28/2/10

Auto publicación digital


Amazon hace accesible su plataforma de auto publicación Kindle Digital Text Platform (DTP) (http://dtp.amazon.com) a obras en otros idiomas diferentes del inglés, alemán y francés, en particular el español, portugués e italiano. Así lo ha hecho saber recientemente en un comunicado.

Los autores que lo deseen pueden subir sus obras – asegurando, eso sí, que tienen los derechos de las mismas- a la plataforma DTP. Allí, el texto será convertido a un formato compatible con el Kindle para que, posteriormente, pueda ser descargado por los lectores interesados. Para que la conversión sea segura es preferible subir los contenidos en HTML y aunque el PDF está soportado no se asegura la calidad de la transformación para el Kindle.


En cualquier caso, un instrumento muy interesante para que los escritores que lo deseen pongan sus escritos a disposición de los lectores de todo el planeta. Otra cosa, claro es que estos conozcan que existen las obras (entre los millones del catálogo) y que deseen pagar por descargarla.


El valor del autor individual

En estos tiempos en que se valora como renovadora la literatura colaborativa, la que se pone a disposición común en la Red, la que se crea dinámicamente, la voz de Jason Epstein defendiendo la función del autor resulta muy interesante . Un grito en pro del autor que es más llamativo cuando incluso se denigra la función del escritor individual.

En su disertación en la 2009 O’Reilly Tools Of Change for Publishing Conference comienza afirmando que él también cree que la época de la imprenta clásica está acabando (I don’t have to tell anyone here that we are at the end of the Gutenberg era; at the threshold not only of a new way of publishing books but of a cultural revolution) y anuncia que los cambios que llegarán no podemos siquiera imaginarlos. Pero, llegados a este punto, afirma que el intelecto humano es estupendo a la hora de distinguir la buena literatura de la mala, quizá no a título individual y a corto plazo pero sí a largo plazo (Human nature is a marvelous filter, a superb judge of quality). Mucho de lo que se escribe- en cualquier momento de la historia- es efímero y como tal ha de tratarse. Para esta miríada de obras efímeras los nuevos sistemas digitales son ideales y sin duda se implantarán en tal campo. Sin embargo, Epstein afirma que la gran obra, la que perdura, la que atraerá a una generación tras otra será obra de escritores individuales de alto genio creador (My own strong belief however is that distinguished fiction and non fiction -- what the heirs of Faulkner, Nabokov and Mailer create -- will continue to be written by highly specialized individuals struggling at their desks in deep seclusion and not by linked communities of interest. ) y que la buena literature será the solitary product of individual genius . El genio literario se alejará de la masa, de la red, de la colaboración aunque, como el asno que soplaba en la flauta, puede que alguna vez aparezca una joya entre la basura The last thing a writer in search of meaning wants is a team of collaborators at his electronic elbow, which is not to deny the value of researchers and editors. On the other hand, multi media experiments on line- I phone operettas, animation, pornography and who knows what else - will proliferate and may produce a few gems amid the rubble.




El pedestal de las estatuas

La definición que me viene a la cabeza de El pedestal de las estatuas (Planeta, 2007) de Antonio Gala es la de “listín de teléfonos”. Una enorme sucesión de sucesos y de personajes, enlazados como en un sermón – generalmente tendencioso- y sin interés. Porque, aunque aparentemente es una novela histórica en realidad no se trata ni de una novela (no hay una trama digna de tal nombre, ni diálogos, ni intriga, ni objetivo narrativo) ni de un libro de historia, porque los hechos se amontonan sin que, como debe hacer un historiador, se traten de manera objetiva y se ordenen para comprender los acontecimientos y contextualizarlos. Al final, resulta eso, un listín de teléfonos con anécdotas, opiniones personales y nombres apelotonados que no tienen ninguna importancia argumental. Documento espeso, nublado, apabullante (en el peor sentido del término), desorganizado, con frases densas, rebuscadas, intentando hacer interesante, por la vía del lenguaje atildado, una historia de la historia sin historia.

Libro dividido en tres partes. La primera narra –como si un mal libro de colegio se tratara- la historia de Castilla, Aragón y Portugal desde Pedro el Cruel hasta Carlos I. La segunda se ocupa de la vida de este emperador y Felipe II, dejando la tercera para contar las peripecias de la vida del narrador, Antonio Pérez, secretario del rey.

22/2/10

Coloquio Perpetuo



Coloquio Perpetuo de Rafael Millán es un generador de diálogos entre Don Quijote y Sancho Panza que puede ser parametrizado en cuanto a formato, velocidad y fidelidad al original. El programa se basa en mezclar conjuntos de palabras de frases reales del auténtico Quijote y combinarlas de otra manera. El corpus sobre el que el programa trabaja se compone exclusivamente de los diálogos entre ambos personajes en la obra de Cervantes. La mayor o menor fidelidad al original se logra forzando al algoritmo a elegir más o menos palabras en un orden coincidente. Lo cierto es que, en bastantes ocasiones, las frases generadas parecen auténticas.


Libros para teléfonos móviles



Vodafone lanzará, en colaboración con Todoebook una biblioteca de libros y contenidos digitales destinados a ser leídos en teléfonos móviles. De momento, se pondrá a la venda un reducido listado de 100 obras a preciso sensiblemente menores que las obras en papel y siempre por debajo de los 10 euros.








Contenidos de pago


El New York Times informó en el transcurso de la conferencia PaidContent que está planeando una estrategia mixta para mantener lectores y cobrar por los contenidos. La misma se basará en permitir que los lectores accedan a un número limitado de noticias de manera gratuita mientras que, a partir de ese límite, se deberá pagar por leer más contenidos. La iniciativa tiene una cierta complejidad tecnológica porque es necesario comprobar la identidad de cada acceso evitando las trucos que puedan utilizarse.

También Reuters añadirá contenidos de pago en sus enlaces.
. Igualmente Sporting News Today anunció en la conferencia que comenzará a cobrar casi 3 dólares mensuales por la suscripción a sus contenidos.

21/2/10

Jimena, la endemoniada.


El contraste entre el camino embarrado por la reciente lluvia y las coloridas flores, sobre las que aún resbalaban las gotas del aguacero como si fueran perlas brillantes, distrajo por un momento al padre Bernardo Reinoso, inquisidor del Santo Oficio en la isla de Margarita. Estaba cansado y los huesos del borrico que montaba herían sus posaderas. Había jarreado durante toda la jornada, algo frecuente en aquel remoto territorio de la Gobernación de Cumaná, y el sacerdote deseaba llegar a Santa Isabel, atender el caso que había sido llamado a juzgar y regresar lo antes posible. Hizo un gesto al alférez que comandaba el pequeño cortejo para que se le acercara.

-¿Cuánto falta para que divisemos Santa Isabel? – preguntó, intentando no aparentar impaciencia.
- Unas dos leguas, vuestra merced – el soldado se ajustó la casaca. Estaba sudoroso y sus botas cubiertas de barro – Estimo que llegaremos en un par de horas si el tiempo lo permite.

Eso le tranquilizó. Si el oficial estaba en lo cierto, arribarían a la villa mucho antes de que se pusiera el sol. Le daría tiempo para saludar a las autoridades antes de hacerse servir una buena cena y retirarse al aposento que para él hubiesen preparado. Dejaría el inicio del procedimiento para el día siguiente. Al cabo, no había prisa. La ley de Dios no debe apresurarse y él era sólo eso, el ejecutor de la voluntad divina.

Mientras la comitiva rodeaba una amplia laguna en cuya orilla deambulaba una bandada de garzas, el padre Reinoso intentó poner orden en sus pensamientos. Normalmente, un asunto como aquel nunca hubiera requerido su presencia y se sentía molesto de que se le hubiera requerido precisamente a él. Un anodino caso de endemoniados, uno más de entre los cientos que se denunciaban cada año. Se trataba de una mujer, al parecer de alta cuna y muda, que según los testigos realizaba ritos demoniacos en la espesura de la selva y que, por no se sabía bien qué razones, había atacado al clérigo del lugar, un párroco llamado Isaías del que apenas conocía nada. En el fondo, pensó, todo se debía a la delicada situación política de la zona. No hacía mucho que se habían rebelado los esclavos negros de la isla y, aunque la sublevación había sido sofocada en pocas semanas cubriendo de cadáveres las riberas del río, el gobernador de la Audiencia de Santo Domingo se mostraba especialmente sensible a todo lo que aconteciera en la ínsula. Sea como fuera, el caso había llegado a oídos del gobierno que, temeroso de que hubiese algo de cierto en todo aquello, había decidido cortar por lo sano y terminar con la alarma suscitada. Si se hubiese tratado de una pobre mujer, yacería ya en un camposanto sin preguntas y sin pesquisas. Mas como la sospechosa era pariente lejana del conde de Mudejar, había que obrar con tiento. Y eso significaba el envío de un inquisidor, el establecimiento de un juicio con garantías y una sentencia que no pudiera ser reclamada ante el Rey por defectos de forma.

El cielo plomizo se condensaba hacia el norte, allá en el Caribe, y anunciaba otra tormenta. Descargaría cuando el aire caldeado del océano comenzase a enfriarse hacia la puesta del sol. Ocurría cada tarde. Las nubes se volverían negras y una noche prematura y ficticia cubriría los valles y las selvas. Entonces, un diluvio breve e intenso se desplomaría sobre la tierra, convirtiendo los caminos en arroyos de aguas turbulentas. El padre Bernardo se tranquilizó al escuchar los gritos de los exploradores, unos cientos de metros por delante, que anunciaban que Santa Isabel estaba a la vista. Hizo detener la comitiva y pidió una jofaina con agua para lavarse un poco. Su ayudante, un seminarista nativo que apenas hablaba el castellano, le adecentó la sotana y le cepilló el bonete. Hizo llamar al secretario y al relator para que caminaran a su lado. La guardia formó adelante y atrás, y el alférez gritó órdenes pidiendo marcialidad.

Entraron en Santa Isabel por el sur, junto al molino de harina que giraba agitado por el viento creciente. Los lugareños abandonaron sus tareas y se fueron concentrando cerca de la plaza mayor que había sido engalanada con oriflamas y estandartes. Al parecer, era evidente que los esperaban. Supo enseguida quién los recibiría. En el centro de la plazuela porticada aguardaban dos personajes, uno en sotana nueva y otro vestido con sus mejores prendas.

Los soldados detuvieron su marcha y formaron en posición de firmes. Bernardo Reinoso descendió con dificultad del rucio dando gracias a Dios de librarse de él. Con cierta solemnidad, ejercitada a propósito, hizo la señal de la cruz y bendijo los cuatro puntos cardinales. Muchos de los espectadores se arrodillaron y el fraile pensó que era una buena ocasión para orar un Ave María. Comenzó a recitar y el pueblo le siguió con un rumor de voces que silenció cualquier otro sonido.

Al finalizar, el otro sacerdote se le acercó haciéndole una reverencia y buscando su mano para besarla.

- Sed bienvenido, eminencia. La paz del Señor sea con vos- dijo, dándole un tratamiento que sorprendió a Reinoso por lo inadecuado.
- Bastará que me llaméis padre Bernardo. La paz sea con vosotros- contestó- He de suponer que sois el padre Isaías, ¿no es así?
- Así es. Tenéis en mí el más humilde de vuestros servidores – resultaba empalagoso el fraile – Permitid que os presente a Juan de Ezquerro, alcaide de Santa Isabel.

Dio éste un paso adelante y besó la mano del recién llegado.

- Es un honor conoceros y disfrutar de vuestra hospitalidad.- miró al cielo y comprendió que la lluvia no tardaría en caer con fuerza- El camino ha sido largo y creo que estos soldados merecen un buen descanso y alguna vianda que calme su hambre.
- Todo está preparado, padre – se apresuró a señalar el alcalde mientras indicaba a uno de sus ayudantes que hablara con el alférez para dirigir a la tropa a sus aposentos, en unos establos amplios y calientes del pueblo.
- En cuanto a vos y vuestros ayudantes- tomó la palabra el cura Isaías- será un honor que os hospedéis en la planta superior del ayuntamiento. Se han preparado tres estancias que estoy convencido serán de vuestro agrado. No sabéis cuánto agradecemos al Señor y a nuestro Gobernador el que os hayan enviado tan pronto. Tememos por la paz y el sosiego de nuestra comunidad. Por motivos que no comprendemos, el diablo nos ha elegido para traernos el mal y hemos rogado para que su eminencia llegara y nos librara de todo percance. Sois realmente bienvenido.
- Os lo agradezco, de veras. No quisiera aparecer brusco a los ojos de sus mercedes pero si pudiésemos cenar pronto quedaríamos deudores de su condescendencia. Mañana podemos tratar los asuntos que nos atañen.
- Sin duda, sin duda. Por favor, seguidnos – contestó el alcalde.

Un esclavo negro se hizo cargo de las cabalgaduras y un par de soldados hicieron que la multitud se dispersara. Otros cuatro acompañaron a Bernardo Reinoso como guardia nocturna.

La casa era amplia y, ciertamente, las habitaciones habían sido adecentadas con sumo gusto. El Inquisidor se despojó de la sotana y se remangó la camisola. Se acercó al barreño lleno de agua tibia y se lavó la cara a conciencia. La primera impresión no era mala. Parecía un pueblo tranquilo y sus mandatarios no eran distintos a los de cualquier otro lugar en las Américas. Quizá un tanto aduladores, pero esto era comprensible en personas tan alejadas de Caracas y que nunca recibían visitas de relevancia. Probablemente, para ellos, el caso de la mujer embrujada era también una oportunidad de darse a conocer.

Una criada trajo la cena en una bandeja de plata, bellamente decorada. La degustó con satisfacción. Un caldo, pan recién horneado, un buen pedazo de carnero asado y un plato sobrado de frutas. En un par de ocasiones le vino a la mente el pecado de la gula pero pensó que Dios le perdonaría el desliz. Cuando chupeteaba, casi con obscenidad, unos trozos de papaya, comenzó a diluviar y la lluvia refrescó el ambiente. Se limpió los labios y se acercó al ventanal. Lo entreabrió y perdió la mirada en Santa Isabel, en sus casas pintadas de colores ocres, en sus tejados cuidados sobre los que la lluvia tamborileaba con fuerza. Las calles estaban desiertas y, en algunas ventanas, comenzaban a encenderse velas y candiles. Olía a vainilla y a jazmín. Un lugar bendecido por el Creador, pensó. Difícil era creer que el maligno se paseara por aquellos parajes. Cerró la ventana y se arrodilló junto a la cama. Inició un padrenuestro y media hora después roncaba plácidamente entre las sábanas limpias que habían sacado de ajuar sólo para él.

Se despertó temprano, mucho antes de que los gallos anunciaran el alba y de que los cielos se pintaran de anaranjados y añiles. Sagitario volaba aún por el cielo y no se percibían ya rastros de nubes. Sería un día soleado y agradeció que fuese así porque ya estaba cansado de tanta lluvia. Se lavó lo mejor que pudo y leyó unos pasajes del Evangelio. Cuando tocaron a la puerta con el desayuno estaba ya listo para dedicarse en cuerpo y alma a su labor inquisitorial.

Cuando bajó al patio, el secretario y el relator estaban ya esperándole, así como el oficial de guardia y seis soldados. El padre Isaías y el alcalde Ezquerro no tardaron en llegar.

- Buenos días, eminencia. Confío en que haya reposado como merece- fue lo primero que dijo el cura.

Bernardo hizo un mohín de disgusto pero comprendió que sería inútil pedir a aquellos hombres que no le trataran como a un arzobispo, de modo que se dejó hacer.

- Primero, quisiera conocer los detalles del asunto, si no tenéis inconveniente. Luego, como es preceptivo, deberé conocer a la acusada y, tras los trabajos preliminares, procederemos a convocar el juicio si es que hay motivos para hacerlo. ¿Tenéis alguna objeción?
- Ninguna, eminencia, ninguna. Estamos deseosos de que todo esto concluya cuanto antes y la bondad de Dios vuelva a reinar entre nosotros- aseguró Isaías.
- Cierto, cierto – intervino el alcalde-, todo se hará como vuestra eminencia dicte. Estoy seguro que, a vuestro regreso a Caracas, podrá asegurar al enviado del Gobernador que aquí, en Santa Isabel, se cumple la ley con tesón para honra de España y de nuestro soberano del que soy fiel servidor y así espero que vos lo indiquéis.

Cerraron la puerta tras ellos al entrar en el salón principal del ayuntamiento. Una estancia espaciosa, de altos techos artesonados y tapices de vivos colores decorando las paredes. Un armario de madera repujada contenía libros de pliegos y en la amplia mesa central había ya preparadas unas actas con las diligencias preliminares que se habían efectuado.

- Mis ayudantes comenzarán a leer los escritos si os parece pero quisiera que vuestras mercedes me contaran su versión de los hechos- pidió Reinoso. Os ruego que seáis concisos y os ajustéis a los hechos, evitando dar opiniones no probadas.

Durante unos segundos, todos callaron. El cura y el alcalde se miraron preguntándose con los ojos quién debiera iniciar el relatorio. Finalmente, el padre Isaías tomó la palabra:

- Verá eminencia,… - recordó el consejo sobre el correcto tratamiento- , perdón, padre Bernardo. Todo comenzó hará unos dos meses. La acusada, de nombre Jimena Hernández, es de diecisiete años de edad y huérfana ya que sus padres, primos del poderoso conde de Mudejar de España, fueron asesinados en una escaramuza con los indios al poco de llegar a Cumaná. Quizá debido al trauma de esta acción, perdió la voz o quizá ya nació con esa tara. Pero lo cierto es que nunca nadie la oyó decir palabra y siempre ha sido tomada por muda. La niña ha sido criada por una familia local, los Vázquez, que han venido recibiendo sueldos del de Mudejar desde España para que la atendieran lo mejor posible. Nunca, sin embargo, sus familiares de allá han reclamado su regreso. Una niña normal y feliz, diría yo. Hasta hace dos años, cuando sus formas de mujer eran ya más que evidentes y los mozos de la villa la rondaban. Bien es sabido que el demonio utiliza a menuda a las hembras para sembrar el mal en la sociedad y, sin duda, este es un caso así. El caso es que la moza desaparecía frecuentemente de su hogar para desesperación de sus pobres padres adoptivos que han llorado mucho la perdición de Jimena a la que siempre han querido como a una verdadera hija.
- Hemos de deciros que se trata de una joven atractiva si es que me permitís hacer tal comentario – aclaró el alcaide.
- ¿Pero qué había de extraño en su conducta?. Al cabo, muchísimas chiquillas, y más si son lindas, buscan estar a solas con los muchachos cuando llegan a cierta edad. Eso, compartirán conmigo vuestras mercedes, es más propio de los humores del sexo que del diablo. Cierto, cierto, el pecado de la lascivia es especialmente condenable pero me temo que afecta a demasiadas gentes como para ver aquí una especial atención de Belcebú – reflexionó Reinoso.
- Sin duda, tenéis razón. La fiebre de la atracción carnal es poderosa pero es que esta Jimena llegaba a pasar noches enteras escapada y, al regresar, vociferaba palabras ininteligibles. ¡Imagínelo, su eminencia! ¡Una muda que habla! ¿No es acaso un signo de la intervención del maligno?
- Nuestro Señor Jesucristo hizo hablar a los mudos y oír a los sordos- contrapuso el inquisidor.
- Pero nuestro señor Dios, perdóneseme la blasfemia, nunca asesinó a nadie – dijo de sopetón el alcalde y un silencio espeso se hizo en la sala.
- ¿Asesinato? – preguntó por fin Bernardo Reinoso.
- Así es.- prosiguió el alcalde- Hace dos semanas el cadáver de un joven de la ciudad, Machín Balverena, hijo de un adinerado terrateniente del norte de la isla, apareció muerto en la selva. No sólo muerto. Su cuerpo estaba desnudo, con marcas cabalísticas grabadas sobre su piel con un puñal y el rictus de su expresión era de pavor.
- Pavor al diablo – interrumpió el padre Isaías.
- Proseguid, os lo suplico – pidió el inquisidor al alcalde.
- El mismo día en que se encontró el cadáver del joven, Jimena Hernández llegó corriendo al pueblo. Iba descalza, su cabello revuelto, sus ropas desgarradas, enseñando sus pechos y llena de sangre. Gritaba – y he de recordaros que siempre había sido muda- palabras que nadie entendía y, nada más llegar, atacó a todos los que se cruzaron en su camino. Entró en la serrería y tomó un gran puñal con el que se dirigió con los ojos inyectados en sangre hacia la iglesia buscando matar al padre Isaías. Si no hubiera sido porque la vieron llegar y porque el alguacil se interpuso con una lanza, le hubiera degollado sin duda. Estaba llena de ira, de odio, de un instinto asesino contra el representante de Dios que sólo podía provenir del diablo.
- Dios no quiso que me alcanzara- musitó el cura- Dios no lo permitió. La voluntad de Dios me ha protegido.

Bernardo Reinoso permaneció en silencio durante unos minutos. El alcalde permanecía de pié, mirándole fijamente pero el padre Isaías se había sentado en una de las sillas como si el recordar todo lo sucedido le hubiera sumido en el terror que sin duda le había producido verse perseguido por una endemoniada.

Por fin, el alcalde continuó:

- Además, eminencia, todo se ha complicado por los esclavos
- ¿Esclavos? ¿Qué tienen que ver con todo esto? – preguntó el inquisidor
- Vos sabéis que no hace tanto que los negros se rebelaron contra el Rey. Durante semanas, la isla vivió asaltos a haciendas y ataques a los buenos cristianos. Hubimos de sofocar la sublevación con dureza y lo logramos gracias a las fuerzas de su majestad que fueron enviadas como refuerzo. Los ánimos desde entonces están tensos y aunque los negros se han mantenido tranquilos, cualquier chispa puede incendiar la maleza nuevamente – se sintió ingenioso con la metáfora-. El caso es que esta muchacha, Jimena, siempre ha tenido una especial relación con los esclavos. De niña bailaba con ellos, les visitaba en las chozas y les llevaba comida que robaba de las alacenas de su casa. Todo ello se veía como algo simpático y se achacaba a la bondad de la chiquilla y a que, como era muda, no podía relacionarse normalmente con otros jóvenes. Pero ahora somos conscientes de que existe algo más en esa relación. Porque desde que ella asesinó al doncel Machín, quiso cometer nuevo crimen en nuestro párroco y fue hecha presa, los negros están otra vez revueltos. Cantan por las noches viejas canciones belicosas, han hecho retumbar tambores en la selva y murmuran entre ellos cuando se creen solos. O sea, las mismas señales que cuando se produjo la gran sublevación. Yo, como representante de su majestad, reclamo una acción rápida ahora que corte de raíz cualquier disensión. Todo indica que Jimena Hernández es una asesina, endemoniada y cabecilla de un potencial ataque a cristianos. Necesitamos de su eminencia una sentencia ejemplar que calme los ánimos, castigue a la culpable y asegure la paz en estos territorios de nuestro Rey.
- ¿Y si estáis tan seguros de su culpabilidad, por qué no la habéis condenado ya?
- Bien lo hubiera hecho si de mí dependiera- aseguró el alcalde. Pero aquí hay un claro caso que debe ser dirimido por el Santo Oficio y, además, lo queramos o no, la chica es familia de un conde español y precisa un juicio de vos. Además, no nos es posible conseguir una confesión dado que la mujer ha vuelto a quedar muda tras los acontecimientos.
- Está endemoniada con toda seguridad, eminencia. Sólo la bondadosa mano de Jesús me ha librado de ella – casi gimió el párroco.

El inquisidor se sintió utilizado. El caso, aparentemente, estaba claro y si las pruebas refrendaban lo que le acababan de relatar, la sentencia era también evidente. Sólo que aquellos hombres no se atrevían a tomarla por no ver sus carreras en riesgo entre los grandes de España y esperaban que él lo hiciera. El relator, que había estado leyendo los pliegos, asintió con la cabeza. Todo lo escrito coincidía con lo expuesto.

- Quisiera ver a la acusada- dijo por fin Bernardo Reinoso.
- Como gustéis. Acompañadnos.

El cortejo formado por el párroco, el alcaide, el inquisidor, el relator, el secretario y los soldados llegaron a la pequeña prisión unos minutos después. El carcelero abrió el portón con inquietud porque era la primera vez que personas de tanto rango aparecían en su pequeño reino. Hizo mil y una reverencias y abrió la marcha hasta una de las mazmorras.

- Si no os importa, entraré yo solo con el alférez- pidió Bernardo.
- ¿Estáis seguro? Es peligroso, eminencia- el párroco pareció inquietarse por la decisión de Reinoso. Aún debía tener el miedo metido en el cuerpo sobre el poder malévolo de la muchacha.
- Sí, es el procedimiento. A vuestras mercedes ya los conoce y su reacción puede estar dictada por el demonio si es que, como suponemos, la joven está endiablada. A mí, sin embargo, no me conoce y quiero ver de propia mano cómo actúa ante la presencia del enviado de Dios.
- Haced como deseáis, pues – sentenció el alcalde.

La puerta emitió un quejido lastimero al girar sobre sus goznes. El carcelero prendió dos teas y gritó para que la presa se colocara junto a la pared. Entró primero el alférez, con cara de susto, que una cosa es enfrentarse a indios o piratas ingleses y otra muy distinta combatir a Satanás. El arcabuz cargado y preparado en una mano, una daga en la otra. Su temor desapareció enseguida. Al fondo, entre las luces de las antorchas que bailaban inquietas, se acurrucaba una chica, niña casi, que les miraba con expresión de asombro y miedo. El soldado hizo un gesto al inquisidor y este entró. Se acercó a ella y la observó durante un buen rato. Era hermosa, muy hermosa. A pesar de su estado, de estar cubierta de suciedad y encadenada, era bella. Su cabello, descuidado y ahora enredado en mil nudos, era suave y tan negro como el azabache. Sus ojos, más negros aún, de una profundidad que llamaba a ser observados, a ser disfrutados. Una mirada que, en medio de toda aquella tribulación, era tierna. Unos labios sensuales que de no ser él un hombre de religión y ya escarmentado de los placeres carnales, hubiera deseado besar. Bajo las ropas, casi harapos por las penurias del cautiverio, se atisbaba un cuerpo de ondas dulces y formas sensuales.

Bernardo Reinoso se sintió turbado pero cumplió con su oficio. Levantó la cruz de plata con la efigie de nuestro Señor y preguntó:

- ¿Tienes algo que decirme, mujer?

La niña no contestó. No podía.

- ¿Tienes algo que decirme Satanás? – volvió a preguntar, ahora con un tono mucho más severo.

La joven emitió una especie de gemido, como una palabra mal creada e imposible de comprender.

El alférez, asustado, preguntó:

- ¿Es ese el lenguaje del diablo?

Bernardo Reinoso no contestó. Su mente estaba confusa, perdida entre la evidencia de las pruebas y la dulzura que aquella pobre desdichada emanaba. ¿Hablaba el diablo? ¿O sólo gemía una muda?

Bernardo era, no obstante, ducho en tratar con el maligno. Este es sutil y perverso.

- ¿Conoces a Machín Balverena?

Los ojos de Jimena se dilataron y, de pronto, como poseída comenzó a tirar de sus cadenas, gritando o llorando, que no se sabía bien qué hacía la mujer, emitiendo sonidos guturales que convencieron al alférez de que Satanás estaba en la celda.

- Vámonos, es suficiente- dijo el inquisidor.


Salieron y el carcelero cerró la puerta. El soldado se secó el sudor de su frente que no era del calor sino del miedo que le había inundado.

- ¿Os habéis convencido, eminencia? – preguntó el alcalde.
- Sólo Dios nos protege de ella, sólo nuestro Señor- volvió a repetir el párroco.

Los seis soldados de la guardia echaron manos de las armas en cuanto salieron. Un numeroso grupo de esclavos negros merodeaba cerca de la cárcel y cantaban de manera amenazante. El alcaide se acercó con discreción al inquisidor:

- No es mi deseo presionaros, eminencia, pero cuanto antes acabemos con esto, mejor para todos. Me sentiría realmente molesto si hubiera de informar al Gobernador de que se está permitiendo una nueva rebelión. Sin mencionar que la familia del joven asesinado está decidida a acudir al Rey si ello fuera preciso.

Bernardo no contestó. Entendía perfectamente el mensaje. Se acercó al secretario y al relator y les dijo:

- No es necesario someterla al tormento ya que no podría contarnos nada. ¿Coincidís en ello?
- Sin duda, padre Bernardo. Sería una pérdida de tiempo.
- Así pues, sólo nos queda convocar el tribunal. Proceded como de costumbre, señor secretario.

El alcalde sonrió de satisfacción y el párroco pareció aliviado.

Dos días después, y presidido por el inquisidor Bernardo Reinoso, el tribunal del Santo Oficio abrió la sesión. Atada a una silla pesada, en medio de la audiencia, se encontraba Jimena Hernández, cabizbaja y sucia, pero con sus hermosos ojos negros y su mirada de niña inocente.

Durante dos horas, el relator procedió a leer las actas de hechos y las reglas del juicio. La chica, ausente, apenas movió un músculo en todo ese tiempo. Llegado el turno de llamar a los testigos, el primero fue el padre del joven Machín que entre lloros describió cómo encontraron el cadáver de su hijo, los arabescos satánicos marcados a puñal en su cuerpo, lo buen vástago que era y lo caballeroso de sus comportamiento. Al parecer estaba enamorado de una joven y estaba feliz. Una felicidad truncada por el diablo mismo. Jimena apenas le miró.

Después le tocó el turno al carcelero que relató el comportamiento extraño de la prisionera, que permutaba entre el silencio más estoico y la agresividad más furiosa. Luego, un par de personas de la villa que coincidieron en señalar cómo Jimena tenía un excesivo trato con los esclavos, cómo les regalaba comida y utensilios, ropa y bebida. Ella los quería y parecía que ellos la querían a ella. Después, los padres adoptivos de la chica. Al verlos, Jimena intentó ir hacia ellos y lloró. Hubo un tumulto entre la joven que pugnaba por estar junto a los viejos y estos que gritaban que se la liberase, de modo que el inquisidor mandó sacarlos de la sala.

- Secretario, la declaración de los Hernández no se tendrá en cuenta por no poderse considerar objetiva – ordenó.

Llegado el turno del alcalde, este contó de sus sospechas de que Jimena fuera cabecilla de una rebelión y detalló con precisión los hechos del día en que fue apresada.

El último en declarar fue el padre Isaías. Nada más ponerse en pie para contestar a las preguntas del secretario, Jimena alzó el rostro y empezó a gritar con ininteligibles expresiones. Intentó liberarse y atacar al clérigo pero las fuertes cadenas y un golpe con la culata del arcabuz de un soldado, terminaron por aplacarla.

- ¡Ahí lo veis! – gritó el cura- ¡Es el diablo que me persigue! ¡Me persigue por ser hombre de Dios! Por piedad, libradme de él…

El tumulto fue general y los soldados tuvieron que esforzarse por restablecer el orden.

Bernardo Reinoso sabía lo que debía hacer. Miró al alcalde Ezquerro y pidió que todos salieran de la sala, con la excepción del propio alcalde, el secretario y el relator.

- No cabe duda de que la joven está endemoniada, o cuando menos loca de remate. La sentencia es obvia. Debe morir.

Los demás asintieron.

- No obstante, el realizar aquí y ahora un auto de fe quemando a la chica sólo crearía más quebranto. Un acto público de tal calibre incitaría a los esclavos a vengarse y para los condes de Mudejar resultaría especialmente doloroso. Si vuestras mercedes no se oponen creo que la sentencia debe ejecutarse de un modo más discreto.
- Bastará un disparo en medio de la selva – sugirió el alcalde.
- Sea. E inmediatamente. Vos, secretario, dad fe de cuál es nuestra decisión y de que el veredicto se ha cumplido en el día de hoy.

Dos soldados condujeron en un carromato a Jimena Hernández a una legua de distancia. Dos disparos impactaron en su corazón. Fue enterrada sin cruz alguna que delatara dónde se encontraba la tumba.


Una semana después, la comitiva estaba lista para regresar. Los soldados estaban cargando las últimas vituallas en los carros y el borrico del inquisidor estaba preparado para cargar con él.

Bernardo Reinoso se había ya despedido del alcalde que le pidió que transmitiera al Gobernador lo bien que regía la ciudad, así como le había asegurado que enviaría una carta de agradecimiento por el impagable trabajo del Santo Oficio en defensa de la fe y de los intereses del Rey.

Sólo quedaba despedirse del padre Isaías. Lo había dejado para el final porque, siendo ambos sacerdotes, deseaba rezar un rosario junto a él antes de marchar. Se reunieron en la iglesia que, solitaria, estaba casi en penumbra. El olor a incienso era intenso. Se arrodillaron frente al altar y desgranaron los cinco misterios.

- Sé lo difícil que ha sido todo esto para vos, padre Isaías.- dijo Bernardo- Posiblemente la joven no estaba endemoniada porque el demonio tiene piezas más valiosas que cazar pero la chica era una demente, de eso no hay duda. Y sé el temor que habréis soportado al ver que una lunática os quería asesinar al igual que mató al joven Machín. He de deciros que os habéis comportado con mucha templanza y os felicito.

Calló Isaías y bajó la vista. Por fin, susurró:

- Padre Bernardo, ¿puedo pediros un último favor?
- Si está en mi mano.
- ¿Me haríais la merced de escucharme en confesión? No hay más sacerdotes en la zona y…
- Por supuesto, hermano. Venid al confesionario.

Tardaron unos minutos en prepararse para el rito. El inquisidor- cura al fin- se ocultó tras la celosía del confesionario.

- Ave María, hermano.
- Sin pecado concebida.
- Decidme de qué pecados necesitáis ser perdonado, hermano.
- Padre, he obrado contra Cristo con el pecado de la envidia. En ocasiones, he anhelado puestos de mayor valía en Caracas, incluso en España.
- Luchad contra ello, Isaías pero no temáis. Todos estamos tentados por la envidia y nuestro poder es precisamente el que la resistimos y pedimos perdón por caer en dicha tentación. Dos rosarios bastarán para expiar la culpa, hermano.
- Esperad, padre. Hay algo más.
- ¿Algo más? Decidme, hermano Isaías
- He pecado gravemente contra Dios – su voz se tornó más grave de pronto. Como si un enorme pesar la envolviera en nubes de llanto y de congoja.
- ¿Qué es lo que os aflige?
- He pecado de fornicación.
- ¿Qué decís, padre Isaías? ¿Vos? ¿Un servidor de Cristo?

Isaías lloraba ahora. Bernardo Reinoso esperó a que recobrara la compostura antes de proseguir.

- Si he de procuraros la absolución, habéis de relatarme lo sucedido y reparar la culpa.
- No puedo, padre, No puedo. No puedo. No puedo….
- Calmaos y contadme qué sucedió.

Pasaron varios minutos, quizá hasta cinco o más, en un silencio pegajoso e incómodo que el inquisidor no se atrevió a romper, barruntando quizá que no deseaba oír aquella confesión aunque estaba obligado a ello. Recompuesto, Isaías comenzó de nuevo a hablar.

- Esa mujer, Jimena. Vos la habéis visto, padre. Era la mujer más hermosa del universo. Vos la habéis visto en penosas condiciones pero si la hubieseis conocido antes de toda esta desgracia, hubierais comprendido que la belleza existe de una manera inconcebible. Yo la vi crecer y, creedme, nunca me fijé en ella de un modo carnal hasta que un día, hace un año aproximadamente, me inundaron de pronto la luz de sus ojos, los gestos de su rostro silencioso, sus gemidos que no eran palabras porque su lengua se negaba a articularlas pero que decían más y significaban más que cualquier discurso de otra mujer.

Bernardo callaba, atribulado.

- Me enamoré de ella, padre. Me enamoré perdidamente. Cada noche, me flagelaba y clavaba el cilicio en mis carnes confiando en que el Señor me ayudara a olvidarla. Pero todo era en vano. Cada vez la amaba más, cada vez la deseaba más. Con una locura, con un frenesí inusitado, incontrolable. La espiaba a escondidas. Cuando laboraba en el campo, cuando venía a la villa y sí, también, cuando iba a bañarse al río. Allá aprendí a adorar la visión de su cuerpo y mi deseo se tornó más intenso.
- ¿Qué me estáis diciendo? – Bernardo ocultó su cara entre sus manos, como si ese gesto le permitiera olvidar lo que era una pesadilla.
- Pero, padre, yo me controlaba. Era un deseo secreto, poderoso pero solitario. Y cada anochecer, infligía los más severos castigos a este mi cuerpo que me alejaba del Señor. Si una mano te hace pecar, córtatela, dicen las escrituras. Y yo me clavaba espinas y me azotaba para que esta carne no me hiciera pecar.

Pero un día descubrí lo peor. La chica estaba enamorada. Sí, del joven Machín Balverena. Le seguí y les vi amarse, besarse. Sí, padre, ese desvergonzado besaba los labios que yo amaba, el cuerpo que yo deseaba. Y ella se complacía en ello y sus gemidos de amor eran como dardos envenenados para mí. No pude resistirlo, no pude más. Supe que era el diablo el que, por su medio, quería condenarme. Satanás la usaba y usaba al muchacho para encelarme e imbuir toda clase de pecados en mi alma. Jimena se ausentaba muchas tarde y noches para encontrarse con su hombre y amarse. Así de sencillamente se explican sus ausencias. Y la pobre desdichada, en su felicidad, intentaba cantar aunque sólo acertaba a emitir sonidos extraños. Yo, que la oí muchas veces, sabía que eran sólo intentos de hablar. Otros pensaron que eran palabras del demonio y yo, culpable de todo, nunca lo desdije.

Una tarde la vi marchar hacia la selva. Sabía que iba a encontrarse con él, una vez más. Que el maligno la utilizaba para perderme. No pude aguantarlo más. La seguí y, viéndome lejos del pueblo y solo, decidí que si el diablo me quería perder, yo me perdería. Me planté ante ella que, sorprendida, se asustó. Pero como me conocía de siempre se calmó enseguida. Poco le duró la calma. Mi cuerpo de hombre necesitaba su cuerpo de mujer. No pude evitarlo, padre Bernardo. Un impulso irrefrenable hizo que me abalanzara sobre ella. Le desgarré el vestido y palpé sus pechos y su vientre. Ella, aterrada, forcejeó conmigo y en la pelea se arañó con zarzas y matorrales hasta que su piel virgen se llenó de sangre.


El inquisidor Bernardo permanecía en silencio, espantado de aquella revelación.

- ¿Matásteis vos al joven? – preguntó.
- No, padre. Cuando aún estaba intentando violentar a la muchacha, apreció él. Alarmado por los gritos de ella se abalanzó sobre mí con furia, intentando matarme para defender a su amada. Jimena aprovechó el momento para correr despavorida, descalza sobre piedras y rasgándose su dulce piel aún más.

Yo conseguí zafarme y, casi por casualidad, mi mano dio con una gruesa estaca con la que golpeé a Balverena. Soy hombre de religión y no de batallas, de modo que mi golpe no le hizo mucho daño pero la mala fortuna, mejor diré el diablo otra vez, se confabuló en mi contra. El golpe le desestabilizó y cayó de espaldas con tan mala fortuna que vino a golpearse su nuca contra una afilada piedra. Se desnucó en el acto. Grité despavorido, mi mente ofuscada no encontraba una salida y estaba aterrorizado por si aparecía alguien. Por fin, me calmé o me calmó Satanás. Sí, fue el diablo el que urdió en mi cerebro el plan de culpar a la chica. Tomé el puñal que llevaba el chico, le desnudé e hice incisiones en su cuerpo simulando signos cabalísticos. Después corrí a la iglesia y me lavé como pude antes de que ocurriese lo que sabía que iba a ocurrir. Un esclavo negro me vio y por eso ellos están convencidos de que yo maté a Jimena aunque su palabra de esclavos de nada vale.

En cuanto Jimena llegó al pueblo y me vio, me atacó. ¿Cómo no iba a hacerlo si había intentado violarla y si, por mi culpa, su amado estaba muerto? Me hubiera postrado a sus pies, le hubiera pedido perdón, me hubiera dejado matar por ella para librarme de mi culpa. Pero no ante los demás. El pavor de ser un clérigo lascivo, atormentado por el Santo Oficio, excomulgado pudo más. Y callé. Y la acusé de endemoniada, aunque honestamente creo que el diablo la usó realmente para perderme.

No os pido que me perdonéis este pecado. Sé que es imposible aunque mi arrepentimiento es sincero. Sólo Dios, quizá, podrá perdonarme si, ya muerto, Jimena y Machín me perdonan antes.

Sé que no podéis perdonarme pero necesitaba al menos clamar por el perdón en este acto de confesión.


Callaron ambos durante un largo rato. Lloraban los dos. Rezaban los dos.

- ¿Y si yo no respetara el voto del secreto de confesión? – musitó el inquisidor
- Sé que seréis fiel a vuestro deber- contestó Isaías
- Soy tan culpable como vos de la muerte de una inocente. Que Dios me perdone a mí también.

Dos horas después, en medio de la selva, el alférez de la guardia se acercó a Bernardo Reinoso, inquisidor del Santo Oficio.

- ¿Llora vuestra merced? ¿Os encontráis bien? ¿Deseáis que detenga la caravana?

No contestó y el soldado intuyó que era mejor no hacer más preguntas.






18/2/10

The death of Bunny Munro


The death of Bunny Munro, de Nick Cave es una novela multimedia publicada por Cannongate que aprovecha las posibilidades de los medios digitales y en la que el autor se lo hace todo: escribe el texto, compone la música (Nick Cave es músico) y hasta nos lee la obra en un audiobook y en un vídeo (parte de la obra, en concreto el capítulo 3, leído por el autor que puede verse aquí.)

La obra, con un lenguaje duro- soez en ocasiones, irónico en otras- es dura y contemporánea. Habla de sexo, de muerte, de pérdida de esperanza, de tormenta interna, de amor filial. A veces puede resultar, no obstante, un tanto demasiado mística (es Munro un Jesús moderno?). Es una narración que se refuerza con la música que la acompaña, Pero, a pesar de ella, su fundamento es el lenguaje, la literatura.

En la web que se enlaza en este post (con un interface que imita al libro aunque las páginas simulan pasar demasiado lentamente) pueden leerse y escucharse algunos capítulos.


16/2/10

3 ½ ounces of Culture please


3 ½ ounces of Culture please, de Georgy Stenkin es un relato bilingüe (ingles y ruso) publicado por Iouri Haller de EVEDA que resulta interesante por la conjunción de elementos multimedia y de un texto no lineal que tiene cierto interés y que no es anecdótico. Contiene bastante interactividad. La historia transcurre en una ciudad donde no hay dinero ni políticos , sólo leyes morales culturales (como se dice en una de las páginas, el que el 60% de la población de Europa no vote significa que un mundo sin política es posible), con elementos de suspense y policiacos. No es que sea una novela negra que pasará a la historia – con una trama en exceso divagadora y sin un fin narrativo atractivo- pero, al menos, el texto es la parte básica de la obra como se supone que debe ocurrir en una obra literaria. Mezcla ficción con datos reales, sonidos, estadísticas, acceso a páginas webs, etc. Los efectos – en Flash- son un poco lentos incluso en ordenadores y conexiones rápidas.

A pesar de que ha recibido
severas críticas creo que, dentro del panorama de literatura digital, siempre escaso de obras interesantes, es un relato que entretiene y que incorpora algunas ideas válidas con una profesionalidad en la programación evidente.

Ibook: el lector del futuro




En algún post anterior he insistido en que el lector de libros electrónicos del futuro tendrá poco que ver con el actual dispositivo que, a pesar de todo el ariete mediático, presenta demasiadas deficiencias técnicas y sensoriales. En un comentario realizado aquí yo indicaba que, en mi opinión, el libro electrónico del futuro no será papel pero será como el papel, entendiendo ese "como" en cuanto a que, al menos, debe tener todas las propiedades actuales del papel. Más muchas otras por supuesto.

Una idea en esta dirección es la que propone el húngaro
Martin Perhiniak que ha desarrollado un diseño básico (aún no llevado a la práctica) para Apple. Se trata del Ibook. Este video es muy ilustrativo de todo lo que este concepto aporta. Se trata de un libro, muy parecido al que conocemos, pero con multitud de ventajas respecto al mismo. El Ibook se construye sobre todo lo que el libro convencional tiene ya, no contra él. Se construye sobre las ventajas del libro en papel, no en contraposición a él. Aúna la tecnología de toda la vida, la del excelente invento del papel, con toda la potencialidad del microprocesador. Sumando, no restando.

Algunas características que podría tener este Ibook:

- Tamaño similar a un libro convencional. Pantalla de tamaño similar, sencilla de leer
- Peso más ligero
- Gran capacidad de memoria (30 millones de páginas)
- Su manejo es con la mano, con los dedos. Se pasan las hojas “moviéndolas” con los dedos, mediante software de manejo táctil.




No hay sticks ni botones. Los botones de mando son táctiles y aparecen en la pantalla sólo cuando se necesitan.





- Rápido. Las páginas no necesitan una vida para pasar
- Color


- Lectura sin problemas en condiciones de luz ambiental muy intensa
- Permite búsquedas rápidas y avanzadas.
- Dispone de índices al estilo de los libros convencionales (los actuales e-books tienen índices que dejan mucho que desear)
- Permite el escalado de fuentes sin arruinar la composición de la página
- Dispone de “line tracking” semitransparente para poder seguir la lectura más fácilmente.



- Permite ampliar los gráficos e imágenes con un solo toque de nuestro dedo. Igualmente, es posible moverse a través de páginas más grandes que la pantalla arrastrándolas con el dedo.
- Dispone de un “bolígrafo” para subrayar o escribir como si lo hiciéramos sobre papel real. También se puede subrayar sólo con el dedo, incluso simulando un rotulador fosforescente.
- Dispone de reconocimiento de caracteres de modo que lo escrito a mano se auto convierte a fuente tipográfica automáticamente.






- Permite exportar nuestras notas o nuestro texto marcado a un ordenador.
- Tras cerrar el libro, al volverlo a abrir lo hace en la página en que detuvimos la lectura y lo hace muy rápidamente (2 segundos), sin precisar el interminable tiempo de arranque o de carga de un ordenador o un lector actual
- Mediante unos auriculares puede escucharse el texto leído o los elementos sonoros y musicales embebidos en el texto.
- Dispone de conectividad a Internet lo que permite navegar por la Red o descargar nuevos contenidos.
- Puede usarse como un ordenador convencional pasando del modo libro al modo computadora. Perhiniak propone ingeniosamente que una de las hojas del libro se convierta en teclado virtual y la otra en pantalla.

La idea no es aún perfecta. Perhiniak propone usar pantallas OLED que si bien representan un avance importante respecto a las LCD, aún consumen demasiado si las comparamos con las de e-ink o con otras técnicas novedosas (o las que están aún por ser descubiertas), El diseñador indica que podría tener una autonomía de 20 horas, lo que es muy poco en comparación con los siglos de un libro. Asimismo, el dispositivo sigue siendo frágil. Un libro se cae al suelo y no le pasa nada. Un microprocesador o una tarjeta de memoria no aguantan choques bruscos, vibraciones continuas o deformaciones notables. Y aún no se logrado que otras condiciones sensoriales (tacto: no es lo mismo tocar una carcasa metálica que un papel; olor, etc.) se simulen adecuadamente.

Pero no siendo perfecto es, desde luego, un gran concepto en la dirección correcta. Sólo falta construirlo. ¿Tardará mucho?







15/2/10

Alternumerics



Alternumerics de Paul Chan es un divertimento digital que se basa en sustituir el texto que se escribe por una serie de fuentes alternativas (textuales o gráficas), diseñadas expresamente para conseguir una función creativa. Estas fuentes suplentes funcionan tanto bajo PC como bajo Mac.

El resultado es más visual que literario y, en algunos casos, con un humor incisivo como cuando se usa la fuente “políticos” en que cualquier cosa escrita se convierte en verborrea bla, bla, bla. Algunas otras fuentes son más complejas sustituyendo cada carácter por pequeñas frases.

Lo dicho, más un juego que una obra de literatura digital, pero la idea puede tener recorrido.





Mermaid

MERMAID de Alis Yung y Y.B. Yeats es, en mi opinión, un experimento de literatura fallido porque rebaja al texto, al poema, a una mera experiencia visual. El tembleque creado en Flash (aunque puede detenerse) hace que la lectura no sea placentera desde el punto de vista literario, de degustación del mensaje poético convirtiéndose la obra en un juguetear con el ratón para ver cómo deformamos los dibujos que han dejado de ser letras con significado para ser gráficos.

Itablet


La compañía X2 pondrá a la venta en Abril un competidor del Ipad llamado ITablet que, sobre todo, competirá con el de Apple en el campo de la computación general ya que se trata de un ordenador que funcionará bajo Windows 7, dispondrá de un procesador Atom, tendrá una cámara de 1.3 megapíxeles, WIFI, pantalla a color de 12”, disco duro de 250 Gb, puertos USB y HDMI así como soportará el software habitual en un laptop, PDF incluido. O sea, mucho más potente que el Ipad. Eso sí, con un peso de casi el doble que el Ipad.

¿Por qué una reseña de este ordenador?
Porque también intentará hacerse un sitio en la lectura de libros electrónicos aunque ese peso y esa pantalla LCD de alto consumo de batería limitarán mucho su uso para tales menesteres.


Alex



Spring Design Alex (http://www.springdesign.com/us/index.action) es un lector de libros electrónicos que parece un teléfono móvil y que dispone de dos pantallas. Una, LCD en color de sólo 3.5” y otra más grande de tinta electrónica de 6”. Incorpora conexión a Internet vía 3G, SO Android y teclado en pantalla. Tiene memoria SD removible y soporta el formato EPUB. El fabricante asegura que la batería puede durar hasta 2 semanas aunque se supone que será usando sólo la pantalla de tinta electrónica.


14/2/10

San Valentín






Cuando se acerca la festividad de San Valentín, los escaparates se llenan de corazones grandotes y rojos, en los supermercados venden orquídeas con lacitos de colores, las librerías exponen postales románticas y, sobre todo, se convocan por doquier certámenes literarios de cartas de amor. No hay ayuntamiento, ateneo cultural u hogar de jubilados que no anuncie uno. Hoy, alguien me dijo que por qué no me presentaba a un concurso de esos y la verdad es que los seiscientos euros de premio lo hacían atractivo. Pero es que yo no sé escribir cartas de amor.

Si supiera hacerlo, quizá hubiese escrito que tienes el poder de desbaratar el tiempo, de que fluya raudo cuando te tengo cerca, cuando me rodeas con tus brazos, cuando me besas, cuando me hablas, cuando me soportas y que, por el contrario, se torne insoportablemente viscoso y cansino cuando estás lejos. Será porque los relojes siempre adelantan cuando me enredo en el brillo de tu mirada y navego por las olas de tus caderas y de tus pechos. Será, acaso, porque los segundos en que me miras, o en los que fundes tus labios con los míos, o esos en que siento tu vello erizado de sensualidad, son distintos, plenos. Será porque cuando me dedico a pensarte, a disfrutar de esas memorias que tú has ido cincelando en mi mente, de esos sentidos desbordados que inundan mis recuerdos, los engranajes de los relojes se aceleran al unísono de mis ansias por ti.

Si supiera escribir cartas de amor, te diría que me sigue sorprendiendo cómo lees mi pensamiento, cómo me conoces, cómo me descifras, cómo sabes – incluso mucho antes de que yo mismo lo sepa- lo que anhelo; que conoces mis sueños, que construyes mi sentir, que me gusta verme estudiado por ti, entendido por ti. Que me basta una de esas sonrisas tuyas- sí, las que sólo me regalas cuando pones tu rostro junto al mío, tan cerca que no vuela ni un aliento entre ambos- para sentirme protegido y comprendido. Te contaría que me rescatas de mis miedos, de mis temores de desamor y de soledad, que las noches de estrellas compartidas contigo son más hermosas. Te diría también que junto a ti no tengo miedo del futuro, ni de que la mañana me encuentre entre sábanas solitarias. Que me llena tu presencia, que me proteges como esos campos de fuerza que aparecen en las películas dentro de los cuales nada malo puede acontecer. Que, a tu lado, me siento a salvo de todo como cuando de niño gritaba “casa” en aquel portal que nos guarnecía cuando jugábamos a guardias y ladrones y éramos perseguidos por otro chiquillo.

Si me llegaran las palabras acertadas, quizá fuera capaz de describir lo fascinante que eres, y cómo me gusta peinar tu cabello con mis dedos- despacio, viendo cómo cierras los ojos mientras lo hago-, cómo disfruto al entretener mi boca en tu cuello y en tus orejas, jugando a crear escalofríos en tu piel, saboreando tu cuerpo. Si supiera imaginar metáforas diría que eres inmensa como un cielo lleno de luceros y galaxias, camino sin espinas ni contratiempos, que muero por ser un Teseo perdido en tu laberinto, voluntariamente desprovisto de hilo salvador; que sólo tú eres mi Hedoné, que las Pléyades de tus ojos me hechizan, que tus brazos me envuelven como un océano de corales y espuma alborotada, que eres mi faro de Alejandría. O quizá que, cuando caminas a mi lado, surco mares en los que me suceden hechos extraordinarios que hacen mi vida digna de vivirse, por ti, para ti. Que cuando me tomas del brazo soy un pavo real que se abre orgulloso al mundo; que no hay, no puede haberlas, noches serenas entre tus caricias.

Si fuera capaz de imitar a un poeta te contaría de mi deseo, de mi avaricia por recorrer tu cuerpo, de la fortuna de derramarme en ti, sin límites, sin rubor, sin contención, sin mesura. Y de cómo la ternura transparente de tu voz me embelesa o de cómo el sortilegio de tus juegos me rinden ante ti y suspiro porque mi alma sea presa de la tuya. Te hablaría de tu silueta hermosa recortada frente al ventanal en las noches tibias, cuando fumas un cigarrillo y me hablas quedamente -plenilunio en el cielo-, desnuda tú junto al cristal, desnudo yo sobre la cama revuelta. De cómo me cautivan tus suspiros cálidos cuando me deleito en dibujar con mi dedo filigranas y arabescos sobre tu espalda, sobre tu vientre, cuando dejas que caigan tus murallas como castillos de arena deshechos por mis mimos. De cómo me conmueve tu corazón generoso y de cómo el roce de tu mejilla incendia mis sentidos.

Si me hubieran enseñado a verter en textos hermosos lo que me inspiras, escribiría cuánto disfruto de tu conversación, siempre inteligente, siempre inspirada. De cuánto aprendo de ti y de cuánto te admiro. De cómo eres literatura cuando me cuentas tu jornada, ensayo cuando reflexionas, poesía cuando me dices que me quieres.

¡Y es que, aunque sea del todo inverosímil, me amas!

Si supiera escribir cartas de amor, te contaría que me siento el hombre más privilegiado y honrado del cosmos y que te quiero con toda mi alma.








10/2/10

Curso para programar e-books



Telegama, en Barcelona, organiza un curso en el que se enseñará a editar libros electrónicos en varios formatos utilizando algunos programas de software adecuados como InDesign o Acrobat. El curso se desarrollará del 16 al 24 de febrero y los interesados deben llevar su propio ordenador mientras que el organizador suministra el software. Dentro del temario se estudiarán, asimismo, los formatos más populares como el Epub.

Crecimiento del libro electrónico


Ante una interpelación parlamentaria del diputado socialista Torres Mora, la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde afirmó que la edición de libros electrónicos aumento en un 35% durante el año 2009. A pesar de que el aumento relativo ha sido, pues, muy importante, el volumen absoluto de contenidos digitales (o, para ser más exactos, no convencionales) es aún pequeño, del orden del 13%. En total, el año pasado, se publicaron en España 375 millones de libros en formato convencional. España es la cuarta potencia editorial del mundo.


If I had been


If I had been es un trabajo realizado por alumnos de bachillerato del IES Ronda de Lleida bajo la dirección de Anna Aznar que resulta muy interesante dentro de su sencillez. Mediante el uso de imágenes, textos biográficos (algunos de escritores célebres), fotografía y enlaces realizan un trabajo que, siendo escolar, no desmerece de muchos otros.

7/2/10

Literatura clásica inglesa



The British Library permitirá la descarga gratis de libros clásicos digitalizados. En concreto, 65.000 obras en lengua inglesa del siglo XIX de autores tan afamados como Charles Dickens, Jane Austen o Thomas Hardy. Muchas de estas obras están ya disponibles en la Red de manera gratuita pero la gran novedad es que la nueva oferta permitirá leer las páginas escaneadas de los libros originales. Adicionalmente, será posible comprar versiones impresas de esas obras a través de Amazon. Próximamente, el proyecto digitalizará también obras de los primeros años del siglo XX cuyos derechos han caducado ya.



OLED plegable






Samsung está desarrollando una pantalla OLED flexible que puede plegarse y doblarse como un papel, una de las características más complicadas de igualar respecto al papel tradicional. La tecnología está aún en desarrollo pero puede aparecer – para pantallas de pequeño tamaño- este mismo año. En este vídeo puede verse una demostración muy interesante.




Todo va bien




Sorbió despacio un café cargado de achicoria, sentado en la silla de madera ajada y con la vista perdida en el amanecer que despuntaba entre columnas de humo gris que ascendían formando remolinos. Había oído las explosiones muy, muy lejanas, a media noche pero no se había inquietado. Ya estaba acostumbrado después de tantos años. Sí, recordaba que tiempo atrás el estruendo de las bombas y el temblor de los cristales le angustiaban. Permanecía despierto en la oscuridad de la habitación porque estaba severamente prohibido encender cualquier tipo de luz. Por entonces, rezaba y temblaba, en parte por el miedo, en parte por el frío. Ya no. Qué importaba ya.

Tomó el gabán. Marengo y lleno de unos brillos que el uso diario acrecentaba cada jornada. Debía apresurarse. El camión salía a las ocho y si se retrasaba acabaría en la prefectura o, peor aún, en las trincheras que se extendían por la ladera de las montañas, un poco más acá de donde surgían las burbujas de llamas y metralla.

Bajó a la calle. Era una mañana fría y ventosa. Tuvo que sortear unos escombros que se habían acumulado cerca del portal. Se cubrió la cara con la mano para evitar que el polvo se introdujera en sus ojos. Afortunadamente, el viento era del norte. De ese modo, la radiación no escaparía de la zona de guerra. Se preguntó cómo sería aquello. Había escuchado historias horribles, tan estremecedoras que prefería pensar que eran exageradas. Recordaba que, al principio, cuando la guerra civil se desató en las provincias centrales – veinte años hacía ya – columnas de jóvenes voluntarios se dirigían desfilando al frente, cantando canciones patrióticas y marcando el paso con ímpetu. Era un conflicto menor, dijeron. Apenas cuatro regiones del inmenso país se hallaban en conflicto. El resto se encargaría de digerir aquel tumor. El gobierno desechó la intervención internacional. Era un asunto interno y como tal habría de resolverse. Un año después, cuando vieron la primera sombra en forma de hongo, el mundo se tornó inhóspito. Cómo los sublevados habían llegado a domeñar la tecnología no se sabía. El ejecutivo fue rápido. Creo un cordón de seguridad alrededor de la guerra y las provincias rebeldes quedaron confinadas dentro del perímetro de contención. Pensaron que pronto se asfixiarían sus reservas y, al cabo, si querían matarse dentro mejor para el resto. Un problema resuelto. Dos décadas después la guerra continuaba y no tenía visos de finalizar pronto. Pero el país no podía aceptar su incapacidad para dar fin a aquello ante el mundo. Se había dividido el territorio en tres zonas estrictamente delimitadas y vigiladas. Primero, el terreno en conflicto, el infierno, donde la muerte engullía a miles cada día. Rodeándola, una zona tampón que ocupaba casi toda la nación en donde se había instaurado una economía de guerra, con toque de queda diario, con un severo régimen policial y cuyas industrias, habitantes y recursos se dedicaban a alimentar el esfuerzo bélico. Prohibida la entrada a cualquier extranjero, prohibida la radio, prohibida Internet, prohibido que cualquier extranjero siquiera se acercara, prohibido todo. Escasez de todo. Ausencia de todo, incluso de futuro. Y, por último, el reducido perímetro exterior junto a la costa, en donde el gobierno se esforzaba en mostrar que nada ocurría. Los hoteles de la playa se llenaban de turistas y la televisión, que sólo se veía allá, hablaba de la buena marcha del país, de cómo las provincias rebeldes estaban apaciguadas y mostraban imágenes de ciudadanos satisfechos y felices que se dedicaban a sus vidas en paz. Por supuesto, la sede gubernamental se hallaba junto a la costa.

Subió al camión y media hora después llegó a su puesto de trabajo. Comprobaron su identidad y entró en el edificio atendiendo a no perder el paso y la distancia de dos codos con sus compañeros anterior y posterior. Volvieron a cachearlo y verificar quién era. Por fin, se sentó en su mesa. El ordenador ya estaba encendido y su pantalla mostraba un mensaje que avisaba que cada tecla era memorizada, que todo aquello que hiciera, escribiera o leyera sería monitoreado. Se puso a la tarea. La misma a la que se había dedicado durante los últimos tres años y la que le había librado de tener que marchar al frente. Leyó los papeles que le habían dejado junto al monitor. Noticias, todas ficticias, que debía introducir en un blog, también inventado. Su rol era ser un joven de veinte años, feliz estudiante de arquitectura en una universidad del centro del país, que posteaba con entusiasmo acerca de lo bien que vivía. Tecleó la primera información y la envió al blog y a twitter. Comprobó con satisfacción que otros internautas de Europa y América le saludaban y le preguntaban si ya había aprobado las matemáticas. Contestó que sí e inventó que el profesor era demasiado severo. Hacía muchos años que no había profesores de universidad pero eso no se sabía fuera del país. Estuvo a punto de escribir algo incorrecto pero un comisario se le acercó y continuó posteando buenas noticias.




Tecnología IFSR




Amazon ha absorbido la pequeña empresa Touchco (más que comprado, ya que Touchco como tal dice haber salido del mercado en su web) que está desarrollando pantallas multitáctiles y en color en base a la tecnología IFSR (Interpolating Force-Sensitive Resistance). La empresa de Nueva York experimenta con dicha tecnología que permite fabricar pantallas LCD táctiles que aceptan varias interacciones simultáneas (por ejemplo, varios dedos de la mano o varias manos a la vez) y que incluso pueden distinguir las diferentes presiones con las que se efectúan los contactos. El movimiento parece indicar que la nueva generación de Kindle olvidará la tecnología de la tinta electrónica y se decantará o bien por estas LCD flexibles y táctiles a color o por la tecnología Mirasol


6/2/10

Short Cuts

Amazon ofrecerá para Kindle Short Cuts o lo que es lo mismo obras incompletas: capítulos particulares de una novela, resúmenes de publicaciones, extractos, comentarios parciales, etc. Se iniciará la exploración de este nicho de mercado con un subgrupo de clientes muy especializado como son los lectores de textos financieros y de administración de empresas. Los Short Cuts o fragmentos podrán descargarse vía Internet en menos de sesenta segundos y se podrán leer en menos de media hora. Evidentemente, el precio será también proporcional al contenido fragmentado.

5/2/10

Lector dual


EnToruage eDGe es un lector de libros digitales de dos pantallas, una de 10.1”, LCD a color y de alto consumo y otra de tinta electrónica de 9.7” para leer libros. Así, este lector no sirve sólo para leer texto sino que sirve para ciertas funciones propias de un ordenador. Para ello incluye el SO Android, dispone de webcam y micrófono para grabar audio y vídeo. La batería llega a durar hasta 6 horas en modo LCD y una semana si se usa la tinta electrónica.

El dios de Armani



Cada semana – los jueves, a fuerza de ser precisos- quedo con mis amigas para almorzar en el centro. Salimos petadas de la oficina en cuanto suena la una y regresamos a las tres menos uno, que es la hora límite para fichar. Hoy es jueves y son las siete, pero aún no he regresado al trabajo.

Ha sido un arrebato, lo reconozco. Uno de esos tontos subidones de hormonas. Será por la primavera. O porque las sábanas se tornan cada vez más frías y ya no se percibe apenas el aroma del Man’s Spezias que él usaba. O porque lo bello hay que saber apreciarlo allá donde una lo encuentre. Quizá porque el gin tonic estaba demasiado cargado. Mira, yo qué sé. Me da lo mismo. Qué caramba. Firmo la declaración y corro a casa, me tomo dos aspirinas y me meto en la cama para olvidar este día.

Ya se lo he explicado al inspector. He comido con Margot, Julie, Susan y Pat que, por cierto, estaba insoportable con lo de su divorcio. Que si quiere volver, que si es mejor volver a intentarlo, que sabe que Ronny aún la quiere. Nos ha dado el sushi. Y es que se han empeñado en comer en el japonés de la sexta con la treinta y seis. A mí, la verdad, no me hace tilín el sentarse en el suelo, comer pescado crudo y aclararse la garganta con licor de arroz. Mira, ahora que lo pienso, quizá todo haya sido culpa del sake ese. Sí, eso lo voy a añadir a la declaración. Un atenuante, seguro.

Bueno, el caso es que nos hemos comido el sushi, el futomaki y otras cosas de nombres impronunciables mientras poníamos a caldo a nuestros jefes que, como es bien sabido, son perversos por el sólo hecho de serlo. Para cuando nos hemos dado cuenta eran las dos y media, así que hemos pagado a todo correr, les he dado un beso a todas y he corrido al metro, a ver si pillaba el de menos cuarto.

Le he visto entonces. Una visión de esas que te alegra el día, de cuadro de Botticelli, de anuncio de calzoncillos ceñidos, de calendario de bomberos. Estaba en el andén, distraído, con unos auriculares chiquitines en las orejas. Qué orejas, por cierto. Es lo primero en que me he fijado. Tentadoras. Llamando a ser mordisqueadas en una cama revuelta de amores.

Y todo lo demás no le iba a la zaga. Camisa de Armani y pantalones bien planchados. Zapatos de ante, marrones. Cinturón de Gucci de esos con hebilla de dos palmos. Y un trasero que estaba llamando a ser admirado. He tenido ganas de correr al aeropuerto, pedir prestado uno de esos escáneres de cuerpo entero que hay ahora y hacerle pasar al hombre un par de veces. Más que nada para comprobar que lo que imaginaba estaba realmente allí. Le he mirado. Me ha mirado. Le he vuelto a mirar. Me ha vuelto a mirar y en ese instante – y este ha sido el momento clave como le he contado al inspector- me ha sonreído el muy diablillo. No lo he podido resistir. Me he acercado y, ¡plaf!, las dos manos en el trasero. Ha sido un impulso. Inevitable. Nunca me había pasado una cosa de estas. Se las he puesto bien puestas y estaban como imantadas. No las podía soltar.

El tipo se lo ha tomado mal. O quizá ha sido tanta la sorpresa para él que no ha sabido cómo reaccionar. Ha gritado un ¡quién se cree que soy, señorita! y se ha retirado haciendo aspavientos mientras unos doscientos ojos me miraban y unas cien bocas se sonreían.

Ha sido mala suerte. Quién iba a pensar que justo al lado iba a estar uno de esos policías de paisano que vigilan los andenes. Me ha cogido del brazo y ha llamado por señas al dios vestido de Armani. El comisario lo ha calificado de acoso indecoroso en vía pública, el muy culipedorro. ¿Quiere poner una denuncia? le ha preguntado. El otro ha balbuceado algo ininteligible pero el inspector ha pensado que era mejor aclararlo en privado.

Total, que me han llevado a la comisaría. Nada grave, me aseguran. El dios se ha marchado enseguida. No ha puesto una denuncia ni nada. Ha dicho que no tenía importancia, que sólo ha sido la sorpresa, que incluso se sentía halagado, que eso no les pasa a los tíos. Me ha sonreído. Le he sonreído. Me ha deseado suerte y se ha despedido con un “nos vemos”. Le han dado unas palmadas en el hombro al salir como si saludaran a uno de esos quarterbacks que acaba de hacer ensayo. Luego ha habido que hacer un papeleo, me han escaneado las huellas de los dedos y un par de fotos. Me han hecho soplar en el alcoholímetro y, claro, entre el sake y el gin tonic la agujita ha marcado más que mucho. Así que me han hecho quedarme un rato acá hasta que el chisme ese marque otro numerito. Han pasado ya diez imbéciles por delante con cara de becerros en celo y neuronas llenas de testosterona.

Antes me han dejado sola un rato y he leído el acta. Sin cargos. Estaba el nombre del dios de Armani. John. Y su teléfono. Lo he apuntado. Luego, cuando salga, le voy a llamar. Quién sabe lo que trama el destino.