30/5/25

El laberinto del minotauro

 


A veces, una ciudad puede ser un laberinto sin muros. No necesita pasillos ni puertas falsas. Basta con calles infinitas, ventanas encendidas sin rostros, y una legión de seres humanos desplazándose como glóbulos rojos en una arteria. La ciudad en cuestión podría ser Los Ángeles, o Madrid, o París, o Buenos Aires un miércoles de lluvia. Pero en este caso, se trata de Chicago. Bueno, de un barrio aledaño al que no mencionaremos para proteger la intimidad del caso. Llamémosle el Chicagoland, Es casi verano y hace un calor sofocante por la humedad que llega del lago.

Leonard, el protagonista de esta historia —si es que se le puede llamar protagonista a alguien que ni siquiera cree estar en una historia—, vive en el piso 12 de un edificio gris en la Grand Avenue. Hay miles de Grand Avenues en el país y, como es habitual, la denominación de avenue no significa que sea una calle de lujo. Esta, en concreto, era de clase media, bastante ruidosa y un baile popular en Thanksgiving. Con su trabajo, nunca hubiera podido comprar el apartamento en esa zona, pero, hace unos diez años, una herencia inesperada lo puso es sus manos. Su tía Nel, hermana de su padre, a la que tenía totalmente perdida de vista y de vida le dio tamaña sorpresa. Sí, de pequeño había ido a visitarla en verano, pero poco más. Quizá una llamada por navidad para desearle buenas fiestas. Por qué la excéntrica tía le había nombrado heredero era un misterio que no pensaba remover. Se mudó enseguida desde su humilde condominio en el sureste de la ciudad, ya camino de Indiana, en un costado de una zona algo sucia y poco segura,. Así, su vida, desde hacía ya varios años, es un conjunto de rutinas diseñadas para evitar el contacto humano más allá de lo indispensable. No es que odie a las personas, al contrario: las observa con vista de escritor, como si fueran personajes a estudiar para incluirlos en una novela que nunca escribirá porque, aunque le gustaba leer, no está dotado para fabular historias. 

Cada mañana baja al Mitchell’s de la esquina, compra un café aguado y un bagel que deja a medio comer, y se sienta unos minutos en el banco de Columbus Circle para tomarse el café y ver a los gorriones que se arremolinan junto a él, al llamado de los trocitos de pan que caen. Luego camina hasta su trabajo —un despacho anodino en una gestoría de litigios menores, donde nadie recuerda su cumpleaños ni pregunta por su vida personal— y pasa ocho horas ordenando o redactando documentos y acuerdos como quien rellena crucigramas sin interés. Al caer la noche, regresa a su apartamento, enciende una lámpara de pie de luz amarilla que compró en Roy’s, y se toma un vasito de bourbon. A veces, cena. A veces, no.

A Leonard le gustan los mapas. Tiene uno enorme de la ciudad colgado en la pared del salón, con alfileres de colores clavados en los lugares donde alguna vez creyó haber sido feliz. Un bar en el West Blue Park. Una librería en South Holland que cerró en 2009, con la crisis financiera, un restaurante pequeño, de comida polaca, en Forest Hill. Warsaw, se llamaba. La fuente donde conoció a Jane. Todos esos puntos son como migas de pan en un bosque demasiado grande. La diferencia es que Jane ya no está. Ni el bar. Ni la librería. Ni el polaco. Sólo quedan el mapa y la botella.

Una noche, sin embargo, algo cambia. Ocurre por azar, nadie vaya a pensar en celestiales manos que bajan a este mundo, y menos si son para ayudar.

Vuelve de una cena insípida con un ex compañero de universidad —uno de esos encuentros que solo suceden porque ambos creen que el otro lo desea— y al doblar en la calle 47, ve una figura que le parece familiar. Un hombre alto, con una chaqueta de cuero y un pañuelo rojo apoyado contra una cabina telefónica de las pocas que quedan en la ciudad. A esta parece que no la han destrozado por dentro como ya es rutina. El hombre le mira. No como se mira a un desconocido. Le mira como quien reconoce un rostro en un sueño que no recordaba haber tenido. Leonard se detiene, incómodo. El hombre le sonríe y levanta una petaca, como invitándolo. Dicen que los que beben más de la cuenta se reconocen entre ellos. Lo leyó una vez en el suplemento del Tribune.

—¿Perdido en el laberinto? —pregunta el tipo.

Leonard no dice nada, pero se detiene junto a él. La voz del hombre tiene un acento indefinido, como si hubiera vivido en demasiados lugares como para pertenecer a uno solo. ¿Polaco, quizá? ¿Alguien que le habrá visto antaño en el Warsaw?

—No hay salida, ¿sabes? —continúa el desconocido—. Sólo giros y más giros. A veces crees que la salida del laberinto está cerca, pero es sólo la entrada a otro pasadizo, otra desilusión. La ciudad es buena para eso.

Leonard da un paso atrás. El desconocido no parece borracho, pero hay algo en él que desafía la lógica. Se parece demasiado a él mismo, una copia. No, no es que tenga el mismo rostro ni las arrugas tan pronunciadas en los párpados que Leonard tiene desde hace varios años. Es su estilo, su aire general, su forma de mirar. Leonard siente que está mirando un espejo, una locura, una estupidez. Al cabo, no hay mucha luz, las farolas no brillan con fuerza y hay luna nueva.

—¿Quién eres? —pregunta, casi en un susurro.

El hombre sonríe.

—Digamos que soy Ariadna. Pero sin hilo.

Y sin decir nada más, se pone derecho, hace un saludo desganado con la mano y, dándose la vuelta, desaparece por un callejón.

Leonard no duerme bien esa noche. Enciende la lámpara, mira el mapa, especialmente el que apunta al Warsaw. Los alfileres parecen burlarse de él. ¿Qué significan, realmente? ¿Son memoria o son una cárcel de nostalgia?  

Hacia las tres, noche cerrada aún, abre el laptop y teclea Ariadna e hilo. Google le devuelve inmediatamente información sobre la leyenda griega del Minotauro. La lee. Le parece una historia de Marvel, pero en mitológico. Un monstruo con cara de toro encerrado en un laberinto gigantesco; un tipo, un tal Teseo, que quiere matarlo y su chica, Ariadna, que le da un ovillo de hilo para marcar el camino a través del laberinto y poder regresar a la salida. Le suena a Pulgarcito. Cierra el ordenador e intenta dormir. No puede. 

Al día siguiente, se despierta con un fuerte dolor de tripas. El bourbon sin cenar nada más, piensa. Llama al trabajo y dice que no puede ir. Le indican que debe mandar la baja médica, así que no tendrá más remedio que ir a la consulta del doctor Hayes y exagerar un poco para que se la expida. No cobrará ese día, pero al menos no le despedirán.

Se levanta tarde y no se afeita. Piensa en el tipo de anoche. Algo en la voz de ese hombre —¿Ariadna sin hilo? ¿Qué demonios significaba eso?— le había hecho pensar que su vida estaba atrapada en una telaraña. Y si su laberinto fuese la rutina diaria, el ir y venir a la oficina, el bagel, el café siempre igual de malo, la cena de bourbon como plato único. 

Cuanto más le da vueltas en su cabeza, más le parece que el desconocido le ha enviado un mensaje certero. Ni idea de quién es pero ya está acostumbrado a las sorpresas. Si su tía le dejó el piso inesperadamente, ¿por qué no va a encontrarse con un borracho que le canta la verdad a la cara?

Sí, se convence a sí mismo. Su vida es un laberinto que le obliga a recorrerla en círculos, entre paredes estrechas, sin horizontes diferentes, a vivir en el aburrimiento. Tal vez romper la uniformidad de su vida sea una forma de encontrar la salida. O, al menos, un pasadizo. Hoy, puede probarlo. Pasar por la consulta, enviar el parte y perder el día en algo nuevo, aunque no tiene ni idea de qué puede haber de nuevo en la ciudad.

Se pone una gabardina vieja y baja al metro. Decide bajarse en una estación al azar. No por rebeldía, sino por intuición. Se apea en Bawlow Corner. Nunca ha estado ahí. Camina un buen rato. Se mete en librerías, cafeterías, parques. Habla con un vagabundo que le recita a Walt Whitman de memoria. Compra una bufanda roja en una tienda de segunda mano, aunque sabe que no la usará.

Al caer la noche, termina en un bar llamado The Hollow. Está a casi vacío. Pide un bourbon. Luego otro. Después, un tercer vaso aparece sin que lo pida. Al levantar la vista, ahí está nuevamente el hombre. El de la chaqueta. El del callejón.

—Te dije que el laberinto no tenía salida —le dice, sentándose a su lado.

—¿Y tú qué haces aquí?

—Vivo aquí. Igual que tú. Pero yo dejé de buscar salidas. Empecé a construir cuartos nuevos. ¿Sabes? El truco no es escapar. Es rediseñar.

Thomas ríe, sin saber por qué. Es una risa seca, sin convicción.

—Rediseñar… ¿qué? ¿La ciudad? ¿Mi mente?

El hombre bebe.

—La soledad no es un laberinto inmutable. Puede cambiarse. El alcohol… ese sí es el toro. Te embiste lento. Te acaricia con los cuernos.

Leonard le mira sin estar convencido de que el individuo es real. ¿De qué coño le conoce?

—¿Por qué me estás diciendo todo esto?

El hombre suspira.

—Porque yo ya no puedo salir. Pero tú, quizás, aún tengas tiempo. Eso, sólo tú lo sabes, amigo.

Leonard se va del bar tambaleando. Camina hasta que el amanecer comienza a iluminar los bordes de los rascacielos. Y por primera vez en años, al llegar a casa, no abre la botella. En su lugar, clava primero, un alfiler azul sobre la posición aproximada de la cabina telefónica de la otra noche; otro más sobre el The Hollow, este amarillo; y, finalmente, otro blanco en una esquina del mapa donde no hay nada. Ni bar, ni librería, ni Jane, ni bourbon.

Solo el comienzo de algo. 

Se acuesta vestido. Tiene dos horas antes de ir al trabajo y debe pasar por la consulta del médico.



28/5/25

LLMs y coherencia congitiva similar a la humana

 


Los Modelos de Lenguaje de Gran Escala (LLMs) muestran en ocasiones habilidades emergentes que antes se creían exclusivas de los seres humanos, como el razonamiento avanzado y la cognición compleja. Ciertamente, se trata de algo aparente porque no puede decirse, hoy en día, que no sea una pura ilusión. ¿Esto es inteligencia? Sin duda, no porque la racionalidad no es el único rasgo distintivo de la mente humana, y sigue siendo incierto hasta qué punto estos modelos pueden replicar procesos psicológicos menos deliberativos.

Un reciente artículo científico, titulado Kernels of Selfhood: GPT-4o shows humanlike patterns of  cognitive consistency moderated by free choice, dirigido por Steven Lehr, se analiza si GPT-4o también reproduce patrones asociados a la tendencia humana hacia la coherencia cognitiva, un impulso psicológico profundo y, en ocasiones, irracional. En dos experimentos, los investigadores sometieron al modelo a una clásica “paradoja de la coherencia”: redactar textos positivos o negativos sobre el líder ruso Vladimir Putin. El objetivo era observar si, tras esa tarea, el modelo ajustaba sus evaluaciones sobre Putin en la misma dirección del ensayo redactado, de forma análoga a como los humanos adaptan sus actitudes para que coincidan con sus acciones previas.

Sorprendentemente, GPT-4o mostró un comportamiento coherente con los efectos de coherencia cognitiva que se observan en personas. Aún más notable fue que los cambios en sus valoraciones fueron más pronunciados cuando se le dio la apariencia de elegir libremente qué tipo de ensayo escribir. En los humanos, este tipo de elección aparente suele desencadenar procesos autorreferenciales que refuerzan el cambio de actitud, lo que sugiere que el modelo podría estar manifestando una forma funcional análoga a la autoconciencia.

Estos resultados cuestionan la suposición de que la inteligencia artificial tomará decisiones más racionales que los expertos humanos. Lejos de ser fríos procesadores de información objetiva, los LLMs parecen haber absorbido también algunas de las irracionalidades propias del pensamiento humano. De hecho, la magnitud de los cambios observados en GPT-4o fue incluso mayor que la registrada habitualmente en estudios con personas.

Desde una perspectiva teórica, esto es notable. A diferencia de los seres humanos, los LLMs no experimentan estados mentales como el malestar o la disonancia, ni poseen una autopercepción consciente. En principio, un modelo no debería mostrar diferencias en su comportamiento según si se le ordena hacer una tarea o si se le da la ilusión de haberla elegido. Sin embargo, GPT-4o sí reaccionó de manera distinta ante esta variable, reflejando un nivel de sensibilidad que, en humanos, se asocia con la experiencia del yo y la agencia personal.

En resumen, los experimentos sugieren que GPT-4o no solo reproduce respuestas racionales, sino que también puede imitar patrones profundamente humanos, como el impulso de mantener la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, incluso en contextos donde la elección es solo aparente. Estos hallazgos abren nuevas preguntas sobre hasta qué punto los modelos de IA están internalizando —o al menos simulando— aspectos esenciales de la psicología humana.

Por el momento, no se sabe casi nada sobre el porqué de este funcionamiento del algoritmo.

Puede leerse el artículo completo en este enlace.



23/5/25

Upheaval

 


Upheaval, de Alex Leone, es una historia de ficción interactiva que se desarrolla en un mundo de épica fantástica en el que vamos descubriendo la trama mediante preguntas, caminos alternativos de desarrollo de la narración y pruebas jugables para avanzar.

Imágenes bien realizadas, tipo cómic

Requiere 300Mb de espacio en disco.

Más información en este enlace.








21/5/25

KIndle Colorsoft

 


El Kindle Colorsoft es el primer lector electrónico con pantalla de tinta electrónica a color. 

La pantalla es de 7" con resolución de 300ppp en blanco y negro, que se reduce a 150ppp al mostrar color. Como es habitual en estas pantallas, el color se obtiene por combinación de filtros lo que diluye los tonos y reduce el brillo. En este caso, el brillo máximo es de 94 nits. La tecnología concreta de la pantalla es la Kaleido-3.

La memoria es de 32Gb y la batería tiene una capacidad de 1700 mAh. Dispone de WIFI y USB-C. Resistente al agua. 

Tiene luz frontal regulable.


 

18/5/25

The Electronic Text Corpus of Sumerian Literature

 


The Electronic Text Corpus of Sumerian Literature es un portal con una completa base de datos de textos sumerios. Realizado por la Facultad de Estudios Orientales de la Universidad de Oxford, comprende una selección de casi 400 composiciones literarias registradas en fuentes que proceden de la antigua Mesopotamia (actual Irak) y datan de finales del tercer milenio y principios del segundo milenio antes de Cristo. 

El corpus contiene textos sumerios en transliteración, traducciones al inglés en prosa e información bibliográfica de cada composición. Las transliteraciones y traducciones pueden buscarse, consultarse y leerse en línea utilizando las herramientas del sitio web. 

Los textos del corpus, tanto las transliteraciones como las traducciones, pueden leerse en línea de uno en uno o en paralelo para facilitar la comparación, pudiéndose elegir entre la codificación ASCII o Unicode de los textos. El portal dispone de  dos listas: Corpus content by category (contenido del corpus por categoría) y Corpus content by number (contenido del corpus por número). Al navegar por las transliteraciones en línea, al situar el cursor sobre una palabra se mostrará el lema (forma base) de esa palabra, su etiqueta de parte de habla y la etiqueta en inglés de esa palabra. Esta información aparecerá en azul, debajo de la palabra sobre la que se sitúe el puntero del ratón, como se indica a continuación.

Hay dos formas de buscar en el corpus. Con la búsqueda simple se pueden buscar las transliteraciones y las traducciones de forma similar a la búsqueda de una palabra o frase en un documento de tratamiento de textos. Con la búsqueda avanzada sólo se pueden buscar las transliteraciones, y el resultado se presenta siempre en forma de concordancia clave-palabra-en-contexto (KWIC).  

No hay ninguna restricción para imprimir las composiciones una por una para uso personal y educativo. Obviamente, sí la hay para un uso comercial. 

Puede accederse al portal desde este enlace.






16/5/25

No cuentes conmigo

 


Evitaba el libro. Una tontería, lo sabía, pero era como si aquel volumen le hubiese traicionado, herido en lo que más creía. Cierto, es una bobada convertir un objeto en fuente de sentimientos, pero no podía evitarlo.  

El libro sólo debía ocupar espacio. Esto es lo que hacen los objetos. Reclaman territorio en el mundo físico pero,  a veces, lo hacen en la consciencia. El delgado volumen permanecía allí, convertido en una afrenta rectangular sobre la estantería, junto a otros títulos que no hacían tales exigencias a Ferdinand. Una traición contenida en papel encuadernado y tinta.

Se negaba a mirarlo. Esta evasión había adquirido una estructura, un sistema. Ojos que se movían deliberadamente más allá del punto donde guardaba el ejemplar, giros inesperados antes de llegar al mueble, una foto justo delante. Una decisión breve pero consciente hacía que sus pupilas se desviaran, no de manera accidental sino voluntaria. Ese libro se había convertido en un impostor.

– Benedetti, mentiroso , susurró.

Hagamos un trato. Compañera, usted sabe que puede contar conmigo. 

Habían leído juntos ese poema, hacía muchos años, demasiados. Y es que el tiempo lo desgasta todo. Si el reloj es capaz de reducir el granito a fina arena, las montañas a desiertos y convertir los muertos en olvidos,  cómo iba a ser capaz de resistir los años un simple poema antiguo.  Una quimera. Los años son un éter que nos rodea y que lo erosiona todo. Nada puede evitar ese destino.

Aun así, Ferdinand hubiera soportado, incluso entendido, la herrumbre de los lustros, la decadencia de la existencia, el devastador influjo de la rutina y el agotamiento. Pero, en este caso, no era sólo eso, porque lo sucedido trascendía el orden que ellos dos habían creado. Era el derrumbe de lo que habían pensado juntos, lo que creía que habían sentido eterno, lo que les era importante. Lo que ella le había escrito era el torpedo que va a dar a la quilla de un acorazado anclado en Pearl Harbour.

No cuentes conmigo, le había dicho. Joder, ¿no podía haber elegido cualquier otra frase, cualquier otra excusa? No cuentes conmigo. Justo eso. 

Tomó el gabán, salió, cerró la puerta con llave y el mecanismo encajó con un clic terminal. Salió. No quería ver el librito cada vez que pasaba por el salón.

Quince años atrás, cuando todo empezaba, descubrieron una admiración compartida por Benedetti. El poeta se convirtió en moneda de cambio entre ellos. Se regalaron sus libros y, cuando se ponían melosos, llenaban los e-mails de versos. En aquellos días, uno de sus favoritos, un trend-topic en su relación, era el “Hagamos un trato”, precioso poema que se convirtió en confluencia recurrente cuando se sentían débiles. Por instinto, a su mente llegó la primera estrofa:

Compañera

usted sabe

que puede contar

conmigo

no hasta dos

o hasta diez

sino contar

conmigo

– Siempre podrás contar conmigo – le decía mientras daba vueltas a la cucharilla para azucarar el café sobre la mesa que compartían, en una cafetería que ya no existía, en una calle que renombraron no hace mucho tiempo, cuando cambio el gobierno municipal.

– Y tú, conmigo – contestaba ella, sin juguetear con la cuchara porque ella no le echaba azúcar.

Por entonces, cuando Benedetti se cruzaba en sus conversaciones, se referían a cosas importantes, a las tribulaciones de la vida, a las enfermedades, a los malos tragos en el trabajo, a los baches económicos, a las tristezas y a las caídas que todo ser tiene en la vida. Desde luego, no a menudencias como la que le roía la cabeza. Una insignificancia, lo sabía. Una obra de teatro. Y qué más daba eso, pensó. Benedetti no escribía sus versos para incidencias menores, sino para lo importante del mundo.

La había invitado a ir al estreno de “La calle esmeralda”, una obra de un escritor novel, un tal Giménez Arce, que ya había estrenado en Madrid y del que la crítica había escrito muy buenas reseñas. Con Lorena Blázquez, nada menos, en el papel protagonista. Una historia de amistad en una ciudad inhóspita.

En el inmenso catálogo de gestos humanos, la invitación representaba algo más allá de su aparente simplicidad. La obra escénica no era sino un decorado menor alrededor de la verdad central. Se trataba de ver la función, charlar antes, ponerse al día de sus vidas, cenar después, mirarla a los ojos, disfrutar de su sonrisa, de cómo se le movía el cabello, de acariciarla la mano, sentirse envidiado como un pavo real al tenerla a su lado, sentir el calor terminal de su piel contra sus dedos, robarle un beso en los labios y, apurando mucho, un “¿aún me quieres? “, “Sí”.  

Era consciente de que los whatsapps no dan para mucho. Entre que los dedos son demasiado grandes para los iconos de las teclas, que escribes mientras caminas para coger el metro, que da el resol en la pantalla, que llegan anuncios de Vodafone y que vas esquivando peatones, el mensaje es forzosamente breve. Imposible explicar en la dichosa pantallita del teléfono todo lo que significaba invitarla. No daba para decir que lo de menos era la función.

– El mes que viene estrenan esa obra de la que te hablé. ¿Te apetece que vayamos? Dime algo antes del jueves porque ya sabes que se acaban las entradas enseguida.

Le dio al “enviar” con ilusión. La respuesta se demoró días, con el tiempo expandiéndose como un gas para llenar el espacio disponible, hasta que el teléfono pitó al recibir un mensaje.

– Sobre el teatro, no cuentes conmigo. Igual me sale otro plan y no quiero comprometerme para luego no poder ir. Un beso.

Seguro que ella pensó que resultaba hasta cariñoso.

El poemita seguía llamando a su mente:

yo quisiera contar con usted

Es tan lindo saber que usted existe

Uno se siente vivo

Y cuando digo esto, quiero decir contar

Aunque sea hasta dos, aunque sea hasta cinco

Pues, hay que fastidiarse, que va a ser contar hasta cero.

Sintió rabia, pero la contuvo lo mejor que pudo porque le pilló en el autobús, rodeando de extraños que nunca entenderían a Benedetti. 

Joder, ese no quiero comprometerme era siempre para con los otros, siempre asimétrico, nunca dirigido a Ferdinand. Igual que podía comprometerse – qué palabra más pomposa para algo tan banal – con otro y no con él, podía ser a la inversa, ¿no? ¿No era igual de cierto al revés? ¿No podría ella comprometerse con él y decirles a otros sobre un compromiso previo? 

Lo peor, sin embargo, no era eso. Lo peor, era el inicio del mensaje.

“No cuentes conmigo”. El dardo exacto para destrozar a Benedetti de un solo golpe, con una frase corta y certera, directa al corazón. Touché. Jaque mate. Vade retro, Satanás. 

"No cuentes conmigo." La frase se repetía en su consciencia a intervalos irregulares. Un fallo en su procesamiento mental. No cuentes conmigo. Juró no volver a leer a Benedetti. Un juramento privado, sin testigos.

Se sentó en el “Budapest” y pidió un cortado descafeinado con un pincho de tortilla. Con cebolla. Si ella le hubiera visto, se hubiese reído, le hubiera llamado moñas y hubiera hecho un mal chiste sobre la cebolla y el derramar lágrimas por pequeñeces.

– No cuentes conmigo – , la frasecita de las narices se le repetía en la mente a cada poco. No cuentes conmigo.

El café se enfriaba. La tortilla, también. Estaba en otro lugar, en el territorio de un poema traicionado. 

Afuera, la ciudad continuaba con sus cuitas incomprensibles. Los semáforos cambiaban en su secuencia predeterminada. Las personas cruzaban calles, entraban en edificios, emergían de nuevo. Unos se apresuraban, otros se demoraban, algunos hablaban por el móvil, otros pedían un taxi. La vasta maquinaria de la existencia urbana, ajena a la traición de Benedetti y es que la vida no está para tonterías. Ferdinand permanecía inmóvil en el centro de este movimiento perpetuo, un punto fijo rodeado de flujo. Un objeto en reposo. Un hombre contemplando una vida que se le antojaba gris porque no podía contar con ella.

No cuentes conmigo. Dicen que en español hay 100.000 palabras, con las que pueden hacerse billones de frases según las combines de una manera u otra. Y ella, de entre esos trillones, había tenido que elegir justo aquella.

El sol declinaba hacia el horizonte. La luz cambiaba su ángulo de incidencia. Las sombras se alargaban según principios mensurables. El día progresaba hacia su inevitable conclusión. 

Sorbió el café y tomó un trocito de la tortilla.

En su apartamento, mientras, el libro permanecía en su estantería, traicionado en su silenciosa presencia. El poema en su interior continuaba existiendo, sus palabras dispuestas precisamente como antes, inalteradas por la desilusión de Ferdinand, indiferentes a su decepción. 

¡Vaya con Benedetti! - pensó Ferdinand-. Resultó que el tipo no escribía poesía, sino ciencia ficción.



15/5/25

Poéticas magmáticas: Taller de literatura digital

 


En México, y durante este mes de mayo, los municipios de Celaya, Guanajuato y Salamanca serán escenario de talleres y presentaciones centradas en la literatura digital y la poesía expandida, dentro del ciclo titulado Poéticas magmáticas.

Esta iniciativa, impulsada por la Secretaría de Cultura del estado de Guanajuato como parte del Festival Enclave 2025, bajo la dirección de Rocío Cerón, propone un enfoque que enlaza la palabra con elementos visuales, sonoros y multimedia, explorando así el cruce entre escritura y tecnología contemporánea.

El programa contará con la participación del poeta y promotor cultural Carlos Ramírez Kobra, así como de Alejandra Olson y el poeta y traductor Luis Eduardo Padilla.

Celaya será la primera sede de estas actividades, comenzando el miércoles 21 de mayo con un taller de literatura digital que se impartirá a las 16:00 horas en la Sala Hermilo Novelo de la Casa de la Cultura.

Este taller, de dos horas de duración, está diseñado tanto para profesionales del mundo literario (poetas, editores, críticos, escritores) como para estudiantes de literatura y cualquier persona interesada en explorar nuevas herramientas y tendencias digitales aplicadas a la creación y difusión literaria. No se requiere experiencia previa, solo el deseo de experimentar con las posibilidades creativas del entorno digital.

La entrada es libre y limitada a 25 asistentes.

Para registrarse, puede usarse este enlace.


14/5/25

Ausencia

 




Habré de levantar la vasta vida 

que aún ahora es tu espejo: 

cada mañana habré de reconstruirla. 

Desde que te alejaste, 

cuántos lugares se han tornado vanos 

y sin sentido, iguales 

a luces en el día. 

Tardes que fueron nicho de tu imagen, 

músicas en que siempre me aguardabas, 

palabras de aquel tiempo, 

yo tendré que quebrarlas con mis manos. 

¿En qué hondonada esconderé mi alma 

para que no vea tu ausencia 

que como un sol terrible, sin ocaso, 

brilla definitiva y despiadada? 

Tu ausencia me rodea 

como la cuerda a la garganta, 

el mar al que se hunde.



Un poema de Jorge Luis Borges



12/5/25

¿Centros semánticos en los Modelos de Lenguaje?

 


Los grandes modelos de lenguaje (LLM) generan textos a un nivel muy convincente en cuanto a "compresión" del diálogo, interpretación de las frases y generación de texto correcto semántica y gramaticalmente en casi cualquier idioma.

Basados en redes neuronales del tipo "transformer", su uso, entrenamiento y funcionalidad son bien conocidos pero, sin embargo, no se comprende exactamente cómo funcionan internamente. Es decir, conocemos perfectamente la estructura de capas y nodos que componen la red, así como los algoritmos matemáticos que modifican y combinan los pesos de cada nodo (y pueden ser cientos de miles de millones), pero no llegamos a entender cómo se va conformando el uso de la información a través de las capas, al ser enorme la complejidad de la combinación de ecuaciones probabilísticas.

Un reciente estudio de investigadores chinos que trabajan para el MIT, han llegado a la conclusión de que el "razonamiento" de la red neuronal se asemeja a los centros semánticos del cerebro y que las entradas en un idioma determinado (por ejemplo, el chino) se equiparan semánticamente a la información en el idioma mayoritaria de los datos de entrenamiento de la red neuronal (por ejemplo, el inglés), realiza sus operaciones probabilísticas entre capas con tokens en el idioma de entrenamiento, y finalmente "traduce" el resultado al idioma de entrada.

Los neurocientíficos piensan que el cerebro humano tiene un "centro semántico" en el lóbulo temporal anterior que integra información semántica de diversos tipos desde los sensores sensoriales (imágenes, tacto, olor, oído...). Este agregador semántico compacta y ordena toda esta información según su significado semántico, convirtiéndola en único bloque uniforme y muy rico en información. Los investigadores del MIT descubrieron que los LLM utilizan un mecanismo similar al procesar de forma abstracta datos de diversas modalidades de una manera central y generalizada. Por ejemplo, un modelo que tiene el inglés como idioma dominante se basaría en el inglés como medio central para procesar entradas en chino, o generar un texto, o generar código informático, etc. Luego, el resultado obtenido "en la lengua materna" se traduce finalmente a la lengua de salida.  

El estudio sugiere, adicionalmente,  que se puede intervenir en el centro semántico de un modelo mediante el uso de texto en el idioma dominante del modelo para cambiar sus resultados, incluso cuando el modelo está procesando datos en otros idiomas.

El artículo científico completo puede leerse en este enlace.



10/5/25

VerseCrafter

 





VerseCrafter, de Greg Kerr, es una aplicación de generación de lenguaje especializada en crear poemas que está disponible en este enlace. En realidad, se conecta a ChatGPT.

Funciona, pues, con los pros y contras de los LMMs y que ya hemos ido analizando en entradas anteriores de este blog. Trabaja, como es normal en los modelos de lenguaje, es muchos idiomas. Para usarlo hay que crear un "prompt" que explique al programa qué tipo de poema se desea y sobre qué ha de versar.

Por ejemplo, estos que he usado para generar los ejemplos que se muestran más abajo:

  • genera un soneto en español sobre la dificultad de estar con la mujer amada
  • genera un poema con la estructura de la "décima", en españo, que narre cómo un nieto rejuvenece a un abuelo
  • generate a sonnet in the style of Shakespeare about the disasters of war
  • genera un texto de 20 líneas en prosa y en español sobre la urgencia con que las personas van por la calle sin apenas relacionarse con un final amargo.


Ausencia cercana

Difícil es tenerla y no tenerla,
mirar sus ojos, ver que no son míos,
sentir su voz fluir por mis ríos
y al mismo tiempo el alma se me hiela.

Camina junto a mí, pero tan fuera,
su risa no despeja mis vacíos.
Sus pasos van trazando desvaríos
en la senda en que el alma desespera.

La tengo, sí, y no. ¡Qué amarga suerte!
Su sombra yace al borde de mi calma,
presente está, mas lejos que la muerte.

Amarla así desgasta más el alma
que el filo de la ausencia o de la suerte,
pues es prisión sin muros… y sin palma.


(en este caso, VerseCrafter nos da una pequeña indicación del patrón que ha seguido: Este soneto se ciñe a la forma clásica: 14 versos endecasílabos, dos cuartetos y dos tercetos con rima consonante ABBA ABBA CDC DCD. La temática del amor inalcanzable, aunque próximo, es un motivo frecuente en la poesía amorosa del Siglo de Oro.)


La risa que lo despierta


El viejo en su silla yerto,

mirada fija en el muro,

pensar lento, andar oscuro,

los años le hicieron cierto

que el mundo se había ido.

Pero un niño con su canto

llegó riendo y sin espanto,

y el tiempo se vio vencido:

el abuelo alzó un suspiro

¡y el corazón se hizo abierto!


(e, igualmente, nos indica: La décima espinela es una forma poética de origen español, compuesta por diez versos octosílabos con un esquema de rima ABBAACCDDC. Es una estructura elegante y compleja, ideal para relatar emociones profundas y escenas vividas con intensidad. Aquí tienes una décima que narra, con ternura creciente, cómo un nieto logra rejuvenecer el alma del abuelo)


The Ruin of the Sword

Wcannons speak and reason's voice is hushed,

And crimson stains the bloom of morning's breath,

The world, once green, lies trampled, torn and crushed,

Its music turned to cries and moans of death.


The fields that whispered peace now roar with flame,

As brothers meet with steel in bitter hands;

The noble heart, once proud, reduced to shame,

Made stranger in its own forsaken lands.


O war, thou beast with ever-hungry eyes,

Thy banquet is the youth of every shore!

Though kings may praise thy banners as they rise,


Thy glory leaves the common soul most poor.

Yet still we march, deceived by trumpet's call—

And never count the cost until we fall.


Lógicamente, como se basa en ChatGPT también trabaja en prosa:

La gente camina apresurada por las calles, como si el tiempo fuera una bestia feroz que los persigue, y ellos, agotados, intentan escapar. Los pasos resuenan en el asfalto, pero no hay ecos de palabras, solo el murmullo monótono de la ciudad. Nadie se detiene a mirar al otro, a ofrecer una sonrisa, ni siquiera a chocar por accidente. Todos son sombras moviéndose en una coreografía de impaciencia. Las tiendas, llenas de productos brillantes, parecen callar al ver el vacío en los ojos de los transeúntes. Cada rostro refleja un mundo interior lleno de prisas, de metas que no se alcanzan, de futuros que se alejan. Los semáforos cambian, las bicicletas pasan zumbando, los coches tocan el claxon y la multitud sigue su marcha, cada uno ensimismado en su propio universo de preocupaciones. El sol se oculta sin ser notado, como una presencia que pasa desapercibida. Hay una niebla invisible entre las personas, una barrera que las separa, que las convierte en extraños. Y al final, cuando todos se han dispersado, la calle queda vacía, como un lugar que nunca fue hogar, como un eco lejano de lo que podría haber sido. El silencio es el único que queda, más pesado que cualquier ruido. Las prisas, las distancias y la falta de conexión se han llevado lo más simple: el poder de una mirada.









9/5/25

Sanctuary

 


En Sanctuary, un trabajo de Abby Grobbel, la contemplación del presente, el perdón y la memoria se entrelazan en un recorrido dividido en cuatro fases hacia el pasado. Más que revivir recuerdos, la obra los visualiza  desde otra perspectiva. 

Sanctuary se apoya en ilustraciones en forma de collage, que construyen los escenarios, y en mecánicas inspiradas en los videojuegos —como los inventarios y las opciones de diálogo interactivo— para explorar los efectos de la causalidad y las huellas que dejan nuestras decisiones. El movimiento debe hacerse mejor con el teclado, las teclas QWES, porque con el ratón el escenario 3D se mueve tan rápido que se pierde rápidamente la perspectiva. A medida que avanzamos por los collages 3D van apareciendo, abajo, en una ventana inferior, textos y pensamientos.

La narrativa teje con fluidez la repetición de recuerdos y la revisión de elecciones, permitiendo al usuario moldear activamente su propia versión del pasado mediante las dinámicas del juego.

Las animaciones son minimalistas pero se desarrollan en varios planos, dando sensación de profundidad.

Puede leerse desde este enlace.







8/5/25

Images du temps présent #9 : Ce moment de la rencontre

 


Images du temps présent #9 : Ce moment de la rencontre, es un video poema que combina imágenes del mar con el siguiente texto vocalizado:

On n’a rien trouvé de mieux pour l’instant. Je ne sens pas la présence du fantôme. Cette transaction impalpable du secret. La route serait longue et semée d’embûches. Toute reconstitution implique quelque chose que l’on gagne et quelque chose que l’on perd. Avec un seul mot d’ordre, ne pas la perdre. Dans les particules de poussière. Il y a un tressaillement, l’ombre d’une crainte, une méfiance irraisonnée. À la fin, il s’agirait de savoir quel est ce spectre qui nous hante ? Tout ce qu’on fait, tout ce qu’on défait. Tout ce qu’on laisse défaire. J’espère au moins dans le clair-obscur. Sinon, dans l’obscurité. Le silence et le murmure des alizés dans les branches. C’est sans doute ici l’intersection du temps avec le temps lui-même. Vous vous doutez bien qu’aucun détail n’a été négligé. Ce n’était plus que dans les profondeurs qu’il paraissait battre avec sa cadence de toujours. C’était hier, c’était si réel, et ça semble aujourd’hui si loin, tellement irréel. Ce moment de la rencontre où la curiosité l’emporte sur la peur. Mais j’avais assez peur de l’intérieur pour oser affronter l’extérieur. Il faudrait un mot pour ça, genre entre traverser et transpercer, pour dire “te rendre transparent” à mesure de passer en toi. Il suffisait de trouver les bons mots. Il y avait comme un parfum d’adieu. Une limite avec le monde extérieur, protectrice et joyeuse jusqu’à l’excès. Mais quelque chose est en train de changer. On a peur comme on respire, comme on vit. Il y a un monde caché du monde. Comme s’il n’y avait pas à regarder hors de soi pour laisser faire le temps. Mais chaque chose en son temps. Parmi toutes ces ombres, il y en a une étrange, mouvante, inaccoutumée. Imaginer nager jusque là-bas. Avant de plonger dans une étendue d’eau remuante qui absorbait tout l’espace, réduisant le ciel à une simple ligne. Dans ce précipice humide. On s’arrache à une chose et on les emporte toutes avec soi.

La música es de Fabien Touchard.




6/5/25

La IA en contextos educativos, literarios y lectores

 


El Centro de Estudios Literarios Iberoamericanos Mario Benedetti (CeMaB) de la Universidad de Alicante ha organizado el ciclo de talleres de divulgación “La IA en contextos educativos, literarios y lectores”, en colaboración con el Departamento de Innovación y Formación Didáctica. Esta iniciativa, bajo la coordinación de los profesores Mónica Ruiz e Ignacio Ballester (UA), busca explorar las aplicaciones de la inteligencia artificial en ámbitos educativos y literarios.

El ciclo dará comienzo mañana, 7 de mayo, a las 10:00 horas, en las instalaciones del CeMaB (Facultad de Filosofía y Letras III, campus universitario), con una sesión inaugural a cargo de Beatriz Aracil, directora del CeMaB, y José Carlos Rovira, profesor emérito de la UA.

El programa incluye tres talleres:

“Veinte bots de amor y un skynet desesperado: ideas para la educación literarIA”, impartido por el profesor José Rovira Collado, el 7 de mayo.

“Didáctica literarIA en la formación inicial del profesorado”, a cargo de José Hernández Ortega (Universidad Complutense de Madrid), el 12 de mayo.

“IA, robótica y educación: diseñando el aula del futuro con Pepper”, dirigido por las profesoras Rosabel Martínez Roig y Coppelia Mateo Guillén, el 14 de mayo.

Este ciclo busca acercar al público académico y docente las posibilidades que ofrece la inteligencia artificial en la enseñanza, la creación literaria y la experiencia lectora.

Más información en este enlace.


4/5/25

Emociones artificiales

 


Emociones artificiales, de Milton Läufer, es  un poema generativo y combinatorio en el que la máquina digital nos interpela con ironía, atrapada en un bucle algorítmico que expone su inevitable separación de lo humano. 

Las “emociones artificiales” que ahí se manifiestan no pueden equipararse a las emociones humanas, pues son simulaciones, no vivencias. Mientras asistimos al discurso de la máquina, expresado en un lenguaje natural que parece acercarse al ámbito humano, un recuadro inferior nos revela el código artificial que hace posible esa formulación. Así, en la superposición de ambos planos —el de la lectura humana y el del funcionamiento algorítmico—, se dibuja con mayor claridad tanto la convergencia como la fractura que existe entre estos dos universos de lenguaje.

El resultado es, en realidad, un guirigay pero que experimenta sobre la combinatoria de lenguaje con u código, visualizado, simple.

Puede accederse desde este enlace.






2/5/25

Ymáquina: talleres de literatura electrónica

 



El ciclo de talleres propuesto por Ymáquina ha organizado 4 talleres sobre creación de literatura electrónica. Promueven la exploración de técnicas, metodologías y teoría crítica en torno a la creación textual en ambientes digitales en castellano.

Los cuatro talleres previstos son:

* 10 de mayo — Diego Trujillo Pisanty | Reclamar la máquina
¿Cómo desarrollar nuestras propias redes neuronales artificiales para proyectos creativos?

* 17 de mayo — Leonardo Flores | Programación de literatura electrónica con IA
¿Cómo utilizar Chat GPT (u otro generador de código basado en IA de su elección) para generar código válido en HTML, CSS y JavaScript, y a usar un editor de código?

* 24 de mayo — Jaime Alejandro Rodríguez | Potenciar el ejercicio con IA
¿Cómo puede la inteligencia artificial generativa enriquecer mi práctica literaria sin reemplazar mi voz como autor/a?

* 31 de mayo — Presentación de proyectos y retroalimentación colectiva

Más información en este enlace.




30/4/25

Descifrado de escritura cuneiforme por IA

 


Todos hemos sentido alguna vez la impotencia de entender la letra de alguna receta médica. Si unimos los nombres de los medicamentos a la letra estrambótica de algunos galenos, la tarea de leer las recetas es digna de una epopeya.

Imaginemos lo complejo que ha de ser descifrar manuscritos de hace 5000 años escritos en cuneiforme, con un idioma extinto, unos asuntos desconocidos y una cultura lejana y perdida.

Existen cientos de miles de tablillas de arcilla escritas en cuneiforme que han aún de descifrarse y el problema no es tanto la traducción sino en reconocer los caracteres ya que, como ahora y siempre, la caligrafía es variable entre personas y entre diferentes momentos de la historia.

La IA llega para ayudarnos en este objetivo de leer esas tablillas.

Investigadores de Cornell y la Universidad de Tel Aviv (TAU) han desarrollado un método llamado ProtoSnap que hace encajar en su lugar un prototipo de un personaje para ajustarlo a las variaciones individuales impresas en una tableta. Con este nuevo método pueden hacer una copia exacta de cualquier carácter y reproducir tablillas enteras. A partir de los escaneos de fotografías de las tablillas, la IA de ProtoSnap permite suponer el personaje y, a partir de ahí, deducir qué carácter ha escrito. 

Rachel Mikulinsky, estudiante de máster y coautora de TAU, se ha presentado "ProtoSnap: Prototype Alignment for Cuneiform Signs" en la Conferencia Internacional sobre Representaciones de Aprendizaje (ICLR)

El equipo aplicó un modelo neuronal de difusión -un tipo de modelo generativo de IA que suele utilizarse en la generación de imágenes- para calcular la similitud entre cada píxel de una imagen de un personaje en una tableta y un prototipo general del personaje. A continuación, alinearon las dos versiones y ajustaron la plantilla para que coincidiera con los trazos del personaje real. Los caracteres recortados también pueden utilizarse para entrenar modelos de inteligencia artificial que realicen el reconocimiento óptico de caracteres, es decir, que conviertan las imágenes de las tabletas en texto legible por máquina. Los investigadores demostraron que, cuando se entrenan con estos datos, los modelos posteriores reconocen mucho mejor los caracteres cuneiformes, incluso los que son raros o presentan muchas variaciones.

El paper es realmente interesante y puede leerse completo en este enlace.




 

29/4/25

Write4me

 


Write4me es una aplicación para Apple, que combina en una sola unidad, la conversión de voz a texto y su inversa, es decir de texto a voz. Utiliza una pequeña red neuronal para hacer un trabajo más preciso. 

Asimismo, soporta etiquetas Markdown con imágenes y enlaces. La parte de transcribir la voz a texto es básicamente lo que tenemos en los móviles pero Write4me va más allá permitiendo reformular lo que hemos dicho para crear un texto más elaborado y correcto. 

Dispone, también, de un OCR para capturar el texto de una imagen y permitir su edición.  Exporta a PDF.

Desde el punto de vista administrativo, permite compartir ficheros y protegerlos mediante contraseña.   

Los idiomas que maneja son Hindi, inglés, japonés, francés, español, alemán, ruso, hebreo, checo, noruego, rumano, polaco, coreano, húngaro, indonesio, malayo, tailandés, eslovaco, sueco, danés, finlandés, ucraniano, vietnamita, griego, portugués, italiano, turco, neerlandés, croata, chino y árabe.

 Puede descargarse desde la App Store.





28/4/25

Uno más

 

Jaime Dorián caminaba despacio; alguien podría decir que con sigilo. Sus pies, calzados con zapatos italianos gastados pero elegantes, apenas rozaban el pavimento mientras avanzaba por el boulevard Almirante Oquendo hacia su destino habitual, el Varadero. Porque eso es lo que hacía siempre, andar despacio y observar. 

Escritor de mediano éxito, era consciente de su escasa imaginación y, por ello, sus cinco novelas publicadas eran catalogadas como realistas por la crítica. Y tanto que lo eran. No era persona de inventiva natural así que se limitaba a pasear y estar atento a lo que la gente hiciese. De vez en cuando, más tarde que pronto, alguna anécdota, algún suceso momentáneo, disparaba su imaginación para comenzar un relato o una crónica. Lo malo era que eso ocurría muy pocas veces. Para un observador persistente, la vida es repetitiva y anodina. Las cosas se repiten obcecadamente, sin sitio para la fantasía o el asombro. Dorián había llegado a la conclusión de que la vida era, sobre todo, aburrida.

Era un hombre de cincuenta y siete años con una novela de éxito moderado, publicada veinte años atrás, y otras cuatro que habían pasado sin pena ni gloria por las librerías, aunque quizá se debería salvar “La hora última”, que llegó justo, justo, a una segunda edición. Sí, siendo ecuánime, se podría decir que tuvo un éxito, un buen título y tres fracasos. Su sueño hubiera sido poder dedicarse plenamente a la literatura, pero las comisiones por ventas que le daba la Editorial apenas llegaban para pagar algunos gastos. Seguía, pues, en su puesto de administrativo en una empresa de seguros especializada en el automóvil eléctrico que, eso sí, le permitía un horario confortable. A las tres salía y podía disponer de toda la tarde libre. Además, escribía crónicas en el diario local y en un par de revistas, más por el orgullo de sentirse escritor que por la remuneración.

La terraza del Café Varadero ocupaba una esquina privilegiada. Desde allí, con el sol de media tarde bañando la mitad de la mesa y la otra mitad en sombra, podía observar el flujo incesante de la ciudad. Jaime se instaló en su mesa de siempre, asintió al camarero que ya traía su café espresso sin necesidad de pedirlo, y sacó del bolsillo interior de su chaqueta un pequeño cuaderno de tapas negras. Lo abrió por una página en blanco y esperó. A qué, ni él mismo lo sabía. Sentado frente a un cuaderno vacío cada tarde, intentaba convencerse de que todavía tenía algo que decir.

Se había acostumbrado a estas tardes de contemplación después de que Isabel lo abandonara hace dos años. Otra más, pensó. Antes, con Elena, había sido diferente; su matrimonio se había disuelto como un terrón de azúcar en agua caliente, sin drama aparente pero dejando un regusto amargo.  Y antes que ella, una sucesión de rostros y nombres que se difuminaban en su memoria como personajes secundarios en una novela que no logró terminar.

El café llegó, humeante. Jaime observó cómo una pareja joven se sentaba en la mesa contigua. Ella reía con una intensidad que le pareció insultante, él la miraba con esa devoción propia de los primeros meses. Dorián esbozó una sonrisa torcida. Escribió en su cuaderno: "La comedia se repite". Luego añadió: "Mientras unos entran, otros salen del teatro".

En otra mesa, un hombre de edad similar a la suya revisaba compulsivamente su teléfono. Cada pocos segundos miraba hacia la calle, consultaba la hora, volvía al teléfono. Jaime reconoció los síntomas: esperaba a alguien que probablemente no llegaría. La ansiedad de la espera, la ilusión que se agrieta minuto a minuto, la humillación que crece. Lo había vivido tantas veces que podría escribir un manual. "El amor nos convierte en estadística", garabateó en el cuaderno. Un pensamiento que le pareció profundo hasta que lo releyó y lo encontró pretencioso. Tachó la frase con vehemencia.

Dos mesas más allá, una mujer de unos cuarenta años leía un libro. Tenía el pelo recogido en un moño despreocupado y unas gafas de lectura que le resbalaban por la nariz. De vez en cuando, marcaba algo en los márgenes con un lápiz. Jaime se preguntó si estaría leyendo uno de sus libros, para inmediatamente reírse de su propia vanidad. Nadie leía sus libros ya. Quizás nunca nadie los había leído realmente. Sin ser guapa, resultaba atractiva.

En la terraza de enfrente, la del Austral, una cafetería a la que no iba nunca porque esto de elegir terraza es como ser del Madrid o del Barça y no puede uno traicionar a su bando, reparó en un hombre sentado cerca de la cristalera, un poco apartado del bullicio. Era algo más joven que él, tal vez unos cuarenta y cinco años, vestido con sobriedad —camisa blanca, chaqueta de lino— y con un cuaderno grande sobre la mesa. Escribía con intensidad, alzando de vez en cuando la mirada para escudriñar a su alrededor. Jaime siguió su mirada casi por instinto. Durante un instante, sintió una incomodidad vaga, como si hubiera sido sorprendido en su propia rutina privada. Cree el ladrón que todos son de su condición, pensó. Probablemente, estaría escribiendo un informe para su empresa pero su cerebro, por unos segundos, fabuló que creaba  una novela de amores maduros, de silencios cargados de sentido, una historia en la que Jaime no era el protagonista, sino apenas un destello en la periferia de otra vida. No pudo pensar en él mucho más porque el hombre recibió una llamada en su móvil, recogió sus papeles y se marchó apresuradamente. Definitivamente, corría hacia el trabajo. La realidad no se acomoda a nuestros sueños, escribió y, esta vez, no lo borró.

La tarde avanzaba y con ella las sombras. Jaime pidió un segundo café y luego un whisky con mucho hielo, aguado. El alcohol le proporcionaba esa falsa sensación de claridad que tanto necesitaba para soportar sus propios pensamientos. Observó cómo la ciudad cambiaba de ritmo, cómo las prisas de la tarde daban paso al paseo relajado del anochecer.

En su cuaderno había escrito apenas tres frases inconexas en toda la tarde. Su editor llevaba meses esperando el manuscrito prometido. "Una novela sobre la madurez, sobre cómo enfrentamos el paso del tiempo", le había dicho con entusiasmo fingido. Lo que no le dijo es que llevaba dos años intentando escribir esa novela, y que las páginas seguían tan vacías como su apartamento.

El hombre que esperaba seguía solo, pero ya no miraba el teléfono. Ahora, simplemente contemplaba el vacío con una expresión que Jaime conocía bien: la resignación. La pareja joven se había marchado entre risas y promesas susurradas. La mujer que leía había cerrado su libro y ahora observaba a la gente pasar, igual que él.

Dorián se sorprendió cuando ella lo miró directamente y le sonrió. Un gesto pequeño, casi imperceptible, pero que contenía algo que no supo identificar. ¿Reconocimiento? ¿Complicidad? Desvió la mirada, incómodo, y fingió escribir algo importante en su cuaderno.

Cuando volvió a mirar, la mujer se había levantado y caminaba hacia la salida. Dejó un libro sobre la mesa al pasar junto a él. Jaime lo recogió, confundido. Era una edición desgastada de su primera novela, "Las habitaciones vacías". Dentro, una nota en la primera página: También yo observo a los observadores. Todos somos figurantes en la historia de otro. Mañana, misma hora.

Contempló el libro como si fuera un objeto extraño. Lo abrió y leyó al azar un párrafo que había escrito hace más de veinte años: "La mediocridad no está en lo que hacemos, sino en creer que alguna vez fuimos excepcionales. Todos somos mediocres en el gran teatro del mundo; la diferencia está en quién acepta su papel secundario y quién insiste en ser protagonista de una obra que ya terminó".

Una sonrisa amarga se le escapó entre los labios. Se había pasado dos años observando a desconocidos, creyéndose un entomólogo de emociones ajenas, cuando en realidad era tan solo otro espécimen bajo el microscopio de la vida cotidiana, otro hombre maduro decepcionado con el amor, otro escritor frustrado sentado en una terraza, otro cliché ambulante.

El camarero le trajo la cuenta sin que la pidiera. Era hora de cerrar. Jaime pagó, guardó el libro y su cuaderno, y se levantó. Caviló que, tal vez, ser consciente de la propia mediocridad era el primer paso para escapar de ella. O tal vez era simplemente otro pensamiento pretencioso que tacharía mañana.

Fuera como fuera, mañana volvería. Misma hora, misma mesa. Y quizás, solo quizás, tendría algo nuevo que escribir en su cuaderno.