar sus obras y ser admirados por sus conciudadanos y la avaricia – llamémosla así debido a que se priorizan los beneficios a la bondad del texto- de algunos editores que ven una clara rentabilidad en esta moderna forma de edición. Surge, en este contexto, un negocio nuevo y atractivo – y, digámoslo, perfectamente lícito- cual es el de las empresas que facilitan la publicación de libros (bien sea en formato electrónico o en formato papel), a un coste muy bajo (conseguible por el uso de medios informáticos) y sufragado en muchos casos por el propio autor. Este “invierte” en que su propia obra sea conocida y el editor logra unos réditos, bien sea por hacerle el trabajo de impresión digital (con o sin encuadernación) o bien por facilitarle un canal de venta bajo pago de una comisión. El bajo coste que la impresión digital garantiza hace que todos “puedan permitirse el lujo”.

Es curioso observar que la “digitalidad” no aporta un nuevo campo de juego. Al contrario, el sueño de la gran mayoría de “autoeditores” es ver su obra impresa en papel. Eso sí, con un coste muy bajo que permita “autocomprar” la realización de esa tirada.

En este ámbito, han surgido muchas empresas que hacen posible publicar en muy breve plazo de tiempo, a demanda, aquellos libros que el autor desea con una calidad que nada tiene que envidiar a la de los libros tradicionales. Hasta aquí nada que criticar. Al contrario. Se da satisfacción a todas las partes y se liberaliza un nicho antes reservado a pocos.

El problema surge del hecho que, en general, lo que parece tener menos importancia en toda la cadena es la calidad de la obra que va a publicarse. La calidad de la literatura editada. No es extraño – y alarmante- que Robert Young, director de Lulu, empresa ligada a Amazon, y una de las compañías líderes en autoedición reconozca en el New York Times (http://www.nytimes.com/2009/01/28/books/28selfpub.html?pagewanted=2&_r=3&pa... ) que “We have easily published the largest collection of bad poetry in the history of mankind.” (Hemos publicado la mayor colección de mala poesía en la historia de la humanidad). Que algo así sea dicho desde el propio sector es muy significativo.


Y, sin embargo, la empresa sigue editando cualquier petición, como no podía ser de otra manera ya que su primer fundamento es la de hacer negocio y satisfacer una demanda, independientemente de si ello ayuda al arte.

Es así, también, entendible que la gran mayoría de estas obras tengan una vida muy breve. De muchísimas de ellas apenas se venden unas decenas de ejemplares para amigos o familiares y las que llegan al millar suelen ser regalos de empresas que editan un volumen para un uso particular. Entran más en el ámbito del regalo a medida que en el de la literatura.

En honor a la verdad hay que admitir que la falta de calidad se da igualmente con la impresión tradicional. No todo lo que llega a las librerías debería haberlo hecho y no todo lo que se queda en los filtros de los editores y los críticos, debería morir sin llegar al Olimpo de las estanterías. Pero es con la edición digital cuando el nivel de obras mediocres publicadas se ha disparado. No existe ya la garantía de que la obra que llega a publicarse haya pasado por una dura criba y una rigurosa selección – a veces, injusta- , pero selección al fin. No existe más esa competencia darwinista por la que sólo los mejores sobreviven. En los textos técnicos o científicos, incluso, desaparece la revisión por pares (peer review) que, con todas sus limitaciones, es hoy por hoy una garantía de corrección.

Volviendo al título de esta entrada, podría decirse que en todo momento hay malas células que crecen en el organismo pero, mediante los propios mecanismos del cuerpo, son controladas. Llega un momento, sin embrago, en que crecen más rápido que lo que los sistemas defensivos pueden soportar y se genera un tumor que mata el organismo.

Ese momento puede estar llegando en la literatura. Y, como cualquier ser vivo, la literatura no puede permitirse albergar una ingente cantidad de células malignas en su interior. Necesita depurarse, buscar la excelencia, hacer cirugía de todo lo que no sirve.

En el cómo se va a ejercitar ese autocontrol reside saber si en el futuro, la aportación de la autoedición digital al arte será, en su conjunto, positiva o negativa.





8/2/09

Carta a D., Historia de un amor

Llamar libro a Carta a D., Historia de un amor de Andre Gorz (Ediciones Paidos, 2006), es seguramente excesivo. Exponerlo en las estanterías dedicadas a la filosofía es algo que autor nunca pretendió. A pesar de lograr que alcance las 100 páginas mediante el uso de letras grandes y papel en formato A6, es lo que su título dice. Una carta. Dirigida a la mujer amada. Sólo una carta. Pero es una extraordinaria y maravillosa carta de amor.


Se lee en media hora pero se recuerda una eternidad. A través de recuerdos de una vida en común, el autor hace patente su amor infinito por Dorine. No hace falta ningún lenguaje cuidado- aunque la maestría de Gorz hace que siempre lo sea-, ni poético – aunque la verdad sencilla y desnuda del amor declarado lo sea en sí mismo-, ni metafórico – aunque cada página hace soñar-, ni palabras escogidas ni sintaxis brillante. Es la constatación de que todo lo realizado en la vida, todos los ideales, todos los grandes logros y las grandes decepciones, los objetivos sociales, políticos, profesionales no significan nada y que lo único que realmente tiene importancia al acercarse al final, es el amor vivido, el dado y el recibido. Es la rendición total al mismo. Un amor que hace temblar todas nuestras convicciones. Gorz, filósofo poco dado a creer en el más allá y a la religión, espera que haya una segunda vida porque ello significaría poder vivirla eternamente con la amada elegida. Y, si para conseguir ese milagro, hay que renunciar a toda la filosofía, se renuncia.

El amor por encima de todo. Porque soy, si soy contigo. Porque quiero ser, si estás conmigo. Un amor que se redescubre, que renace (“Hace poco volví a enamorarme de ti”, dice Gorz a su esposa ya octogenaria), que es el motor de la existencia, que es -sobre todo- admiración por el otro. Pero es también un pesar. El arrepentimiento de no haber sido consciente de esa verdad antes (“¿Por qué estás tan poco presente en lo que he escrito si nuestra unión ha sido lo más importante de mi vida?”).

Andre Gorz ( su verdadero nombre era Gerhard Hirsch) se suicidó junto a su esposa Dorine Keir en Septiembre del 2007 cuando la enfermedad devoraba a la mujer. Los párrafos finales de esta carta son premonitorios.


Una joyita. El único "pero" es el exhorbitado precio de la carta en las librerías. Mas es un texto que atrae tanto que hasta pagamos la manifiesta usura.

7/2/09

Un gesto

Recuerdo que la primera vez que me di cuenta de que eras especial fue casual. Tú hablabas con unos amigos y alguien, seguramente el dueño del café, puso un disco. Era una canción lenta en francés que hablaba de la soledad, de las cosas que pudieron ser y nunca serán, de la melancolía por el amor nunca encontrado. Me puse triste cuando todos estaban alegres y supe que el motivo era no poder sonreírte, no poder sentarme frente a ti con un capuccino de esos con aroma a vainilla y canela, sin decir nada, tan sólo repasando la silueta de tu cara para aprendérmela tan bien que pudiera soñarla cada noche. Y que tú me devolvieras la mirada. Pero la tonada acabó y tú nunca fuiste consciente de que me quedé alelado, viéndote, soñando historias comunes. Al salir, llovía y cuando marchaste los espejos de los charcos reflejaron tu imagen reteniéndola como si se apenaran, conmigo, de que marcharas.

Te veo ahora alrededor y soy consciente que me encanta que llenes mi espacio. Me he acostumbrado a tu presencia, tan cercana y tan lejana, a tu forma de ser, a tu visión del mundo, al tono de tu piel, a tu forma de caminar. Hice un día una lista de lo que me gusta de ti. No fueron muchas cosas pero sí importantes. Tus manos – quién sintiera tu caricia-, tu sonrisa, tu charla interesante y cálida, tu ilusión por la vida, tu forma de ser tan femenina, tu sensibilidad, tu inteligencia, tu lealtad. Pero lo que más me deleita es que tú apenas eres consciente de tu poder. Lo ejercitas con tanta ingenuidad que es aún más atractivo que si supieras que lo haces. Enfrascada en tu labor no llamas la atención y, de pronto, te recoges el cabello con la mano y lo mantienes prisionero por unos segundos en tu nuca, a la vez que giras la cabeza hacia tu hombro como si posaras para un pintor invisible que deseara recoger aquel instante en una acuarela. O como si te apoyaras con ternura en un hombro amado del que tú sólo conoces la identidad. Es un gesto muy tuyo, encantador, dulce. Quizá no dura más de dos o tres segundos. Dejas al descubierto tus mejillas que llaman a ser besadas. Estás ensimismada en tus pensamientos y, en ocasiones, una suave sonrisa te alumbra. Algo te inquieta y, súbitamente, sueltas tu pelo y regresas a tu tarea. Tengo envidia, entonces, de qué ocupó tus pensamientos en ese instante y espero hasta que nuevamente salga el arco iris.

Lies

Lies de Rick Pryll (http://users.rcn.com/rick.interport/lies/lies.html ) es una obra ya antigua (1994) que es un hipertexto de frases que se van enlazando mediante decisiones binarias (falso/cierto). Se trata de una obra sin gran valor literario pero que permite combinar una serie de frases en multitud de caminos diferentes. Es puro texto, sin ningún recurso multimedia (que, en el tiempo en que se escribió tampoco era fácil poder incluir). Puede aburrir. Los 15 años transcurridos no han pasado en vano.

6/2/09

Owl Wolf Ghost

Owl Wolf Ghost, de Paula Bohince (que puede disfrutarse aquí) es una colección de cuatro breves poemas que, mediante el uso de flash, combinan imágenes en movimiento, textos y sonidos. Son poemas intimistas, perfectamente imbricados y ambientados con los sonidos y las imágenes de la naturaleza. Bello. Con gusto.



Los demonios del semáforo

El mayor tendría doce años. El menor esa edad indefinida entre cinco y diez. Hermanos, seguro, a juzgar por su semejanza. Ambos con una cara redonda y una pelambrera oscura, ojos grandes y vivaces, boca amplia y nariz chata. Ambos con una camisa de manga corta azul, raída pero limpia que sugería una madre cariñosa en algún lugar de la enorme ciudad. Unos pantalones cortos y unas zapatillas de lona que les daban un aire de posguerra. El más grande ordenaba qué hacer, siempre atento a la suerte del más chico. Estaban sentados en la acera, cerca de la esquina, casi agazapados para que los transeúntes no se percataran de su presencia. Tan niños y ya sabían del desprecio y de la maldad de los adultos. Ocupaban un pequeño lugar entre un tenderete de recuerdos típicos de México y otra de enchiladas y tortillas. Esperaban a que los semáforos se tornaran rojos. Salían entonces corriendo hacia la carretera y se plantaban en medio de la avenida. El mayor alzaba en sus hombros al pequeñín y este, en precario equilibrio, hacía unos juegos malabares con tres o cuatro pelotas. Parecían tener un sexto sentido por el que presentían cuándo las luces del tráfico iban a cambiar. Saltaba el pequeño a tierra y con su mano pedía lo que buenamente le pudieran dar los conductores. Casi ninguno se dignaba abrir la ventanilla y los que lo hacían bajaban el vidrio lo justo, una ranura, para dejar caer una moneda como si aquellas pobres criaturas supusieran un peligro.

- “Es que, en ocasiones, las bandas usan niños como cebos”- me dijo un día un taxista- “Mejor mantener los cerrojos cerrados”

Arrancaban los vehículos con celeridad, casi patinando algunos sobre el asfalto caliente del verano, ajenos a si los chicos se habían puesto a salvo otra vez en la acera. Corrían a su rincón y el ciclo se repetía cada cuatro minutos. La ciudad, ajena a los chicos, hervía en actividad.

Los ángeles del cielo velaban por ellos mientras que los demonios de las tinieblas, sentados sobre el semáforo, iban anotando las matrículas de todos los carros que ni siquiera abrían las ventanillas. Sonreían abiertamente y chocaban sus manos en señal de éxito al comprobar la gran cantidad de huéspedes que tendrían en unos pocos años.

4/2/09

Hoy




Hoy.

Ojala los calendarios no tuvieran esta fecha. Ojala, vientos amigos hubiesen arrancado todas las hojas de todos los calendarios de todos los años de tal día como hoy. Ojala nunca hubiese ocurrido. Los malos duendes de la melancolía, la desesperanza y el dolor rebuscan hoy por los cajones de mi memoria y te evocan. El universo te recuerda. El cosmos llora. Yo lloro. Y las artes de toda la historia confluyen para honrarte cuando llega este día.

Los timbales y las trompetas de Purcell fueron musicados para ti, para ser escuchados en tu honor.

Neruda escribió La noche está estrellada y tú no estás conmigo para que yo lo leyera esta noche.

El destino sabía que el Lacrimosa de Mozart fue creado para nosotros.
El grito final de muerte helada de La Boheme era por tí.

y con Machado he aprendido que habría de hacerse Su voluntad contra la mía. Siempre fue así, siempre es así.


La barca rosa de Gabriela Mistral era la tuya, tierna compañera.

Dante ya sabía que serás la Beatriz que me guíe y me salve cuando arribe mi turno.

Te buscaré más allá de las tinieblas, mi dulce Eurídice. Y no miraré atrás.

También yo, como León Osorio, cien veces quise interrogar al cielo pero ante mi desventura el cielo calla.


He sentido el manotazo duro, el golpe helado, el hachazo invisible y homicida que Hernández anunció.


Con Quevedo espero que seas polvo enamorado. Yo lo soy. Siempre lo seré.


Me aferro a los versos de Dylan Thomas: aunque los amantes se pierdan quedará el amor y la muerte no tendrá señorío. Eso sí te lo garantizo.


Y Martí i Pol sabía ya que no tornarás pero que perduras en mí de tal manera que me cuesta imaginarte ausente para siempre.


Sólo anhelo, con Manrique, a que mi río desemboque en tu mismo mar y nuestras aguas se confundan otra vez.





1/2/09

Deep Philosophical Questions

Deep Philosophical Questions (que puede verse aquí ) de Alan Bigelow es un divertimento en forma de cómic multimedia sobre cuestiones importantes de la humanidad (¿qué es el arte?, ¿existe Dios?,….). No pretende ser literariamente elevado, ni ofrecer claves a las preguntas que plantea pero tiene humor. Los dibujos son buenos y los sonidos que acompañan cada tem, adecuados. Para divertirse unos pocos minutos. Sin más.

Identidades

Identidades (http://www.cacocu.es/visor_netart.php?id=248 ), desarrollada por alumnos de la Escuela Técnica Superior de Ingenierías de Informática y Telecomunicación de la Universidad de Granada, bajo la dirección de Rui Torres, es un poema visual que aúna imagen, textos y sonidos. Versos fragmentados – con voces más o menos adecuadas- , que no ayudan a sentir el poema, pero que finalmente ofrecen una sensación poética evidente. Aún siendo una obra amateur es interesante.