He leído comentarios de que es tópica y melodramática. Sí, lo es. Pero para bien, porque es que así es la vida. ¿O no son ciertos los tópicos de la madre que se sacrifica por los suyos, que oculta sus penas, que olvida sus sueños por su prole? ¿No es cierto que la mayoría de las madres, a escala planetaria, se esfuerzan por sus hijos? ¿No es cierto que es cuando faltan cuando nos percatamos de su gran dimensión humana y de que, en realidad, nunca las hemos conocido como mujeres? Kuyn-Sook Shin no renuncia a mostrar los estereotipos porque estos no son una creación literaria artificial sino una realidad. La autora nos habla con sencillez, con la empatía universal de tener o haber tenido una madre cuyos méritos reconocemos por lo general cuando ya es tarde, con la sempiterna dicotomía entre la madre anticuada y los hijos modernos (y poco da que estos vivan en el Seúl más tecnológico de hoy y ella en el campo de la guerra de Corea, o que esto ocurra hace mil años y en otro paraje del planeta. Siempre ocurre. Quizá siempre ocurrirá.), con el choque generacional, con el desear volver atrás y amar a la madre más de lo que se ha hecho, con una prosa que apela a valores y sentimientos universales. Emociona, y eso lo dice todo.
El epílogo es quizá innecesario, una reflexión semireligiosa pegada a destiempo, a contratiempo, y creando una mitología de la madre que no se necesitaba porque con lo dicho ya era más que suficiente.
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