31/8/10

Retorno a la cueva del tiempo



Hace unas décadas existían muchos libros en papel para niños y jóvenes en el que el lector iba creando su propia aventura tomando decisiones en ciertas páginas del tipo si quieres que pase esto, salta a la página x. Si quieres que pase lo otro, salta a la página y. Existían en inglés (U-ventures), en español y en otros muchos idiomas.

Ahora se ha lanzado una aplicación para el I-pad y el Iphone que hace lo mismo en versión digital y que, además, usando la nueva tecnología, incluye sonidos, gráficos, efectos visuales, etc. El primer título aparecido es Retorno a la cueva del tiempo, un remake de La cueva del tiempo en papel. Es una aventura corta, sin muchas opciones y caminos alternativos lo que, en papel, podría ser considerado ormal pero que desaprovecha la flexibilidad digital. Además, la duda es si los más jóvenes tendrán capacidad adquisitiva para comprar un Ipad en donde leer estas aventuras.

30/8/10

Simposio sobre literatura digital




Del 9 al 11 del próximo mes de septiembre, la Sociedad Española de Literatura General y Comparada organiza el XVIII Simposio que tendrá lugar en la Universidad de Alicante.

En esta ocasión el programa incluye un interesante conjunto de ponencias sobre literatura digital. Así, por ejemplo, Heidrum Krieger disertará sobre la relación entre la teoría y práctica en la literatura digital (un tema que a mí personalmente me preocupa mucho); Jaime Alejandro Rodríguez reflexionará sobre si la ciberliteratura es un arte de la cibercultura o bien Susana Arroyo hablará sobre la relación entre soporte y contenido. El programa completo puede leerse en este enlace.

The Nemean Lion





The Nemean Lion puede leerse on-line aquí o descargarse aquí. Se trata de un relato conversacional – que tiene más de juego que de literatura- anónimo en el que el lector crea el diálogo con el ordenador y que está basado en la historia mitológica de Heracles. Cuando se aborda la obra por primera vez lo más probable es que desoriente o aburra (en términos de literatura, no de juego) ya que el vocabulario que puede ser usado es muy limitado y hay que comprender el objetivo del diálogo por uno mismo al no estar explicado en ningún punto. El objetivo es matar al león y llevar su piel como trofeo a Euristeo. Interface puramente de texto, sin ni siquiera colores. En inglés. El parser que interpreta las sentencias está bien trabajado a pesar de sus limitaciones porque permite desglosar acciones a un nivel muy elemental. Sin embargo, el motor de respuesta no está tan bien conseguido porque da la impresión de que, se escriba lo que se escriba, el algoritmo responde con su propia línea de acción. Hay una forma de llegar al objetivo rápidamente que realmente no es nada oculta ya que casi es la primera opción que a uno se le ocurre (y mucho más si no se domina el inglés y se tiende a hablar con frases breves, genéricas como “kill the lion”+”cut the skin” que fue lo primero que a mí se me ocurrió) con lo que el lector se puede perder el resto del relato/juego. En cualquier caso, es un trabajo de objetivos modestos.



29/8/10

Mi madre

Mi madre (Anagrama, 2010) de Richard Ford es una novela breve, aparentemente biográfica pero que es el relato de una obsesión: la pérdida de la madre y la necesidad de recordarla. A partir del recuerdo de unos relativamente escasos y en ocasiones banales hechos- pero significativos para el escritor- teje un hilo histórico fragmentado pero suficiente para mostrar una vida completa desde la fuerza que dan los hechos vividos y recordados tal como permanecen en la memoria, sin un trabajo adicional de depuración o de completar los recuerdos con datos elaborados externamente al propio recuerdo. Rellenar los huecos entre las anécdotas queda como trabajo para el lector. Una prosa concisa, estricta, breve, notarial, sin abalorios, cotidiana, intimista a ratos, que destila añoranza, que narra aquello que importa, aquello que marca en la vida, esos flashes que se han engarzado en las neuronas sin saber bien el porqué, que quizá parezcan poco importantes a un espectador ajenos pero que resultan vitales al que los vive. Ford se centra en contar lo que su madre era precisamente como madre de él, no lo que fue como esposa, o como amiga de sus amigas, o miembro de su comunidad. Libro que se lee rápido pero que planta semillas para reflexionar.


¿Cuán ingente es la labor de digitalización?




En otras ocasiones se ha señalado que, hoy por hoy, cuando se habla de literatura digital se habla, en realidad, de literatura digitalizada. Dentro de este campo hay varios proyectos que están intentando grabar en ficheros electrónicos los libros existentes en papel, particularmente GoogleBooks o Europeana. Pero, ¿cuán ingente es la tarea de digitalizar todo el acerbo literario del mundo? En un reciente artículo de Leonid Taycher se estima que existen unos 130 millones de libros a digitalizar. Para mí ha sido una sorpresa esta cantidad ya que se me antoja pequeña asumiendo que estamos hablando de diez siglos de libros en todo el planeta. En cualquier caso, siendo grande este número no parece que sea especialmente alto para los medios modernos de digitalización. No me refiero al escaneado por fuerza bruta que genera textos no formateados, sin metadatos, difícilmente catalogables, de dudosa calidad y no editables (aunque con un buen sistema OCR quizá podrían llegar a serlo) que con las máquinas de nueva generación podrían fotografiarse a muy alta velocidad. Pero hablando de textos digitalizados con calidad y plena editabilidad, la cifra no parece asombrosa.


En este momento, GoogleBook tiene en catálogo unos 7 millones de libros (con un objetivo a corto plazo de los 15 millones) mientras que Europeana alcanza el millón.



28/8/10

Roman de la rose



The Roman de la Rose digital library es un catálogo y ensayo digital sobre todos los manuscritos medievales que contengan el poema del siglo XIII Roman de la Rose, un poema amoroso en francés vernáculo que tuvo gran influencia durante varios siglos en la literatura. En este momento, el sitio contiene más de cien diferente manuscritos. Es un proyecto de la Universidad Hopkins y la Biblioteca Nacional de Francia.

La obra no sólo atiende a los textos sino a las ilustraciones con que el poema se animaba que están digitalizadas. Las referencias están perfectamente organizadas de un modo académico impecable. Es, claro, una obra inacabada porque a medida que se vayan conociendo más manuscritos, estos serán añadidos a la colección.

La vida en círculos



El inspector Paul Whalester entró en el despacho sin que nadie se apercibiese de ello, algo que molestaba profundamente a Mrs. Stevenson, su secretaria. Más de una vez la había pillado entretenida leyendo una revista de moda o hablando distendidamente por teléfono con su amiga Paula que se había trasladado a vivir a Los Ángeles un par de meses atrás. En su destino anterior, hacía ya años de ello, su jefe entraba dando un portazo, dándole tiempo a colgar el auricular y simular que estaba trabajando con atención. Pero Whalester parecía más un alma en pena que se movía silenciosamente por los pasillos. Nadie lo escuchaba llegar y nadie se percataba cuando dejaba el despacho. Con su delgadez extrema y sus ojeras profundas, más parecía un espectro llegado a la comisaría desde el más allá que un policía en activo.

- ¿Qué tenemos?- preguntó con suavidad a la vez que señalaba con su índice el último ejemplar del Cosmopolitan que ella tenía sobre la mesa. Mrs. Stevenson, azorada, colocó un dossier encima de la revista y contestó.

- Nada importante. Sólo el pájaro ese que va molestando a las muchachas por Elk Grove. Siguen buscándole y el jefe está que se sube por las paredes. Habría que cortarles las bolas a estos tipos que se meten con las pobres mujeres.

- Mrs. Stevenson- le interrumpió Whalester sonriendo- usted siempre tan ajustada a la ley. Me pregunto cómo sería si no trabajara en el departamento de policía. Atila parecería una monja de clausura comparada con usted.

Se dirigió a la máquina de café e introdujo dos monedas. Presionó el botón del capuccino pero, tras unos ruiditos sospechosos, el aparato pareció bloqueado. Sin dudarlo, el inspector dio tres fuertes golpes en una esquina y, entonces, el café comenzó a salir por el tubito. Tomó el vaso de plástico, sopló para enfriar el café y sorbió dos veces con tranquilidad.

- ¿Qué tenemos sobre el caso? – preguntó a la secretaria- Deme el informe. Si he de buscar al asaltador de mujeres, al menos deberé leerme el asunto, ¿no?

Ella, sin decir palabra, le extendió una carpeta anaranjada con unos pocos papeles dentro.

- ¿Sólo esto? Vaya, no parece que me llevará mucho tiempo.

Se sentó en su silla, frente a una montaña de documentos mal apilados bajo la cual apenas llegaba a verse la esquina de un escritorio de madera.

- Algún día tendré que hacer limpieza- pensó.

Volvió a beber un poco de café y se reclinó hacia atrás, hasta que la silla hizo tope con el archivador de la pared. Abrió el informe. Denuncias reiteradas de acosos con todo el viso de ser sexuales. Al parecer, un tipo llevaba varios meses acercándose a mujeres de Elk Grove, normalmente a horas intempestivas o cuando había poca gente alrededor. Las seguía durante un buen trecho y las mujeres, que se percataban de ello, acababan echando a correr de pánico, momento en el que el individuo aceleraba y les daba alcance. Las agarraba por los hombros y las miraba fijamente a los ojos, como si explorara su rostro. Las mujeres denunciantes señalaban que quizá las retenía así durante un minuto hasta que, de pronto, vociferaba ¡No, tú no! y echaba a andar en dirección contraria. El caso, más o menos de igual manera, se había repetido en ya sesenta ocasiones y aunque nunca había habido un abuso de mayor envergadura, las denuncias por asalto y acoso se habían disparado hasta el punto de que el Alcalde había llamado al inspector jefe recordándole que la renovación del cargo procedía hacerla en Agosto. Hasta ahora, el asaltante no había intentado violar a nadie pero la psicosis había aumentado por lo ya habitual del asunto y la incapacidad de la policía por evitarlo. El que un tipejo hubiera abordado sesenta veces a mujeres indefensas, con un procedimiento casi idéntico en todas ellas, sin que la policía tuviera aún pistas de quién podía ser, no dejaba al departamento en muy buen lugar.

Paul Whalester no era precisamente santo de la devoción del comisario jefe Mike Thompson. De hecho eran casi la antítesis. Thompson era un hombre político, que vestía impecables trajes de Boss, con corbatas siempre de seda siempre impecablemente planchadas, zapatos de piel de punta larga y pelo repeinado hacia atrás con gomina. Whalester tenía sólo dos trajes que iba alternando cada semana y que olvidaba llevar a la tintorería muy a menudo. Comía poco y esto le daba un aspecto huesudo y triste aunque sus ojos, perdidos en el fondo de unos párpados demacrados, conservaban una luz especial. Paul no había sido siempre así. Hasta hacía cuatro años, había sido un inspector brillante, que solventaba los casos más endiablados y que poseía casi todo lo que alguien puede desear en la vida. Una carrera prometedora, una esposa bella e inteligente, una saneada cuenta en el banco y una bien ganada fama de cocinero diletante, célebre por su risotto y por sus postres de miel. Un día - era abril y llovía, eso lo recordaba bien- ella se marchó. Dejó sólo una nota en el recibidor. Otro amor, el cansancio de la rutina, distancias enormes que él no había llegado ni a intuir. Quiso tomárselo con sangre fría, reaccionar con serenidad. No iba a ser él como esos policías de novelas negras que siempre tienen un pasado tumultuoso que les ha hecho caer en desgracia. Eso pasa en las series policiacas, no en la vida real. O eso creía él. Se derrumbó en dos semanas y los peores presagios de los malos relatos de policías se hicieron realidad. La cama era demasiado grande y demasiado fría. Era abril, pero llovía mucho más que en cualquier otro abril. Dejó de tener apetito y cocinar sólo para él era una idiotez. Comenzó a culpar al mundo, empezando por sus colegas de la oficina, de que hubiera sido abandonado y acarició con celo la idea de buscar cualquier felonía en la vida del amante de su mujer para empapelarlo de por vida pero sólo encontró una multa por exceso de velocidad. Hubiera seguido escarbando en la vida de aquel hombre hasta que alguien se dio cuenta de que estaba indagando de manera improcedente e ilegal y le abrieron un expediente. Y allá estaba él, interpretando fielmente el más tópico de los policías de un mal cuento.

Con todo, su perspicacia a la hora de resolver casos seguía intacta y por eso Thompson le soportaba aunque, eso sí, no le dejaba que apareciera en las ruedas de prensa del departamento ante unos periodistas siempre ansiosos de cotilleos y morbosidad.

Whalester necesitó toda la tarde para aprenderse – porque cuando se dedicaba a un caso, más que leer los informes, los estudiaba de memoria- toda la documentación existente y concluyó que debería comenzar por entrevistar a las mujeres. Le resultaba molesto interrogar a testigos porque debía mostrarse cauto y elegante, incluso tierno en ocasiones. Aún así, armándose de paciencia, le pidió a Mrs. Stevenson que localizara a todas las víctimas y arreglara una entrevista con ellas, bien en su domicilio o en la comisaría. Casi todas ellas prefirieron que él se desplazara hasta sus viviendas de modo que tuvo que dedicar casi una semana a deambular de aquí para allá, incluso en zonas de la ciudad en las que nunca antes había entrado a pesar de ser un agente de la ley. Muchas de las mujeres le miraron como si se tratara de un bicho raro y en un par de ellas debió despertar su espíritu maternal al verlo tan delgado porque se empeñaron en que comiera pastel de moras y bizcochos de miel.

Poco sacó en claro de las conversaciones. Los hechos se ceñían a lo que los atestados policiales indicaban. Acoso que nunca terminaba por consumarse. Para él estaba claro de que se trataba de un pobre demente, un chalado de los muchos que circulan en cualquier ciudad grande. Carne de manicomio, más que de cárcel. Aún así, había que dar con el tipo porque sus correrías eran ya las historias preferidas de los periódicos que las aderezaban con ponzoñosos análisis de la eficacia policial. Además, y esto le preocupaba más a Whalester, el loco podía acabar haciendo daño a alguien.

Paul no encontró relación alguna entre las mujeres. Ni compartían edades, ni estatus social ni características físicas. Simplemente, parecían ser elegidas al azar. El único dato en común era que en los lugares en que eran abordadas no había mucho público aunque tampoco eran zonas despobladas. Más bien, parques, paseos para deportistas, caminos para que el perrito de turno marcase territorio y sitios así. El inspector llegaba cada mañana al despacho y se sentaba en su silla intentando encontrar alguna pista, algún dato que aportara luz, sin éxito alguno. Había colocado un mapa en la pared de enfrente con unas banderitas allá donde se había producido cada hecho pero no existía relación alguna.



Intentó hallar alguna relación entre las calles y no la encontró. Miraba el mapa esperando tener una revelación pero esta nunca llegaba. Al final, se aburrió del mapa y se dedicó a buscar relaciones entre las fechas. Algo le pareció vislumbrar ya que los ataques se producían a intervalos de más o menos cada semana pero tampoco había un patrón regular y un más o menos no valía nada.

De tanto en cuanto, se levantaba de sopetón y se dirigía a la máquina de café mientras le decía a sus secretaria, sin esperar respuesta.

- Es como encontrar una aguja en un pajar. Si algo hay en esta ciudad son chiflados y saber dónde está cada uno de ellos es imposible.

- Yo ya sé dónde se halla uno – contestaba ella con todo descaro.

- Yo también la adoro – respondía él sin hacerle mucho caso.

Con todo, Mrs. Stevenson le apreciaba. Aunque no quería reconocerlo, le dolía verle así y en varias ocasiones le había insinuado que debía olvidar toda aquella mierda, que ya era tiempo, que se dejara de folletines de televisión barata. Él no solía responder. Agachaba la cabeza, como si se tratara de un niño pillado en falta, y se ensimismaba en sus pensamientos hasta que la secretaría acababa por ceder y dejaba de aconsejarle. Luego, al salir del trabajo, paraba en la gasolinera de la West Mall con la Mainland, compraba dos botellas de ron y se aseguraba de bebérselas enteras antes de que la soledad del apartamento le cercara.

El jueves por la tarde llovía mucho. Y es que, definitivamente, en aquel abril llovía mucho más que en cualquier otro abril. Thompson se había plantado delante de él y la había soltado a bocajarro:

- Una semana, Whalester, una semana. Si no encuentras algo en una semana te pongo en la puta calle. Algo que debería haber hecho hace años cuando te desquiciaste. Demasiada compasión es lo que tengo. Eso es.

No se había despedido ni Paul lo había deseado. De haberse dado la vuelta para decir adiós, le hubiera pillado mentando a su madre y a todos sus antepasados desde el Mayflower. Cogió su gabardina y se dispuso a marcharse a casa. Sabía que debía parar un momento en la estación de servicio.

- Hasta mañana, Mrs. Stevenson – murmuró al pasar frente a ella- hoy no es uno de mis mejores días.

- Deje de andar por la vida en círculos- contestó ella, repentinamente seria-. El mundo sigue, Paul. No puede estar girando en torno a un pasado que se fue. Ella ya no es la estrella alrededor de la cual orbitar. Vuele solo, por favor.

Quedó sorprendido por aquellas palabras y, sobre todo, por la certeza de que Mrs. Stevenson le apreciaba y se preocupaba por él. Después de todo, aquella marimandona cincuentona tenía un corazoncito tierno. Se le quedó mirando sin saber que contestar y, finalmente, le guiñó un ojo con complicidad. Ella respondió el guiño.

Cuando salió, el tráfico estaba imposible. Las calles estaban encharcadas y hacía mucho que las alcantarillas habían llegado a su máxima capacidad. Ajustó el limpia a la máxima velocidad y aún así no veía bien lo que ocurría diez metros más allá. Uno de esos días asquerosos. Al menos, ahora, cuando se encontraba solo y el pasado le atosigaba. Porque recordaba que antes, mucho antes, estos días eran felices. Como aquella noche en que salieron de Oasis, donde habían bailado y tomado dos gin-tonics. Diluviaba y no encontraron taxi. Tuvieron que caminar hasta su apartamento, empapados hasta el tuétano. Pero, entonces, aquella lluvia le parecía maravillosa. Paul fue bailando en torno a ella, imitando a Gene Kelly y el trayecto se le hizo breve. Ahora, sin embargo, cada metro de asfalto se le antojaban eternos.

Paró en la gasolinera. Corrió hasta la tiendita y se dirigió directamente a la estantería de los licores. Dos de burbon. La tarde lo merecía. Para cuando llego a casa, media botella ya había aliviado su asfixia.

Se dejó caer en el sillón y continuó bebiendo. A ráfagas, la imagen de Jane – por algún extraño motivo le gustaba pronunciar su nombre aún, como si ella pudiera escuchar cómo lo susurraba- se le venía a la mente y aquella visión disparaba otras muchas hasta que se le amontonaban y hacían que su estómago doliera de añoranza. Entonces, daba un largo trago y la quemazón del alcohol en su garganta devolvía las cosas a su sitio, al tipejo que asaltaba a las mujeres, al idiota de Thompson, a las banderitas situadas en el mapa señalando los lugares de los ataques, a Mrs. Stevenson.

No puede estar girando en torno a un pasado que se fue. Ella ya no es la estrella alrededor de la cual orbitar- le había dicho la asistente. Sí, era fácil decirlo. Otra cosa, era lograr hacerlo. Tantos hombres dan vueltas eternamente alrededor de una mujer.

La idea le llegó entonces. Hombres dando vueltas alrededor de una mujer. Como él. Como la persona a la que buscaba. No entendió cómo no se había dado cuenta antes. En el mapa, las banderitas formaban un círculo aproximadamente. Cierto, no era perfecto, pero se asemejaba lo suficiente a una circunferencia.

Se levantó como un juguete al que de pronto le han puesto baterías nuevas y se acercó al lavabo. Un par de minutos con su cara bajo el grifo del agua fría le despejaron lo suficiente como para que su cerebro volviese a trabajar como en los mejores tiempos. Una intuición. Así funcionan los buenos policías, con una intuición. Tomó las llaves de coche y volvió a la comisaria.

Saludó al agente de guardia que se extrañó de verlo allá a aquellas horas. Echó de menos a Mrs. Stevenson cuando pasó ante su silla vacía. Entró en su garita y se plantó delante del mapa. No podía decirse que los alfileres formaran un círculo exacto pero sí lo suficiente como para suponer que lo era. Tomó una regla y trazó los diámetros entre varias de aquellas banderolas. Como suponía, se cruzaban en una zona pequeña, en torno al cruce de la 56 con la avenida Quentin.

- Mañana, iré amos a pescar – murmuro, cogió la gabardina y salió. Durmió bien aquella noche y no necesitó terminarse la segunda botella.

La mañana era soleada. El sol jugueteaba con los brotes recién aparecidos de las hojas en los árboles y los gorriones se dedicaban a picotear aquí y allá incansables. Paul Whalester iba decentemente vestido, rasurado. No quería llamar la atención. No debía llamarla. Llevaba el mapa doblado en el bolsillo. Había marcado con rotulador los puntos donde antes estaban los alfileres con banderita. Compró un par de periódicos e intentó pasar desapercibido mientras esperaba. Hacia las doce, compró un perrito con kétchup al vendedor ambulante de la esquina y, se sorprendió a sí mismo, lo acompañó con una pepsi.

Serían las tres cuando le vio. Se lo había imaginado tantas veces, había leído en tantas ocasiones su descripción que no tuvo dudas de que era el hombre que buscaba. Salió de un portal en la 56. Uno más. Si no hubiera sido por la corazonada jamás hubiera sospechado de aquella casa. El hombre anduvo distraído, ajeno al hecho de que era seguido. Aún así fu prudente y decidió seguirlo.

Caminó tras él durante un buen rato mientras miraba el mapa. Andaban trazando un radio desde su apartamento hacia la periferia. Otro punto en el círculo.

Llegaron al parque Wetson y el hombre se detuvo tras un roble. Esperaba. Se le notaba inquieto. Paul se fijó en él. Expresión ida, desvariada, triste. Un loco de atar, eso estaba claro.

Unos minutos después, quizá cuatro o cinco, de pronto, el tipo comenzó a seguir a una mujer. Paul caminó tras ambos dispuesto a intervenir. Tal como había sucedido en todos los casos anteriores, llegó un momento en que la mujer se dio cuenta de que era seguida por un desaprensivo y echó a correr. El sospechoso no puedo hacerlo. En cuanto lo intentó, Paul se lanzó sobre él y le colocó las esposas sin que el individuo diera muestras de entender lo que sucedía.

- Tengo que encontrarla. ¿No lo comprende? – repetía el hombre- se marchó y estará perdida. Tengo que encontrarla. Yo no sé vivir sin ella. ¿Lo entiende? ¿Lo entiende?

Sí, Paul lo entendía. Dar vueltas en torno a una mujer que ya no está. Eso había dicho Mrs. Stevenson. Orbitar alrededor de la nada.

Llegó la patrulla y comprobaron las identidades en el ordenador del coche. Resultó ser un tal Matt Hendings y el psiquiatra certificó que estaba loco de atar. Trauma sentimental, dictaminó. Su esposa le había abandonado hacía tres años. Ni siquiera pidió el divorcio. Simplemente se largó. Ahora vivía en Ohio con un hombre respetable que trabajaba en la industria del plástico. No quiso saber nada de Hendings y sólo pidió que la dejaran tranquila.

Paul Whalester vio como se lo llevaban, cabizbajo y sin comprender qué ocurría. Seguía repitiendo que debía encontrarla y comprobar si las mujeres con las que se cruzaba en las calles eran ella.

Paul metió sus manos en los bolsillos y caminó hacia el centro. Iba ensimismado en sus pensamientos cuando se sorprendió mirando a una dama que cruzaba la esquina. Se parecía mucho a Jane. Se preguntó si no debería buscarla por las calles y tuvo el instinto de seguir a aquella señora para comprobarlo.

27/8/10

¿Precios inflados?




Hace unas pocas semanas dio a conocerse el proyecto indio del tablet llamado Sakshat. Dispone de pantalla en color, 2 gigas de memoria, puertos USB, conexión WiFi, pantalla táctil de 10”, cámara integrada, sistema operativo Linux, y soporte de diversos formatos (entre ellos Flash). Está diseñado por el Instituto indio de tecnología para ser usado especialmente en las escuelas y universidades pero sin descartar otros muchos usos. Lo trascendente de la noticia es que su coste de fabricación ronda los 30 euros, pensando incluso en bajarlo a 10 euros cuando la producción aumente. Con los gastos de distribución, trasnporte, etc. su venta podría rondar los 50 euros.

Si comparamos estos precios con lo que cuesta un lector digital occidental, no cabe sino asombrarse. Es seguro que habrá diferencias técnicas y de prestaciones que justifiquen alguna diferencia en el precio pero, desde luego, no de 3 a 10 veces el precio del otro. Aunque el ruido mediático insiste en el gran futuro de los lectores electrónicos la realidad es que los libros electrónicos se leen aún mayoritariamente en ordenadores convencionales y esto continuará así si los precios no se adecuan a la demanda.

Ocupas




Desde el día aquel en que, de pronto, vi esa mirada nueva en tus ojos, esa luz especial en tu sonrisa, ese imán en tu conversación y ese capricho en tu cuerpo has entrado en mi mente como un torbellino. Te has convertido en una ocupa de mi ser y de mi corazón. Todas mis neuronas están dedicadas a pensarte, a disfrutarte, a sentirte, a deleitarme con lo que eres, con lo que me haces sentir, con tu embrujo. Apenas me quedan unas pocas células para las funciones básicas: respirar, comer, caminar sin trastabillarme, pero son tan escasas que temo que cualquier día me olvide de tomar aire, de alimentarme, de dormir mientras me quedo absorto contemplándote.

Eres una ocupa de mi mente y de mi alma y - ¿sabes?- me encanta que lo seas. No te demandaré, no recurriré a la fuerza pública para desalojarte. Al contrario, he clavado tablones en mis puertas para que no puedas salir, para que permanezcas conmigo siempre, para que tu presencia continúe dando calor, cariño y confort a mi existencia, a mi pobre yo.

Eres mi ocupa. ¡Qué suerte que lo seas!


Asus Eee Tablet


El
Asus Eee Tablet es un lector de libros electrónicos y toma de notas que no usa tinta electrónica. Se ha presentado en la Computex 2010 y parece ser que aparecerá en el mercado en septiembre. Su pantalla es un modelo combinado TFT-LCD pero no tiene retroiluminación con lo cual se logran algunas de las ventajas de la tinta electrónica, particularmente el que canse menos la vista y el que la duración de la batería puede llegar a 10 horas pero a costa de que la experiencia lectora sea peor y más costosa que con la e-ink u otras tecnologías disponibles. Dispone de 64 niveles de gris y una resolución de 2450 ppp. El precio puede que esté rondando los 250 euros. Lo que no queda claro es el nicho que pretende abordar porque como ordenador se quedará corto y como lector electrónico no tendrá las ventajas y características de uno plenamente dedicado.



23/8/10

Sin and Subways


Sin and Subways de Millie Niss es un poema hipertextual que se basa en un interface sencillo, incluso anodino, pero que incluye una potente idea argumental. Los enlaces engarzados en el poema no llevan a otros versos sino a pensamientos que las palabras elegidas alumbran en el narrador totalmente ajenas al poema central y que llaman a sus fobias, a sus preocupaciones mundanas, a anécdotas intrascendentes. Es como si leyéramos dos discursos: el formal externo y el de los pensamientos internos que pueden no tener nada que ver con el anterior. Vamos, como cuando escuchamos con aparente atención una conferencia y, por dentro, estamos pensando en que tenemos que cambiar el aceite al coche.


Pesadilla inadecuada



Cuanto más uno desea librarse de sus pesadillas más estas se empeñan en arruinar el sueño. El caso es que lo he probado todo. Cenas ligeras, cenas inexistentes, cenas copiosas. Con cualquier cantidad, mi descanso se perturba. Me he acostado temprano, apenas cuando el sol se pone tras los hayedos. Me he ido a dormir casi al amanecer, buscando estar tan rendido que ni siquiera los duendes de la imaginación tengan ánimo de permanecer despiertos. Nada, sigo soñando mis pesadillas.

Elisa dice que me inquieto y que mi rostro toma la expresión de alguien que sufre por algo. Añade que suele golpearme con el codo y susurrarme que despierte, que todo es un hechizo. Pero cumplo mi rito, mi cuarto de hora deambulando por entre mis traumas.

En esos momentos, que a mí me parecen largos en lo profundo de mi reposo, me veo en medio de la Avenida San Marcos. El sol luce flotando en un azul mediterráneo pero no hace mucho calor. Debe ser primavera, quizá Abril, porque los plataneros están floreciendo y comienzan a cubrirse de hojas grandotas y verdes; y porque las hortensias del jardín que enmarca la terraza del Café Marítimo ya lucen sus colores más hermosos. Aún y todo, el aire aún es frío por la mañana y los paseantes visten cazadoras ligeras, jerseys de cuello alto y pantalones de pana. Me miran. Caminan raudos, seguramente apresurados para fichar a la hora en sus trabajos, pero me observan. Ninguno puede evitar el girar su rostro y seguirme con la mirada. Me resulta incómodo. Alguno me insulta aunque no entiendo bien lo que me dicen. Una mujer, de cuello arrugado y manos nudosas, hace que su nieto mire para otro lado. Unos jóvenes con libros en sus manos se ríen a carcajadas y hacen chistes sobre mí que no entiendo. Yo siento frío. Tirito. Y me miran. Todos me escrutan como si estuviese loco. Entonces, me percato de lo que ocurre. Voy desnudo. Completamente en cueros por la avenida principal de la ciudad. Es en ese instante cuando, como Adán recién mordida la manzana, soy consciente, súbitamente consciente, de mi desnudez y de lo ridículo que parezco en medio de toda aquella multitud. Me avergüenzo de mí, de mi cuerpo, de estar así de impúdico en medio de la calle.

Despierto sobresaltado y tardo unos segundos en recomponerme, cosa que logro al contacto con el cuerpo tibio y dulce de Elisa. Ella me abraza y me dice que no es nada, que sólo es un mal sueño que, por algún extraño motivo, se repite. Yo no digo nada. Permanezco en silencio acurrucado en su abrazo hasta que suena el despertador. Es hora de abrir el restaurante nudista que regentamos en playa Garetas. Ofrecemos desayunos.


21/8/10

La isla bajo el mar

La isla bajo el mar (Plaza y Janes, 2009) de Isabel Allende narra la historia de la esclava Zarité en el pre-Haiti de finales del siglo XVIII e inicios del XIX (así como, en menor medida, en Cuba, Boston y Nueva Orleans). Una obra de prosa cuidada, lírica, minuciosa en las descripciones, exquisita en muchas ocasiones, también algo sentimentaloide en algunos momentos y probablemente demasiado maniquea aunque cuando se trata de hablar de la esclavitud es difícil no serlo. No obstante, abruma el énfasis en los aspectos más sórdidos (si es que la esclavitud ya no es sórdida de por sí) y extravagantes de la sociedad esclavista de las Antillas. Aquí, quizá, falta el nivel magistral de otras obras de Allende que atendían de manera más profunda a la realidad social y política que envuelve la historia. Un regreso de Allende al realismo mágico con escenarios selváticos, paisajes colosales, pantanos misteriosos, que en ocasiones tienen poco que ver con la realidad geográfica de Haiti pero que otorgan dramatismo a la acción. Novela con dosis de aventura, de desengaños, de pasiones ocultas, de maldad y bondad extremas, de heroínas. Es un trabajo que, aunque no lo pretenda, tiene importantes trazos históricos y relativamente bien documentados (con las incorrecciones citadas en lo que concierne a la geografía y paisajes, el no citar a los nativos tainos sino a sus ancestros, introducir animales que en realidad no hay en la isla, etc.) aunque no toman nunca un papel predominante. Personajes bien trazados aunque algunos de ellos no tienen desarrollo y no acaba de entenderse su función que parece puramente circunstancial. Obra de acentuado erotismo (la sensualidad y la brutalidad se mezclan continuamente), con reflexiones sobre la libertad, la sociedad, el papel de la mujer, el amor y el sexo (seguramente no hicieron nada que no hubieran hecho con otros, pero es muy distinto hacer el amor amando.)


18/8/10

¿Dónde está la literatura digital?




A medida que transcurre el tiempo se va aclarando la terminología referida a la literatura digital y el contenido de dicha terminología.

Así, parece ya claro que se han impuesto los términos e-book y e-reader en inglés y el de libro electrónico y lector electrónico en castellano, aunque en nuestro idioma se usan también las palabras inglesas con profusión. Igualmente se habla de digital literatura o cyberliterature en inglés y de literatura electrónica, especialmente, en español ya que el término ciberliteratura es mucho menos utilizado. Los términos hypertext e hipertexto se usan en un contexto más particular para definir una parte de una obra, no la obra completa.

Si los términos parecen ya impuestos no es tan claro qué significa cada cosa y, en particular, parece evidente a estas alturas que el concepto de literatura digital ha casi desaparecido enviado a las tinieblas del olvido por la literatura digitalizada que es la que realmente impera.

*E-book: en el 90% de los casos se usa este término para designar un libro convencional escaneado o archivado en un fichero electrónico. En el 9% restante, los e-books incluyen algún elemento multimedia y enlaces pero, más bien, como copia conceptual electrónica de las notas a pie de página. Es decir, pura literatura digitalizada, que no digital. En poquísimos casos (dejamos ese 1% de manera optimista) el e-book define
literatura digital, una obra que sólo podría leerse en un lector digital y que aporta novedades significativas respecto a la literatura en papel. De hecho, los portales de libros electrónicos almacenan casi totalmente libros digitalizados que existen también en papel. Así, las innumerables discusiones que la red alberga sobre el futuro de la industria editorial se refiere a los libros digitalizados: que si no hacen falta las librerías, que los costes de transporte y distribución son menores, que si el formato EPUB o el PDF son mejores o peores, que si la obra se publica así o asá, etc. Casi nunca el término e-book se refiere a literatura digital.

He realizado una pequeña estadística revisando las 100 primeras entradas que Google devuelve al buscar “e-book”, de entre los más de 679 millones de entradas disponibles. El 98% hablan de libros convencionales archivados en un fichero binario. Nada que ver con algo que tenga que ver con la literatura digital, ni siquiera con el hipertexto.

*E-Reader: en inglés se refiere siempre al dispositivo hardware visualizador del fichero digitalizado. En castellano, muchas veces se usa para definir este aparato el término de e-book produciendo una ambigüedad evidente entre contenido y continente.

La máxima atracción al respecto parece ser si se impondrán las pantallas de reflexión que no cansan la vista (basadas en tecnología e-ink) o las pantallas de ordenador. Las primeras permiten una lectura más natural; las segundas permiten disponer de la potencia de un ordenador. Pero es mucho más una batalla comercial entre, sobre todo, el I-Pad y el Kindle que un análisis técnico-científico

Y el panorama no puede ser más incierto. La tecnología e-inkno acaba de despegar. Las nuevas
tecnologías no acaban de llegar al mercado e incluso algunas se están abandonando antes siquiera de vender un solo aparato. La marabunta mediática de noticias no parece responder a la realidad.

Una curiosidad al respecto. Si uno visita los mercados chinos, taiwaneses, coreanos, etc. donde casi todo se copia, se hallan miles de modelos de cámaras fotográficas, cámaras de vídeo, televisores, ordenadores, teléfonos móviles, videoconsolas…. Es casi imposible encontrar lectores electrónicos, prueba evidente de que no existe demanda.

*Literatura digital, literatura electrónica: en el 90% de los casos, se refiere a libros digitalizados. Casi la única diferencia con la literatura convencional es si el libro se presenta en papel o en fichero informático. Existen, ciertamente, muchos textos teóricos sobre las posibilidades de la literatura electrónica pero son, eso, teóricos. Las obras prácticas son escasísimas y la presencia de libros convencionales digitalizados en la “literatura digital” es hoy abrumadora. Y no digamos en la red de ventas o en el conocimiento del gran público. Ahí la literatura digital no llega ni a una presencia simbólica, pensando el 99% del público que la literatura digital es aquella convencional que, simplemente, se lee en una pantalla.


¿Dónde está, por tanto, la literatura digital? En un post ya muy antiguo de este
blog me preguntaba si existía la literatura digital. Varios años después, la pregunta sigue más vigente que nunca.



17/8/10

Exploraciones


Desde que era chiquito, a Ferdinand le entusiasmaron las exploraciones de lugares recónditos. Se maravilló con las historias que leía en libros escondidos en la biblioteca de su abuelo, volúmenes que habían estado tanto tiempo detenidos en el tiempo que, amén de acumular polvo, crujían como pecios olvidados cuando se les pasaban las hojas, acartonadas por los años. Así supo de Samarcanda; de los mares de Siam repletos de piratas –unos, sanguinarios y otros paladines de los humildes-; de Tortuga, siempre repleta de ron y peleas callejeras, de marineros ebrios y enigmas en cada calleja; del Tritón encallado entre los hielos prematuros del norte de Groenlandia; del Nautilus intentando escapar de un maesltrom gigantesco; de aguerridos conquistadores castellanos extasiados frente a un nuevo océano o de un intrépido inglés sentado frente a las fuentes del Nilo.

Pero cuando Ferdinand alcanzó la edad en la que le fue permitido viajar, nada quedaba por explorar. Las cataratas tumultuosas estaban repletas de moteles y atestadas de turistas en chanclas; el hielo del norte se estaba derritiendo; vaporcitos con anuncios de refrescos y calzado deportivo se acercaban a los delfines hábilmente contratados por un salario de sardinas gratis; autobuses renqueantes se llegaban cada hora a las laderas de cualquier volcán y jeeps ruidosos traqueteaban alrededor de leones dormilones ya acostumbrados a los flashes y al hedor de la crema antimosquitos de las hordas de veraneantes.

Ferdinand se sentía frustrado. Le parecía que había nacido a destiempo, con un par de siglos de retraso. No quedaba nada que mereciera la pena vivir, tan sólo la televisiva y aburrida existencia de un mundo estándar.

Por eso, su sorpresa fue mayúscula cuando se enamoró de Laura. Su cuerpo, cada milímetro de él, era un extraordinario territorio de maravillas fantásticas por conocer, siempre distintas, siempre excitantes. Necesitaría una vida completa para trazar el mapa de todas sus ondas, colinas y humedales.


16/8/10

El elefante de marfil

El elefante de marfil (Grijalbo, 2010) de Nerea Riesco es una novela de aventuras más que histórica ya que la trama principal (una supuesta partida de ajedrez que determinará el destino de la Giralda y la saga familiar de los que se ven envueltos en tal secreto) es predominante, siendo el entramado histórico- en cualquier caso muy bien documentado- un mero escenario en donde transcurre la historia central. Incluso, en ocasiones, el historicismo parece un tanto encajado a la fuerza con multitud de detalles que no aportan mucho a la narración y que pretenden quizá un tono erudito que excede de lo necesario. Un trabajo para entretener, con amoríos, misterio, sagas familiares, rasgos de novela negra, intriga y aventuras. Los personajes son muchos y los principales están correctamente delineados. Asimismo, el texto describe con detallismo la Sevilla antigua, el mundo de la imprenta y los estratos sociales de la sociedad de final del siglo XVIII. Aunque sobre todo sirva para entretener – y esto no es nada peyorativo- algunos pasajes logran un estilo lírico muy encomiable y contiene una reflexión interesante sobre el fracaso de las ideas ilustradas en la España que peleó contra Napoleón. Políticamente correcta, aboga por el entendimiento entre culturas en un final un tanto blando.

15/8/10

La voz dormida

La voz dormida (Alfaguara, 2002) de la triste y prematuramente fallecida Dulce Chacón es una novela que impacta, estremecedora, que hace pensar, que sin grandes alharacas, sin regodearse en la sangre, en el rencor o en el odio, angustia y abruma con la sola fuerza de los hechos duros. Se dice que la autora señaló que “en este libro la historia ha sido suavizada porque la ficción no soporta tanto horror”.

Un estudio sobre la maldad, sobre la guerra, sobre las victorias que siempre son derrotas, sobre la impotencia, sobre la ceguera del fanatismo. Es un trabajo bien documentado en relatos reales de personajes que vivieron la dura postguerra. Con un estilo asentado en frases cortas, sobrias, adelantando acontecimientos que logran querer saber más del porqué de los mismos. Capítulos breves pero que dicen todo lo que hay que decir completamente, sin bataholas. Un texto conmovedor y magnético que no puede dejarse hasta que se cierra el libro.


11/8/10

Sentadas de tres en tres


Se sientan de tres en tres. Sobre el murete construido con piedras negras y porosas, solidificadas entre el magma que una vez extrajo la tierra de sus entrañas. Rocas negras como ellas. Se sientan de tres en tres. Y charlan en voz queda. Vestidos largos, tubulares, de colores estridentes. Amarillos como el sol, azules añil como el cielo o el mar. Rojos como el fuego que les abrasa la memoria. En la cabeza, un turbante alto cubre los cabellos y recuerda a las tinajas con las que caminaban en busca de agua o de mijo o de caña. No buscan pasar desapercibidas. No. Porque esos mantones son lo único que ya les queda de un pasado lejano. Pies descalzos. Las sandalias en la tierra. Dibujan espirales en el aire con sus piernas, buscando recordar cuando se sentaban en la ribera del río, al lado de los cañaverales enjutos. Pero no. No recuerdan nada. No tienen tiempo. Ni ganas. Porque la desesperanza les roba el ánimo. Hablan entre ellas, en un idioma desconocido. Algún turista pasa a su lado y se fija en su piel negra, profunda. Y musita en qué hablarán estas, senegalés, seguro. Quién sabe, dice otro. Y siguen su camino sin atenderlas, sin atreverse a mirarlas porque, si lo hacen, sus ojos hermosos les llegarán al alma y nadie quiere que la tristeza se cuele en el alma por una mirada a destiempo. Hablan con la cabeza baja, sin saberse bien si conversan entre ellas o con el camino polvoriento. Son jóvenes y hermosas pero no hay un hombre que las admire y que las abrace y que les susurre que están bellas y que morirían por ellas. Se contarán de las veladas frente a una mesa con pastel de mandioca y plátano asado, con aromas de cilantro y arrullos de pájaros de mil colores. Como sus vestidos.

Al anochecer, se sientan de tres en tres sobre el muro de piedra que bordea la playa. De espaldas al mar que las separa de lo que son, de frente a su futuro, tan negro como su piel olvidada.



10/8/10

Kindle y derechos civiles


El programa piloto de Amazon para usar el Kindle en colegios y universidades está en peligro debido a que parece puede violar los derechos civiles de las personas ciegas. Aunque el Kindle puede "leer" el texto con un sintetizador, el menú no puede activarse de esta manera. Los Departamentos de Justicia y Educación de los EEUU han enviado cartas a los rectores de los centros educativos advirtíéndoles de esta potencial violación.

Lo que es complicado de comprender es por qué un e-book puede violar el derecho de los ciegos por no tener el menú sintetizado en voz y un libro convencional en papel no lo hace.


9/8/10

FeedBooks



FeedBooks es un buscador francés (pero con página en inglés) de contenidos digitalizados, muchos de ellos de dominio público para los que existe una entrada particular en el menú de opciones. Es un sitio bien organizado, con un buen motor de búsquedas y que recibió el premio OSEO (French government agency for innovationen los años 2007 y 2008. Feedbooks dispone de varias opciones de búsqueda: por autor, por categorías o por novedades. Permite la descarga de contenidos en formato PDF en nuestro ordenador, en formato para teléfono móvil y en formato para Kindle.

Quizá la novedad más interesante es que FeedBooks ofrece la posibilidad de publicar nuestras propias obras. Los escritores aficionados tienen la posibilidad de incluir sus creaciones en esta web para que puedan ser leídas por los millones de usuarios de Internet.











8/8/10

Mi novela favorita. Audiolibros




La editorial peruana RPP viene publicando una serie de CDROMS que contienen novelas sonorizadas o audiolibros con un interface muy cuidado y con las voces de actores y actrices de renombre. Mario Vargas Llosa ha participado en la selección de las obras. La colección recibe el nombre de Mi novela favorita y consta de 52 entregas. La duración de cada audiolibro es de casi una hora e incluye no sólo el sonido (la lectura del texto adaptado) sino el texto, músicas, animaciones y otras informaciones.

Las cinco primeras novelas son:

· Don Quijote de la Mancha
· Crimen y castigo
· El caballero Carmelo
· El retrato de Dorian Grey
· Cumbres borrascosas


Una gran iniciativa.

Una de las novelas puede descargarse, por ejemplo,
aquí. Se descargará un fichero ngr que deberá grabarse en un CD para ser operativo.





The Grid



La puesta en funcionamiento del colisionador LHC ha obligado al CERN a crear una red de tratamiento y distribución de datos mucho más eficaz que el Internet actual. Es fácil comprender esta necesidad si tenemos en cuenta que el colisionador generará alrededor de 15 petabytes de datos al año lo que representa por sí solo un 1% de toda la información actualmente generada en el planeta. Para procesar tanta información se debe recurrir al trabajo colaborativo de ordenadores donde muchos de ellos (actualmente unos 35000 que aumentarán a 200000 en dos años) procesarán en paralelo un mismo problema que antes habrá sido troceado en sub-tareas para cada uno de esos ordenadores de la red (The Grid). Una gran nube de computación totalmente interconectada. Asimismo, la distribución de datos será novedosa. En vez de usar rutas basadas en routers telefónicos como en Internet se utilizarán cableados de fibra ópticos especialmente dedicados que conectarán todo con todo (y todo significa no sólo ordenadores sino equipos de laboratorio, sensores, telescopios, … y en el futuro vehículos, electrodomésticos, e-books…) a velocidades de 1Gby/s consiguiéndose una velocidad media 10.000 veces superior a la actual. Para hacerse una idea de lo que esta velocidad significa, decir que se podría descargar una película completa en DVD en 5 segundos o descargar 1000 libros electrónicos en un segundo. Esta velocidad permite también la videoconferencia en tiempo real y la transmisión de hologramas lo que puede dar paso, en un futuro, a la literatura inmersiva digital (ver aquí y aquí ).

La prensa se ha hecho eco recientemente de que esta tecnología revolucionará Internet. Aún falta mucho porque el uso actual es exclusivo para la e-science y el popularizarla en el ámbito doméstico exige un titánico esfuerzo de estandarización y renovación de infraestructuras. Los discos duros deberían dejar de existir porque se llenarían tan rápido que serían inútiles y habría que confiar en el almacenamiento en la red. Dado que la velocidad de transmisión sería tan alta no sería necesario tener un ordenador en casa, tan sólo un terminal que descargara en una mínima fracción de segundo la aplicación necesaria. Los navegadores deberán cambiar profundamente para poder dar salida al enorme flujo de datos. Todos los aparatos deberán compartir estándares de hardware y software. Es decir, falta mucho tiempo. Y también hay que resolver los problemas de coste (enorme a gran escala) y de privacidad (todo estará excesivamente centralizado).








7/8/10

Distancias



La distancia, quiero que lo sepas, no tiene poder alguno. Es incapaz de mover los sentimientos y los afectos. Ni puede ni sabe cambiar nada. Jamás ha sido competente para doblegar amores y pasiones, anhelos y ambiciones. Porque, cada tarde, verás el mismo sol que yo y, al verlo, pensaremos lo mismo aún sin saberlo. Porque cada noche mirarás al cielo como yo lo haré y, al ver que una estrella errante se desploma sobre la tierra, desearemos lo mismo. Porque para el viento que lleva susurros entre los amantes, un océano es poca cosa. La distancia, como mucho, es un poco puñetera. Porque atrae la nostalgia y la melancolía y las noches se hacen largas e insomnes y los días aburridos. Consigue que la vida sea gris, tristona, como un paréntesis poco afortunado en medio de una larga frase.

La distancia- quiero que lo sepas- es, en el fondo, buena porque hace que la necesidad de tu piel sea tan palpable, tan urgente, tan presente, que me hace tenerte en mi mente cada minuto. Porque me hace saber con total certeza que deseo estar a tu lado. En el fondo, la distancia es buena porque pronto, más pronto de lo que creemos, se esfuma y entonces tu abrazo ansiado me sabe a agua clara tras el cansancio, tu beso calma la inquietud de mi alma y el sabor de tu piel sabe a canela y a miel en mis labios que te estaban esperando. Y eso ocurre siempre, ocurre pronto, muy pronto, porque la distancia, quiero que lo sepas, no tiene poder alguno.

Cautiva en Arabia

Cautiva en Arabia (Debolsillo, 2010) de Cristina Morató es una biografía que combina datos rigurosos, biográficos, con un estilo de novela de aventuras, de misticismo en parajes recónditos y enigmáticos, de novela negra, de espías, de asesinatos y de peripecias al más puro estilo Indiana Jones. Todo ello hace que se lea con rapidez y con interés. Se trata de la vida de Marga D’Andurain, nacida en Bayona a finales del siglo XIX, con un espíritu y personalidad avanzadísimos en una mujer de antes de la segunda guerra mundial. Leyendo las crónicas históricas, al parecer se trataba de una mujer de armas tomar, capaz de pasar por encima de todo y de todos para logras sus objetivos, espía, con varios asesinatos a su espalda y que acabó muriendo asesinada en oscuras circunstancias. Fue una de las primeras mujeres que intentó entrar en La Meca, totalmente prohibida a cualquier infiel. En la obra de Morató esta visión de Mata Hari dura e implacable se suaviza y la falsa condesa D’Andurain es mostrada más como una aventurera romántica que, por azares, se ve envuelta en turbios asuntos. Aún así, Cautiva de Arabia está bien documentada, presenta fotografías de Marga y sus esposos, se ha basado en recuerdos de un su único hijo vivo, ya muy mayor, y en la propia autobiografía que D’Andurain escribió en vida (Le mari – passeport). Pero pienso que la fuerza de esta novela viene precisamente de no apabullar con datos rigurosos históricos y engarzar los hitos principales de la vida de la condesa en un relato aventurero a través de anécdotas, con un lenguaje sencillo (pero lleno de lirismo en algunos parajes) y en la propia vida de Marga, una existencia tan excepcional como poco conocida. Los pasajes con más fuerza son, sin duda, aquellos que narran las semanas que D’Andurain fue prisionera en una cárcel árabe por su intento de entrar en La Meca.


5/8/10

Cartas

La primera carta que Francisco se intercambió con Oswaldo debió llegar hacia mayo de 1964. No recordaba la fecha con precisión pero sí la sensación de alivio que le invadió. Una especie de oasis en medio del desierto de trabajo hostil y lenguaje ininteligible que le rodeaba.

En su memoria aún estaba fresca la imagen de su llegada al portal de la Weinnerstrasse en cuya tercera planta le habían alquilado un apartamento. Apenas cuarenta metros cuadrados divididos en una cocina parca de aparatos, una alcoba con una cama de ochenta centímetros, un pequeño aseo y una recámara con dos sillas bajas y una mesita que hacía las veces de salón. No cobraban mucho por el alquiler, la gestión había sido realizada por la empresa y el barrio era tranquilo. Había sido afortunado.

La tarde era cálida, con ese azul primaveral que a veces resplandece sobre el norte de Europa. Llegó cansado, como todos los días. El trabajo en la factoría de automóviles era rutinario y pesado. Un salpicadero en dos minutos y treinta segundos exactamente. Cuarenta y siete tornillos que debían amarrarse en un determinado orden con el atornillador neumático. Cada sesenta y ocho salpicaderos, y de acuerdo al convenio aprobado con el sindicato, una pausa de cinco minutos y treinta segundos. Después, otros cuarenta y siete tornillos cada dos minutos y treinta segundos al implacable ritmo de la cadena. Normalmente ni siquiera miraba el buzón. Siempre estaba vacío. Así que, aquella tarde de mayo, cuando de refilón vio una sombra blanca dentro de él, se sobresaltó. ¿Sería acaso una multa? Porque un sobre no esperado sólo puede ser una sanción o una factura. Tuvo que rebuscar en su cartera para encontrar la llavecita. Tomó la carta y vio que en ella estaba caligrafiado con esmero su nombre y su dirección. Aunque no llevaba remite, el sello mostraba la silueta del busto de Franco de modo que dedujo que la enviarían desde el pueblo. Peor aún. Una carta a destiempo que llegaba desde el lugar donde uno ha nacido sólo podía ser presagio de un fallecimiento o, en aquellos tiempos, de una citación de la policía por vaya usted a saber qué.


Se quitó la chaqueta y la colocó sobre la cama. Él mismo se sentó sobre el lecho, manoseando inquieto la misiva y, finalmente, la rasgó por una esquina. Desdobló el folio que contenía y no reconoció la letra. Nadie de sus seres queridos poseía aquella caligrafía ampulosa y rica, con aquellas mayúsculas barrocas que parecían necesitar más sitio que el que las constreñía.



Estimado Francisco:

Ante todo, deseo presentarme. Mi nombre es Oswaldo Ansotegui y, aunque usted no me conoce personalmente, estoy seguro que habrá escuchado hablar de mí. Yo combatí en la guerra con su padre, en el frente del Ebro primero y en Valencia después. Las penurias y las circunstancias hicieron que nos convirtiéramos en grandes amigos. La derrota y los avatares de la vida nos separaron posteriormente pero hemos siempre sabido el uno del otro y mantenido el recuerdo de la amistad entrañable que tuvimos. He sabido recientemente que su señor padre falleció hace menos de un año. Quisiera transmitirle mis más sinceras condolencias. Si me permito asaltarle en su residencia en el extranjero – su dirección me ha sido facilitada por la embajada- es para indicarle que puede considerarme su amigo y que quedo a su disposición para cualquier cosa que precise. Atentamente, Oswaldo Ansotegui.
Luego, una dirección en Valencia.


Aquella carta estaba, seguramente, dictada por la simple cortesía pero para Francisco resultó providencial. Llevaba ya seis meses en Alemania y había podido constatar que si para algo no estaba dotado era para los idiomas. No conseguía aprender el alemán y, aparte de unas pocas palabras que le servían para entender al encargado de la cadena y comprar leche y pan, se sentía solo y desarraigado. Su madre había muerto siendo el chiquito y su padre había sucumbido a un ataque imprevisto de corazón. Sin novia, hermanos ni familiares cercanos, sin trabajo fijo, su vida se consumía lánguidamente en un lugar donde no deseaba estar. Con su primo Juan Esteban ya no se hablaba. Una cosa fea. El muy truhán se había liado con Paqui, su novia desde hacía dos años. Los encontró en la era, medio desnudos y gimiendo ajenos a todo. Ni se dieron cuenta de que él les estaba mirando. La reacción de matarlos con la escopeta de caza se le pasó pronto pero el rencor eterno no se le pasaría nunca. Ellos intentaron muchas veces reconciliarse. Le dijeron que, simplemente, se habían enamorado, que lo sentían, que no quisieron herirle pero que la vida es como es. Que una vez que todo había ocurrido, lo mejor era volver a ser amigos, a ser familia. Los muy cabrones se habían casado y, lo que más le jodía a Francisco, es que eran felices. Muchas veces habían intentado arreglar la situación, hasta le invitaban a cenar a casa. Jamás aceptó tales intentos porque cada vez que se miraba al espejo se observaba con unos cuernos más grandes que los de Islero. Así, al morir su padre, su primera decisión había sido huir del pueblo, de un país gris, de una vida solitaria, de un amor despechado. Por entonces, buscaban gentes que desearan ir al extranjero a labrarse un porvenir, a ahorrar unos cuartos y a regresar, si las cosas iban bien, con una posición en la vida. Se había animado y a los tres meses de quedarse solo en el mundo se había sentado en el expreso que partía de Madrid y que, tras seis o siete transbordos, lo situaría en Munich una semana después. El sueño de un jardín más verde se le había quebrado bien pronto. El idioma le era infranqueable, no tenía amistades y su vida se limitaba a su casa, el supermercado y la planta de montaje. Días tras día, cada dos minutos y treinta segundos.

Así que aquella carta, seguramente escrita para quedar bien, fue para él como un desahogo. Eran palabras que entendía, que le conmovían y que podía memorizar. Y, sobre todo, era un hilo del que podía tirar para sentirse menos solo.

Al día siguiente contestó. Igualmente, unas pocas palabras, agradeciendo el pésame y asegurando que efectivamente había oído hablar del Sr. Oswaldo aunque por más que lo intentó no pudo recordar de qué le resultaba familiar. Como colofón mostraba interés en conocer cómo se habían conocido su padre y él.

Para su sorpresa, esta nueva carta recibió contestación. En ella, Oswaldo le relataba los días en que conoció a su padre. Allá en el invierno del treinta y ocho, frío y nevado, enero de penurias, abrigándose con capotes raidos y fogatas de maderos en la retaguardia del frente de Teruel. Si hubieran combatido entonces- le contaba-, bisoños como eran, diecinueve años ambos, los hubieran matado casi con seguridad. Pero por un tiempo permanecieron por detrás del frente y sus mayores enemigos fueron el hambre y el frío y, a estos sí que los vencieron. Luego, más tarde, hubieron de matar y mataron, hubieron de pelear y lo hicieron, hubieron de avanzar y retroceder, combatir y obedecer órdenes.

A aquella carta siguieron muchas más. Aproximadamente cada dos semanas, recibía una de España y él la contestaba. Oswaldo, el desconocido amigo de su padre, le contaba anécdotas de la guerra y de los años posteriores y a Francisco aquellas historias le traían un sabor dulce del pasado porque, muchas de ellas, coincidían con las que había escuchado en casa, con las que su padre tenía escritas en un diario que durante un tiempo circuló por el hogar y que más tarde se perdió en algún rincón. Aquella correspondencia le hacía sentirse unido a alguien, perteneciente a un lugar que aunque intangible e inconcreto, era lo único que tenía.

Pasó el tiempo y, con él, Francisco fue encontrando su espacio en su nuevo país. Por fin, poco a poco, con sudores de parto, el idioma de Goethe fue encontrando acomodo en su cerebro y su vida dejó de ser sólo un trayecto entre un apartamento y una fábrica. Primero, encontró dos buenos amigos, uno turco y otro alemán, que por los azares del mundo estaban tan solos como él. Más tarde, el viento de la ilusión azotó su corazón cuando conoció a Helga, una moza de cabellos rubios y pechos de ensueño que vio en él un algo suficiente para enamorarse, algo que siempre le pareció inverosímil a Francisco. Luego,- habían pasado ya años-, llegó Heinz, un chiquillo pecoso y tranquilo que acabó por convencer a Francisco de que la vida era buena y digna de ser vivida.

A pesar de que el destino le sonreía, nunca dejó de intercambiarse cartas con Oswaldo. Ciertamente, no con la frecuencia del inicio, quizá porque las anécdotas de la guerra se iban acabando, pero siempre con afecto. Se contaron confidencias y cuitas, esperanzas y anhelos. Francisco era un hombre agradecido y siempre sintió cercano en el corazón a aquel hombre sin rostro cuyas cuartillas llenas de palabras tanto apoyo habían significado para él en su soledad. Más de una vez se lo dijo. Le dio las gracias por ello, por haber estado ahí, por haber continuado escribiendo. Oswaldo le dijo que era algo que le debía y Francisco quiso entender que su padre debió haberle hecho algún favor importante en el pasado de modo que aquel hombre se sentía en deuda. Sea como fuera, le apreciaba sin conocerlo. Guardaba las cartas, todas ellas, en una caja de madera, atadas con gomas elásticas. Las más antiguas ya amarillentas. Las más recientes, limpias y sin arrugas.


Cuando Heinz cumplió siete años, Helga y Francisco quisieron que el niño conociera el lugar donde su padre había nacido. Se tomaron unas vacaciones en España, algo que estaba ya de moda, y aprovecharon para hacer una escapada al pueblo. No les iba mal en la vida y pudieron permitirse alquilar un coche. El mismo Francisco lo condujo y, aunque las carreteras habían cambiado y no reconocía ya el país que había dejado años atrás, supo arreglárselas para llegar sano y salvo. Alquilaron por unos días una casita amueblada. Algunos vecinos le reconocieron aunque quedaban pocos de los que le habían visto corretear de pequeño por las calles y hacer travesuras. Aprovecharon para dar paseos por la ribera del río, jugar a las escondidas tras los chopos, dejar que Heinz se convirtiera en un experto cazador de ranas y comer huevos fritos con chorizo en la taberna de Pedro Sánchez. Por Dios, que ahora se daba cuenta cuánto había echado de menos los huevos fritos con chorizo.

Tres días después de su llegada estaban en casa cuando tocaron a la puerta. Abrió Helga pero enseguida llamó a su marido. En el umbral, una pareja permanecía a la espera.

-¿Juan Estaban?¿Paqui?- balbuceó Francisco. Apenas les reconocía. El tiempo pasaba para todos. Juan había ganado una decena de kilos en la barriga y había perdido el pelo de su cabeza. Paqui seguía siendo una mujer hermosa, con aquel rostro pícaro que le enamoró un día.

- ¿Qué hacéis aquí?- preguntó con un tono brusco. De pronto, las peores memorias le habían devuelto al pasado.

- ¿Podemos pasar? Nos gustaría charlar un rato contigo si no es mucha molestia.

Casi como un autómata, siguiendo las normas sociales aprendidas y no lo que le dictaba el corazón, les hizo entrar y les ofreció algo de beber. Helga se llevó a Heinz al otro cuarto presintiendo que aquella visita no era del agrado de nadie.

-¿Por qué habéis venido? – volvió a preguntar Francisco- ¿No es mejor dejar el pasado donde estaba? ¿Hay acaso necesidad de revolverlo? Ya pasó, ya pasó el dolor que me causasteis.

-¿Nunca nos perdonaste, verdad?- dijo Paqui- Sentimos de verás el dolor que te causamos pero, mira, no fue gratuito. El amor no hay quién lo controle y ya ves que no fue engaño de un día. Seguimos juntos y nos queremos. Como tú quieres a tu esposa que, por cierto, es una mujer encantadora.

- Mirad, estoy de vacaciones, tengo una vida feliz, una familia estupenda y lo que menos quiero es remover el pasado. Así que, si no os importa, os rogaría que finalizáramos esta conversación.

- Sólo deseamos saber que no nos guardas más rencor…

- ¿Rencor?- Francisco sintió cómo la sangre le subía a la cabeza y cómo el tono de su voz se elevaba mucho más allá de lo que él mismo podía controlar. Miró a Helga y la vio asustada. Heinz le miraba con expresión de miedo. Entonces se dominó y bajando la voz, continuó- Marchaos, por favor. No tengo nada que deciros ni vosotros a mí. No imagináis el dolor que me provocasteis, lo solo que me sentí, aislado del mundo, con ganas de morir en un país lejano y extraño, sin poder comunicarme, sin nadie, con mi novia y mi primo traicionándome. No, no tengo nada que deciros ni tenéis que darme explicación alguna. Dejémoslo estar. No imagináis lo abandonado que uno puede llegar a sentirse. Si no hubiera sido por…

- ... Oswaldo- finalizó la frase Paqui.


Francisco les miró con sorpresa y desasosiego. ¿Cómo sabían aquellos indeseables de Oswaldo? ¿Qué mierda era todo aquello?

- Nosotros somos Oswaldo- musitó Juan Esteban- Perdónanos pero fue el único modo que se nos ocurrió para compensarte el dolor que te causamos.

- ¿Qué broma es esta?- gritó Francisco- ¿Qué coño es todo esto? ¿Quién diablos pensáis que sois para espiar mi vida? ¡Dejad de joderme, dejadme en paz, por Dios!

Francisco se sentó en la silla, dejando caer su frente sobre sus manos. Estaba confuso, con su mente entumecida por aquella situación de locos.

- Verás, - comenzó Juan Esteban a hablar- al tiempo de que marcharas supimos por Juan Carlos, el chico que marchó contigo pero que acabó en Hannover, que llevabas una vida solitaria, que no te iba bien, que la soledad de asediaba, que incluso habías pensado en el suicidio. Creímos que tan sólo necesitabas hablar, sentirte querido, cercano a alguien. Barajamos el contactarte pero sabíamos que tu orgullo jamás nos perdonaría y que rechazarías cualquier contacto.

Francisco continuaba sentado con su rostro oculto entre su manos. Intentando comprender lo incomprensible. Juan prosiguió:

- Por un casual encontramos un diario que tu padre había dejado en nuestra casa. No sabemos cuándo, en alguna visita del pasado. No sé. El caso es que allá escribía sobre Oswaldo, sobre sus aventuras en la guerra, sobre la amistad que forjaron. Y se nos ocurrió que podíamos usar su nombre para escribirte, para que nos escribieras o mejor dicho escribieras a Oswaldo, para animarte, para apoyarte, para que finalmente pudieras hacerte un sitio en el mundo que comenzabas a explorar. Contratamos un apartado postal en Valencia para intermediar en las comunicaciones y lo demás estoy seguro que ya lo barruntas.


Francisco comenzaba a comprender. Ahora entendía por qué muchas de aquellas historias le eran familiares, por qué recordaba el diario, por qué le sonaban conocidas, por qué Oswaldo supo ganarse su confianza.

- Sois unos desalmados- gimió Francisco.

- No, por Dios, no digas eso- respondió Paqui- Sólo intentamos ayudarte, pagar nuestra culpa. Si lo hicimos mal es porque no supimos hacerlo de otra manera y porque nunca nos dejaste acercarnos a ti. Solo deseamos que sepas que nos tienes para lo que quieras y creíamos que ya era el momento de acabar con las mentiras y los rencores para siempre.

- Marchaos- contestó imperativo Francisco- Marchaos. Por favor, marchaos.


Helga no hizo preguntas cuando Francisco le pidió por favor que empacara a toda prisa. Pagaron el alquiler y, casi anocheciendo, salieron del pueblo a toda la velocidad que el automóvil permitía. Retornaron a Alemania una semana después, morenos de playa y sonrientes como cualquier turista que ha descansado durante muchos días de asueto. Nunca volvieron a hablar de aquella visita. Francisco, por algún motivo, nunca se deshizo de los fajos de cartas amarradas por gomas elásticas que guardaba en una caja de madera en el ático.

4/8/10

La guerra en la literatura


La guerra en la literatura de M. Alba Serra es un excelente trabajo académico que recorre una amplia selección de novelas y poemas que relatan los avatares, los sufrimientos, las historias de los seres humanos en la guerra. Se trata de un ensayo que a pesar de ser sólo un trabajo de ejemplo dentro de una asignatura, tiene una alta calidad. Programado en HTML incluye imágenes, textos, música, un menú diseñado con acierto, enlaces bien coordinados y una profundidad crítica más que notable.



Además, hace un repaso por un amplio y bien seleccionado corpus de obra englobados en siete apartados: Las secuelas y la venganza; la vida truncada; la crítica; la muerte, el miedo y el dolor; la derrota; la memoria; y el héroe y la victoria.

Un trabajo notable. Está escrito en catalán.

Una frase de la obra que cita a Paul Valery: “la guerra es una masacre de gente que no se conoce en beneficio de gente que sí se conoce pero que no se masacra”.



3/8/10

Waterlife




Waterlife no es literatura estricta aunque bien podía considerarse un ensayo sobre las amenazas que la sociedad moderna origina sobre el agua, los ríos y los mares (y especialmente en los grandes lagos americanos) . Se trata de una presentación breve de un documental cinematográfico del mismo título que aborda los riesgos que los grandes lagos tienen por polución o cambio climático y, por extensión, el ciclo del agua.









Sea o no literatura, de lo que sí se trata es de un excelente trabajo digital, programado en Flash, en donde se combinan de manera artística, sugerente y acertada textos, imágenes estáticas, vídeos, música (de nada menos que Bryan Eno) y unos criterios de navegación y enlaces bien pensados. Una forma de narrar y visualizar que atrae, que anima a buscar nuevos enlaces, que hechiza, que instruye. Además, incluye una enorme cantidad de información con numerosos enlaces a fuentes externas y sitios de la web especializados.

Por alguna razón, la presentación Flash no funciona con ciertos proxies.