31/12/08

Año nuevo

Me han deseado, esta tarde, un feliz año. Y, sonriendo, lo he agradecido y he devuelto los afanes de felicidad y fortuna. Luego, a solas, me he puesto triste, muy triste, cuando se ha presentado ante mí el desierto infinito de tu ausencia.

No será un año feliz. No habrá más años felices porque tú te has ido.

Cualquier tiempo pasado fue mejor, dicen sin creérselo del todo. No saben cuán cierto puede ser. Será una noche de sonrisas en la cara y lágrimas en el corazón.

28/12/08

Un cuento de navidad

Si Arusi hubiese sabido que estaba preñada de Danjuma, no hubiera aceptado embarcarse en aquel pequeño bote con destino a las Canarias. Pero, entonces, no era consciente que el pequeño Hasani estaba ya en su vientre. Cuando lo supo, decidió que iba a ser varón y que lo llamaría Hasani. Ni se le pasaba por la cabeza que pudiera ser niña porque Banderiwa- que así se llamaría la chiquilla- sería la segunda de la descendencia.

Aún tenía pesadillas, de tanto en cuanto, acerca de aquel cayuco que casi se hunde cuando todavía faltaban treinta millas para alcanzar las playas. Tuvieron que achicar agua con las botellas de plástico, con las manos y hasta con los zapatos. Pero llegaron. Recordaba que las estrellas eran escasas en aquel nuevo cielo aunque, como Danjuma le dijo, así era mejor para que nadie les viera. Hubieron de nadar hasta la orilla y, tiritando, se sentaron abrazados confiados en que los espíritus de sus antepasados vinieran a socorrerles. Así parecieron hacerlo porque al día siguiente encontraron a unos compatriotas que les dieron algo de ropa y les mostraron dónde comer una sopa de caridad. Hubo suerte porque, en mayo, él encontró un trabajo como recolector de bananas y ella un empleo cocinando para los braceros del plantío. Fue al poco cuando Arusi supo que tendría un hijo. Espero a tener dos faltas del periodo antes de contárselo a Danjuma. Recordaba bien cuándo se lo dijo. Él se mostró confundido, sorprendido y no dijo nada durante varios minutos. Incluso, ella creyó que podía estar dudando que él fuese el padre lo cual la enojó. Danjuma debió darse cuenta de la ira en sus ojos porque reaccionó, la abrazó y la besó. Más tarde le diría que se había asustado. ¿Cómo iban a cuidar de un hijo si apenas tenían sustento para ellos mismos?

En Diciembre, el vientre de Arusi la hacía sentirse torpe. La temporada en el campo se había terminado y no tenían trabajo. Los pocos ahorros que habían acumulado les darían apenas para pagar la pensión hasta fin de año y, para entonces, Hasani – ella continuaba segura de que nacería un niño- estaría ya en este mundo. Decidieron embarcarse hacia la península. Allí habría más opciones. Pagaron cien euros por un puesto de polizón en un contenedor que supuestamente transportaba tornillería. Lo pasaron mal, muy mal en aquel calor asfixiante, apretados contra otra decenas de cuerpos. Cuando salieron al exterior, permanecieron tumbados, respirando en medio del campo. Les dijeron que estaban en Málaga pero lejos de las poblaciones más importantes para reducir el riesgo de que la policía los detectase. El aire de diciembre era frío y traía los aromas de la sierra granadina.

Quizá por las tribulaciones del viaje o acaso porque el tiempo se había ya cumplido, Arusi tuvo los primeros dolores poco antes del amanecer. Supo que Hasani no esperaría mucho más y que ya pugnaba en sus entrañas para hacer presencia en el mundo. Danjuma la miraba aterrado, sin saber qué hacer, rezando a sus dioses para que no les abandonaran en aquel momento. Él no sabía hacer de partera y tenía que buscar ayuda. Sólo había un resplandor hacia el norte, quizá a un par de kilómetros. Aquello debía ser un pueblo. Ayudó a Arusi a incorporarse y, arrastrando la maleta, caminaron despacio hacia el horizonte. La noche, sin luna, no ayudaba y tropezaron varias veces. Todo aquel ajetreo y aquel esfuerzo sólo hacían que las contracciones se aceleraran.

Unas hebras rojizas decoraban el cielo del amanecer cuando llegaron al pueblo. Algún gallo cantó pero las calles estaban desiertas. Arusi se inclinaba por el dolor y sentía que la hora estaba ya muy cerca. Danjuma, angustiado, golpeó la puerta de la primera casa que vio. Notó que alguien miraba por la mirilla pero nadie abrió. Tocó un par de veces más hasta que se convenció de que nadie le iba a abrir. Caminaron hasta la siguiente vivienda. Esta tenía tres pisos y un portal cerrado. Presionó un timbre mientras Arusi se sentaba y resoplaba agitadamente. Nadie contestó. Tocó al segundo timbre y una voz ronca preguntó quién era. Él le pidió ayuda, le dijo que su mujer iba a parir, pero la puerta no se abrió ni volvió a oír palabra alguna. Dejó sentada a su esposa y corrió por la calle, llamando a todas las puertas que vio. Nadie abrió.

Arusi sentía ya los dolores cada pocos minutos y apenas tenía fuerzas para caminar. Quería a Danjuma a su lado, lo necesitaba allá, con ella, dándole la mano. Él llegó sudoroso a pesar del frío de la mañana. Con lágrimas en los ojos le dijo que nadie le abría, que nadie le socorría pero que había visto un establo, una borda de pastores, al final del pueblo. Le pasó su brazo por debajo de los hombros y la ayudó a caminar. Dejó la maleta abandonada en el portal.

Llegaron justo a tiempo. Parecía no haber nadie. Un buey que reposaba en la entrada les miró con indiferencia. Atado al fondo había un asno que se revolvió inquieto al ver a aquellos desconocidos que importunaban su descanso. Al menos, estaba cálido. La mujer se tumbó sobre la paja sucia y cruzó sus ojos anhelantes con los de él.

- Todo va a ir bien- le dijo y sacó fuerzas de donde no las había para sonreír.

Hasani tenía tantas ganas de ver a sus padres que el parto fue fácil. La naturaleza les ayudó. Aprendieron lo que necesitaban en unos pocos minutos y Danjuma cortó el cordón con su navajita e hizo un nudo rudimentario. Oyó llorar al chiquillo y instintivamente supo que eso era bueno. Le cubrió con su chaqueta y acarició la frente de Arusi que no dejaba de mirar al niño.


Europeana vuelve a funcionar

Europeana (dev.europeana.eu) vuelve a funcionar tras su accidentado inicio en noviembre. Tanto fue el éxito que, al día siguiente de su inauguración, alcanzó los 10 millones de consultas por hora, saturando el sistema. Fue cerrado para duplicar la capacidad pero, aún así, se llegó a los 20 millones de consultas por hora en muy breve plazo lo que obligó a su cierre hasta dotar al sistema de la capacidad adecuada.

Ahora, el comisario europeo Martin Selmayr ha anunciado que el portal vuelve a estar operativo tras haber cuadriplicado la capacidad. En este momento, ofrece acceso a más de dos millones de obras artísticas.

26/12/08

Web 3.0 y literatura digital

Cuando se rastrea la web, aparecen numerosas informaciones acerca de las denominadas web 2.0 y web 3.0. Da la impresión de que la propia red autogenera conceptos y evoluciones de sí misma a la vez que se encarga de promocionarlas y generar debate y conocimiento sobre dicha evolución. ¿Cómo afectan estos desarrollos a la literatura digital?

Primeramente deberíamos establecer qué entendemos por las diferentes versiones de webs. Todo se inició, como bien es sabido, con la web a secas (que podemos llamar, retrospectivamente, web 1.0) El lenguaje de programación en base a marcas HTML permitía visualizar informaciones de un modo formateado. Por así, decirlo, la web 1.0 garantizaba la lectura de datos, textos e imágenes en máquinas alejadas mediante un protocolo de ordenación de las mismas entendible por los navegadores. En la web 1.0, el usuario medio puede leer pero no le es sencillo escribir. Para hacerlo, debe formatear la información usando HTML y debe disponer de un servidor en donde alojar los datos. Por supuesto, a lo largo de los años, el lenguaje de programación progresó y las páginas web dejaron de ser estáticas mediante la programación dinámica que permitía visualizar informaciones diferentes en función de las acciones del lector. También se dieron pasos hacia la posibilidad de escribir con los formularios y la instrucción “submit”.

En lo que se refiere a la literatura, esta web 1.0 afectó ya notablemente a la “literatura digitalizada” por cuanto que permitía la digitalización de numerosos fondos editoriales y su puesta a disposición- vía Internet- del público en general (aunque las más de las veces, sin gratuidad).

La web 2.0 dio un paso adelante permitiendo escribir informaciones de manera sencilla al usuario medio. Conceptualmente, no supuso una gran revolución como muchas veces se ha pretendido. El término fue acuñado por Tim O’Reilly y se trató mucho más de una estrategia de marketing que tecnológica (coincido con Nova Spivack
en que realmente siempre es la misma web). Básicamente, se trataba de ordenar los contenidos de las páginas sobre una base de datos modificable de manera amigable y fácil por el usuario. Así, se le liberaba de tener que conocer la programación HTML (o cualquiera otra). Evidentemente, y aunque este hecho se olvida a menudo, no se le ha liberado de tener que disponer de un servidor que aloje las páginas. Lo único que ha variado es que existen empresas u organizaciones que ponen a disposición de usuarios anónimos amplias zonas de memoria y, muchas veces, gratuitamente. Desde este punto de vista, la web 2.0 se basa sobre todo en la gratuidad y disponibilidad de servidores sin los cuales, su desarrollo hubiese sido imposible (hecho que también genera inconvenientes como puede verse aquí).

La combinación de los nuevos conceptos de programación y gestión de páginas (CSS, XHTML, XML, SOAP, REST, JAVA, AJAX, P2P, RSS, widgets, etc) y la masiva gratuidad de hardware en los servidores supuso – esta vez sí- una pequeña revolución en el uso de la web. Usuarios que de otro modo nunca hubiesen tenido la maña o los medios para “subir” contenidos a la red, ahora podían hacerlo fácilmente. Esto generó las redes sociales, los blogs, las bases de datos de fotografías, etc. , etc. Y, aportó, conceptos como la Wikipedia y la creación colaborativa.


Desde el punto de vista de la literatura, el impacto ha sido importante en cuanto a digitalizarla aún más allá. Porque, ahora, no sólo es posible disponer vía Internet de numerosos fondos digitalizados sino que, además, muchos escritores – noveles o encumbrados- pueden volcar su obra en la red y ponerla a disposición de cualquiera que desee leerla sin necesitar de editores. Incluso, pueden crear obras entre varios autores de manera casi simultánea aún cuando se encuentren en zonas alejadas del planeta. La calidad de toda esta ingente producción es cosa de otro cantar. Asimismo, la persistencia de los potenciales escritores es, muchas veces, inexistente y tras una aproximación casi anecdótica para crear un blog y “postear” algunas entradas, la mayoría son abandonados. Algo no diferente de lo que ocurre y ha ocurrido siempre en la literatura convencional donde muchos lo intentan, pocos perseveran y muy pocos triunfan. También los medios tradicionales (editoriales, periódicos, etc) han usado ampliamente la web 2.0 para promocionar sus contenidos literarios, digitalizados.

Otra aplicación potencial muy interesante era/es el mash-ups (unión de varias aplicaciones aunándolas en una nueva con contenidos diferentes) pero, en la práctica, esta posibilidad se ha concentrado en la cartografía uniendo los mapas de Google Earth (u otros) a programas de localización de tiendas, restaurantes, rutas, etc.

Tanto con la web 1.0 como con la web 2.0, los avances en literatura digital (no en la digitalizada) no han sido importantes, al menos debido a ellas. Ciertamente, un creador de literatura digital tiene ahora más facilidad en “subir” una obra a la red pero, en cualquier caso, no tanta como se cree porque, por ejemplo, los servidores gratuitos y muchos de pago vetan ficheros de muchas categorías – particularmente los ejecutables o los que tienen contenidos activos- por razones de seguridad.

La web 2.0 en sí misma no aporta creatividad literaria digital. Desde este punto de vista, la aportación de FLASH es mucho más importante. Las posibilidades javascript ya estaban presentes en la web 1.0, de modo que tampoco suponen un cambio decisivo. La interactividad con el usuario que aporta la web 2.0 no ha sido importante en el desarrollo de la literatura digital ya que, como es bastante evidente, las opciones suelen ser bastante escasas (por eso, los blogs tienden a parecerse mucho en su formato lo cual, en cierto modo, es bueno para que los usuarios naveguen entre ellos sin ninguna dificultad. Lo mismo ocurre con twitter o fotolog. Vista una página, vistas todas, desde el punto de vista del formato).

En mi opinión, la opción de los mash-ups es aún muy interesante para la literatura digital. Cabría pensar en una obra que aunara contenido propio con textos de los clásicos combinados dinámicamente de forma novedosa y creativa. Pero no es una potencialidad explotada, probablemente por su complejidad de programación (una obra simplísima – y fallida- en esta dirección es Goggi).

¿Qué es la web 3.0 y qué puede aportar a la literatura digital?

Las webs 1.0 y 2.0, con su mayor o menor facilidad para volcar contenido en la red y su mayor o menor interactividad, no dejan de ser bases de datos “ciegas”. Cada página es una especie de catálogo que el usuario puede leer y escribir pero que no contiene información acerca de cómo ser usada. Por así decirlo, cada página “no sabe de qué trata ella misma y el ordenador no sabe qué muestra o deja de mostrar”. Las páginas tienen significado para las personas que las leen pero no para los ordenadores que las procesan.

Cuando realizamos una consulta sobre un tema concreto, se nos presentan miles, millones a veces, de potenciales lugares sin orden ni concierto (o, peor aún, con el orden y concierto que da el dinero pagado por las empresas para que las páginas aparezcan en mejores lugares). El algoritmo Page Rank de Google es un intento, aún incipiente, de lograr un mayor acierto en la búsqueda de información ¿Cómo podemos dotar a las máquinas de una cierta inteligencia para que realmente nos muestren aquello que nos interesa? Esta idea, aunque puesta de moda ahora, es tan vieja como la red.

Ese es el objetivo de la web 3.0 (término propuesto por Jeffrey Zeldman más como arma publicitaria que de concepto). Se trataría de añadir a cada página una serie de contenidos semánticos (metadatos) de manera que un programa de inteligencia artificial pudiera evaluar si esa página, y no otra, es la que realmente nos interesa cuando hacemos una consulta. Es decir, añadirle un contenido semántico que pueda ser tratado por máquinas.

Imaginemos, por ejemplo, que queremos encontrar información referida a las novelas de García Márquez que sean de su primera época y que se puedan adquirir por menos de diez euros en alguna librería de nuestra ciudad. Una búsqueda de este tipo, en la actualidad, puede llevar horas y necesitar saltar por cientos de websites. Pero, sí cada página contuviese información adicional oculta que la centrara en un interés concreto, podría aparecernos el contenido requerido inmediatamente.

Lograr esto es complejo. Para empezar requiere sistematizar de manera rigurosa el conocimiento, lo que ya de por sí es tarea de titanes (si no, ya tendríamos ordenadores pensantes). Para un humano entender que “hace calor” es inmediato pero ¿cómo hacemos que un ordenador “entienda” ese concepto? ¿cómo lo codificamos? Además, requiere encontrar una vía de simular el pensamiento metafórico del ser humano que llama de diversas maneras a un sólo concepto, algo que aún no se conseguido técnicamente. ¿cómo “sabe” un ordenador que “hace calor”, “¡vaya calor!”, “ hace un día sofocante” es más o menos lo mismo? ¿cómo codificamos esas infinitas formas de decir? En definitiva, se trata de dotar a la máquina de cierta capacidad de razonar. Un campo de investigación, dicho sea de paso, apasionante que no sólo se da en el ámbito de la red sino, sobre todo, en el de la ingeniería y en el campo militar.

El primer paso será crear la “data web”, una base de datos universal que entienda todos los formatos ahora existentes en los miles de millones de páginas almacenadas en Internet. El estándar RDF parece que puede ser útil en este desarrollo como base de datos de metadatos pero es muy complejo matemáticamente y no se popularizará con facilidad. Hay ya, en estos momentos, aplicaciones que acumulan las relaciones que se establecen en las redes sociales, es decir usan el conocimiento que los seres humanos utilizan al usar la red. En este campo tenemos KnowItAll , Metaweb, PowerSet o RadarNetworks, por ejemplo. El lenguaje RDF/OWL es un paso reciente para codificar conocimiento ontológico. También existen ya formatos locales especializados para almacenar información determinada como los propuestos por Tecnorati para formatear la información de contacto de una persona (microformato hCard), una cita (microformato hCalendar), una opinión (microformato hReview) o una relación en una red social (microformato XFN). Bastantes proyectos están financiados por organismos militares.

Pero, en general ahora mismo, no sólo nos falta aún teoría lógica sino un hardware capaz de computar tal cantidad de información a la velocidad suficiente pues de nada serviría hacer una consulta cuya respuesta perfecta llegara tres años después.

Una cuestión que queda en el aire es si esa enorme capacidad de raciocinio de las nuevas máquinas estará gratuitamente en manos del público en general.

¿Qué aportaría la web 3.0 – cuando se logre- a la literatura?

A la digitalizada está claro que mucho. A la filología también. La facilidad para encontrar textos, para analizar un corpus o para buscar referencias será extrema y esta simplicidad acelerará los estudios literarios por el simple hecho de que se podrá hacer más y mejor en mucho menos tiempo. Podrán establecerse conexiones semánticas entre web lejanas, encontrar nuevas asociaciones y hacer estudios comparativos extremadamente profundos.

¿Y a la literatura digital en sí misma? Es un campo desconocido, una tierra que explorar. Si aún no hemos sido capaces de utilizar de manera creativa y claramente diferenciada –en literatura digital- la web 1.0 y la web 2.0, es difícil imaginar qué se puede conseguir con la web 3.0

Algunas ideas:

- Un uso extensivo de los mash-ups que mediante los metadatos semánticos permitirían escribir obras dinámicas de alta calidad. Utilizando el concepto medieval de que “escribir es reescribir” podría pensarse en combinar textos de alto nivel literario de manera novedosa y creativa. No las mezcolanzas aburridas que ahora producen los programas de creación de textos (ver, por ejemplo, unas reflexiones al respecto
). Habría que reconsiderar el concepto de plagio y delimitar los derechos de autor pero las posibilidades son interesantes. Si a estas combinaciones añadimos generadores de textos “inteligentes” más avanzados podríamos obtener textos definitivamente atractivos. ¿Quizá una novela negra en el buen blank verse de Shakespeare?


- Textos que “entiendan” el lenguaje natural (un reto que hunde sus raíces en los inicios de la informática, allá por los cincuenta del siglo pasado, y nunca conseguido) de modo que puedan interactuar con el usuario creando diálogos on-time que tengan sentido y calidad literaria.


- Red de hiperenlaces que siempre lleven a una historia atractiva ( lo que sería una evolución del hipertexto adaptativo tal como se describía aquí
) y que eviten un curso narrativo aburrido o fallido.


- La novela interactiva en que uno de los personajes sea el lector. La novela se adaptaría a lo que, libremente – y siempre de manera distinta-, escribiera el lector formando el diálogo y los escenarios de manera coherente con esta interacción. Esto podría ser posible dado que la máquina “entendería” el contexto y el significado del texto.


Las cruzadas vistas por los árabes


Las cruzadas vistas por los árabes (Alianza Editorial, 1989) de Amin Maalouf es un interesante y completo ensayo histórico sobre las guerras de conquista que las tropas cristianas emprendieron en Tierra Santa durante la edad media. Basado en documentación y testimonios históricos de la época, obviamente las cruzadas no recibían ese nombre en el lado árabe sino que eran llamandas "las invasiones francas". El autor defiende que aquellas guerras siguen marcando hoy en día la relación de los países árabes con occidente. Señala que aquellos tumultuosos años fueron el inicio del renacimiento de Occidente pero del ocaso y el oscurantismo en unos países musulmanes que, tras los ataques, se repliegan sobre sí mismos.

Es una obra atractiva, que abre nuevos puntos de vista y que sitúa aquellas contiendas como lo que realmente fueron, una agresión fanática. Aunque – por la propia tendencia del autor (que, por cierto, es árabe y cristiano a la vez) y por los documentos manejados- se tiende a satanizar a los cristianos y a ensalzar a los árabes, el libro muestra una notable neutralidad y señala ejemplos de tolerancia en ambas partes y de sanguinaria ferocidad también en ambos lados. El trabajo repasa no sólo las batallas y los personajes más emblemáticos sino también las intrigas políticas y de las alianzas que unos y otros protagonizaron, muchas veces a contranatura. Asimismo se explican los avances técnicos que unos y otros se traspasaron, desde las máquinas de guerra hasta la colombofilia. El libro cubre la época comprendida entre la caída de Jerusalén, en 1099, hasta la toma de Acre por el sultán Jalil, en 1291.

25/12/08

Uhayú

Los campos de la Lorena, en Francia, se hallaban cubiertos de trincheras, huellas profundas que la Gran Guerra del 14 había dejado en la Tierra. Heridas que aún olían a la sangre de los millones de soldados caídos en las batallas. Cerca de allá, en St. Maurin, la escuela había quedado reducida a cenizas. Bombas alemanas, francesas, inglesas y americanas la habían alacanzado. Qué mas daba. Todas eran igual.

Lionel Dornaux, el Padre Lionel para los chicos que antes de la contienda asistían a las clases, miraba desde su casa semiderruida las largas filas de deportados que marchaban hacía lugares lejanos. En sus manos, estrujándola, aún tenía la carta de su Superior que le pedía una misión muy especial. En la Francia de 1919, sobraban curas en el continente pero faltaban en otros lugares y él era requerido muy lejos, demasiado lejos. Pocas colonias le quedaban a su país pero una de ellas estaba en Sudamérica, en un lugar que él solo conocía por los mapas. Un lugar al parecer lleno de cocodrilos y pegajosos mosquitos. Un lugar llamado Guayana Francesa.

No estaba muy convencido. El encargo de construir una escuela en un lugar remoto le parecía insignificante comparado con la titánica reconstrucción a la que Francia debía someterse. Francia, y toda Europa. ¿Por qué se le había elegido a él? Aquella orden truncaba toda su carrera. Acallando sus pensamientos con su lealtad a la Orden, acabó de empacar su maleta. Poca cosa. Si, ya de por sí, no tenía muchas pertenencias, tras una guerra mundial nadie poseía mas que lo imprescindible. Cuando, quizá por última vez , miró las colinas de Notre Dâme de Clion, unas lágrimas recorrieron sus mejillas. No era el padre Lionel un ser sensiblero pero el dejar atrás 36 años de su vida le emocionó.

Tras una semana de viaje en carreta – no quedaban muchos camiones en uso- llegó al puerto de L’Havre donde embarcó en un viejo barco que iba a la Guayana a recoger madera, ahora tan necesaria en la destrozada Francia. El viaje fue tranquilo. Cada noche, el Padre Lionel miraba un cielo antes nunca visto, lleno de estrellas que brillaban sobre un mar inmenso. Estrellas que le decían que su tarea en la Guayana debía ser importante aunque a él no se lo pareciera. Estrellas que le decían que quizá, allá, otros niños esperaban su ejemplo.

Llegó al puerto de Constantine el 19 de Noviembre. Era invierno pero hacía un tiempo maravillosamente apacible. La luz del sol, esa luz a la que mas tarde nunca podría ya renunciar, era intensa. Las sombras cortas, como ocurre cerca del Ecuador. El aire lleno de sonidos nuevos. Y sobre todo, niños, niños que sonreían felices, contentos. Tan alejados de la profunda tristeza de los niños franceses que había dejado atrás.

Le recibió el padre Arnoux, un jesuita ya viejo que llevaba muchos años viviendo allá. Fue él el que le consiguió la ayuda de unos cincuenta lugareños para construir la escuela y la capilla.

- Ah, una cosa, Padre Lionel – dijo Arnoux- tendrá que cambiarse el nombre
- ¿Qué? – esto es lo que me faltaba, pensó Lionel – ¿Por qué?
- Una costumbre de esta tierra. Hay que tomar un nombre local. Yo, por ejemplo, soy el padre Ahauná. Nadie me conocé por Arnoux. ¡Demasiado difícil de pronunciar para ellos!
- Ahau… ¿qué?….- dudó – ¿y qué nombre elijo? No tengo ni idea de los nombres de la Guayana.
- Ya lo he pensado yo por usted, padre…..se llamará Padre Uhayú. Ya se lo he dicho a los nativos que le ayudarán.

Lionel – Uhayú ahora – se pasó refunfuñando por lo menos una semana pero , poco a poco, se fue acostumbrando a su nuevo nombre.

Dos meses después la escuela estaba construida y la capilla tenía ya techo. Muchos niños – todos preciosos- habían empezado ya a ir a la escuela. Lionel no tenía horas suficientes para atenderlos a todos. Padre Uhayú por aquí, Padre Uhayú por allá. Que cómo son los barcos, Padre Uhayú. Qué por qué sale el Sol, padre Uhayú. Qué cómo es el país de donde vienes,…. Millones de preguntas.

Un año después , la escuela tenía ya 35 alumnos de edades desde los 4 a los 12 años. Lionel, el Padre Uhayú, estaba feliz. Todas sus pasadas dudas habían quedado atrás. Había olvidada su ‘carrera’ en Francia. Cuatro años después tenía ya tres escuelas y planeaba construir tres más.
Su mejor carrera ahora, su mayor éxito, era la sonrisa de aquellos pequeños, los conocimientos que iban aprendiendo, su capacidad para una vez crecidos, hacer progresar cada una de sus aldeas. Uhayú estaba plenamente inmerso en la Guayana.

Muchos años después, sentado en la arena frente a un sol rojo que se acostaba en el horizonte, se acordó de su vieja vida en Francia y de su antiguo nombre. Pensó en las navidades que hacía lustros que no celebraba y recordó que hacía mucho tiempo que no rezaba. Un chiquillo de una de sus clases pasó corriendo– tenía que hacer un castillo de arena, le dijo con una sonrisa enorme y unos ojos que brillaban ilusionados- y se dio cuenta que no hacía falta.

24/12/08

La reina oculta

La Reina Oculta (MR Ediciones, 2007) de Jorge Molist recibió el premio de novela histórica Alfonso X el Sabio en el año 2007. Se trata de una novela de aventuras centrada durante la cruzada albigense de Inocencio III contra los cátaros que combina hábilmente rigor histórico con los elementos más habituales en este tipo de trabajos: el temple, Sión, los cátaros, las herejías, la inquisición, amores caballerescos, batallas de unos pocos buenos contra muchos malos. En cualquier caso, narrado con interés y agilidad, consiguiendo mantener el enigma y haciendo que el lector quiera iniciar un nuevo capítulo. Los personajes históricos que aparecen en el relato están bien tratados y los que no son históricos encajan con naturalidad. Quizá podría haberse profundizado un poco más en las razones de “los malos” que, aquí, aparecen más como malvados que como políticos que defienden intereses.

Sin embargo, el rigor y la trama bien urdida que brilla en los dos tercios iniciales del libro quedan frustrados en la última parte. Se trata de un final que rompe con el rigor y que se hunde en un calco del tópico tan en boga hoy respecto a la descendencia de Cristo, ya explotado en “El último Merovingio” o “El código da Vinci”. Se pasa, abruptamente, de la historia a las leyendas, de las organizaciones medievales a las sectas, de las razones históricas de unos y otros a las divagaciones cabalísticas, del análisis político y religioso al aquelarre.

20/12/08

Los abetos

El ayuntamiento había elevado la tarifa por permitirle el puesto de venta de abetos por lo que sus ingresos mermarían. Tomó la camioneta al acabar su jornada en la fábrica y, como hacía cada año, condujo los cuatrocientos kilómetros hasta la sierra donde compraba los árboles al por mayor. Se alegró de que la gasolina por fin hubiera bajado de precio. Llegó pasadas las seis. Había parado tan sólo para llenar el depósito y comer un bocadillo de tortilla, de esos preparados que venden en las estaciones de servicio. El pueblo estaba hermoso o, al menos, así se lo pareció a él. Las peñas del sur relucían bajo el sol, exactamente igual que cuando él era niño y las exploraba buscando tesoros que nunca aparecían. Siempre que venía, ya sólo por navidad, le asaltaba la nostalgia.

Saludó a Carlos, que cada día estaba más obeso, y comenzaron a cargar los abetos. Estaban ya preparados, asidas sus ramas por cuerdas para que ocuparan menos. Todos tenían su pedazo de tierra al cual las raíces se aferraban con ansiedad. Seguramente, muchos acabarían en algún vertedero a pesar de que podían replantarse. Entraron treinta en el camión, bien apretujados. Pagó – eran los ahorros de varios meses- y arrancó de regreso a la ciudad. La ruta serpenteaba y el resol naranja del anochecer le molestaba. Confiaba en no llegar muy tarde porque quería estar a las seis de la mañana ya vendiéndolos. El que da primero da dos veces, pensó. Si todo iba bien, los despacharía entre el sábado y el domingo. Era la paga extra que complementaba el escaso sueldo de la empresa donde trabajaba. Con la crisis y todo eso, la plantilla en pleno había sufrido un expediente de regulación de empleo y habían dejado de cobrar dos meses. Se había sentido tan frustrado. Deseaba comprarle algo bonito a Rosa porque en noviembre había sido su décimo aniversario. No había podido ser y la cena que pensaban haber hecho en el italiano ese que tanto les gustaba, donde servían aquella lasagna de atún tan deliciosa, se canceló. Y el pañuelo de seda del que se había encaprichado se quedó en el escaparate. Ya habían decidido que lo que sacaran por la venta de los árboles sería para costear los juguetes de María José. A sus siete años, aquella pecosa, no paraba de pedir todo lo que veía por la televisión.

Anocheció pronto porque el invierno en crisis es más invierno y parece que la tierra acelera su movimiento para acunarse antes en la oscuridad. Los focos de la camioneta rasgaban la negrura de unos caminos olvidados por la administración y que hacía años que no habían visto farolas. Conocía la carretera. Si no hubiera sido así, las barrancas que cortaban al lado de la ruta le hubiesen asustado.

La curva era cerrada y aquellas luces le cegaron. Intentó frenar pero el otro vehículo le golpeó casi de frente. El camión demasiado cargado por los árboles perdió estabilidad y, bamboleándose, cayó por la pendiente. Los abetos se desparramaron y se confundieron con los árboles que la camioneta fue arrancando en su caída.

El otro conductor resultó ileso. Cuando, a las dos de la mañana, sonó el teléfono, Rosa se echó a llorar entre gritos que despertaron y asustaron a la niña.

17/12/08

221b

221b (http://www.itapebi.com.uy/221b/comienzo.htm ) de Juan Gomprone es un relato digital basado en las obras de Sherlock Holmes. De hecho, el propio título, 221b, es un acrónimo de la vivienda del detective, 221 de Baker Street.

Es una obra interesante. Sus textos están bien construidos, es una historia con atractivo y contiene elementos digitales auténticos. Por un lado, sirve –mediante hiperenlaces- para divulgar la obra de Conan Doyle con entradas que amplían la información sobre la obra del novelista, añaden elementos multimedia y dirigen a otros lugares de la red con información sobre Sherlock.Además, tiene una estructura digital que no es fácilmente conseguible en papel. Así, existen diversos finales (en concreto cuatro) a los que se llega sólo si el lector va atando correctamente las pistas, como si estuviese viviendo realmente el caso con Watson. Sólo si los enlaces se van eligiendo adecuadamente se tiene una historia atractiva (en el sentido explicado en
http://biblumliteraria.blogspot.com/2008/07/es-el-hipertexto-una-bendicin-o-un.html ).

Fallado el IV Concurso de Literatura Digital

Se ha fallado el IV premio internacional de literatura digital de Vinaroz. En esta edición, los premios han correspondido a:

NARRATIVA DIGITAL (dotado con 2.500 €) a Jason Nelson (Australia) con la obra "The Bomar Gene".

POESIA DIGITAL (dotado con 2.500 €) ex-aequo para Caitlin Fisher (Canadá) con "Andromeda" y para Rui Torres (Portugal) con "Poemas no meio do caminho".

MENCIÓN ESPECIAL "VICENT FERRER" para la mejor obra digital en lengua catalana a (dotado con 1.000 €) Antoni Ferret por "Fugue Book".

14/12/08

El sueño que llegó en goleta

Del mar provenía todo lo que sucedía en su vida. Siempre había sido así y supo que seguía siéndolo cuando le vio bajar de la goleta.

De chiquita, cuando despertaba, lo primero que sus ojitos avellanados veían por la ventana de su alcoba era aquella inmensidad azul y rizada que nacía en el puerto y se desbordaba hacia el horizonte donde una bruma grisácea fundía mar y cielo de tal modo que Elvira nunca pudo distinguir la diferencia entre ambos. Había oído contar a su madre cómo su abuelo Jontxu salió un día, al igual que lo hacía cada tarde, en el Virgen de la Paz para capturar verdeles y jureles, platijas y doradas, cuando una galerna repentina y furiosa se lo llevó para siempre al fondo del océano, junto a anclas y pecios de todos los tiempos. Pero su madre rezaba cada día al Señor que está en el cielo por el abuelo, así que supuso que ese cielo debía estar bajo aquellas aguas cuyo rumor acompañaba su existencia. Y que, cielo y mar, mar y cielo, eran una misma cosa infinita.

Sus más difusas memorias tenían que ver con el mar. En la escuela, construida precariamente en el extremo del dique del oeste, más de una vez se llevó una regañina de la maestra por prestar más atención a los vapores que atracaban y a las gaviotas que sobrevolaban las cajas llenas de hielo y peces, que a sus explicaciones. Sus sueños le hablaban de remotos lugares más allá del mar. Sus primeros escarceos con los muchachos fueron en el baile del puerto, durante las fiestas de Agosto, cuando el Ayuntamiento engalanaba los diques con lucecitas de colores y banderolas, y llegaban al pueblo aquellos carromatos que, al abrirse, se convertían en una cocina ambulante de churros y bollos. Allí, junto al mar, conoció a Juan Mari. Era marinero, como todos en el pueblo. Una mañana le regaló una caja de sardinas. No le dijo nada. Sólo se la dio mientras le sonreía con aquella expresión despistada que acabó enamorándola. Cuando se casaron, tres años más tarde, celebraron las nupcias con una comida en el puerto donde Paco, el tabernero, montó unas mesas corridas engalanadas con flores, a la vez que decoró las casas con guirnaldas y festones. Al atardecer, cuando ya los contrayentes sólo deseaban navegar por sus cuerpos y perderse en las olas de su deseo, todos los invitados lanzaron las guirnaldas al mar a la par que deseaban sus mejores votos para los recién esposados.

El océano la acompañó durante años mientras añoraba a un marido que iba convirtiéndose en un desconocido con cada larga travesía y sufrió cuando las tormentas encrespaban el oleaje y buscaban mártires que llevar a las honduras. Sus sueños, que cada vez eran más imposibles, morían en aquel horizonte acuoso que parecía infranqueable. Fue el mar, también, quien arrulló el sueño de María José, su hija; más tarde decoró su niñez y sus juegos y, por fin, se la llevó lejos cuando un marino cubano, sensual y meloso, la convenció para que se fuera a La Habana con él. Y las cartas de la niña, piensa Elvira, llegan tan de tanto en tanto que parece que la haya olvidado. Se siente sola. El mapa de su corazón se ha delineado con ausencias y conversaciones para sí misma, con sueños inalcanzables y sábanas frías.

Aquella tarde, como todas, estaba sentada a la puerta de la casa. Cosía las redes que la fuerza de los peces y las corrientes habían deshilado. El sol estaba alto y se había quedado sola porque las otras mujeres preferían empezar la labor cuando casi oscurecía. Total, poco había que hacer en el pueblo mientras los maridos y los novios perseguían bancos de anchoas en Gran Sol. Tardarían en volver al menos dos semanas más. Hacía calor y se había desabrochado dos de los botones de la camisola para que el aire que corría aliviara el calor de sus pechos y su cuerpo.

Apareció casi de sopetón, por detrás del faro. Con sus dos velas blancas, henchidas por la brisa y un foque que se afanaba por dirigirse hacia la bocana del puerto. Su casco era de madera clara la cual, al contacto con la luz reflejada, brillaba con caracolas arco iris. Elvira lo siguió con la mirada. No era habitual que barcos ajenos llegaran hasta allá.

La goleta dobló a estribor y una silueta que corría por la cubierta destensó el trinquete. Despacio, se deslizó hacia el atraque muy cerca de donde Elvira cosía. Abarloado al costado del Nuestra Señora, que estaba en reparaciones, la preciosa nave pareció descansar de un largo viaje. Pasó algún tiempo sin que nada, aparte de las gaviotas revoltosas, llamara la atención de Elvira. Casi se había olvidado de la goleta cuando vio que él saltaba a tierra. Era bello, pensó. Llevaba una camisa de cuadros que colgaba sobre unos pantalones de pana azules. Su pelo asomaba en rizos por debajo de una gorra marinera y su piel estaba bronceada. Al hombro, un pequeño macuto que sujetaban unos brazos musculosos. Y, sobre todo, aquel rostro que Elvira no podía evitar redibujar con su mente, como si estuviese recorriendo con sus dedos cada rasgo. Se asustó de que el hombre se diera cuenta de su descaro y se asustó, aún más, de sus propios pensamientos.

- Buenas tardes – aquel viajero se había encaminado directamente a ella, lo que la alteró aún más- ¿sabe dónde podría tomar algo fresco? Acabo de amarrar mi barco y me gustaría descansar un rato frente a una cerveza.

Era bello, Dios. Lo era. Tanto que tardó en recobrar su compostura, cosa que hizo cuando un golpe de sensatez la volvió en sí de pronto.

- Encontrará todo cerrado hasta dentro de dos horas. Este es un pueblito pequeño y el tabernero jamás perdona su siesta.

Rió y su sonrisa convenció a Elvira de que el mundo era mucho más hermoso que lo que aquellos malecones encerraban.

- Si lo desea, puedo ofrecerle algo….yo vivo aquí atrás – señaló la puerta entreabierta de la casa- y, bueno, no sería ninguna molestia…

Nunca supo dónde encontró el valor para invitar, así de pronto, a un desconocido del que no sabía nada ni cómo transcurrieron los minutos entre el momento que lo hizo y cuando ya conversaban ante dos cervezas – de lata, porque ella nunca había imaginado que un momento así llegaría- sentados, frente a frente, en la cocina de la casa. Se llamaba Adrián y amaba el mar. Para ganarse la vida ejercía de guía ocasional y de reportero de viajes en una revista que le pagaba por historias sobre mares australes e islas de cocoteros.

Él le contó de sus navegaciones. De las islas de coral que había visto en el Pacífico. De los cormoranes que le avisaban de la proximidad de una tierra que él aún no podía divisar. Le habló de la goleta y de por qué se llamaba Intrépida, en recuerdo de un paso por el cabo de Hornos que hubiera asustado al mismísimo demonio. Le relató aquellas noches de agosto, lejos de cualquier ruta, cuando millares de luminarias volaban por el cielo y de cómo él, con cada una de ellas, expresaba un deseo que, en realidad, siempre era el mismo. Habló de delfines que saltaban junto a la goleta jugando a ser más rápidos que su proa y que se ocultaban bajo la quilla para, más tarde, aparecer en la otra eslora. De temporales que rompían palos y hacían que uno rezase todo lo que su madre le había enseñado. De jarcias y bitácoras, de gavias, de peligrosos abrojos y de calimas misteriosas. De praderas de espuma salada. De la luna que, en el medio del mar, siempre es más grande.

Ella le contó de soledades mal llevadas, de María José y sus cartas que cada vez llegaban más espaciadas; de sus sueños de antaño donde aparecían ciudades con grandes parques y teatros. De románticas cenas en terrazas alumbradas por velas de colores; de acordeones y bandoneones que acompañaban un baile lento; de los viajes por todo el mundo con los que soñó de niña y que nunca logró realizar. Le habló de noches en vela mirando cómo los relámpagos iluminaban a lo lejos la mar encrespada; de entierros de hombres cuyos cuerpos nunca devolvía el mar y de lutos tristes en las tardes de invierno. De sus ansias por salir de allí, por sentir pasiones no permitidas, por olvidar las redes rotas y el olor a pescado. Sin saber por qué, le contaba a un desconocido todo aquello y le susurró acerca de lo dura que es la oscuridad sin un cuerpo al que abrazarse o de lo triste que es una amanecer sin un beso de buenos días. Deseaba no ser ella la que esperara al mar, sino embarcarse y navegar hasta aquel horizonte para comprobar si era el cielo que creía cuando niña.

Y él le dijo que sí, que todo eso era posible. Se lo dijo sin palabras, cuando la miró de aquella manera que la arrastró al fondo de sus ojos y al anhelo de sus manos.

Se despertó desnuda en una cama solitaria pero caliente y llena de aromas de besos. La noche había ya caído. Se acercó a la ventana y vio que la goleta doblaba el faro y se dirigía hacia aquella luna de alabastro que, efectivamente, estaba más grande que nunca. Levantó la mano y la agitó en una despedida que nadie pudo ver. La brisa que llegaba del mar acarició su cabello y creyó oír que le susurraba un adiós.

El Documento Saldaña

El Documento Saldaña (Planeta, 2008) de Pedro de Paz es una novela de intriga detectivesca que, sin duda, entretiene y atrae durante la lectura. Novela de descripciones trabajadas, con unos diálogos que son naturales y convincentes, con unos personajes que son correctamente delineados en su forma de ser y un pulso ágil.

Una especie de novela negra combinada con una de búsqueda de tesoros míticos. En ocasiones, no obstante, incluye demasiados tópicos. Una obra de aventuras, de las tantas que ahora hay, aunque con la particularidad de que, en este caso, el protagonista no es el súper bueno habitual. Entretenida.

12/12/08

Hoy he soñado

Hoy he soñado contigo. Un sueño nítido, de esos pocos que se recuerdan cuando suena el reloj de la mesilla.

Hoy llueve y la niebla de diciembre se ha helado en la calle pero, en mi sueño, era verano y había gaviotas que volaban en círculos mientras descendían sobre la playa. La arena dibujaba tus pasos para que, luego, olas coronadas de espuma depositaran un beso sobre las huellas. La caleta estaba en calma y caminábamos, manos enlazadas porque yo me alimentaba entonces del tacto de tu piel y el aroma de tu colonia, por la orilla. Tú te remangabas la falda para evitar que una onda juguetona la mojara y te reías de mis pantalones ya empapados hacía rato. En mi sueño, el cielo era muy azul como si algún pintor divino hubiese estrenado una caja de acuarelas con las que recién hubiese cubierto un lienzo. Una nube pasajera- dijiste que parecía una goleta- flotaba en el sur, justo encima del pueblo encalado.

En mi sueño – sí, ya sé que es bobalicón, pero a ti te gustaba tanto- yo pintaba corazones y escribía cien veces tu nombre.

En mi sueño vivías.
Hubiese dado mi vida esta mañana por poder contártelo.

Asesinato en el Hotel de Baños



Asesinato en el Hotel de Baños, del uruguayo Juan Grompone es una novela, publicada originalmente en 1990 en papel con éxito y que tuvo varias rediciones. En 1996, el propio autor la utilizó para crear una novela digital en donde el texto original se complementaba con elementos multimedia y, sobre todo, creaba una estructura de enlaces muy sugerente. En este obra. Los enlaces que son elegidos por el lector quedan registrados de modo que una rutina adicional calcula el nivel de interés de lector por una u otra trama. En función de este cálculo, aparecen nuevos vínculos e, incluso, se puede acceder a una parte de la historia que no estaba en el libro convencional y que no puede ser descubierta si el interés del lector no es suficiente.

Los hipervínculos están clasificados en 5 niveles. De acuerdo con los links visitados se calcula un índice de interés que habilita, o no, al lector a pasar al siguiente nivel un poco al estilo de los videojuegos en los que no se accede a nuevas pruebas hasta haber completado las del nivel anterior. Para el cambio de niveles, por ejemplo, hay que visitar 90 enlaces antes de ser autorizado a ver los enlaces del nivel 2; 50 visitas en el nivel 2 antes de poder entrar en el grupo de hiperenlaces del nivel 3, etc. Y llegados al nivel más alto, además, aparece una parte de la novela inédita no publicada en papel.

Dado que, literariamente, es una obra atractiva (recibió el premio de literatura de 1990) y que aporta este concepto de vínculos dinámicos, me parece una obra muy recomendable.

Esta intriga policial, narra las aventuras de un arquitecto que desembarca en Piriápolis. Un caso que debe resolverse, 60 años después de acaecidos los hechos, con la fuerza del razonamiento lógico. Puede adquirirse en
http://www.itapebi.com.uy/libros.htm
.

Condiciones extremas

Condiciones extremas
(
http://www.condicionesextremas.com/hipernovela.htm o http://www.literatronica.com/src/Pagina.aspx?lng=BRITANNIA&opus=1&pagina=1 ) del colombiano Juan Gutiérrez es una obra de 1998con vínculos dinámicos. Contiene 66 textos (que incluyen imágenes) y los enlaces están organizados de manera controlada. Por un lado, en cada sección el propio programa sugiere una serie de páginas para continuar organizados de mayor a menor continuidad narrativa. De este modo se trata de que el lector pueda leer una historia atractiva ( conviene recordar llegados a este punto el que el recorrer los enlaces en cualquier orden puede dar al traste con una buena historia. http://biblumliteraria.blogspot.com/2008/07/es-el-hipertexto-una-bendicin-o-un.html ). No es obligatorio y el lector puede finalmente elegir enlaces aleatoriamente con lo que posiblemente la novela le aburrirá o, cuando menos, le desconcertará, pero la sugerencia de a dónde saltar existe como guía.

Una característica interesante de esta obra es que los enlaces varían. Si se regresa a una página ya leída, los vínculos habrán cambiado en función de lo leído. Así, el lector se enfrenta siempre a un texto diferente. Por así decirlo, el hipertexto se adapta a las acciones del usuario.
Se trata de una historia de ciencia ficción localizada en Santafé de Bogotá.

9/12/08

Voyeur

Coleccionaba rostros y no era una tarea tan fácil como puede pensarse a primera vista. Cierto es que los hay a miles en cualquier lugar pero plasmarlos en un soporte físico es siempre una indiscreción y, cuando menos, una descortesía. Cuando se inició en su afición salía a las avenidas y a los parques con su cámara en mano y, aprovechando el desparpajo y la ignorancia de su juventud, robaba instantáneas de todo aquel que se cruzara en su camino. Bellas jóvenes, ancianas de caras cinceladas por la vida, hombres maduros de expresión preocupada, niños felices que le mostraban su mejor sonrisa, señoras de expresión tan triste como sus matrimonios y policías enjutos y malcarados. Con el tiempo, fue siendo consciente de su intromisión en la vida de los otros porque todo aquel al que fotografiaba se sentía como si, de pronto, tuviera que desnudarse ante el fotógrafo. Sin la máscara que proporciona la sonrisa artificial del “patata” (o el “cheese” de los turistas o el “retrete” de los más avispados en esto de aparentar una belleza natural) los individuos asaltados se asustaban del objetivo, como si este fuese un dragón del averno que llegara para tragárselos. Tuvo que utilizar cámaras más pequeñas, disimular, fingir que fotografiaba paisajes o monumentos. Rosendo – que así se llamaba el coleccionista- nunca entendió el porqué de aquel temor inexplicable. Al fin y al cabo, cada uno de nosotros hemos de vivir siempre con la faz que nos otorga la fortuna y, excepto que se tenga una buena fortuna para pagar la operación estética y el valor suficiente para entrar en el quirófano, ese rostro nos acompaña siempre.

Tenía casi cien mil fotos y dibujos. Las caras eran de todas las clases. Simétricas y asimétricas, blancas, negras y amarillas, de ojos achinados y redondos, de narices grandes y diminutas, con orejones que recordaban a Dumbo y orejitas con las que te preguntabas como aquel ser podría escuchar algo. De bocas desdentadas y dentaduras perfectas, barbilampiñas y barbudas, de mostachos piratas o perillas dieciochescas, con el cabello largo, corto, en trenzas o recogido en moño.

Un día, aquel que marcaría su vida, se miró al espejo y se percató de que en la colección no estaba su propio rostro. Con tanta ansiedad por captar los de los demás se había olvidado del suyo . Cogió su cámara digital y la colocó frente así con el temporizador activado. La lucecita roja parpadeó cada vez más deprisa hasta que saltó el flash. Rosendo vio el resultado en la pantallita y se asustó de su propia expresión. No, si debía retratarse debía lograr captarse a sí mismo en la mejor de las poses. Repitió la toma una decena de veces y nunca se encontró a gusto con el resultado. Una hora después comprendió al fin el reparo de sus semejantes ante su voyeurismo, se alarmó por lo poco fotogénico que era y se sintió desnudo.

8/12/08

Literatura y ordenadores. ¿Entropía creciente?

En un blog como este, interesado por la literatura digital y por las posibilidades creativas que el ordenador permite- o debe permitir- en el desarrollo literario, parecería que la defensa de las nuevas tecnologías debiera ser algo fuera de toda duda. Sin embargo, eso podría significar cerrar los ojos a la realidad. No se trata de aceptar –en el campo literario, y posiblemente en cualquier otro campo-la novedad por el hecho de que sea novedad porque, en ocasiones, puede dañar más que ayudar. Lo importante es discernir en qué puede ser un instrumento de renovación y en qué puede ser un riesgo de alineación.

Desde este punto de vista, ¿Son las nuevas tecnologías una ayuda a la creación literaria o más bien es una herramienta que la destruye? De igual modo, que la técnica puede ser constructiva o destructiva según se use (pensemos en una reacción nuclear aplicada a un dispositivo PET médico o a una bomba atómica), también puede significar un problema en el desarrollo literario.

Lo primero que habría que decir es que la literatura digital debe ser, ante todo, literatura. Es decir, usar la palabra, contar, emocionar, reflexionar con la lengua. Así, otros elementos como imágenes, vídeos, sonidos podrían ser importantes en otras disciplinas artísticas ( cine, música, ballet, pintura, juego interactivo,…) pero no tanto en literatura. En ningún caso pretendo delimitar fronteras exactas y estancas entre las artes. Al contrario, pienso que esos límites son borrosos y pueden traspasarse pero es evidente que el corazón de una obra literaria debe ser la palabra. Si otros componentes ayudan a que esa palabra adquiera más fuerza y expresividad, mejor. Pero si la sustituyen deja de ser literatura para ser otro arte. Si la digitalidad abre nuevos campos a la palabra, maravilloso. Si la oculta, deja de ser literatura.

Y ahora que hemos centrado la literatura en la palabra, en la lengua, podemos preguntarnos si las tecnologías informáticas están ayudando a que la expresión de las personas sea mejor, a lograr mayor precisión, más sensibilidad, más detalle, mejores metáforas, mayor creatividad, más variedad expresiva, mundos creativos más interesantes. La realidad, triste pero cierta, es que no. El uso de abreviaturas, de acrónimos, la eliminación de matices, hace que cada vez se parezcan más los escritos de unos y otros, especialmente en los muy jóvenes. El desprecio a las reglas ortográficas es ya general, sobre todo en lo que atañe a fonemas equivalentes o a la acentuación. Las frases son cada vez más breves, sin riqueza, sin insinuación, sin literatura. La tecnología “parece” llevarnos a una “literatura de SMS” que es obvio que es menos rica.

Y ya que estamos combinando técnica y literatura, podríamos decir, siguiendo los principios de Termodinámica física clásica, que la buena literatura es la que hace descender la entropía de la expresión. Como sabemos, la entropía es una entidad que mide el grado de desorden. Cuando un sistema tiene diferencias claras entre algunas de sus partes y otras, decimos que la entropía es baja, o sea hay un orden. Cuando, por el contrario, cualquier parte del sistema al que miremos parece igual a otro, la entropía es alta, o sea hay desorden. En el campo de la termodinámica, por ejemplo, si en un sistema hay partes muy calientes y partes muy frías, la entropía es baja. Hay un orden. Lo caliente a un lado, lo frío al otro. Sin embargo, el universo tiende a aumentar la entropía. Si colocamos un cuerpo caliente junto a uno frío jamás ocurre que el caliente se haga más caliente y el frío más frío (lo que implicaría mayor orden y menor entropía) sino que ambos se igualan a una temperatura igual. Cuando esto ocurre (máxima entropía) ya no podremos distinguirlos.

De manera similar, podemos decir que la literatura disminuye la entropía de la vida expresiva. Al principio, todo son sonidos guturales difícilmente distinguibles. Sería igual estar en un lugar que en otro, oír a uno que a otro, porque todos hablaríamos- o gemiríamos- igual. Igual de aburrido e inexpresivo, diría yo. La palabra disminuye la entropía de la vida mediante la clasificación, la ordenación del pensamiento, la diferenciación. No es lo mismo leer mis malos relatos que los maravillosos de Borges, no es lo mismo escuchar a una persona que dice seis palabrotas cada siete palabras que escuchar a un emérito orador. No es lo mismo leer un SMS lleno de abreviaturas que una frase de García Márquez. La literatura es, en definitiva, un reductor de entropía. Impide que la expresión sea tibia, obliga a que haya frío y calor, textos buenos y escritos malos, pensamientos claros y confusos.

Pero la tecnología informática parece muchas veces que aumenta la entropía de la lengua por lo cual un texto y otro se parecen como gotas de agua. Da la impresión que está deformando nuestra mente para que sólo seamos capaces de leer breves párrafos, lo más sencillos posibles. No están al mismo nivel la literatura de los clásicos y la que hacen chicos japoneses por teléfono (
http://biblumliteraria.blogspot.com/2008/10/literatura-digital-colaborativa-por.html ) Incluso, los gurús empiezan a indicar que los textos de los blogs son ya demasiado largos (http://biblumliteraria.blogspot.com/2008/10/el-blog-ha-muerto.html ).

En este línea de razonamiento, es interesante leer a Pablo Winokur (
http://opinionsur.org.ar/joven/Las-nuevas-tecnologias-empobrecen ) cuando dice:

La crítica no implica una demonización de ese tipo de códigos y mucho menos de las abreviaturas. De hecho, como señalaron algunos lingüistas, siempre se abrevió para tomar apuntes. El problema es cuando una persona no puede pasar de un registro al otro: es decir, está incapacitada para cambiar del lenguaje “apunte” al lenguaje “formal”.

Ser consciente del empobrecimiento que el uso de ordenadores, teléfonos móviles, PDAs, autocorrectores, Internet y demás dispositivos y técnicas están produciendo en la expresión literaria no significa buscar su destrucción o un menor uso de ellos ( lo que parece claro escribiendo esto en un blog). Lo que implica es que hay que trabajar para que su uso sea creativo, no destructivo. Se trata de no caer en las manos de la tecnología ciegamente, dando pos buenos todos sus efectos, sino aprovechar sólo los positivos, logrando que nos haga más sabios, no estúpidos como se preguntaba en Is google making us stupids? (http://www.theatlantic.com/doc/200807/google ). Implica que la crítica debe ser dura hacia lo que no es excelente, sin concesiones a la mediocridad “porque es nuevo”.

Porque si nuestra expresión del día a día es cada vez peor debido al uso de la técnica, difícilmente podremos afirmar que mejorará la literatura. Tenemos que encontrar – es una obligación para los que amamos tanto la técnica como la literatura- el verdadero sentido de la literatura digital para que la entropía vuelva a descender

5/12/08

El ascensor

Se habían cruzado un par de veces en la escalera y habían compartido ascensor pero no sabía dónde vivía. A la pregunta de “yo al cuarto, ¿usted?”, ella siempre contestaba con un lacónico “más arriba”, así que no sabía dónde ubicarla en el monstruo de quince pisos, cuatro puertas por planta.

Era otoño, creía recordar, porque el día que lo cambió todo con Amaia era frío y lloviznaba desapaciblemente. Ella batallaba con cuatro bolsas de la compra y un paraguas que pugnaba por escapársele de la mano ante el empuje de un viento norte que reclamaba un abrigo. Justo al entrar en el portal las leyes de la física vencieron y dos de las bolsas cayeron desperdigando su contenido junto a los pies de él. Ella hizo una mueca de irritación pero mantuvo la cortesía y se excusó. Él se brindó a ayudarla y se agachó junto a ella para recoger latas de tomate, tabletas de chocolate, pastillas de jabón y paquetes de tallarines italianos. Como siempre ocurren estas cosas, el destino se encargó de que sus miradas se cruzaran y se entrelazaran un segundo más de lo debido. Tiempo suficiente para que David quedara hechizado con las pupilas canela de Amaia, con las pecas que formaban constelaciones sobre su piel delicada y con su perfume de jazmín. Tiempo suficiente para que ella se embrujara con el cabello negro y arremolinado de aquel hombre, con sus manos fuertes, con su voz protectora. Porque cuando estas cosas suceden, un segundo da para mucho, como si los sentidos se aceleraran incontroladamente para percibir todo aquello que realmente es valioso. Aquel día averiguó que Amaia vivía en el noveno, que tenía una hija de veinte años que estudiaba en el extranjero y que – aunque nunca se lo dijo así- no era feliz. Subió con ella hasta su casa y le ayudó a meter los bultos y depositarlos sobre la mesa de la cocina. Amaia se disculpó por el desorden y le ofreció una cerveza para compensarle por la ayuda. Y David, que no bebía cerveza, la aceptó y se sentó junto a ella. Se contaron de sus trabajos y de sus aficiones y hallaron que compartían pasión por Bob Dylan y el cine negro. Él, al despedirse, le preguntó si algún día le apetecería ir a ver una película de Perry Mason que reponían en un cine de barrio de las afueras. Ella dijo que lo pensaría, más como cortesía que con convencimiento así que cuando, cinco días después, él se presentó en la puerta con dos entradas en la mano, sintió confusión y miedo.

A la salida del cine, diluviaba. Serían las ocho y él le propuso cenar algo en la cafetería del final de la calle. Encontrar un taxi era imposible, esperar en la interminable cola del autobús una locura, de modo que Amaia aceptó. El destino –siempre urdiendo historias- les sentó en la mesita del fondo, inmersa en aquella luz tenue que arropaba las miradas. Tomaron un plato combinado y un café con leche que se alargó hasta que ella, súbitamente alarmada, le pidió regresar porque era muy tarde. La tormenta empapó sus ropas y sus cabellos. Al entrar al ascensor, él vio la carita adornada por gotitas titilantes de lluvia y le pareció la más hermosa de las imágenes. Ella prendió su mirada de los ojos de David y, antes de llegar al noveno, un beso urgente les convirtió en amantes.