9/5/07

¿Invasión? - Capítulo 7


Las gruesas maromas aflojaron bruscamente su tensión cuando el féretro apoyó sobre la arcilla que conformaba el fondo del nicho mortuorio.

La naturaleza no se había sumado al dolor que sentían los allí reunidos pues era un día soleado, con un fresco vientecillo que acariciaba las ramas de los álamos del Campo Santo, el cual se llenaba de trinos y rumores de hojas.

Rodeando el nicho se hallaban varios amigos de Martín a los cuales Simón no conocía. Un poco más allá, como escondiéndose entre la masa de acompañantes, con el rostro inclinado hacia el suelo, estaba el director González que parecía apenado.

- ¿Sabrá este que ha sido la causa de la muerte de Martín? – se preguntó interiormente Simón.

El sacerdote pronunció las últimas palabras de la liturgia mortuoria y los presentes comenzaron a salir del triste recinto. Uno de los últimos fue Simón. En su cerebro se repetía el martilleo de las últimas palabras de Martín. No es que le preocupara la promesa que le había hecho pero se preguntaba cómo un hecho que a él le parecía tan insignificante hubiese podido acabar con Martín.

- ¿Quizá?... quizá sabía algo más de lo que pudo decir – pensó – pero ¿qué?

Sobre el serpenteante camino que descendía desde el cementerio, el polvo se acumulaba y los zapatos de los que por allí transitaban iban adquiriendo un tono grisáceo. Un poco más abajo, a la derecha, se veían los primeros tejados del centro de la ciudad.

Simón descendía despacio con aire despreocupado pero, en realidad, comenzaba a sentirse inquieto por los acontecimientos. Luchaba afanosamente contra esta inquietud, máxime cuando su razón le repetía una y otra vez lo inaudito de todo aquello. Sin embargo, en Simón se estaba engendrando un cierto temor que aumentaba su suspicacia. Por su memoria pasaban, ahora, actos y palabras del director, todas intrascendentes pero que le parecían tomar un nuevo carácter.

- Aquella vez que se mostró tan insolente con Martín por no haberle informado del contenido de una de las cartas – pensó con alguna indignación---- ¿Y si fuera verdad eso de que es alguna clase de espía?...¿y de qué país?


Su otra conciencia, las más racional y sensata, se opuso inmediatamente a tal historia. Simón dejó escapar una sonrisa que molestó a un joven cercano, el cual se sintió aludido.

-¡Espías!...me estoy dejando influenciar por las películas – volvió a sonreír.

Su lento meditar le había llevado a la orilla del río. Paseaba, ahora, bajo arbolitos espaciados regularmente. Al otro lado del cauce se veían antiguos edificios que, actualmente, albergaban alguna que otra embajada. Había pasado muchas veces, a lo largo de su vida, por aquel lugar; había visto muchas veces las banderas de los consulados pero, por primera vez, sintió un inexplicable recelo al mirarlas.

- ¿Y si fuesen verdad todas esas historias de espías que de vez en cuando aparecen en los periódicos? – recordó algunas expulsiones espectaculares de embajadores.


Realmente nunca las había tomado muy en serio. Siempre había pensado que se trataba de simples argucias políticas que servían para aliviar tensiones en las relaciones entre los países. La duda, sin embargo, se le estaba enroscando en su mente, lentamente, asfixiando su razón, como las serpientes gigantes que ahogan a los exploradores de las selvas amazónicas.

Nerviosamente, sacó su paquete de cigarrillos. Escogió uno y lo llevó a sus labios. Dio un par de golosas chupadas y exhaló en humo con un suspiro perceptible, Miró, otra vez, hacia el otro lado del río. Se paró y se apoyó sobre la barandilla.

- Realmente… realmente, fue raro el nombramiento de González. Nadie le conocía – pensó- …dicen que ni siquiera el ministro. Incluso comentan que era nuevo en su partido…. ¿Y qué tiene que ver todo esto? – recapituló - …yo también llevo poco tiempo y no por eso tengo nada de sospechosos.

Nuevamente afloraron a su conciencia las imágenes de la muerte de Martín. Le vio, otra vez, tendido en el suelo pidiéndole a gritos que denunciara a González como espía de los invasores.
Le vio aferrándose con sus dedos a la vida que se le escapaba por el lado izquierdo de su pecho. Cerró los ojos un instante, deseando librarse de aquellas visiones, igual que hacía cuando veía películas de terror en el cine.

Volvió a caminar sobre el, ahora, decorado suelo. Miró los grafos que formaban las baldosas y los azulejos. Uno de ellos se le asemejó a un hombre deforme, un ser extraño. Aquello le recordó una vez más a los supuestos extraterrestres que tanto obsesionaban a Martín.

- ¡Claro que no creo en marcianos!- se gritó a sí mismo- …pero, quizá, todo sea una maniobra de algún país y todo esto, al fin, cosa tan terrestre como las piedras.

La convicción de que un complot internacional se estaba fraguando bajo la mascarada de la invasión era cada vez más fuerte.

- Y quizá el director sea realmente un espía de alguna potencia- pensó.


Tal como le había sucedido a Martín, empezaba a sentirse seguro de que la filtración había partido de su oficina. No tenía pruebas ni sospechas reales pero aquellos hechos, insignificantes casualidades, le inducían a tal hipótesis.

- Es la única oficina del ISP que une directamente a los Estados Unidos con la URSS – pensó…estaba alarmado.

Aquello era casi cierto. Debido a que el centro mundial de defensa se había instalado en Calar Alto, los envíos secretos de la Unión Soviética volaban hasta París en avión especial. Allí eran revisados por la oficina colega de la capital francesa. Después, vía aérea, llegaban a San Sebastián como oficina central de entrada en España. Era una especie de aduana. No se usaba el camino de Barcelona por la saturación de esa vía. Así las cosas, se enviaban los escritos directamente de San Sebastián a Calar Alto, pues no se consideraba necesario su paso por la capital. Decir Calar Alto era, por otro lado, decir América pues la oficina central del lugar estaba regida por los estadounidenses.

- Así pues – acabó su deducción- la filtración ocurrió en París o aquí. Y en París la vigilancia es mucho más rigurosa. … Lógicamente…. Y sólo González, Martín y yo revisamos el correo del ISP…
Comenzó a asustarse de veras. Quizá, sin saberlo, trabajaba todos los días bajo las órdenes de un espía peligroso.

- ¿A qué país estará vendido? ¿Cómo puede disimular así?
Cuando, hacia las diez, sacó su llave para entrar en su casa, estaba decidido a vigilar continuamente a González. A lo mejor, al final, cumplía la promesa que le hiciera a Martín.


Relato en capítulos escrito hace casi 30 años, cuando yo era tan joven. Las cuartillas en las que estaba mecanografiado se habían vuelto amarillas, así que he decidido transcribirlo al blog como recuerdo.



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